Por: Carlos
Yusti
|
Carlota
Corday.
Óleo sobre tela. París, 1889
|
Cuando cursaba el bachillerato
en el liceo Martín J. Sanabria muchas tardes me escapaba, con
otros compañeros, a merodear por los bares de la ciudad. Ibamos
con regularidad a un bar que estaba cercano al Palacio del Gobierno
Regional. Casi siempre dejaba la cháchara de mis amigos y me
escabullía hasta el edificio gubernamental. Me detenía
largos minutos frente a un inmenso lienzo que representa a Simón
Bolívar sobre un caballo. Me llamaba la atención (y
me emocionaba profundamente) el realismo intenso del cuadro. Bolívar
y el caballo estaban pintados con tan perfecta exactitud que parecían
respirar. El cuadro en cuestión pertenecía a Arturo
Michelena y tiene por título "Bolívar en Carabobo".
El cuadro enseguida pasó a formar parte en mi museo personal
de mitos, se convirtió en un símbolo, en algo así
como un ejemplo grandilocuente de lo que significaba pintar.
La Galería de
Arte Nacional, preparó hace algún tiempo, una muestra
representativa del trabajo pictórico de Arturo Michelena (1863-1898).
¿Qué puede decirnos hoy una pintura apegada al clasicismo de
la más trasnochada rancidez? ¿Qué puede transmitir hoy
un pintor impermeable a los nuevos derroteros vanguardistas que se
desarrollaron en su tiempo?
Arturo Michelena Nació
en Valencia el 16 de junio de 1863. El ambiente de su hogar era subrayadamente
artístico. Su abuelo materno, Pedro Castillo, fue escultor
y pintor. De la obra del abuelo de Michelena pueden mencionarse ocho
murales realizados en las paredes de la casa del general Páez,
los cuales representan las batallas donde participó el prócer
llanero. De igual modo el padre de Michelena, Juan Antonio Michelena,
fue un pintor amateur, quien al parecer se interesó por la
pintura como un pretexto para visitar al pintor Pedro Castillo y estar
así más cerca de la hija del pintor, Socorro Castillo,
con la que luego contraería matrimonio.
Desde niño Michelena
proporcionó muestra de un talento excepcional para dibujar.
El autorretrato que se hizo a los once años le permite entablar
amistad con el escritor Francisco Sales Pérez, amigo cercano
a la familia Michelena, quien le pide al precoz artista que ilustre
su libro "Costumbres venezolana".
A los veinte años
en 1883 participa Michelena con dos cuadros en una exposición
que se organiza, en Caracas, con motivo del centenario del nacimiento
del Libertador. A pesar de no obtener ningún premio el joven
pintor tiene la oportunidad de intercambiar impresiones con pintores
relevantes como Martín Tovar y Tovar, Antonio Herrera Toro
y Cristóbal Rojas.
De este primer contacto
con pintores que asumen su oficio desde una perspectiva cosmopolita
se despierta en Michelena el deseo de viajar a Europa para conocer
la actividad que se desarrolla en el mundo. En 1885 el gobierno del
General Joaquín Crespo concede al pintor una beca de sesenta
pesos mensuales para que prosiga sus estudios en París. Este
viaja el 7 de mayo del mismo año. Coincide en el viaje con
el pintor Tovar y Tovar, que tiene en la Rue Montaigne un estudio.
En París el pintor
valenciano recibe clases de Jean-Paul Laurens, pintor con un indiscutible
manejo de la técnica, conocedor acucioso del oficio, pero carente
de curiosidad creadora, quizá debido a su excesivo apego a
las viejas formulas académicas. Laurens como profesor jamás
quiso darse por enterado del enorme revuelo plástico que estaban
causando los impresionistas y los post-impresionistas más allá
de los muros de su academia. Este celo por el canon clásico,
este enceguecimiento voluntario hacia nuevas formas pictóricas
los trasmitió Laurens como feroz fervor a sus alumnos.
|
Miranda
en la carraca.
Óleo sobre tela.
Caracas, 1886.
|
Con algunas semanas en
París termina dos cuadros que envía al Salón
de Artistas franceses. Gana una mención honorífica.
No obstante este mínimo triunfo se ve empañado por la
resolución del gobierno de recortar la ya escasa pensión
que le hacen llegar.
Con ayuda de familiares
y amigos Michelena logra quedarse en París y prosigue trabajando
con ahínco. La mayoría de los cuadros realizados en
el período que va de 1887 a 1889 obtienen reconocimiento en
París. Su cuadro "Carlota Corday", presentado en la Gran Exposición
Universal de 1889 gana la medalla de oro en primera clase. Dicho cuadro
narra con serena sobriedad la hermosa altivez de Carlota Corday antes
de ser trasladada al cadalso.
El fallecimiento prematuro
de Arturo Michelena, moriría a los treinta y cinco años,
no fue obstáculo para que dejara una obra, si no del todo acabada
por lo menos de largo aliento pictórico, donde narra acontecimientos
de nuestra historia con una inigualable capacidad compositiva en la
que se mezclan impecable técnica pictórica y gran fuerza
épica. Cuadros como "Vuelvan caras", donde el grito de Páez
hace vibrar toda la escena o "Miranda en la carraca" que ahonda en
el espíritu de un andariego y hombre de acción como
Francisco Miranda, sumido en la más desesperanzada melancolía.
Alfredo Boulton ha escrito: "Sus temas europeos y mitológicos
no han llegado nunca a colocarlo a la misma altura a la que lo elevan
las imágenes de Miranda, Páez y Bolívar. El artista
parecía engrandecerse cuando se troca en narrador histórico.
Narrador doblado de pintor capaz de transmitir un mensaje cargado
de emoción". Cuando aborda temas cotidianos como el del cuadro
"Desván de anticuario", Michelena se desliza hacia la enumeración
minuciosa de la escena, donde todos los objetos representan un papel
importante en la composición. En un cuadro como "La vara rota"
lleva a la pintura hacia el realismo más transparente y de
enorme fuerza poética.
Como pintor Arturo Michelena
fue a lo seguro y lo seguro era la elaboración de cuadros bajo
una óptica netamente académica. Fue impermeable, durante
su estada parisina, al impresionismo. A diferencia de algunos artistas
que fueron sus contemporáneos como Munch, Kandinsky, Matisse,
Toulouse-Lautrec, Ensor, Renoir, Mondrian, los cuales se caracterizaron
por su rebeldía y su afán de nuevas propuestas pictóricas,
Michelena opta por la seguridad del pintar académico. Rafael
Páez escribe: "Hay que pensar que Michelena llegaba de un país
donde no había otra escuela que la académica, y cuya
máxima gloria en pintura se llamaba Tovar y Tovar"
El virtuosismo pictórico
de Michelena, su pasión por el detalle a la hora de pintar,
su pulcritud en el dibujo lo ubica como un pintor de indiscutibles
dotes. Pero en su pintura no hay secreto alguno, no hay pasión
de búsqueda sólo buena capacidad narrativa y de composición.
Su intachable técnica ha matado en sus lienzos todo asomo de
pasión por nuevas formas y esto conforma una barrera significativa
a la hora de valorar su pintura, la cual tuvo en alguno cuadros logros
geniales de indudable trascendencia.