Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Rodrigo Quesada M.

Perfiles Culturales

 

SUMISIÓN Y REBELDÍA EN ESTEBAN DE LA BOÉTIE (1530-1563)
Parte final

 

Por Rodrigo Quesada Monge

Servidumbre y rebeldía

I

Con la última cita de La Boétie en la sección anterior, se pueden encontrar elementos muy ricos para explicar algunas de las insinuaciones hechas por el autor, al sugerir la rebeldía contra los tiranos y sus secuaces. El tratamiento que le da La Boétie a este asunto, es conservador, prudente, distante y hasta modesto en algunas de sus aspiraciones y aristas más connotadas. Él apunta con claridad meridiana que no es necesario tumbar violentamente al tirano y a sus servidores. Basta con desobedecerlo, con aplicarle una dosis contenida pero constante de indiferencia y total abulia para que los fundamentos sobre los cuales está apoyado se disuelvan y posibiliten su destronamiento.

Escáner Cultural nº: 
175
Perfiles Culturales

 

SUMISIÓN Y REBELDÍA EN ESTEBAN DE LA BOÉTIE (1530-1563)i

 

Rodrigo Quesada Mongeii

 

Introducción.

Esteban de La Boétie es de esos autores a los que hay que leer y releer constantemente. Su reconocido texto Discurso sobre la servidumbre voluntariaiii, presenta todas las condiciones, textura y seducción para hablar, reflexionar y escribir largo y tendido sobre su contenido, sus provocaciones y la enorme cantidad de preguntas que nos heredó. La grandeza de este trabajo reside, a pesar de sus modestas dimensiones (ligeramente remonta las sesenta páginas), en la sabiduría con que las grandes interrogantes, sobre el poder y la autoridad, fueron planteadas por un joven La Boétie quien, con sus frescos y viriles diecinueve años, nos transmitió un retablo insuperable sobre las grandezas y miserias de los seres humanos en condición de sometimiento.

En este pequeño ensayo se encuentran las semillas de los complejos edificios teóricos que se avecinaban, en los que se reflexionaba sobre la dictadura, la tiranía, la opresión, la sumisión, la guerra, la violencia y esa penosa vocación hacia la “servidumbre voluntaria” de la mayor parte de la humanidad. Las herramientas hermenéuticas y metodológicas más importantes están en este trabajo, al servicio de la evaluación de los distintos mecanismos utilizados por las personas, con el fin de ejercer el poder de forma ilimitada, para la organización de las instituciones que cumplen su papel opresivo legítimamente, de los tiranos y de los ejércitos de ideólogos, militares, funcionarios y clérigos, que son requeridos para que la autoridad y el autoritarismo tengan y reproduzcan esa aura de misterio que siempre los ha caracterizado a lo largo de la historia.

Este es un ensayo que no acaba de sorprender, no tanto por haber soportado el peso de los siglos, sino también porque su carga de intuiciones no es coherente con la juventud de su autor. A pesar de la defensa, noble y generosa, que hiciera en su momento Michel de Montaigne (1533-1592), del joven autor y de su pieza maestra, única e irrepetible, no dejan de circular las consejas que han propalado el buen decir de que se trata no de un solo autor, sino de varios. Ha sido necesaria la genialidad inefable de una sola persona, para que la masa humana se apropiara de sus quehaceres y lo convirtiera en leyenda anónima, debido a la profundidad de su sabiduría y de sus enseñanzas. Tal cosa sucedió, como todos saben, con Homero (siglo IX AC) y con Rimbaud (1854-1891). La Boetié no podía ser la excepción.

Escáner Cultural nº: 
173
Perfiles Culturales

 

SUSAN SONTAG (1933-2004): pasión y conocimiento

 

Rodrigo Quesada

I

Evocar la figura esbelta, de piel morena, manos y pies grandes, de ojos negros y mirada intensa y desafiante de Susan Sontag, es casi como evocar una época toda, entera; aquella que nos recuerda los años sesenta, las luchas y debates contra la guerra de Viet-Nam, las manifestaciones estudiantiles y obreras en Kent y Berkeley, París y Tlatelolco. Puede verse que se trata de un escenario que, algunos considerarían hace rato muy superado. Otros, por el contrario, lo pensarían dos veces para sostener que las batallas intelectuales y académicas de esos años, hayan sido rematadas por la sobrada sabiduría de la historia. Lo más justo, tal vez de manera muy estilística y acomodaticia, sería argumentar que en ambas posiciones, hay un grano de verdad. No obstante, no pretendemos con este ensayo asumir una posición de esta naturaleza. No se puede imparcial con Susan Sontag.

