blog de Raúl Hernández
ACERCAMIENTO AL ACTO POÉTICO-FOTOGRÁFICO
Raúl Hernández
Existe una cercanía de acción en el acto de escribir un poema y sacar una fotografía, entre el proceso creativo de despojar de la realidad misma, el momento genuino del instante, ese lugar reservado para lo que no se vuelve a repetir. Estoy poseso, escribo, siento un impulso de hacer el click final que desencadenará el posterior proceso de revelado, de artesanía personal, logrando visualizar lentamente el resultado de mi captura. Ese punctum del que habla Roland Barthes en su libro “La cámara lucida”, ese momento culmine del pinchazo, es el que se comparte entre un poema y una foto. El acto fotográfico en una obra poética que se podrá visualizar a partir de la fractura, de la herida y del impacto que generará el poema, a partir de su propia realidad, del traspaso de una realidad.
El poema como realismo y como forma de mirar: me posiciono casualmente en una captura fulminante, un estado de éxtasis breve, en donde el diafragma personal dialoga con el preciso instante del evento, y es trazo continuo de creación a partir de una perspectiva, conmoción y desapego de todo barómetro que interceda en lo natural de este “capturar una imagen”, que es suceso y memoria, historia y casualidad, estilo y fatalidad de sentir, de accidentar lo cotidiano con el espíritu del que deviene en la creación. Detalles que van siendo parte del corpus esencial, sin análisis ni sombras.
El poeta William Carlos Williams demostró en su obra una increíble capacidad de fotografiar cotidianeidades, que muchas veces parecen obviedades de cada día, pero ¿que es lo obvio? ¿El vagabundo inerte en la calzada o el letrero gigante arriba de los edificios? Pasan cosas, que van acompañadas de un trabajo posterior, que es el revelado natural del poema. Y fotografiar no es describir: “La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma” dice Susan Sontag en “La fotografía (breve suma)”.
LA GALERÍA DE DANIEL MORÓN
Raúl Hernández
Cuando era niño mi padre me llevaba a ver los partidos de Colo-Colo los días domingo, quizás heredando una tradición en la cual mi abuelo también llevaba a mi papá a ver los partidos donde Carlos Caszely era el protagonista. Cuando comencé a ir al estadio, siempre me llamaba la atención aquel arquero de camiseta amarilla, al cual todo el estadio vitoreaba gritando: “Morón, Morón”. Era el portero argentino Daniel Morón, apodado “El Loro”. Recuerdo que hace muy poco se había inaugurado el Estadio Monumental y la cabellera del arquero era eternamente visible en la cancha.
Siempre voy a recordar un partido en el Estadio Nacional donde Colo-Colo perdía con la Universidad Católica por la “cuenta mínima”. Era el último minuto del segundo tiempo y el arbitro da un tiro de esquina para Colo-Colo. Todo el equipo se fue al área de la Universidad Católica y de pronto vi a Daniel Morón correr desde su arco para ir al “corner”. Claro está, dejando abandonado su arco. Este acto casi suicida dio resultado pues Morón logró cabecear el tiro para que otro jugador hiciera el gol que haría explotar al estadio. “El Loro” ya no era un héroe, sino que un superhéroe, condición que fue sellada con su participación en el logro de la Copa Libertadores el año 1991.
Casi 20 años después nace la iniciativa de un grupo de artistas visuales de crear la Galería de Arte José Daniel Morón, quienes indican, son una galería de arte independiente, que carece de espacio físico, trabaja en desarrollo de propuestas participativas de autogestión, basadas en la utilización de sistemas, espacios y materiales de fácil acceso. El objetivo de Galería Daniel Morón es meditar sobre la identidad y la memoria local reciente. Galería Daniel Morón lleva el nombre del ídolo del fútbol Daniel Morón, ganador de la Copa Libertadores 1991, ídolo y representante de una generación de colores, triunfos y arcoiris, una generación auspiciada por Lada.
CONVENTILLO
Raúl Hernández
El conventillo existe desde la aproximación de diversas familias que, con realidades muchas veces similares, se confunden y entrelazan en un patio o pasaje que sirve de encuentro inevitable entre personas obreras y cesantes. Aparece en la literatura chilena a partir de escritores como Nicomedes Guzmán, José Santos González Vera o Alberto Romero. Se vincula a una visión, una manera de mirar, hacia estos sitios carentes de todo protagonismo en la sociedad. De este acercamiento, de esta observación, aparece una propuesta teatral del Movimiento Artístico Del Fin del Mundo llamada: “Conventillo, la Cueca del Oprimido” que fue presentada durante el mes de septiembre en el Centro Cultural Matucana 100.
