Santiago de Chile.
Revista Virtual. 
Año 2
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 22.
12 de Octubre al
12 de Noviembre de 2000.


EPITAFIO PARA UN DANDY

Desde Chile: Gonzalo León

Es muy feo -aunque no de mal gusto- hacer epitafios a gente que merezca reconocimiento; pienso que, si uno tiene algo bueno que decirle a alguien destacado, es mejor hacerlo en vida. Pero el mundo o lo que te rodea -tal como dijo Oscar Wilde, el más grande dandy- va muy rápido y muere joven; aunque siguiendo con la paráfrasis del escritor irlandés "no se conserva bello". Todo pasa de moda muy rápido, pero todo al final se desecha y se transforma en basura. Mauricio Wacquez era un dandy, y murió a los 60 años. Aunque no es una edad en la que se le pueda considerar "como joven", sí vivió rápido y hasta hace unos nueve años -cuando lo conocí- era una persona muy bella.

En 1991, trabajaba en la revista Apsi. Por esos años hacía uno que otro comentario de libros. Pero no a cualquier tipo de libros, pues todos sin excepción pertenecían a Anagrama, Tusquets o Circe, las editoriales que distribuía en Chile "Fernández de Castro", cuya dueña es la señora del Premio Cervantes Jorge Edwards. Fue precisamente ella la que me dijo un día:

-No sé si lo conoces, pero la próxima semana viene Mauricio Wacquez, un escritor chileno, que reside en España. ¿Lo ubicas? ¿No? El que escribió Toda la luz del mediodía... Excesos... La generación del 60... Antonio Skármeta, Carlos Olivárez, Ariel Dorfman, Juan-Agustín Palazuelos...

-No lo ubico -le contesté con franqueza.

-Bueno, él viene a Chile y te lo podría contactar por si quieres entrevistarlo o algo.

-Lo voy a pensar -le dije, y luego con varios libros Anagrama en la mano, me marché sin ninguna intención de entrevistar a ese tal Vásquez, como le decía yo.

Ese día no volví a la revista. Era verano, y prefería tomarme unas cervezas en el departamento de Juan Pablo Donoso -quien años después reemplazaría en la Coordinación Editorial de Apsi al poeta Roberto Merino. Lo primero que hice al llegar fue dejar los libros sobre una mesa y preguntarle:

-¿Conoces a un escritor chileno, un tal Mauricio Vásquez?

Donoso sonrió y me dijo: "¿No será Wacquez?" Agité afirmativamente mi cabeza, y luego desapareció y volvió con un libro en la mano. Era un libro ajado, con páginas amarillentas como dientes de vagabundo, y su portada era azul. Se llamaba Toda la luz del mediodía y estaba firmado por Mauricio Wacquez.

-¿Y cómo es? -le pregunté.

-Total.

Lo comencé a hojear y mascullé: "Lo podríamos entrevistar."

-Difícil. Ese tipo vive en España.

-Viene la próxima semana.

Los ojos de mi amigo se iluminaron, y en el acto se ofreció para sacar las fotos.

-¿Pero Donoso, tú no eres fotógrafo?

-No importa. Con tal de conocer a este tipo hago de fotógrafo, de lo que tú querai.

-¿O sea que eres un poquito fan de Mauricio Vásquez?

-Wacquez.

Nos tomamos las cervezas, me llevé el libro de Wacquez y a los dos días telefoneé a "Fernández de Castro" para decir que quería entrevistar a Mauricio Wacquez. Me leí Toda la luz del mediodía, un libro, narrativa, que comienza con un tipo sobre un escritorio tratando de hacer una novela. El narrador es algo así como un filósofo. Y también recopilé un poco de información para la entrevista. Wacquez junto al líder de la generación de los 60 Juan-Agustín Palazuelos (Según el orden del tiempo) solían ir a Isla Negra para ver a Neruda, pero lo que realmente hacían era drogarse en la playa y nada de visitas a Neruda. Mauricio Wacquez, homosexual, vivía al límite, tal como diría su otro libro, Excesos. Pero también Wacquez junto al intelectual Luis Oyarzún solía deambular por las noches los alrededores de la calle Matías Cousiño, en el centro de Santiago, en busca de aventuras sexuales. Una especie de Lemebel adelantado.

