Por: Carlos
Yusti
Su pintura siempre tuvo
un toque de locura aristocrática. Una inclinación aleatoria
sobre lo clásico. Había una luz erótica, inquieta,
en sus cuadros. Tensado en un clasicismo autodidacta imprimió
a su pintura un ritmo personal. Muchas de sus dibujos y cuadros están
cargadas de una tensión sensual algo insana, poseen como una
atmósfera surrealista, miteriosa, a pesar que el tema, trivial
por lo demás, sea una calle con personas, una sala de estar
con chimenea o una niña desnuda frente al espejo. En buena
cantidad de sus cuadros una constante: nínfulas, Lolitas, niñas
a punto de estallar en mujeres. Se llamaba Balthazar Klossowski de
Rola y fue conocido en el mundo del arte como Balthus.
Iba a cumplir 93 años.
Había abandonado la clínica en la que llevaba hospitalizado
algunos meses. Regresó a su chalé de Rossiniére,
en el cantón Suizo de Vaud. Murió tranquilo en su cama
con un solo deseo en su alma: pintar.
Nació el 29 de
febrero de 1908. Su infancia y juventud transcurrió en París
en un barrio situado entre el Odeón, el Luxemburgo y la famosa
iglesia de Saint-sulpice. Sus padres Erich y Elizabeth Dorothée
Klossowski se esmeraron para educarlo (también a su hermano
Pierre, figura excepcional de la literatura) en un ambiente refinado
e intelectual. Balthazar y Pierre tuvieron mucho contacto con artistas
y escritores de la talla de Pierre Bonnard y Rilke. Además
Erich Klossowski era un reconocido pintor y crítico de arte
oriundo de Polonia. Su esposa Elizabeth estuvo bastante cercana a
Rilke, con el que mantuvo una fluida correspondencia y en la cual
mezcló pasión y crítica hacia el poeta y su poesía.
Los hermanos se criaron también en un contexto policultural
( francés, Suizo, Polaco, Inglés y Alemán) que
fue determinante en su formación y que decidiría sus
carreras artísticas.
Balthus comenzó
a pintar desde muy niño. Luego que su gato murió se
propuso recordarlo pintandolo. Realizó una docena de dibujos
y acuarelas de su mascota. A pesar de esta temprana inclinación
por la pintura Balthus no fue a ninguna escuela de arte. Su educación
artística fue un vuelo en solitario visitando el Louvre y copiando
a pintores clásicos como Piero della Francesca, Coubert o Poussin.
También acompañaba a su padre cuando este visitaba a
los artistas en sus estudios.
Ya de adolescente, y
con un claro objetivo de convertirse en pintor, se vio de pronto en
el ojo del huracán de la vanguardia pictórica. El cubismo,
el fauvismo y el surrealismo daban sus primeros pasos. Balthus fue
siempre reacio a los movimientos vanguardistas. Le gustaba el surrealismo
por sus hallazgos de lo real y lo soñado. Del impresionismo
le fascinaba a luz. Lo que realmente le gustaba (e iba a influenciar
su trabajo pictórico) eran los maestros clásicos del
300 al 400. Esta inclinación subrayada por los pintores clásicos
fue una manera elegante de ignorar a los pintores contemporáneos.
Entre sus amigos podemos
mencionar a Antonin Artaud. Para él Balthus dibujó los
figurines del montaje teatral Cenci. También están Derain
y un joven español que pinta llamado Miró, quien posó
en largas sesiones con su hija Dolores, mientras Balthus lo pintaba
con la perversidad callada y misteriosa que siempre caracterizó
su trabajo.
Aunque su primera exposición
se realizó en la galería que dio el espaldarazo a los
pintores surrealistas su pintura nada tenía que ver con el
surrealismo. No obstante se le tachó como surrealista. Lo cierto
es que la pintura de Balthus volvía a las raíces clásicas
mientras el surrealismo hacia tabla rasa a una pintura que consideraba
apolillada y anacrónica. El primero que defendió a Balthus
de este malentendido fue Artaud que escribió: "La pintura de
Balthus es una revolución irrebatiblemente dirigida contra
el surrealismo, mas también contra el academicismo en todas
sus formas. Más allá de la revolución surrealista,
más allá de las formas del academicismo clásico,
la pintura revolucionaria de Balthus alcanza una especie de misteriosa
tradición". Y Artaud no se equivocaba la pintura de Balthus
retomó elementos clásicos y los revalorizó desde
una óptica simplificada, limpia y sin demasiado ruido estilístico.
Los desnudos realizados
por Balthus, teniendo como modelo a su primera esposa Antoinette von
Wattenwyl, acentuaron su crisis matrimonial. Su esposa estaba escandalizada
y furiosa al verse en las paredes de las casas de sus amigos aristócratas.
La ruptura fue inevitable. Balthus realiza algunos viajes, acepta
un cargo que su amigo Malraux le ofrece y en un viaje a Japón
conoció a Setsuko Ideta a la cual tomó como asistente,
alumna, modelo y esposa.
La pintura de Balthus
es un viaje a la figuración más vaporosa que realista,
más mágica y de ensueño que minuciosa y objetiva.
Es una travesía a luz y al silencio como elementos del conocimiento
interior; es un recorrido apacible por la sensualidad desnuda y volátil
de la adolescencia y la pubertad. Con enorme perspicacia el pintor
español Antoni Tapies escribe: "Era un pintor figurativo, pero
no en el sentido fotográfico. La suya es una figuración
que recuerda a los anuncios pintados de cine o los cartelones de feria.