Escáner Cultural nº: 
172
Perfiles Culturales

 

Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), cronista de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

 

Rodrigo Quesada Monge1

 

I

Entre los pocos escritores latinoamericanos que escribieron y reflexionaron sobre la Primera Guerra Mundial, se encuentran autores como Rubén Darío, Jorge Luis Borges, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz, José Enrique Rodó y Enrique Gómez Carrillo. Sin embargo, la profundidad de las inquietudes y el horizonte de las reflexiones elaboradas por el último, rara vez fueron igualadas, no sólo en América Latina, sino también en Europa. Enrique Gómez Carrillo fue de esos escritores centroamericanos que tuvieron la suerte de vivir en Francia, España, Italia, Inglaterra y Alemania, durante la segunda parte del siglo XIX, en momentos en que los escenarios culturales, económicos, sociales y políticos estaban cambiando de manera vertiginosa en la mayor parte de estos países. Tales cambios eran el producto, entre otras razones, de transformaciones profundas en las estructuras económicas y sociales, aceleradas por impulsos tecnológicos totalmente inéditos.

Escáner Cultural nº: 
171
Perfiles Culturales

Eliseo Reclus y la geografía subversiva1

Capítulo III

 

Rodrigo Quesada Monge2


La anarquía es la máxima expresión del orden

Eliseo Reclus

 

Una geografía subversiva

 

La ecología social que lograron vislumbrar hombres y mujeres como Kropotkin, Reclus y Emma Goldman, atribuía a la noción de espacio una dosis de potencial explicativo sobre el origen de aquellos conflictos arriba mencionados, que lograba poner en primer lugar al espacio urbano, tal y como lo harían luego Lewis Mumford (1895-1990)3y David Harvey, en tanto que escenario indefectible de luchas sociales, económicas, políticas y culturales; pero también le devolvía al espacio rural su deteriorado carácter agrario, en el cual las revueltas campesinas, cada cierto tiempo, redefinían su agenda socio-política. En regiones como América Latina, este espacio rural recuperó también su poderoso contenido étnico y lingüístico, en el que la revuelta agraria adquiere una dimensión simbólica totalmente inédita.

Ese equilibrio armonioso, racional y valorativo al que aspiraba Eliseo Reclus, entre naturaleza y sociedad, entre la construcción de espacios productivos y potencialmente creativos de nuevos espacios, según el buen decir de Mumford, requisito de toda civilización racional y éticamente sustentada, tenía que lidiar, constantemente, con una fragilidad imprevisible, en la esfera de los conflictos humanos, a los cuales Reclus llamaba lucha de clases.

Historiar la forma en que una determinada civilización construye sus espacios de cultura, sorteando los conflictos sociales y con la naturaleza, es uno de los postulados centrales de la geografía histórica imaginada por Eliseo Reclus. No es posible la producción de civilización sin imaginar los espacios correspondientes; y al revés, no es posible, metodológicamente hablando, imaginar la noción de espacio, desprovista de contenidos de civilización. Esta idea la llevaría hasta sus últimas consecuencias nada menos que el gran historiador inglés Arnold Toynbee (1889-1975)4. Las resonancias liberales de las tesis de Eliseo Reclus adquieren aquí, en la obra de este historiador, sus contornos más refinados, por los cuales resulta poco menos que imprecisa la afirmación de que Reclus había estado “enterrado” durante mucho tiempo, hasta su más reciente redescubrimiento por una ecología social subversiva y transformativa. Sin decirlo, expresamente, la historiografía liberal ya lo había recuperado hacía mucho rato.

Escáner Cultural nº: 
168
Perfiles Culturales

Eliseo Reclus y la geografía subversiva1

Capítulo II

 

Rodrigo Quesada Monge2

 

La anarquía es la máxima expresión del orden

Eliseo Reclus

 

La Comuna de París (1871)

 

Existen, por otro lado, dos obras indispensables en cualquier tratamiento de la relación que Eliseo Reclus mantuvo con sus hermanos, tanto en el nivel científico como en el nivel político. Una de ellas es la invaluable bitácora que Elías escribiera de las sangrientas jornadas de la Comuna de París en 1871, la cual debería ser lectura obligatoria junto al monumental testimonio escrito por Lissagaray (1838-1880)3; y la otra es la historia de la amistad política y académica que Elías y Eliseo mantuvieron durante años, escrita por el sobrino ingeniero Paul Reclus (1858-1947), hijo del primero. A éste último no hay que confundirlo con el otro hermano, el médico Paul Reclus (1847-1914), quien también los acompañó en los eventos diarios de la Comuna de París y quien, como ellos, tuvo que esconderse y exiliarse para no ser asesinado, acusado de subversivo y complotista contra el gobierno burgués4.

