Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 25.
12 de Enero al
12 de Febrero de 2001.

 

EL FONDO DE LA TAZA

a Mauricio Redolés, con cinismo.

Desde Chile: Gonzalo León

Cuando tomó aquella vieja taza con la leyenda Recuerdo (en el mismo juego tenía otra taza con la inscripción Felicidad, pero ésa se me rompió cuando asistí a mi primera fiesta adolescente) inscrita en uno de sus costados, la observó por un rato, luego la giró, vio a unos pajaritos en un nido dibujados en la otra cara y se puso a pensar. Después de uno segundos sonrió y dijo:

-Cuando niña tuve un perro que se llamaba Recuerdo.

La aseveración me provocó cierto desconcierto, pero al cabo de unos momentos me repuse, y con curiosidad le pregunté:

-¿Y qué le pasó a ese perro?

-Murió.

-¿Quién lo mató? -insistí.

-Gaete.

-¿Y quién es ese Gaete?

-Un tipo a quien no le gustaban mis recuerdos.

-¿Y por eso mató a tu perro?

Ella observó el techo de mi departamento, y como considerando en serio mi pregunta, respondió:

-Yo creo que sí. Él necesitaba toda mi atención, todo mi amor, mis reproches, mi pragmatismo, mi amor de madre sin serlo,... en fin... ME NECESITABA. ¿Entiendes a lo que me refiero?

-¿A que no podía vivir sin ti?

-No solamente eso. Tampoco podía vivir con mis recuerdos, con mi pasado. -Volvió a mirar el techo, pero esta vez sólo fue por un instante-. Creo que a los hombres les perturba el pasado de las mujeres que necesitan.

-Eso lo puedo entender, pero ¿por qué matar a tu perro?

-Ya te dije; no podía soportar que tuviera un pasado.

-Pero ¿ese pasado era malo?

-No lo creo, pero a él le molestaba su existencia. Nada más. ¿Acaso no comprendes? ¿Acaso nunca te ha pasado esto con una mujer? Necesitarla, o amarla como tú quieras llamarle, hasta tal punto que le niegues la existencia antes de ti.

-¡Nunca! -respondí con aplomo. Un aplomo que nunca había sentido.

-Ah, entonces no has vivido.

-Bueno, si vivir para ti, es que tenga un perro llamado Recuerdo y que te lo mate tu amante, no. Es más; de acuerdo a tus parámetros estoy feliz de no haber vivido.

La mujer entonces chasqueó la lengua con timidez, luego saltó de la cama, en donde había estado acostado conmigo, y desnuda, se puso a pasear por mi pequeño departamento de dos ambientes. Más que un paseo, parecía una inspección.

-No me había percatado -comentó una vez que regresó de su paseo-, pero eres bastante pobre.

-¿Por qué lo dices?

-No tienes refrigerador, tampoco microondas, ni menos un buen televisor a colores ni una cama de dos plazas.

-¿Y qué?

-Nada, pero ¿acaso no te incomoda ser tan pobre?

-¿Pobre? Tengo un computador.

Y en el acto soltó una gran risotada.

-Pero si hoy todos tenemos computadores, hasta mis sobrinos tienen uno o dos,... no recuerdo bien.

-Me siento tan bien que hayas venido a burlarte de mí -repuse con cinismo.

-¿Burlarme? No, yo no me he burlado de ti. Sólo hablo con la verdad. A ver, pero dime ¿acaso no te molesta vivir con un computador y una cama de una plaza y media que tiene como setenta años?

-No, para nada.

-No te creo.

Y en ese momento pensé en las limitaciones que tenía mi vida y, muy honestamente, le respondí:

-Bueno, a veces me siento atrapado en este departamento, pero no por la falta de electrodomésticos, precisamente.

-Explícate.

-Es cierto que tengo pocas cosas, es verdad que en ese sentido soy pobre, pero lo que más me molesta es que a veces esta pobreza, como tú la llamas, se transforme en una especie de encarcelamiento. Muchas veces no salgo y me quedo aquí, sencillamente porque no tengo dinero para salir, y es en estas oportunidades, en las que me da la sensación de que soy un reo rematado y que ésta, mi departamento, es la Penitenciaría.

-¿Entonces yo vendría siendo algo así como tu querida de fin de semana en la Peni? -Observó por enésima vez el departamento, el piso sucio, el escritorio empolvado, las dos sillas de tres patas, las cortinas mal instaladas (que colgaban de un cordel de pitilla), los libros aglomerados en una esquina, y cuando se cansó de ver tanto desorden, sentenció-: Con un biombo estaríamos hechos. Seríamos la pareja ideal de la Penitenciaría de San Antonio. La más ardiente, la más...

-¡Córtala quieres!

-Ay, el niño se enojó.

-No -dije con la fuerza necesaria para retomar el tema, su tema-. Pero a ver volvamos a tus recuerdos: ¿Por qué ese tal Gaete mató a tu perro?

-¡No sé cómo puedo estar aquí contigo, si eres tan tonto!

Y en ese minuto estuvo a punto de vestirse y marcharse definitivamente de mi departamento. Lo raro -pese a su mala actitud- era que yo no quería que se marchara. Los hombres calientes parece que estamos dispuestos a soportar el genio de cualquier mujer.

-Es que -repuse como anunciando que iba a decir algo inteligente- no entiendo quién pueda matar a un perro llamado Recuerdo con el fin o bajo el pretexto de hacerte olvidar todo su pasado. ¿Debió haber sido una persona súper insegura, no es cierto?

-Así es. Era poeta. Escritor igual que tú.

-Y si era igual que yo, ¿por qué te viniste conmigo ayer? ¿Por qué no te quedaste en aquel bar?

-Por curiosidad,... para ver si las cosas habían cambiado.

-¿Y?

Meneó su cabeza, chasqueó nuevamente su lengua, y enseguida sentenció:

-A ver cómo te lo explico: él era pobre, tú eres pobre; él casi no tenía artefactos electrodomésticos, tú tampoco; él mató a mi perro Recuerdo y tú tienes una taza con aquel nombre. No; pese al tiempo transcurrido, las cosas siguen igual, porque la gente siempre es la misma, ¿o no, my dear Gaete? ·

 

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