Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 25.
12 de Enero al
12 de Febrero de 2001.

DELIRIOS

Por Ignacio Fritz

Había aceptado por cuatro motivos que se darán a conocer con las primeras cuatro letras del abecedario:

a) Era la primera vez que le pagaban una suma de seis ceros.

b) Una de las posibles víctimas había sido un amor no correspondido para él en un tiempo muy remoto (1996).

c) Otra de las posibles víctimas era el conchasumadre por el cual su amor no fue correspondido.

d) Y, por último: le daba placer imaginar cómo, no haciendo caso a sus códigos de especialista en la materia, daría rienda suelta a sus sádicas sicopatías, con torturas aprendidas cuando perteneció a una guerrilla en favor de los Contras de Nicaragua.

Sus aspavientos eran malvados, como los del personaje que interpretó Bruce Willis en un capítulo de Miami Vice llamado No Exit, transmitido en noviembre de 1984 por uno de los tantos canales estadounidenses que se conocen por siglas (NBC, en este caso). Era así: cero virtudes e infinidad de vicios.

Después de haber tragado innumerables litros de agua para arrancar su dolor de hígado producto de su afición al tequila de segunda, Tabucco aceitó y desarmó su revólver Smith & Wesson que había comprado hacía menos de un mes en un remate de la Guardia Nacional en el estado de Nevada, Estados Unidos de América. Sin embargo, embobado por las punzadas en dicho órgano, se le diluyó de las manos una pieza fundamental para rearmar el artefacto. Estérilmente buscó por los recovecos cercanos a la mesa de raulí donde realizaba la operación. Como nada encontró, empuñó su mano y golpeó cuatro veces la pared de concreto que separaba la cocina del comedor, hasta que sus nudillos se descueraron y sangraron. Su dedo meñique, que acompañaba un anillo de oro, se inflamó y aderezó un violento color: entre gris-esmog y rojo-fuego.

Con la mano adolorida, esparció su cuerpo en su cama de dos plazas y colchón apelmazado. Quedó dormido al instante por tres o cinco horas, hasta que despertó por el bocinazo de un taxista en la avenida de abajo. El conductor del Nissan con patente naranja fosforescente era un sujeto que identificaban en el hampa bajo el nombre de Richard. Podríamos calificar a Richard como un tipo de pocos amigos, pero que con un buen salario era capaz de mostrar el mejor ánimo y disposición, aunque en su fuero interno estuviese maldiciendo hasta lo inexistente, como cuando resguardaba la salida de una discoteca y un par de civiles le pidieron entrar porque deseaban hablar con Tabucco, el dueño en ese entonces (1991). Con la canción Holiday, de Madonna, Richard dijo:

-Ustedes pueden ser los abuelitos y aún así no los dejaría pasar.

Por lo tanto los detectives mostraron sus credenciales y Richard dijo haciendo un pase reverencial:

-Cualquier conocido de Tabucco es mi amigo.

En resumen, Richard no era un delincuente digno de fiar. Sólo se dejaba guiar únicamente si había una ganancia de por medio; o en último caso, si se veía acorralado para llevar a fin sus pueriles propósitos, como aquella vez que resguardaba la entrada de la disco, que por cierto parecía más un bar de hachís que estaba en plena comuna de Las Condes.

Una de las múltiples leyendas referentes a Richard es la de que mató a un niño de seis años en Valparaíso. Lisa y llanamente lo tomó como rehén mientras salía de una tienda de joyas tras haber acribillado a uno de los dependientes por haber tocado la alarma de auxilio. Por este motivo, pescó de las solapas a un mocosuelo que paseaba en la vía pública y lo arrastró con todas sus fuerzas entre las pendientes y bajadas y escalones de los cerros de por ahí. Carabineros, en un operativo digno de un film de John Woo, con helicópteros y oficiales vestidos como para resistir un atentado terrorista, siguieron a Richard y lograron capturarlo en la casa de su conviviente, una prostituta gorda y demacrada. En realidad, el pequeño salió ileso, sin embargo el juez le dio a Richard una pena aflictiva de tres años y un día. Salió de la cárcel el primero de junio de 1996.

Tabucco puso los pies en el gélido suelo de madera, cerciorándose que cayera primero su pie derecho, en vez del izquierdo, porque era muy supersticioso. Por el desvencijado balcón se dio cuenta de los números y letras en negro que había en el techo amarillo del taxi. La multitud de gente que iba de un lado a otro no pereció percatarse de su aspecto somnoliento, acabado y lívido.

Bajo la marquesina del edificio exclamó:

-Huevón, tanto tiempo. -Se encajó en el Nissan mientras Richard revisaba unos papeles al volante, con la cara concentrada, decididamente escarpada-. ¿Encontraste algo? -le consultó.

-Se encontró. ¿Quedamos a mano?

-No. Todavía no.

La vista carente de cordialidad que tenía Tabucco se incrustó en las facciones de Richard, que con el ánimo desaprensivo e ilusorio, no tuvo más opción que hacer caso a lo modulado por Tabucco, quien desde la vez en que lo contrataron y le dejaron la suma de seis ceros en el banco, había cambiado su manera de pensar. "Una conversión", se decía a sí mismo, apestado como nunca porque era de los tipos que no creía en nada, absolutamente nada y para él la vida era una mierda.