Por que sabemos que hablar de la pobreza con un cariz de formas únicas es complejo, más allá del destello de un placer de callejones. El conventillo retratado aquí se puede encontrar en barrios antiguos de Santiago (Yungay, Matta, Franklin, República, Club Hípico, Recoleta, Independencia, Quinta Normal, entre otros) y existe, en esta representación escénica, acercamientos valiosos a la estética reconocible de estos lugares. Los “palos” cruzados con alambres para colgar ropa, la llave para obtener agua, el volantín arriba del árbol. Es destacable la “artesa” para lavar ropa que en un devenir de situaciones queda transformada en ataúd en uno de los momentos mas notables de la obra. Porque ahí están las señoras “dueñas de casa”, el marido, los niños, el zapatero, y un sinfín de personajes que logran adquirir característica. El borracho, sin duda, con su canto, conduce hacia esos recuerdos.
CÁMARA OSCURA
Raúl Hernández
Abunda la desgracia. Se supone que uno debiera estar adormecido por la televisión o por los calambres de las portadas de los periódicos. Pero no, se puede estar atento a lo indeseable como en una fotografía de Diane Arbus. Hablar de esto compartiendo un café de doscientos pesos en el carro de alguna esquina, con colectiveros que a lo lejos divulgan el vapor de sus corazones. Se puede conversar en estos adoquines inclinados. Familias al borde del precipicio, historias que no forman parte de algún horóscopo. Toda aproximación al destino es una techumbre derrumbada. La lluvia merodea estas imágenes de ventanas polvorientas, closets semi abiertos, paseos fantasmales dentro del hogar.
Salgo a la calle y me encuentro con personas afectadas por sus calamidades. Se conversa de lo que queda, no de lo que se fue. Accidentes motores, enfermedades cíclicas, depresión. Ayudo a atravesar la calle a estas sensaciones. Nos miramos en las esquinas, como se miran los forasteros. Hermosos perdedores. Vuelvo hacia extraños sucesos impensados. Ahora camino y permanezco atento a lo que no se piensa, puede ser algo cotidiano. Todas estas fotografías de una cámara oscura. Miro hacia el cielo y mis sueños se quedan en la zapatilla que cuelga del tendido público.
AL FINAL DE LA ESCAPADA
Raúl Hernández
Y aquí vas yendo a almorzar a “La Castellana”. Día sábado, entras al boliche y suena Cristina Rosenvinge en el wurlitzer. No sabes qué responder a esta señal. Buscas una mesa, te sientas. Cierras los ojos y comienzas a recordar. Aparecen escenas, flashbacks, instancias nunca duraderas dentro de esta película que te sabes de memoria. Has estado en la cuerda tensa equilibrando en el abismo hace mucho tiempo. Cómo no estar cerca del peligro cuando un ventarrón llega sin aviso y te empuja hacia la caída. Existe el truco de no caer, eso es sabido, pero un truco difícil de aprender. Abres los ojos y aparece el plato del menú.
Tú has estado en esa esquina que ves desde la mesa, esperando muchas veces la luz verde que camina. Has estado pensando en este invierno antes de atravesar la Avenida Brasil. De pronto, esta sensación es un mensaje de que todo futuro es una incógnita letal. Y el pasado, un tren que aparece de pronto y casi te atrapa, teniendo que saltar hacia el costado. Hace mucho tiempo que transitas estas veredas. Has paseado por este barrio todos los sueños que alguna vez tuviste en compañía. Las caras borrosas de las personas no dicen nada a esta hora, son neblina humana en permanente desaparición. Y existe un tramo del trayecto que está lleno de baches y tienes que saber saltar. Otra posibilidad es plantar la pisada con firmeza, sin importar las manchas del fango, porque no hay otra forma y así se adquiere la actitud de perder con cierto derecho a la fortaleza. De todos modos, está el bache y sabes que hay que asumir cada vereda.
