Por: Carlos
Yusti
Desde que
otorgaron, con más vergüenza que admiración,
el Premio Nacional de artes Plásticas a la señora
Sofía Ímber, éste se ha devaluado bastante.
Para darle de nuevo un barniz de importancia el mismo premio se
lo otorgan en 1990 a Gerd Leufert y en 1991 hacen lo mismo con Miguel
Von Dangel. Dos indiscutibles creadores al margen de ese "vernissage"
de clientelismo político que distingue nuestro oficial modo
de entender la cultura.
Miguel Von
Dangel (1946) nació en Alemania, pero está residenciado
en nuestro país desde los dos años de edad. Su primera
exposición (año 1965) fue realizada en la Sociedad
Maraury en Petare.
El universo
estético de Von Dangel no es lento, estático o anecdótico.
Mucho menos se limita en exclusiva a la pintura sobre lienzo. Con
precisa fluidez ha ensayado la escultura, el collage y los objetos
donde concatena, con frenético dinamismo, su afición
por la taxidermia, su pasión por lo simbólico y su
inequívoca vocación mística/religiosa, la cual
oscila entre lo irreverente y lo metafórico.
La práctica
como taxidermista quizá le permitió adquirir cierto
rigor cientificista. La pintura en otro contexto le permite, según
sus propias palabras, darle expresión a su mundo interior.
De alguna manera el arte de disecar animales y la pintura se yuxtaponen
en una especie de grito existencial que busca ascender hacia lo
luminoso, hacia ese universo de lo sagrado. Ascenso que se aparta
de los preceptos religiosos establecidos. Toda esa simbología
mística que caracteriza el trabajo plástico de Von
Dangel se apoya, como ha escrito con acierto Víctor Guédez,
"sobre un repertorio necrofílico, una travesura irreverente
y un objetuaslismo extravagante". Sin mencionar que un barroquismo
alegórico se hace palpable en todas sus creaciones menos
como un recurso estético que como una propuesta espiritual
desgarrada. Lo barroco en su obra no es un extenuado cliché,
o un trasnochado capricho postmoderno. Es más bien una necesidad
que busca acentuar con ferocidad caótica esa dimensión
sagrada del mundo. Con su propuesta pictórica trata de aprehender
todo ese cúmulo de creencias, prejuicios y fanatismos místicos,
pero no lo hace en un sentido acartonado/académico, sino
en su vertiente más dolorosa, mágica y ritualista.
Sus "Sacrifixiones",
expuestas en 1968 en la "Galería 22", tuvieron su preámbulo
en su escultura "Retrato espiritual de un tiempo". Obra que en su
momento fue censurada por parte de ortodoxia eclesiástica,
siempre negada a la belleza, siempre intransigente. Francisco Da
Antonio describió así el incidente: "Mucho se ha escrito
en torno a la acción de Monseñor Augusto Laboren,
párroco de Catedral, quien a propósito de la Escultura
montada por el INCIBA en el Palacio de las Academias, arremetió
contra una de las obras expuestas y luego la arrojó al patio
del edificio ya que, según confesó la prensa local,
no estaba dispuesto a permitir profanación porque, de hacerlo,
perdería el cielo. "Retrato espiritual de un tiempo", la
obra cuestionada, representa un perrito crucificado sobre cuya figura
se desplaza una segueta metálica que parecía sugerir
el espinero de Cristo". Las obras denominadas "Sacrifixiones" buscaban,
antes que ser antirreligiosas o sacrílegas, presentar una
iconografía menos doméstica. Mostrar a Cristo desde
una perspectiva más descarnada, y no desde ese ángulo
comercial que lo vende como bisutería dulzona de estampa
para beatas a destiempo. Trataba Von Dangel de presentar una visión
brutal de una época que todavía hoy sigue crucificando
seres débiles e indefensos por decreto o por inspiración
militarista (se acuerdan de Pinochet).
Las
exposiciones de Von Dangel no son para estómagos delicados.
Sus collages destacan por esa planificación barroca y tremendista
donde pieles de animales, plumas, culebras disecadas y un colorido
oro, ocre, azul intenso se liberan en una orgía de colorido
redundante con ribetes de ritual mágico.
Sus "Mapas"
son una acumulación elocuente de materia orgánica
y mineral sobre viejos mapas. El resultado: un mapa distinto en
el cual el espectador encuentra una cartografía que busca
indicar el lugar del espíritu. Ya no hay líneas divisorias
en estos mapas, sólo territorios estéticos con mucha
carga emotiva.
Una de sus
más destacada exposiciones fue "Sacrofonías". Allí
estaban presentes todas sus obsesivos temas, todas sus vivencias
al desnudo, pero en una escala aparatosa. En dicha exposición
el mal gusto adquirió visos más grotescos. El olor
pútrido de los animales disecados, en consonancia con trabajo
artístico delirante, demostraba, una vez más, que
Von Dangel permanecía fiel a sus postulados, a su ética
acorazada en ardor polémico. "Sacrofonía" sirvió
para confirmarlo como un creador que estaba por encima del facilísimo
estético, por encima de ese afán de mercadería
buhoneril en la que algunos artistas jóvenes han convertido
el quehacer plástico. Von Dangel declara unos años
antes de su premiación lo siguiente: "El problema es que
hay artistas que emplean el arte para escalar socialmente, para
darse vida de sifrino, para engordar capitales. Hay gente que simplemente
son artistas. Suponte que me den el Premio Nacional de Pintura,
o que recibiera premios en algún salón o que empezara
a vender mi obra a altos precios. Eso me convertiría en perteneciente
al otro bando. No, no se trata de eso; se trata de que simplemente
mi obra no puede estar en función de esa situación;
el artista que trabaja en función de eso ya no es artista
o en todo caso es un artista maligno pertenecientes a las fuerzas
oscuras".
A Von Dangel
le fue concedido el Premio Nacional de Pintura. No obstante pienso
que, a pesar de eso, todavía no se ha pasado al otro bando.
Tampoco creo que busque colocar su obra con un elevado precio. Hay
que decirlo. Un premio obtenido de manos de este medio cultural
tan servil es una bagatela delante de un cuadro de Miguel Von Dangel,
de su postura crítica, de su sentido comprometedor de asumir
el arte.