EXPERIMENTANDO
Por: Carlos
Fonseca
Solo falta cortar, para terminar el
resultado que tanto se pretende.
Un resultado eterno, de siempre.
De pronto un joven aparece, atropella
una atmósfera de espera y de tensiones en medio de aquel sitio
sombrío, pequeño, pétreo. Baja un rayo de luz tenue,
una palabra que cae, un "vete" que se desprende. El muchacho
estremecido, intenta abrir la boca y de nuevo una frase inesperada le
sorprende "no hables" se alumbra el lugar de nuevo, dejando
en los ojos el efecto inseparable del destello.
-Soy yo señor, su ayudante.
-No digas más, que interrumpes
esto.
Señala con su mirada el gran
montón de vísceras y entrañas que agrupa sobre
la meseta. Baja la cabeza, se mira adentro, buscando en su memoria.
El sudor le acaricia el rostro hasta disolverse en su ropa húmeda
de tela gris.
El joven preocupado, anhela una respuesta.
-Señor... ¿Que le sucede?
El anciano atormentado, hace gestos,
susurra, se lleva la mano a la cabeza, aprieta fuerte los dedos, muerde
su aliento, su piel descubre las venas. Casi fuera de si mismo, y con
carácter de experiencia, mira a los ojos de quien le observa,
tumba en su frente la dureza, baja su mano de la sien, y estrechándose
de hombros deja brotar la respuesta.
-No la encuentro, estuvo ahí,
ahí, ahí, y ahora no aparece.
El joven, con una sonrisa noble en sus
labios, despacio se le acerca. Introduce su blanca mano debajo de aquel
montón que ya casi apesta. Y con atención arrastra la
tijera descubriéndola sobre el mármol pulido, y frente
a los dedos se la deja.
El anciano se hecha a reír, el
joven se hecha a reír, las paredes se echan a reír, el
lugar se hecha a reír y allá a lo lejos, después
de la luna, se oyen las tijeras