SOBRE LA CIUDAD
Raúl Hernández
No podría acariciar siquiera una aproximación estilística al cuadro de Marc Chagall. No podría tampoco delinear exactos referentes vinculados a la estética, la simetría, los colores sucintos, meditados y luego expuestos por el pintor. No podría, de ningún modo, referirme a todo lo que no fuera una emoción. En definitiva, no podría teorizar. Prefiero hablar “de las cosas” y no del “porqué de las cosas”. Si, es necesaria la especulación analítica, pero eso es trabajo de los teóricos.
De este modo, voy paseando nuevamente por el pasaje Lucrecia Valdés. Miro el cielo, nubes obesas, repletas de intenciones, imágenes, nada más que imágenes. Este frío pareciera contener muchas historias, pienso. Son como soplidos de vivencias pasajeras. Me voy luego a dar cuenta de que todo eso que ha pasado no lo había imaginado. No, como imaginar lo que va suceder, si todo destino es inimaginable. Como este señor que pasa en bicicleta, despotricando contra el mundo.
Ahora, estar sobre la ciudad es un poco incomodo, por lo cual se percibe. Es como volar aleteando, diciendo que estoy bien, que no se preocupen. Es un viaje extraño, de supervivencia, cuando te reflejas en los escaparates y miras esos sombreros, estufas, lienzos que avisan una promoción. Y te vas dando cuenta que este invierno no es igual a otros inviernos, que los colores de las ropas siguen siendo ocres, pero tu no eres el mismo. También piensas esto en la peluquería mientras el peluquero te pregunta “¿le dejo la patilla tal cual?”
VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS
Raúl Hernández
“Cuando vean los ojos
que tengo en los míos tatuados”.
Alejandra Pizarnik
Vendrá así, de pronto, solo avisando la existencia de lo oculto, de ese humano abandono. Rondará el espíritu del silencio, como ahora, en este momento que acaba de pasar. Así, de esta forma, inundando tus ojos con mis ojos, como si las caminatas nocturnas fueran la sombra que atribuye otra figura, otro andar en las paredes. Figuras que se expanden, y llegan de improviso, como un gato lanzado a nuestro rostro.
Vendrá esta presencia que arrincona al miedo y lo hace temblar. Pero también estila elegancia de farol e historias de taberna como en los poemas de Cesare Pavese. Si bien es el peligro inminente el que amenaza, perfuma con lo fatal y se destaca por lo perfecto de esta fisura.
Un caminante sabe lo que conlleva el último palpitar, -me identifico con Pavese- es por eso que hago del transito señales que en los charcos se reflejan. En las veredas, mi piel húmeda atrapada para siempre en una alambre de púas, sólo por un designio exquisito. Y miro esos ojos que aparecen tras la puerta. Subo la escalera, corro, miro hacia al lado y esta ahí. Es ella, quebrando los pavimentos con los tacones, queriendo agarrar la luna de un arañazo. Me observa y me hace un guiño. Despierto.
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS
Raúl Hernández
A partir de este libro de Susan Sontag (Alfaguara, 2003) que analiza la fotografía de guerra en sus distintas etapas en la historia, como una sucesión de hechos que vinculan el acontecer funesto en la mantención de imágenes a la posteridad, como el desquite contra el enceguecido contar y los entreveros de una sociedad molida por el disparo enceguecedor de la ruptura, podemos observar, de pronto, en nuestro suceder cotidiano y en las personas que habitan esta ciudad, un dolor que no queríamos ver y que se esparce, como si fueran amebas lunáticas. Plantas en el patio trasero de la vida. Sucede que nos vamos poniendo desprolijos, habitantes dolientes y las ventanas apoyan este traslucido deseo.
¿Por qué vamos cayendo al pozo ciego? Qué pasa que este acaecer diario, toda esta “productividad”, es la destreza del que cae por la escalera, el fatal descenso de las piedras en el cerro. Qué pasa cuando me dices que esto es una techumbre que resbala, y que el amor no existe, quizás. La esperanza va siendo una fogata a lo lejos en el corazón. El por qué de esta guerra interna con el porvenir, es una pregunta lanzada al despeñadero.