Rara vez ambas obras han sido analizadas con fines históricos y descriptivos de los acontecimientos que las hicieron posibles. La bitácora que escribiera Elías es de una inmensa utilidad para establecer el comportamiento cotidiano, no tanto de los luchadores callejeros, de los rebeldes atrincherados en las calles de París, sino también de las reacciones asumidas por la burguesía parisina, para reprimir un movimiento que se les había salido completamente de las manos. La otra obra, escrita por un ingeniero eminente, como lo fuera el sobrino Paul Reclus, busca ser un testimonio agradecido de las enseñanzas recibidas por una alianza política y académica, la de su padre y de su tío, cuyos resultados aún pueden apreciarse en el desarrollo de la geografía como ciencia social y humana, y en el del ideario anarquista, fortalecido con ella en los campos organizativo e individual. De tal manera que, según puede notarse a simple vista, no es posible hablar, al menos en el caso de los hermanos Reclus, de la geografía social sin hablar al mismo tiempo del anarquismo como ideal, como utopía, el cual se encuentra expuesto con toda amplitud en la gran obra de Eliseo, El hombre y la tierra, en la que el sobrino tuvo tanta participación.

Escáner Cultural nº: 
167
Perfiles Culturales
Eliseo Reclus

 

Eliseo Reclus y La Geografía Subversiva 1

 

 

 

Rodrigo Quesada Monge2

 

La anarquía es la máxima expresión del orden

Eliseo Reclus

 

Introducción

La eminencia biográfica de este artículo reside en la recuperación de algunos datos de la vida cotidiana de los hermanos Reclus, que nos permitirán entender muchas de las reflexiones y análisis que se hacen luego. Sin embargo, la trama biográfica de Eliseo y Elías Reclus, sin olvidar algunas menciones al pasar de los otros hermanos, tales como Paul o Louise, no reposa en el simple informe curioso y mórbido, sino, más que nada, en los comportamientos y actitudes existenciales que permiten explicar algunas de las grandes decisiones políticas, científicas e ideológicas tomadas por los dos hermanos, sobre los cuales se enfatiza en este capítulo.

Buscamos entender, en esta ocasión, como lo hemos hecho con otros autores anarquistas3, ciertos movimientos ideológicos, políticos y, por qué no, vitales, que nos permitirán tener una visión más clara, del trajinar científico y social de uno de los autores más complejos y contradictorios que ha producido el anarquismo. Con Eliseo Reclus, sucede una cuestión bastante curiosa, y es que a él nunca le preocuparon las contradicciones analíticas y hermenéuticas en las que incurrió con frecuencia, cuando elaboraba su ideario libertario, según veremos en capítulos posteriores. La metodología científica, sin embargo, lo obligó a depurar sus argumentos cuando se trató de los estudios geográficos, sofisticados y complejos en los que se involucró, en el momento en que emprendió la realización de tres de las más grandes obras geográficas de todos los tiempos. En estos casos, las contradicciones argumentales eran un lujo que no podía darse.

Los intereses políticos, académicos y existenciales que unieron tan estrechamente las vidas de Eliseo y Elías Reclus, solo pueden comprenderse a partir de las características particulares de la educación que recibieran de un padre y de una madre, a todas luces excepcionales. Tal excepcionalidad no residió tanto en la prolífica familia que lograron integrar, pues si todos los hijos hubieran vivido la prole hubiera crecido a unos dieciséis, sino en que, en estas condiciones, por encima de lo usual, los padres alcanzaron a mantener la disciplina de trabajo, la probidad ética y las esperanzas profesionales, humanas y sociales de todos los hijos, pues éstos terminaron siendo hombres y mujeres de bien, como acostumbraba a decir la burguesía decimonónica.

Con este artículo, el autor intentará realizar un retrato de la cálida y comprometida amistad filial, humana y académica que los hermanos Eliseo y Elías, a lo largo de sus vidas, lograron tejer desde una trabazón de temas, preocupaciones e intereses similares en cuanto a resultados, productividad y legados, fertilizados con el afán creativo en las ciencias naturales, las humanísticas y sociales. Esta agenda de aspiraciones científicas compartidas, encajó milagrosamente bien con otro orden de inquietudes, como lo fueron los asuntos políticos, los cuales se encuentran en la esencia misma de la orientación que los hermanos Reclus imprimieron a sus quehaceres académicos. Es decir, en el buen hacer científico de estos hermanos, dentro del mundo de la geografía y de la etnología, dos ciencias que por los años en que ellos vivieron, apenas despegaban, no es posible separar el dato, la dimensión fáctica de la investigación, de sus reflexiones políticas y sociales. La geografía para Eliseo y la etnología para Elías, alcanzaron su mayoría de edad en el momento en que ambas ciencias fueron capaces de hacernos comprender, que era posible la construcción de un mundo más justo y humano, en el aquí y en el ahora.

