Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 27.
12 de Marzo al
12 de Abril de 2001.

 
HEMINGWAY:
EN LA SOLEDAD DE UN ICEBERG

Desde Chile, Gonzalo León

Esta es para hablarle de un hombre joven que se llama Ernest Hemingway, que vive en París, escribe para la Transatlantic Review y tiene un brillante futuro... Yo trataría de encontrarlo enseguida. Él es el mejor.

Carta de F. Scott Fitzgerald a Maxwell Perkins, editor de la casa Charles Scribner's Sons, 1924.

 

Cuando el escritor Joseph Conrad, a quien Hemingway admiraba, murió, él no halló otra cosa mejor que aprovechar la oportunidad para, en el Transatlantic Review, atacar a T.S. Elliot, asegurando que si pudiese revivir a Conrad a costa de la vida de Elliot no lo dudaría ni por un segundo.

Pese al buen carácter de Hemingway -fácil para hacerse de amigos-, con los años esta "cualidad" se transformó en "defecto", pues poco a poco todos sus amigos se volvieron, para él, en enemigos suyos. Gertrude Stein, John Dos Passos y Ford Madox Ford son sólo algunos de ellos, a los que se podrían agregar Ernest Walsh y, en alguna medida, F. Scott Fitzgerald.

Pero detengámonos un momento en Gertrude Stein para ejemplificar esta relación casi de "amor-odio" que mantuvo con la gente que conoció. En la última edición de Relatos, de E. Hemingway (Carralt, Barcelona, 1994), se afirma que el inicio de la carrera de Hemingway se desarrolló "gracias al auspicio de Gertrude Stein." Pero ¿quién fue Gertrude Stein? De partida no fue un mecenas de las artes. Stein fue una escritora, a la que importaba en demasía el éxito y la fama y que, según Hemingway, era una ególatra. "En los tres o cuatro años en que fuimos buenos amigos no logro recordar que Gertrude Stein hablara bien de ningún escritor a no ser que hubiera escrito algo en favor de ella o hecho algo en su beneficio." Esto lo cuenta en París era una fiesta (A moveable feast), su libro de memorias, pero en ningún caso deja de reconocer que, en sus comienzos, él se benefició de su conversación. Aunque aclara, en respuesta a La Autobiografía de Alice B. Toklas, de la Stein -donde afirma que Hemingway aprendió de su escritura-, que la Stein fue la que se benefició de su amistad, pues aprendió a "escribir diálogos muy correctamente."

Así era Hemingway, Hem para los amigos. Una persona beligerante como un boxeador, o como su propio país, de sentimientos encontrados, pero definitivamente un solitario. En su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel (10/12/54) ante la Academia Sueca, y que fue leído por el embajador de Estados Unidos en Suecia, John Cabot, Hemingway señaló: "Escribir, en el mejor de los casos, significa una vida solitaria. Las organizaciones para escritores tratan de paliar la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su calidad literaria." Aquí también aprovecha para desquitarse de sus pares, quienes por muchos años lo habían criticado duramente por tener una conducta "socialmente irresponsable" al, por ejemplo, haber aceptado la máxima distinción del gobierno cubano, de manos del dictador Batista, el mismo día en que cumplía 55 años.

El estilo

La soledad no significa que Hemingway no haya recibido influencias. Muy por el contrario, en una de sus últimas entrevistas (concedida a George Plimpton) él reconoce que dentro de ellas se encuentran "Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Turgueniev, Dostoievski, Chejov, Tolstoi, Juan Sebastián Bach, Goya, Cézanne, San Juan de la Cruz, Góngora..." Es decir todo el mundo, todo su mundo. Pero, ya más en serio se podrían citar como antecedentes de su estilo a los rusos que, gracias al auspicio de Sylbia Beach (dueña de una librería), pudo leer en sus primeros años en París.

Sin embargo, Ezra Pound y James Joyce, por el grado de cercanía, fueron sus dos grandes influencias. De Pound aprendió, al decir del profesor de la Universidad de Princeton, Carlos Baker, "su escritura sencilla, austera y despojada de todo desenfreno emocional." Con respecto a Joyce, el mismo Hemingway se encarga de aclarar: "La de él no era una influencia directa. Pero en aquellos días, cuando las palabras se nos escapaban de las manos y teníamos que pelear contra cada una de ellas, la influencia de su trabajo ayudó a cambiar todo, nos ayudó a romper las restricciones." En su novela póstuma, Islas en el Golfo, escribe a modo ilustrativo:

"-¿Y de qué hablaba el señor Joyce? -le preguntó Roger a Tom.

-Oh, señor Davis, yo no me acuerdo de esa época. Me parece que hablaba de escritores italianos y del señor Ford (director del Transatlantic Review). El señor Joyce no podía aguantar al señor Ford. Y también el señor Pound le ponía los nervios de punta. "Ezra está loco, Hudson", le decía a papá."

