Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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SOBRE LA CIUDAD

Raúl Hernández

No podría acariciar siquiera una aproximación estilística al cuadro de Marc Chagall. No podría tampoco delinear exactos referentes vinculados a la estética, la simetría, los colores sucintos, meditados y luego expuestos por el pintor. No podría, de ningún modo, referirme a todo lo que no fuera una emoción. En definitiva, no podría teorizar. Prefiero hablar “de las cosas” y no del “porqué de las cosas”. Si, es necesaria la especulación analítica, pero eso es trabajo de los teóricos.

De este modo, voy paseando nuevamente por el pasaje Lucrecia Valdés. Miro el cielo, nubes obesas, repletas de intenciones, imágenes, nada más que imágenes. Este frío pareciera contener muchas historias, pienso. Son como soplidos de vivencias pasajeras. Me voy luego a dar cuenta de que todo eso que ha pasado no lo había imaginado. No, como imaginar lo que va suceder, si todo destino es inimaginable. Como este señor que pasa en bicicleta, despotricando contra el mundo.

Ahora, estar sobre la ciudad es un poco incomodo, por lo cual se percibe. Es como volar aleteando, diciendo que estoy bien, que no se preocupen. Es un viaje extraño, de supervivencia, cuando te reflejas en los escaparates y miras esos sombreros, estufas, lienzos que avisan una promoción. Y te vas dando cuenta que este invierno no es igual a otros inviernos, que los colores de las ropas siguen siendo ocres, pero tu no eres el mismo. También piensas esto en la peluquería mientras el peluquero te pregunta “¿le dejo la patilla tal cual?”

Anoche volvió ese sueño, ese de estar en el alambre, arriba, en las alturas como Philippe Petit. Es extraña esa sensación de vacío, de último juego. De apostar todo con algo de equilibrio. Por que para no caer, cuando se mueva el alambre para todos lados, deberá existir ese equilibrio imperceptible, casi invisible, pues es parte del no caer. Cómo no caer, es la pregunta. Y la respuesta se va fabricando poco a poco, como una torre de naipes en la mesa. Esa misma tranquilidad que tensiona el momento, ese mismo talento para no desmoronarse. Y es extraño todo ese proceso de permanecer en la cuerda floja, puede ser una forma de sugerir un acontecer, un modo de vida que acepta el encandilamiento, los deseos truncos y señeros, ese volar incomodo, ese estar sobre la ciudad y permanecer atento, pausado y gozoso, pero atento.

Para esto, el invierno se hace presa y caníbal de toda vivencia definitiva. Como estar durmiendo en el aire, en un palomar que avizora momentos de calma y trasnoche, de hojas secas que entran por la ventana, mientras en la televisión dan la película de los tornados. Cuando el acto de hacer una sopa es parte de toda búsqueda, de un respirar inequívoco, de saber que todo puede estar un poco mejor, que tras esas nubes vendrá un mensaje, una señal, que no todas las formas extrañas en el cielo son amenazas latientes. Miro por la ventana, las naranjas del árbol se desploman como vencidas de aguantar.

Es así como voy pensando este invierno sobre la ciudad. Ahí van, los extraños personajes del cielo. Ella escapa y muestra con su brazo lo que puede estar por venir. Él la toma con todas sus fuerzas, para que no vaya a resbalar.

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Son un paisaje simple, lleno de conmoción.

 

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