Escáner Cultural nº: 
166
Perfiles Culturales

 


Los diarios de Márai. 1984-1989.

 

Sandor Márai (Hungría: 1900- USA1989). Diarios. 1984-1989 (Barcelona: Salamandra. 2008. Traducción de Eva Cserhati y A.M. Fuentes Gaviño) 219 páginas.

Por Rodrigo Quesada Monge

Esta edición de los diarios de Márai, en realidad el último volumen de seis en total, y que los otros cinco aún esperan ser traducidos al Español, tiene un excelente nivel y carece de entuertos litográficos, lo que prueba la brillante labor de traducción y montaje realizada por una editorial que se ha especializado en hacer llegar al público hispanoamericano, textos de alta calidad e inigualable factura artesanal. En pocas palabras, es sencillamente una delicia tener en nuestras manos un libro publicado por Ediciones Salamandra.

 

Estos diarios son una muestra significativa de lo que es la literatura profunda, aquella que trata y reflexiona sobre los grandes temas intemporales de la humanidad: la vejez, la desilusión, el cansancio, la esperanza, el amor, la compañía. La literatura de Márai es de lo mejor de la literatura centroeuropea, aquella que presenció y vivió en carne propia la caída del Imperio Austro Húngaro, y lo que significó para muchos intelectuales y artistas el hecho de tener que abandonar su hogar, para empezar a vagar por el mundo. Márai salió de Hungría en 1948, poco después de la ocupación de los comunistas, y estuvo en varias partes de Europa, hasta que finalmente terminó suicidándose en California, en febrero de 1989, totalmente solo, dos años después de la muerte de su esposa.

Escáner Cultural nº: 
147
Perfiles Culturales

 

 

Una biografía de Luis Cernuda.

 

Antonio Rivera Taravillo (Melilla, 1963). Luis Cernuda. Biografía. Años españoles (1902-1938) (Barcelona: Tusquets. Colección Tiempo de Memoria 68, 2008) 450 páginas. Luis Cernuda. Biografía. Años de exilio (1938-1963) (Barcelona: Tusquets. Colección Tiempo de Memoria 68/2, 2011) 388 páginas.

Por Rodrigo Quesada Monge

Soy un apasionado lector de biografías y autobiografías. Tengo en la memoria algunas de ellas, plenas de belleza, erudición y sabiduría, como las escritas por Peter Ackroyd sobre Charles Dickens; o la de André Maurois sobre Disraeli; o la de Geoffrey Wall sobre Flaubert; o la de Peter Kropotkin sobre sí mismo, para mencionar solo algunas. Todas han tenido un enorme poder de evocación para la labor que realiza el historiador que llevo dentro, cuando ha querido recuperar los olores, los sabores y saberes de una época determinada; así como los aciertos y yerros, grandezas y miserias de los grandes hombres y mujeres que estudian y biografían.


Una historiografía francesa y anglosajona reciente, ha puesto el énfasis en el estudio de biografías y autobiografías, como plataformas analíticas y existenciales para devolverle al lector la posibilidad de experimentar el mismo pulso, las mismas ansiedades, angustias y pasiones de los seres humanos biografiados, que retrotraen consigo sus épocas, eventos y procesos económicos, sociales, políticos y culturales en los que estuvieron involucrados. Ello ha permitido que para el estudio de un determinado periodo histórico, se hayan desarrollado métodos, teorías e instrumentos prospectivos, entre los cuales las biografías y las autobiografías han jugado un papel central. Se puede llegar a ser un experto en el período victoriano en Inglaterra; es decir, los años en que la reina Victoria estuvo en el poder (1837-1901), rebosantes de expansionismo, imperialismo y civilización burguesa; pero sin una biografía de ella, de la reina, de la persona, de la mujer, nuestra pericia como historiadores estaría incompleta. Y para eso está la magistral biografía de Victoria, escrita por Philippe Alexandre y Béatrix de l’Aulnoit, la cual es también, la historia de su tiempo.

Escáner Cultural nº: 
146
Perfiles Culturales

EN EL MES DE CHARLES DICKENS (1812-1870).