La entrevista al final fue en la casa de la hermana de Wacquez, en Providencia. Juan Pablo Donoso y yo llegamos a la hora. Donoso con la cámara fotográfica Zenit -propiedad de su hermana- y yo con una grabadora inmensa y vieja -propiedad de la revista. La tarde anterior habíamos hablado por teléfono y me había causado una muy buena impresión. Mauricio Wacquez era un tipo simpático que derrochaba ironía.

Entramos a la casa y Mauricio Wacquez nos dio la mano con auténtico afecto. Wacquez era un tipo extremadamente elegante; usaba un bastón que acomodaba como la situación lo ameritara. A su lado, el hijo de Jorge Edwards observaba inquisitivo.

-Antes que nada -dijo-, ¿algo para beber?

-Cerveza -contestamos los dos al unísono.

-No prefieren mejor un buen vino.

-Ya.

Hay que aclarar que por esos años Donoso y yo éramos unos pendejos que no superábamos los 22 años cada uno.

La botella de un espléndido vino blanco llegó y junto con él la entrevista comenzó. A medida que trascurría la entrevista, tanto Donoso como yo nos íbamos poniendo más y más alegres, hasta que tuve que dar vuelta el cassette; de improviso llegó la otra botella de blanco, Donoso se puso a sacar fotos, todas malas, y nos emborrachamos de lo lindo. Lo único que recuerdo de ese final fue un beso en la mejilla y una invitación para ir a la librería Altamira (en el Drugstore), en donde habría una especie de tertulia.

No sé cómo, pero llegué al mediodía de aquel sábado. Tenía una cara espantosa. En el local estaban escritores-escritores como Armando Uribe y Gonzalo Contreras. Cerca de las doce y media llegó Wacquez y lo primero que hizo fue saludar a Uribe, quien se encontraba muy compuesto en una silla de la librería. A él fue a quien primero le dirigió la palabra:

-Monseñor -le dijo y luego lo abrazó. Pero Uribe guardó la compostura.

Luego Wacquez saludó a los demás hasta llegar a mí y señalar con ironía: "Veo que llegaste." Se dio vuelta, le volvió a decir algo a Armando Uribe, enseguida se volvió hacia mí y me dijo: "Me gustaría ver esa entrevista."

Y lo más raro de todo fue que lo dijo con un tono, como desconfiando de que alguna vez aquella entrevista saliera a la luz. Y tuvo razón, pues nunca vio ninguna luz; pues intentamos venderla a dos medios, a la Revista de Libros y al suplemento de Literatura y Libros. A la Revista de Libros le interesó pero para más adelante, o sea nunca, y el suplemento Literatura y Libros nos ofreció 13 mil pesos de la época. No aceptamos. Y cuando por fin quise pasársela al Apsi, me dijeron que me pagarían en grabadoras. Me negué y luego la entrevista se extravió y ayer Maurico Wacquez murió antes de cumplir los 61 años. Ora pro nobis, es lo único que resta decir en estos casos.

 

Si desea escribir a Gonzalo León puede hacerlo a: gozalo@ctcinternet.cl
Esperamos Su Opinión.
¿No está suscrito? Suscribase aquí. 

 

[Portada]·[Artículo]·[Entrevista]·[Mirada Impertinente]·[Perfiles Culturales]·[Teatro]·[Arqueo]·[UNIvers(o)]· [Poesía]·[Cuento]
[Música]·[Cómic]·[Escena Movida]·[Reflexiones]·[Crónicas]·[Poiêsis] ·[Vernisage] ·[Imágenes]·[El Sotano De Moira Killerodd]
[Columna del Lector] · [Que se Teje]·[Emails]·[Links]·[Números Anteriores]


Las opiniones vertidas en Escáner Cultural son responsabilidad de quien las emite,
no representando necesariamente el pensar de la revista.