Por: Carlos
Fonseca
El anciano se acerca lento
al horrible obelisco de piedra. Esta cansado, necesita apoyarse allí,
no existe otro sitio. Sus pies se hunden en el fango.. recuesta su mano
en la losa tallada, enfoca la mirada a través de la blanca neblina.
Pero... algo se estremece,
y salta, y no se que pueda ser, sale detrás de la columna y me
va encima y grita y no defino nada y me tapo los ojos y también
grito. Corro y me doy un golpe fuerte con algo áspero y frió,
no entiendo nada de lo que pasa.
Claro, ya me doy cuenta,
me golpeé de frente con el obelisco en medio de toda esta confusión.
Miro entre mis dedos, relajo mis manos y me descubro difuminado. Soy
muy joven y estoy frente a mi. Radiante, satisfecho, perpetrado. Echando
enormes carcajadas de burla imito todos mis gestos. Una luz de relámpago.
La noche se me va apagando.
Las manos se vuelven ligeras.
Y recostado a la húmeda
tierra, acariciado por la neblina, veo alejarse al joven, que dando
la espalda, emprende una carrera ansiosa. Una vez mas lo logra.