Esta sociedad capital, siempre lejana de los pueblos del país, sabe muy bien maltratar a sus ciudadanos con fatales observaciones de marketing televisivo y de prensa. Cada una de las fotografías que bien podrían ser las que habla Virginia Woolf en su “Tres guineas “ y de la cual se adentra Susan Sontag para comenzar su libro, son sacadas de una impensada mentira avalada por ese “no darse cuenta” que siempre permite que podamos empujar al otro que espera nuestro mismo bus. El “nosotros” al cual apela Woolf, ahora toma un matiz paradigmático al no saber muy bien que es ese “nosotros”. Pues bien, ese dolor de la guerra lo traslado a ese dolor de vivir con extorsiones mentales en la vorágine de esta ciudad, en este siglo XXI, con los estados malignos y egoístas del solipsismo, del ombligismo, de la presunción de un bienestar de iglú, cuando estamos rodeados de “nosotros”.
“Después no veo un lugar, todo se vuelve de color”
LA DISTANCIA
Raúl Hernández
La distancia, Suarez
En el momento que te fuiste, mis mascotas comenzaron a morir. La distancia rota, como un florero en desgracia. Las cosas lentas, como en desuso, como en extraño suceso. El abridor de latas oxidado (donde está el árbol, hay oscuridad). El espacio que queda entre un último encuentro y el vacío. A lo lejos, taciturno de callejones, en silencio, mejor en silencio, como en un mar en continua observación. En el mismo momento en que te ibas, comencé a sentir una soledad miserable. Podría ser una despedida paso a paso. Podría ser el secreto encanto de una sombra. Tus pasos, la delicia de esta sombra.
EL PARADIGMA DEL FUNAMBULISMO COTIDIANO
Raúl Hernández
Voy pasando por la esquina compleja, donde todos pelean el paso, donde automóvil y peatón se enfrentan en un decidor pleito de sobrevivencia humana. Así, en este lugar, veo el pasar de una señora con algo parecido a un coche, pareciera que lleva a alguien, pero en realidad se lleva a sí misma, necesita tener algo adelante de donde afirmarse. Necesita algún tipo de equilibrio, el mismo que yo ejecuto al caminar por la cuerda floja de esta esquina.
Todo pasa muy velozmente, sin dejar respirar. ¿Cómo deshacerse de este continuo tránsito sinuoso y a la vez equilibrado, que palpita, que es voyeurismo simultáneo, que es precipicio y amor al viento desde estos edificios que no son nada? Claramente fue Philippe Petit el primero en establecer esta pregunta desde una forma paradigmática, con el tiempo detrás, con el ansia detrás, con el cálculo y la espera, la concentración y la claridad de quien debe someterse al delicado baile de los balcones. Porque, claro, existieron desde siempre en los circos estos personajes que subían a la cuerda floja y desplegaban su equilibrio para los espectadores. Pero existía también, oculta de algún modo, esa pequeña instancia de querer alcanzar las nubes.
LOS DIBUJOS DE BRUNO KULZCEWSKI
Raúl Hernández
¿Qué es lo real? Quizás eso que percibimos ahora ¡ya! Y se acabó. Adentrarse en aventuras extrañas, como un circo de un país desaparecido.
Un documental puede contarnos un acontecer y a la vez trastornar ciertos sentidos inmediatos. Los dibujos de Bruno Kulzcewski, de la productora Aplaplac (Peirano y Díaz, creadores de 31 minutos), llegan con esta noticia. El padre Bruno, de Queilén (Chiloé) y su historia monstruosa, de mitos, de creencias soterradas y miradas al cielo.
No cabe duda en la atracción singular que producen los seres deformes que dibuja Kulzcewski. Es este escenario de intrigas en donde nace la trama de esta historia, en la cual se ven envueltos una partera del pueblo, la sospechosa aparición de osamentas de cabezas de niños en las lagunas, y la búsqueda incesante del padre Bruno por estos seres malignos, demonios que llegaban al pueblo y que había que contrarrestar. El padre tenía sus descripciones claras y certeras.
De pronto aparece el juez corrupto a cargo del caso, con pinta de mafioso chicano de los 70, a verificar lo sucedido en las lagunas, llegando a conclusiones falsas de esas muertes.
De ustedes se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.
G. Rojas
PÉTALOS de Guadalupe Nettel
Raúl Hernández
Leo Pétalos, de Guadalupe Nettel. Obsesiones de la fractura cotidiana, ese no ser siendo. Ese paseo en el balcón que marea, en el perro -por ejemplo- que camina con dos rueditas atrás, que son sus patas, son su nueva extremidad.
O quizás, claro, la fotografía de los parpados como una pasión. Esa imperfección que se retrata como si se recogieran semillas en el bosque. Extraña costumbre que se traslada a la búsqueda microscópica del acontecer feroz.