Por Rodrigo Quesada Monge[1]

Toda persona más o menos alfabetizada, con algo de inteligencia y sensibilidad, habrá leído alguna vez a Charles Dickens, el gran escritor inglés del siglo XIX. Algunos se preguntan hoy, incluso en Gran Bretaña, si tendrá sentido leer y releer a Dickens, en este mundo nuestro que aparenta haber perdido totalmente su inocencia, el optimismo, la capacidad de denuncia, y se ha vuelto mecánico, frívolo, preso de un hieratismo insoportable. Otros encuentran en Dickens simplemente el testimonio histórico de una época que ya se fue, y solo ha dejado un légamo de sorpresas y secretos de poca trascendencia para el presente.

Dickens no vivió los bombardeos de la ciudad de Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Tampoco los chismorreos mal intencionados de Canetti, mientras caían las bombas en los barrios londinenses, y destruían los últimos vestigios de la época eduardiana. Sin embargo, sus novelas, crónicas, ensayos y cartas han llegado a constituir el más sobrecogedor testimonio del “bombardeo” cotidiano a que se veía sometida la población de Londres, por la miseria, el crimen, la desolación, y el desamparo; al mismo tiempo que en el otro extremo, se acumulaban fortunas y riquezas sin parangón.

A principios del siglo XIX, Londres era una ciudad sucia y hedionda, contaminada y criminalizada, repleta de niños y jóvenes, familias enteras y desempleadas que pululaban por las calles buscando quien les facilitara algo de comer, o un rincón donde pasar las frías y húmedas noches del invierno inglés. He llegado a preferir las crónicas del orbe de los pobres en una ciudad de Londres, todavía rural y asfixiada por el humo del carbón y la fetidez del estiércol, escritas por Dickens, que las tenebrosas descripciones estadísticas de Engels sobre el universo de la primera revolución industrial. El aspecto psicológico, moral, emocional y puramente afectivo de la pobreza, se le escapa a las valoraciones normativas hechas por el compañero de Marx, puesto que la razón política y económica estaba para ellos por encima del balbuceo tenebroso de quien podía morir de frío, tuberculosis, hambre o desafección.

Porque nadie, hasta ahora, ha sabido retratar con tanta fuerza en la palabra, potencia en las descripciones, lucidez analítica, y un amor inconmensurable por su desvencijada ciudad, a los minúsculos y pantagruélicos habitantes del Londres de la era Victoriana, como lo hizo Dickens. La literatura de Charles Dickens, el escritor que alguna vez quiso ser actor, quien acompañó a sus padres a la oscura reciedumbre de una celda por deudas, y quien nunca perdonó a su madre por sus evidentes preferencias hacia su hermana menor, es el más descarnado relato de las miserias, avaricia, egoísmo y vanidad del imperio británico. Él nunca necesitó del lenguaje soez, de la vulgaridad, del erotismo ramplón, o de la falta de imaginación sicaria de quien quiere impresionar al lector, para sacarle una lágrima, un quejido o una venta gratuitamente. A pesar de haber sido talvez uno de los primeros artistas en preocuparse por defender sus derechos de autor, en vista de la voraz piratería de la época, Dickens pasará a la historia también como uno de esos pocos maestros, para quien los personajes de sus novelas eran los únicos amigos verdaderos con que podía contar; sobre todo en aquellos momentos cuando la soledad, la vejez, el desvarío y el cansancio lo atosigaban sin misericordia.

Escáner Cultural nº: 
145
Perfiles Culturales

Meditaciones libertarias

 LA FAMILIA

Rodrigo Quesada Monge[1]

Probablemente, ninguna otra filosofía política, tenga una posición tan radical sobre la familia, como el anarquismo. Y esto no es atribuible a su humanismo revolucionario, sino a que en la familia cristalizan, con gran claridad, todas las posibilidades, defectos y mal formaciones de las jerarquías sociales, en sus distintas expresiones y realidades. La familia patriarcal, institucionalizada totalmente por primera vez en las leyes de Hammurabi, era el espejo del estado arcaico con su mezcla de paternalismo y autoridad incuestionable. Pero lo que es más importante entender para comprender la naturaleza del sistema según el sexo/género bajo el que aún vivimos es el proceso contrario a este: el estado arcaico, desde sus inicios, reconoció su dependencia respecto de la familia patriarcal y equiparó el funcionamiento disciplinado de la familia con el orden en la esfera pública. La metáfora de la familia patriarcal como la célula, el edificio fundamental, del organismo sano de la comunidad pública se expresó por primera vez en las leyes mesopotámicas. Constantemente se la ha ido reforzando en la ideología y la práctica durante tres milenios. Cada vez que se producen discusiones o debates sobre legislación para impulsar la igualdad de derechos entre géneros, en los países del mundo occidental, aflora con toda su fuerza esa milenaria ideologización de la familia[2].