Pero Hemingway quería, y siempre lo quiso, ser único. Según Carlos Baker, Hemingway claramente lo logró, creando, como el propio escritor decía, un iceberg, en el que la parte de arriba, la visible, era la verdad, y la de abajo, la invisible, era la poesía. Con relación a lo primero, a lo visible, Hemingway en 1942 escribió que "la misión del escritor es decir la verdad." A esto se agrega que él siempre escribió de cosas en las cuales tuvo algún tipo de experiencia personal. Por ejemplo, la historia de Adiós a las armas (A farewell to arms), una de sus novelas más logradas, Hemingway la vivió en parte cuando estuvo hospitalizado en Milán, en 1918, por una herida en su pierna provocada por un mortero austríaco. Durante su permanencia, se obsesionó con la enfermera Agnes Von Kurowsky, de treinta años. También Fiesta (The sun also rises), su novela anterior, está basada en su tercer viaje a España que hace, junto a unos amigos, para presenciar la Festividad de San Fermín.

Pero en la poesía es donde está el peso de la narrativa de Hemingway. Él hacía mucho tiempo ya que se había convencido de que "por el uso libre que se hace de ellas, todas nuestras palabras han perdido su filo", pues lo que Hemingway pretendía era "limpiar el lenguaje, desnudarlo hasta el hueso." Esto es lo que Charles Bukowski admiró de él, cuando en una entrevista con Fernanda Pivano afirma que el Hemingway de los primeros años era muy superior y que, después de ¿Por quién doblan las campanas? (For whom the bell tolls), "se hizo lechoso, su modo de escribir ya no era directo y fuerte. Se domesticó."

No obstante, para William Faulkner la gran construcción de Hemingway es también su gran falla, pues por quedarse dentro de los límites (de su iceberg) de lo que era capaz de hacer no intentaba algo que estuviera fuera de su alcance.

La decadencia

Si algo podía matar literariamente a Hemingway, esto sería su incorruptible salud. El mismo decía que su talento estaba en su cabeza, en sus pies, en su corazón... Así que cuando hacia los años 40 comienza a tener serios problemas de hipertensión, su decadencia se inicia. Durante esta década, y luego de innumerables traspiés en la década anterior, Hemingway empieza a madurar la idea de hacer una novela por la cual lo recordarían para siempre. Así fue como planeó un novelón divido en tres partes: El libro del Mar, El libro del Aire y El libro de la Tierra.

De El libro del Mar (el único que completó) alcanzó a tener escritas cerca de mil páginas. En el final de una de sus partes había un curioso y largo episodio que después se convertiría en la novela El viejo y el mar. Nadie sabe a ciencia cierta si como adelanto de El libro del Mar o por exigencias editoriales, la historia de Santiago, su protagonista, comienza a ser publicada por entregas en una revista, logrando tal éxito, tanta repercusión, que la casa editorial de Hemingway, Charles Scribner's Sons, la publica en 1952. Gracias a ella, le conceden el Premio Pulitzer y luego el Nobel.

A mediados de los 50, un Hemingway muy decaído junta energías y viaja por los escenarios en donde habían transcurrido la mayoría de sus libros. Con su cuarta esposa, Mary, viaja a España, luego a París y de ahí a Kenya y Tanganyka. Una vez en África, decide mostrarle a Mary el Congo Belga; arrienda un Cesna 180 y, en pleno vuelo, el avión choca contra un cable telegráfico, con lo que el piloto se ve obligado a aterrizar de emergencia. Como consecuencia, Mary queda en shock y Hemingway muy lastimado, pero la noticia que dio la vuelta al mundo fue que: HEMINGWAY MUERE EN UGANDA.

Regresa a Cuba. Pero el dolor físico y la fama no lo dejan tranquilo. Ahora son cientos o miles los turistas que llegan a la isla para verlo; algunos sin siquiera haber leído algo de su obra.

En los últimos años de su vida, ya no tiene interés por publicar y guarda casi todo en una caja fuerte (París era una fiesta e Islas en el Golfo). Sólo publica El verano peligroso, que trata de la violenta rivalidad entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín por las plazas de toros españolas.

Pero sus problemas de hipertensión se incrementan y comienza a perder la memoria, una de sus principales herramientas de trabajo. Luego, y como consecuencia de esto, se hunde en una profunda depresión, por lo que en noviembre de 1960 es internado en la Mayo Brotes Clínica Rochester, de Minnesota. Ahí además le diagnostican ictericia. Para salvarlo de su depresión, lo someten a tratamientos de electroshock y a medicación, con lo que se reanima y en enero de 1961 es dado de alta y regresa a su casa de Ketchum, Idaho. Allí continúa su trabajo de París era una fiesta. Sin embargo, a los días descubre que le es imposible recordar algunos detalles de su pasa-do, por lo que en marzo sufre una recaída y en abril es nuevamente internado. Pasará el tiempo y en junio lo darán de alta nuevamente, y una semana después, se disparará un tiro en la cabeza.

Estaba solo en su casa de Ketchum. Sólo con su escopeta.

Tras la muerte de Hemingway, su amiga Marlene Dietrich, que se la presentó su compadre Gary Cooper, dijo: "Quizá este mundo le quedaba muy pequeño para lo grande que era él."

 

Si desea escribir a Gonzalo León puede hacerlo a: gozalo@ctcinternet.cl


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