Yo recojo estos pétalos, los voy palpando y oliendo. Van siendo espejos quebrados que permanecen cerca del chiffonier. Un paseo en un enfoque ladeado, como Ciudad Gótica o un encuadre obseso y simple de Raúl Ruiz. Buen encuadre. Las calles se parecen a esto, la normalidad aparente rasguñando el ventanal de las historias incómodas. ¿En qué consiste la belleza del monstruo? En su no darse cuenta. (Mario Bellatin, del epígrafe).
Entonces me sitúo, de pronto, probando la forma cactácea de la vida. Como ese paseo en el invernadero del abandono, como ese esconderse en la botánica del amor.
En ciertos momentos, podemos estar subiendo al podio que pesa y mide la estatura. Se estira el cuello, se afirman y extienden las extremidades. De pronto, no somos el que escribe o mira, sólo una obsesión continua, de olores y accidentes previsibles, como el olfato pensado para tocarte. Ese continuo ascensor. Subiendo, bajando. Un ofrecimiento de un pétalo al pasar.
Escuchando Morphine, claro está.
DE BELLEZA E HILO CURADO
Raúl Hernández
Salgo disparado como un hombre bala. ¿Donde llego? No sé. Quizás a los pies de un cine en donde solo dan películas de Woody Allen. O quizás, termino como siempre, amarrándome los cordones de los zapatos en la calle Matucana. Y camino y camino y de pronto estoy dentro de un carrete de hilo curado que eleva volantines en collage multicolor, salen los chicos a la pesca, paso por la calle Quechereguas. Duermo una siesta y sueño: Vamos a ese bar, yo te miro a los ojos, y mientras las conversaciones de los parroquianos se transforman en murmullo insípido, me adentro en tu mirada. Soy un espectador y tomo la escalera mas corta para llegar dentro de ti. Despierto. Es la beldad, pienso, mientras me adentro en el libro Historia de la belleza de Umberto Eco y paso mi dedo por la línea del tiempo. Cierro los ojos y palpo las páginas, imagino la ternura, arrastro mil imágenes que se parecen a una boca, una boca delineada por los pétalos húmedos de un jazmín.
Voy a la plaza, miro los volantines echar una comisión. El viento que llega de improviso, la madre que le dice al niño que mire para ambos lados antes de atravesar la calle. Abro los ojos y me encandilo, ¿Qué es una musa? Yo no soy el dueño de este museo pero me atrevo a gritar desde la azotea. ¿Qué es una musa? Es la chica perdida que pintó Amadeo Modigliani, que no amó, que desertó y abandonó, que arrancó y se suicidó. ¿O es la chica a quien nadie saca a bailar? Es la mujer que abraza en el cuadro de Gustav Klimt. Es Isadora Duncan para Sergei Esenin. ¿O es otra cosa distinta? ¿Otra esencia fulminante? Si, puede ser otro concepto, la no displicencia con el formato de divinidad, la contradicción, el ceño fruncido, el mirar para atrás, el desenlace poco idóneo, el miedo a la metáfora, los pechos y la blusa entreabierta, un lunar que avanza en close up hacia el publico que mira esta película. Bah, de veras que esto no es una película. Pero sí una fotografía, apunto y click, una foto. Apunto y otro click, ya no estás. Y que importa. La ausencia es el preámbulo de un próximo regreso.
LAS ILUMINACIONES
Raúl Hernández
Luego de una temporada en el infierno, las iluminaciones. Arthur Rimbaud pudo generar este matrimonio entre el cielo y el infierno, como William Blake, conseguir esta nueva etapa. “¿Poeta joven? Rimbaud era poeta joven” me diría el escritor argentino Enrique Fogwill luego de conversar con él, y presentarme así en el Centro Cultural de España, por ahí a principios de este siglo.
También recuerdo, desde no se donde: Sólo los maravillosos ven cosas maravillosas, los demás, ven puertas, casas, ventanas. Es ese estado maravilloso el que aparece de pronto, así, de la nada, como la luz de un automóvil que ingresa a un pasaje. Silbar por los caminos siempre será el mejor soundtrack de este entorno sublime. Los perros ladran con bondad, los ciclistas miran para ambos lados.