La construcción de la jerarquía y la elaboración del orden, como expresiones acabadas de la redondez de una determinada organización social, le deben mucho a las investigaciones sobre la familia que han realizado los antropólogos, los etnólogos y los historiadores. Aquí no se trata de levantar un registro de las diversas expresiones que pueden adquirir las relaciones entre las personas[3], al interior de una determinada estructura de parentesco, sino que, desde la perspectiva anarquista, en qué medida la evolución de la familia, también recoge la génesis del estado, y de la forma en que dicho proceso genético-evolutivo, conlleva en sí igualmente la historia del poder y de sus distintas manifestaciones.

Escáner Cultural nº: 
144
Perfiles Culturales



Dedales de Oro. Yto Aranda.

 MEDITACIONES LIBERTARIAS

 EL AMOR

Rodrigo Quesada Monge[1]

El anarquismo es, antes que nada, una utopía, o no lo es, nos recuerda el escritor español Tomás Ibáñez[2]. Este abordaje del anarquismo como un ideal, una ensoñación, nos obliga a imaginar una realidad construida con fragmentos de buenos deseos, anhelos, esperanzas y aspiraciones, casi siempre fallidas. Porque, según Ibáñez nuevamente, la realización de la utopía anarquista, haría desaparecer su legitimidad ontológica en nuestra más cercana inmediatez. Dicha utopía, producto de siglos de confrontaciones, conflictos sociales, enfrentamientos, asesinatos, ajusticiamientos, y otros recursos, perpetrados contra los soñadores de todos los pelajes, sólo nos recuerda lo terrible, contagioso y arriesgado que puede ser soñar en el sistema capitalista, cuyos fundamentos están muy bien aferrados a una civilización burguesa, para la cual la realidad, su realidad por supuesto-la cual reposa a su vez, sobre la moral del ahorro, la eficiencia y el trabajo-, es lo único que cuenta; y sólo a partir de ella se puede construir todo lo demás: el arte, el amor, la amistad, la tecnología, la justicia, la libertad y la armonía.

 A todo lo largo de este libro, se ha podido notar que la moral burguesa penetra sutilmente, algunas veces, y otras no tanto, en las más sanas intenciones de las personas. Quienes escribieron sobre ella alguna vez, hombres como Adam Smith (quien fuera profesor de moral durante varios años), solo para citar el ejemplo entre los ejemplos, nunca le dieron cabida al desinterés, la espontaneidad, el relajamiento de las costumbres, o la irresponsabilidad, porque, creían a ciegas, que la productividad del trabajo (a propósito, para Smith, el trabajador no era más que una especie de bestia de carga), la creación de mercancías y la obtención del beneficio, solo eran posibles con una férrea disciplina, en la cual no encajaban las más mínimas desarmonías. El ocio siempre fue inmoral, intolerable en todas sus expresiones, para el buen burgués, prendido a sus obsesiones con el reloj, pues cada minuto cuenta en la justa por el rendimiento en el mercado capitalista. Por eso, los socialistas, revolucionarios, libertarios, inmoralistas, ateos, libertinos y proxenetas de todas las procedencias, son considerados como criminales, juzgados, violentados, encerrados y ejecutados, cuando ha sido posible.

El grado de incidencia de la obra de poetas como Sade, Casanova, Byron, Wilde, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine o Darío no reside tanto en la relativa calidad de su legado literario, sino en la poesía que lograron construir con sus experiencias personales, pasiones, afectos, emociones, convicciones, aciertos y desaciertos, que se reflejan en una estética, elaborada con retazos de sufrimiento, sacrificio, soledad y desamparo. En estos casos, la opresión moral no cede ni un ápice ante las concesiones que hace la burguesía, para que el poeta no deje de cantar y alabar sus virtudes de clase: ahorro, disciplina y trabajo. Es el maldito y vetusto juego de la zanahoria y el garrote, que también algunos otros poetas han experimentado, en distintas situaciones y bajo condiciones de opresión desdibujadas por un aparato de Estado todopoderoso. Las poetas rusas Irina Tzvetaieva y Anna Akhmatova, nos evocan esa tirantez y tensión insoportables entre crear y sobrevivir. Con ellas la omnipresencia, omnívora, del Estado, renuncia a los límites planteados por la geografía, y nos acerca más bien a una intimidad pocas veces registrada en los anales de la poesía occidental. Esa transparencia y calidez humana son las mismas que se le sienten a Emma Goldman en su autobiografía; no son gratuitas, y se logran atisbar únicamente cuando se ama libremente, sin cortapisas ni límites de ninguna especie.