Fue, además, un artista que se mantuvo al independiente y al
margen de movimientos. Era algo que también me gustaba de él
porque, pese a que su obra puede relacionarse con el surrealismo,
nunca quiso mantener ninguna disciplina de grupo".
A pesar de su predilección
de pintar niñas desnudas, con esa marcada impudicia inocente
propia de la niñez, Balthus le da un sentido religioso a su
actividad. No religiosidad de un beato, sino de un artista capaz de
captar lo terrible, erótico y espléndido de la belleza.
En una oportunidad le dijo a su esposa: "Hablé con Dios. Me
dijo que aún tengo que seguir con la tarea que me encomendó.
Debo seguir pintando, tengo mucho que hacer". Tenía para ese
momento 91 años. Esta óptica de la obra como una tarea
espiritual, como una práctica de hondo significado subjetivo
permite desechar los tópicos recurrentes en torno a su obra
y su morbo aciago y misterioso por las jovencitas. Críticos
y espectadores ven algo perverso en ese universo poblado de nínfulas
con poses inocentes y bañadas con una luz extraña que
presagia lo peor. Con razón Camus veía en las figuras
femeninas de Balthus un erotismo negligente ya que al pintor "no es
el crimen lo que interesa, sino la pureza". Acerca de sus retratos
de muchachas, el artista afirmó en una entrevista al Herald
Tribune: "Las niñas son las únicas criaturas que todavía
pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Las lolitas
nunca me interesaron más allá de esta idea". A Balthus
le interesa la pureza no desde la beatitud, sino desde su capacidad
negativa. La pureza como acción corruptora, como entidad amenazadora,
atávica; como fuerza para sacar a la luz nuestras oscuridades
más intimas para luego purificarnos. Mirar un cuadro de Balthus
es purificarse. Balthus aseguraba: "Las niñas para mí
son sencillamente ángeles y en tal sentido su inocente impudor
propio de la infancia. Lo morboso se encuentra en otro lado". Lo escrito
por Vicente Molina Foix es irónico, pero bastante puntual:
"Balthus no llegó a pecar, y estoy seguro de que era, como
le gustaba a él decir, un pintor religioso. ¿No es, al fin
y al cabo, la religión el ejercicio de una mirada fija y persistente
a un punto inalcanzable? El culo misterioso de las niñas".
Plegar su pintura al
surrealismo a rajatabla es una tarea fatua y equivocada. La pintura
de Balthus es clásica en muchos aspectos. Si algo surrealista
poseen sus pinturas es esa luz plana, esa atmósfera de límpida
espiritualidad. Por lo demás su pintura es diametralmente opuesta
a la estridencia surrealista. Su pintura es sosegada, llena de silencios
y en las que muchas sutiles sugerencias nos asaltan como espectadores.
Hay laboriosidad en su pintura, genialidad a fuerza de trabajo.
Según su esposa
Balthus era bastante meticuloso. Un cuadro le llevaba con facilidad
meses o años o como ella explica en una entrevista: "Cada pintura
de Balthus es como una larga novela, el resultado de una larga experiencia
y de una búsqueda perpetua". Con respecto a su ritmo de trabajo
dijo: "Es muy madrugador. Cuando se despierta pide un desayuno ligero
y si la luz es buena lo toma en su taller. Luego se pone a pintar
hasta 17 horas. En época de invierno la nieve da una luz blanca
bellísima, luminosa, nacarada, entonces la aprovecha toda.
Cuando empieza a trabajar se queda absorto, no habla, se mete dentro
de su mundo y es ahí donde se realiza como autor. Luego viene
a tomar el té, también en silencio. No deja nunca de
trabajar, cuando charlamos lo hacemos en torno a sus cuadros..."
Las menores pintadas
por Balthus me remiten a la Lolita de Vladimir Nabokov. El libro está
lleno de sugerencias y sutilezas como la pintura de Balthus. Ni las
Lolitas de Balthus ni las de Nabokov me resultan seres heréticos.
Tienen algo de ángeles sobrevolando nuestro oscuro deseo, nuestra
pulpa terrenal de voyeristas. En lo personal me parece bastante malsana
esa luz de sus cuadros, ese mediodía que presagia fatalidades
sexuales. Esa luz inspiró un poema de Octavio Paz del que copio
algunos versos:
La luz
abre los pliegues de la sábana
y los
repliegues de la pubescencia,
arde
en la chimenea, sus llamas vueltas sombras
trepan
los muros, yedra deseosa.
La luz
no absuelve ni condena,
no es
justa ni es injusta,
la luz
con manos impalpables alza
los edificios
de la simetría.
La luz
se va por un paisaje de reflejos
y regresa
a si misma:
es una
mano que se inventa,
un ojo
que se mira en sus inventos.
La luz
es tiempo que se piensa.
|
La partida de cartas, 1948-50
|
El arte no es una actividad
inocente aunque pinte niñas virginales, en apariencia apacibles,
y en Balthus lo vulgar y lo sublime tuvo su razonado equilibrio, su
meditada pincelada.
La pintura de Balthus
es una experiencia visual del deseo, el silencio y la pureza. Es una
anotación intimista sobre la belleza y sus riesgos. Apartado
y solitario produjo su obra. El oropel de la fama y el éxito
(sus cuadros se cotizaron a elevados precios) no lo apartó
de su misión. Su obra es un pacto luminoso con el silencio
y con los deseos ocultos que de manera comprensible nos pierden. Trasmitir
que la belleza y la inocencia encierran peligros insospechados fue
la gran lección de la obra de Balthus.