Y no será esa búsqueda de limpieza clara y silenciosa la que enderezará la Torre de Pisa. No, la torcedura y su fractura tendrán el correspondiente espasmo, y así también la calma, el té de medianoche, una tarde primaveral que se avecina. Busco y aparecen flores, estrellas fugaces, gatos negros que arrancan y miran hacia atrás. Nadie sabe de esto, nadie esta atento al submundo de las emociones cautivas. Eso es imperecedero y pasa a ser un lugar común. ¿Dónde estás esta noche? En éxtasis mental, en marcha, con magos y acróbatas, trapecistas, hombres bala, enanos, payasos y beldades sumisas, las cartas y el comodín de cada semana. Estoy leyendo un poema ahora que habla de los caballos en una despedida, caballos sueltos que aparecen de la nada, aquí, soy un personaje más del Lagar de Don Quijote. A veces, los floreros rotos se pueden pegar con poxipol, y quedan re bonitos, con una pintura nueva y un tulipán colocado por una mano misteriosa que aparece en esta escena.
Nombrar es quitar, iluminar es avanzar sin impedir, sin decir, sin contar. Tú estás ahora tomando un café, yo estoy aquí, de pronto, en La Unión, y me encuentro con espejismos y sempiternas sospechas, avanzo y encuentro una flor de amaranto, encuentro un libro arrojado a las estrellas, un libro que podría ser de papel invisible, y esas voces, esas palabras vendrían a ser tu voz apelando al comienzo de una mañana lluviosa, lluviosa, como el vestido del invierno. Y todos los mensajes que aparecen en las paredes, todas las sombras son ahora una iluminación que acontece y aparecen magnolias, buganvilias y besos de cereza. Duraznos en flor y matorrales en estricto desorden. Ya volverán los pasos en el camino, volverán las poleras de feria persa, la ausencia de toda prontitud. La perfección del amor incoherente.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, diría Cesare Pavese. Esa muerte puta, diría Oliverio Girondo. Vendrá, claro, pero luego de toda esta montaña, allá, a lo lejos, no desde esta visual, dando la espalda, tirándole gomitas al cielo con Eddie Brickel and the New Bohemians. Si, vendrá eso que está presente, pero después, más tarde, con la irresponsabilidad de quien deja abierto un refrigerador, por que viene alguien a buscarte, para ir allá, a conversar de nada, mientras pasa nada, esa nada que ilumina, y no es el aburrimiento de personaje de ciudad, es otra cosa, es un estilo de energía, una caricia al viento, un paseo por el barrio perfumado, esa nostalgia del futuro que bien aconteció Jorge Teillier, esa belleza eterna, belleza de pronto, la magnitud de un cuadro en el Museo del Prado, y salgo casi cayendo como una piedra arrojada al despeñadero.
MOCHACCINO
Raúl Hernández
Me iré a Valparaíso, contigo o sin ti, mi amor. Contigo o sin ti. Lo demás será torcedura rasguñada, un caminar entre herramientas en el suelo, un solitario huracán en el corazón. Hoy las caminatas parecen ser parte de una escena cotidiana en donde existe el paneo continuo de las vitrinas y los supermercados, las lavanderías y la comida china. Y todo se vuelve un poema de Idea Vilariño, un poema que habla de mi y de ti. O de mí y no de ti. O de ti y no de mí. O de las esquinas obscuras del trasnoche de un día lunes inútil y fácil de anular.
Tantos poemas, tantas palabras, tanta exploración en el precipicio. Mi poema no es este, es el que no está, el que dice que está, pero no está. Ese poema que yo iba a escribir, pero que quedo en el intento y se desvaneció rápidamente por que no era sólo una fotografía sino que era una botella de cerveza quebrada en el suelo, con el golpe que produce, con la expansión que produce, con el big bang que produce. Ese era el poema, el que me interesa. El que dice y se expande, el que no se queda en la palabrería fútil ni en la limpieza descarada. Se queda en el sonido, en el olor, en ese recuerdo, en lo que no queríamos saber, en la tibieza de la pena ácida, en la maldad y en la desidia. En el momento de luz y en la tiniebla. En los tarros de basura que son el plato preferido de los viejos vagabundos que me saludan en el barrio y me dicen: hola tío. Ese poema carente es una escalera, es un correr por la calle y saltar el charco. Es el edificio Diego Portales torcido en el derrumbe, es el día lluvioso con el rayo del relámpago que dispara contra un árbol y lo hace caer.