Escáner Cultural nº: 
143
Perfiles Culturales

 

Meditaciones libertarias

LA MUJER

 

Rodrigo Quesada Monge[1]

 

En los anales de la tradición anarquista se registra la participación política, cultural y plenamente revolucionaria de las mujeres, sin las cuales la acción y el pensamiento libertarios jamás hubieran llegado hasta donde lo han logrado. Ellas han sido voceras, activistas, poetas, escritoras, pintoras, creadoras en todos los géneros artísticos, literarios y científicos que han sido tocados, de una u otra forma, por el anarquismo. Sus acciones han sido fuertes, beligerantes, decididas y profundas cuando así lo ha requerido, no este o aquel manual, sino la pujanza y la invocación de una idea, de un sueño utópico, la creencia en la posibilidad de una sociedad sin Estado, sin Iglesia, donde la autoridad haya sido borrada de la historia y la libertad sea total.

No podía haber sido de otra forma, en virtud de que la mujer y el trabajador han experimentado, a lo largo de siglos de historia capitalista-sin tomar en consideración la más larga y tortuosa historia de la división sexual del trabajo y los orígenes del patriarcado-[2], condiciones similares de opresión y explotación, que los hacen coincidir en objetivos y métodos de lucha contra el sistema económico, en busca de una organización social, política y cultural alternativa, que no establezca distingos de género y sexualidad, y en la que hombres y mujeres puedan aliarse por la conquista de condiciones de civilización iguales para todos. Así de fácil como puede parecer, a los ojos del lector, la formulación de este principio, con enorme influencia en la historia del socialismo, de las ciencias humanas y de las ciencias naturales, ha encontrado dificultades espectaculares de realización, no sólo teóricas sino también prácticas. Tanto en lo que compete al diseño en los métodos de combate, de hombres y mujeres en condiciones de opresión, como en la clarificación de metas y en la construcción de utopías sociales, rectoras de aspiraciones y voluntad de cambio[3].

Porque el gran problema de la liberación sexual, económica, política y cultural de las mujeres reside en que, con más frecuencia de la debida, sus parejas, sus compañeros de lucha, no siempre las han acompañado, plenamente, en las agendas de temas y problemas que se han propuesto. Este asunto se complica todavía más, cuando se le da un poco de atención al hecho de que, el Estado y la Iglesia, dos de las expresiones más acabadas del autoritarismo, se alían a los trabajadores, cuando así les conviene, para “meter en cintura” a sus mujeres, quienes a veces deliran con un mundo de fantasía, según ellos, donde no sólo la maternidad sea revisada a fondo, sino también la paternidad, como nueva forma de enfrentar las recién adquiridas exigencias de las mujeres.

Escáner Cultural nº: 
142
Perfiles Culturales

 

Meditaciones libertarias

LA RELIGIÓN

Por Rodrigo Quesada[1]

    

Para los creadores intelectuales mejor articulados del anarquismo, como se vio en otro momento, la ecuación Capital-Dios y Estado, sigue siendo el entramado más emblemático para justificar y explicar la miseria cotidiana de la mayor parte de las personas en todo el mundo. Grandes contingentes de trabajadores, campesinos, mujeres, niños, ancianos, discapacitados, animales y plantas, son las víctimas diarias de los excesos despiadados del burgués, el cura y el burócrata, imbricados en una alianza despótica inigualable. Aunados por una falsa conciencia, que ha operado de forma mecánica, durante siglos, estos tres grupos de personas, continúan hoy acudiendo a los argumentos más inverosímiles para legitimar la voracidad, depredación y explotación de personas y recursos, por un sistema económico en permanente crisis de supervivencia, pero que cuenta con ellos para su defensa incondicional.

En ninguna parte está escrito que la religión, la espiritualidad y la moralidad sean los ángulos perfectos de un equilátero armonioso y ejemplar. Es más, la ejemplaridad indica lo contrario: toda religión aspira a una supuesta espiritualidad, a través de una igualmente supuesta moralidad; pero no toda moralidad o espiritualidad son necesariamente de estirpe religiosa. Para un anarquista más o menos informado este no es realmente un problema, porque parte de la base de que toda religión supone un entramado jerárquico opresivo, inquietantemente censurador y vigilante de la vida cotidiana de las personas. Ese orden religioso, esa religiosidad, pretende meter a los individuos en patrones de conducta que nada tienen que ver con la moral o la virtud, mucho menos con la libertad. “Toda religión se hace una ética para su uso, o, por mejor decirlo, toma del fondo común a todos los hombres las reglas de conducta que le conviene prescribir, de lo que resulta, que los intérpretes de todo culto se tengan por creadores de la moral…Vemos comúnmente confundirse las autoridades en la misma persona, sacerdote o juez”[2].

