Por Paul
Cavalié, Lima, Perú.
La
vieja costumbre de reservar el plato fuerte para el final no ha sido
la excepción en esta XII versión del Festival Internacional
de Danza que organiza el ICPNA. El Ballet Folclórico de Costa
Rica, que dirige Rogelio López, cerró la cita dancística
con Werther, una obra de gran impacto. El montaje se apoya en
la célebre narración del emblemático escritor de
la Alemania romántica, Johann Wolfang Goethe, notable artista
que abarcó multitud de géneros, como el drama, la poesía
y especialmente la narrativa. López aborda, desde el formato
de la danza-teatro, el drama pasional que deriva de un triángulo
amoroso, y que ha sido llevado a escena muchas veces a través
de la ópera, el ballet y el teatro. El "Werther"
del coreógrafo "tico" se caracteriza, no podía
serlo de otro modo, por su intensidad dramática, por el enorme
despliegue físico e interpretativo de los bailarines. En su original
estructura, podemos apreciar esa adecuación entre el gesto y
el sentimiento volcado, propio del nuevo movimiento expresionista alemán,
impulsado siempre por los trabajos de Pina Bausch. Una primera aproximación
al diseño de esta larga coreografía, nos lleva a hablar
del manejo del espacio. Para remarcar los diversos territorios, el director
apela a la movilidad de un cuadrilátero central fácilmente
transportable, que le sirve para enmarcar escénicamente los cambios
de plano. Un coro de 7 bailarines acompaña desde el comienzo
la evolución de la historia, y resulta fundamental para acentuar
la textura dramática de las escenas. Su presencia también
resulta funcional: se encargan del traslado del cuadrilátero,
y de los elementos de connotación (espejos) sin que ello luzca
como una acción externa, dándole fluidez a la puesta.
En lo simbólico, y a partir del buen trabajo gestual observado
(apreciable la disposición en canon que permite el numeroso elenco),
el coro contribuye a configurar ese sino fatal que acecha a los protagonistas:
un inconsciente colectivo trágico que, curiosamente, "se
mueve" vestido de luto. López imprime un perfil sensual
al desventurado Werther, con un ropaje de movimientos neoclásicos,
ejecutados con corrección por Gustavo Hernández; los tormentos
de Carlota asoman, a su vez, a través de un lenguaje predominantemente
posmodernista, que Hazel Gonzáles resuelve satisfactoriamente.
La obra es un relámpago
de acciones que no decaen. Para sostener el ritmo, acorde a la concepción
de la pieza, López ha puesto especial cuidado en el manejo del
conflicto; trasladado al lenguaje corporal, ello se revela por momentos
en el contrapunto entre estilos dancísticos disímiles.
No sólo proliferan los movimientos de contracción, tan
caros a la corriente expresionista: hay, también, mucha sutileza
en las evoluciones de los protagonistas masculinos (Werther y Alberto),
reveladoras de una base de formación clásica. Otro aspecto
trabajado es el erotismo que impregna muchas de las imágenes:
sutil, cuando es factor de "enamoramiento"; violento y expansivo,
curiosamente, cuando se hace inminente el abandono definitivo de la
pareja.
Con relación
al desarrollo argumental, algunas cosas. López sabe bien que
el discurso coreográfico tiene la ventaja de la síntesis,
pues condensa mucha información por medio de imágenes
y secuencias que pueden ser breves, emparentándose en ello con
la poesía. Por eso, es posible reducir esta historia a su esquema
más simple para configurar el triángulo amoroso; hay en
tal reducción, sin embargo, un riesgo en juego: que algunos de
los pasajes más dramáticos de la obra, puedan lucir, de
pronto, con una carga emotiva desproporcionada para el contexto en que
se insertan, digamos: para la "información" recibida.
Para afrontarlo, López se vale de la ya anotada intensidad de
la puesta, que casi no da tregua para que el espectador demande un mejor
perfil de los personajes, que pueda explicar un conflicto que lleva
inclusive al suicidio al personaje central. Al fin de cuentas, no es
propio de la danza la "construcción" de personajes,
como sí ocurre en el teatro.
Rogelio López
tiene el mérito de involucrarnos en el drama, a pesar de que
su desenlace trágico se palpita desde el comienzo de la obra.
El coreógrafo costarricense nos demuestra que, con una talentosa
dirección, es posible llevar a escena, con éxito, la crónica
de un suicidio anunciado.