-¿Seguro que El Nene es agente encubierto?

-Segurísimo. Chocolito dijo que lo era y así es. ¿Estamos a mano?

-Sí.

Richard aguardó prudentemente hasta que Tabucco se instaló en la vereda rodeada de gentío. El taxi se perdió entre una maraña de micros contaminantes.

Aquellas palabras, luego de una semana de espera, eran desapacibles para Tabucco. Quedó desesperanzado aunque todavía quedaba una carta para echar sobre la mesa. Una carta que vivía en ese mismo edificio: se trataba de Montse.

A las dos de la tarde Tabucco sintió ganas de comer. Entre los anaqueles polvorientos de la cocina encontró una lata de arvejas que abrió con su cortapluma Arbolito que compró en Solingen, Alemania, cuando debió asesinar a un diplomático colombiano involucrado con el tráfico de niños recién nacidos. Con el apetito recatado, masticó un trozo de pastel que había preparado su madre para su cumpleaños, con una dedicatoria de crema chantillí.

Recogió su Rolex Submariner que estaba encima del velador limítrofe a su cama de dos plazas, junto a una novela de Caryl Chessman que leía de acuerdo a un sistema que le enseñó su amigo Chocolito Magnitzky: leer en voz alta trozos escogidos al azar. Y así lo hizo cuando una sensación de ocio y ridiculez lo embargó:

-Hay un antiguo refrán español que dice así: "No pienses. Si no piensas, no recuerdas; si no recuerdas, no deploras".

Se encaminó al baño. Allí, frente a un espejo de 100 x 90 centímetros, se desligó de su apretada camiseta para ver las cicatrices que hermoseaban su fisonomía de rugbysta. Salieron a la luz múltiples estigmas recibidos en el transcurso de su azarosa carrera de sicario: quemaduras, tatuajes, rasguños y costras.

-Se notan tus venas -se dijo. Y tuvo ganas disparatadas de autoflagelarse con una de sus navajas.

-¿Qué pensaría tu viejo, ilustre matehuevas? -se dijo. Y tuvo ganas disparatadas de abrazar al autor de sus días.

-¿Nada? Está muerto. -Sonrió-. Indirectamente lo mataste -se apuntó y su reflejo llegó al espejo como ánima desesperada-. Soy loco. Nací maldito. Soy loco. Nací maldito. Soy loco. Nací maldito.

Sus manos se estremecieron cuando recordó que debía visitar el departamento de Montse, en el piso once. Montse era una topletera que pagaba sus cuentas con uno de los oficios más antiguos de la humanidad: la prostitución. Y era la carta que Tabucco disponía para efectuar el trabajo en cuestión.

Volvió a colocarse su camiseta y salió corriendo del baño. Dejó abierta la puerta de entrada a su departamento y saltó los escalones de dos en dos. En el piso once, a seis del suyo, procuró respirar a tope. Caminó por un corredor de mármol y golpeó la puerta del departamento:

-¿Ya no tocas el timbre? -Atendió finamente Montse después de un exiguo lapso de espera.

-¿Es necesario?

Deslizó sus manos por la tostada y descubierta cintura de ella. Con una sonrisa experimentada, le dijo a él:

-Entremos.

Aquella tarde fornicaron según las ilustraciones del Kama Sutra. Montse estaba imbuída en su trabajo; y cuando Tabucco quedó dormido, tomó un cuchillo carnicero que guardaba en una caja de terciopelo rojo. Dejó el arma blanca bajo la almohada. Justo en ese instante despertó Tabucco luego de quince minutos de pesadillas. Insensiblemente, Montse, entre aterrorizada y enojada, pescó en vilo el cuchillo carnicero y se lo enterró en el cuello a Tabucco, quien murió instantáneamente. Rato después, con un charco de sangre como telón de fondo, llamó a Richard y le dijo: "Delirios".

Ignacio Fritz nació en 1981, escribe narrativa, estudia derecho, pinta expresionismo. Ha participado en el taller de la Zona de Contacto del Mercurio donde publicó relatos desde 1998 hasta el 2000. En 1999 estuvo en el taller de Pablo Azócar. Este cuento es inédito y exclusivo para Escáner Cultural.

Si quieres comunicarte con Ignacio Fritz puedes hacerlo a i.fritz@entelchile.net

Esperamos Su Opinión.
¿No está suscrito? Suscribase aquí. 

[Portada]·[Artículo]·[Entrevista]·[Mirada Impertinente]·[Perfiles Culturales]·[Cine]·[Arqueo]·[UNIvers(o)]· [Poesía]·[Cuento]
[Música]·[Cómic]·[Cine de Animación]·[Escena Movida]·[Reflexiones]·[Crónicas]·[Poiêsis] ·[Teatro] ·[Imágenes]
[Columna del Lector]·[Que se Teje]·[Emails]·[Links]·[Números Anteriores]·[A Granel]

 

Las opiniones vertidas en Escáner Cultural son responsabilidad de quien las emite, no representando necesariamente el pensar de la revista.