Como la libertad es el sustrato al cual remiten todas las acciones individuales, no está demás aclarar que los seres humanos deberían vivir en condiciones sociales, materiales y espirituales de tal naturaleza que nadie pudiera indicarles qué sentir, qué pensar, qué comer o qué trabajo realizar. No obstante, esta no es la realidad monda y lironda. Bajo el sistema capitalista, la realidad material y espiritual ha sido tan horrible, durante siglos, que se hizo necesario inventarse un tipo de religiosidad que, al menos,- mientras se transita por este mundo-, apacigüe las molestias, la rebeldía y las críticas de los que no tienen, contra aquellos que tienen de sobra. Más temprano que tarde, la ética cristiana captó perfectamente el espíritu del capitalismo, como bien lo indicara Max Weber[3], y se volvió, en el lapso de quinientos años, en la mejor industria de legitimación ideológica que jamás hubiera imaginado la burguesía en ascenso. Cuando fueron necesarias la sumisión, la obediencia y la pasividad más totales de parte de los trabajadores para con sus amos, los señores de la empresa, a fin de garantizarse la mayor de las ganancias posibles, la jerarquía eclesiástica cristiana hizo su aparición, para justificar el derecho de los capitalistas a su riqueza, y el de los trabajadores a su pobreza.

Escáner Cultural nº: 
141
Perfiles Culturales

 

KROPOTKIN, EL PRÍNCIPE REBELDE

Por Rodrigo Quesada[1]

El príncipe ruso, Piotr Alexéievich Kropotkin, nació en Rusia en 1842 y murió en 1921. Bien puede tratarse de uno de los pensadores, científicos y revolucionarios más connotados de la segunda parte del siglo XIX, y de la primera del XX, no sólo en su país, sino también en Europa y el resto del mundo. Lo que lo hecho tan atractivo para mucha gente, es que, durante décadas, varias de sus investigaciones científicas como geólogo y geógrafo, viajes, escritos y datos biográficos estuvieron ocultos, o fueron, al menos, distorsionados, para el público en general, por razones que nada tienen que ver con la simple nobleza del silencio de la historia. La sabiduría de esta última es insondable, y de manera efectiva tiende a volver invisible, lo que puede perturbar el trayecto normal de aquello que las personas interesadas, o las sociedades en general, aceptan como sentido común, o como parte de la vida cotidiana.

Kropotkin era un príncipe, con todo lo que ello implica; su familia formaba parte de lo más selecto de la aristocracia rusa, y estaba íntimamente relacionada con la monarquía de los Romanov, al frente de ese inmenso país durante más de trescientos años. De esta forma, a simple vista, pareciera carecer de lógica, que un aristócrata terminara vagando por los desolados yermos de Siberia, o diera tumbos en las cárceles rusas y europeas, simplemente porque sus ideas y emociones estaban con la clase trabajadora y los desheredados en general. Su renuncia al bienestar, las comodidades, la riqueza y la buena vida que podía proporcionarle el círculo aristocrático más cercano al zar, en ningún momento debe ser asumida como una pose sacrificial, cercana al gesto caritativo del rico arrepentido, antes bien que a la verdadera solidaridad, sustentada en un humanismo de profundas raíces clasistas.

Con frecuencia, de nuevo, la historia registra el caso de grandes revolucionarios, hombres y mujeres portadores de un rico abanico de simpatías hacia la clase trabajadora, sin que, necesariamente, sus raíces hayan sido sembradas ahí. Y está el caso, también, de aquel o aquella, que se entregan por completo a su servicio. Kropotkin fue uno de ellos. Pero la lista puede ser interminable, pues registra nombres tan ilustres como el de Karl Marx, Frederick Engels, Mikhail Bakunin, León Tolstoi, Rosa Luxemburgo, Alejandra Kollontai, Emma Goldman, Voltarine de Claire, León Trotsky Simón Bolívar, José de San Martín y muchos otros que, no sin contradicciones evidentes, pueden alegar en favor de sus orígenes obreros o campesinos. La educación, en estos casos, ha jugado el papel de un decodificador excepcional. El acceso al aula universitaria, a la gran biblioteca, al archivo bien abastecido, o al profesor erudito y comunicativo, hacen la diferencia con el proletario, o el campesino que tiene que partirse la espalda, a veces, hasta por doce horas diarias y el cual, con serias dificultades, dispone de tiempo para comer.    

Escáner Cultural nº: 
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