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AL FINAL DE LA ESCAPADA
Raúl Hernández
Y aquí vas yendo a almorzar a “La Castellana”. Día sábado, entras al boliche y suena Cristina Rosenvinge en el wurlitzer. No sabes qué responder a esta señal. Buscas una mesa, te sientas. Cierras los ojos y comienzas a recordar. Aparecen escenas, flashbacks, instancias nunca duraderas dentro de esta película que te sabes de memoria. Has estado en la cuerda tensa equilibrando en el abismo hace mucho tiempo. Cómo no estar cerca del peligro cuando un ventarrón llega sin aviso y te empuja hacia la caída. Existe el truco de no caer, eso es sabido, pero un truco difícil de aprender. Abres los ojos y aparece el plato del menú.
Tú has estado en esa esquina que ves desde la mesa, esperando muchas veces la luz verde que camina. Has estado pensando en este invierno antes de atravesar la Avenida Brasil. De pronto, esta sensación es un mensaje de que todo futuro es una incógnita letal. Y el pasado, un tren que aparece de pronto y casi te atrapa, teniendo que saltar hacia el costado. Hace mucho tiempo que transitas estas veredas. Has paseado por este barrio todos los sueños que alguna vez tuviste en compañía. Las caras borrosas de las personas no dicen nada a esta hora, son neblina humana en permanente desaparición. Y existe un tramo del trayecto que está lleno de baches y tienes que saber saltar. Otra posibilidad es plantar la pisada con firmeza, sin importar las manchas del fango, porque no hay otra forma y así se adquiere la actitud de perder con cierto derecho a la fortaleza. De todos modos, está el bache y sabes que hay que asumir cada vereda.
Recapitulas todas tus emociones y sigues en marcha. No has acertado en tus vivencias, eso es algo claro. De pronto, miras tu entorno y participas de las esquinas en cameos invisibles donde los personajes ya no existen y solo forman parte de un afiche maltrecho. Nuevamente aquella película. Y piensas: Godard sabía que en el final Michel Poiccard tenía que morir. Por supuesto que lo sabía. Luego vuelves a abrir la puerta del cité. Llegas a casa y te plantas en la cama. Otra vez el afiche de Hopper queriendo imitar tus pensamientos. Son escenas calmas, pero con la tranquilidad previa del tsunami o posterior al terremoto. Sólo una oportunidad de ser algo similar al equilibrio perecedero, fotografías polaroid que van desapareciendo con el tiempo. Afuera llueve y hoy nadie sabrá algo acerca de sus seres queridos. Los antiguos sueños golpean tu ventana desde afuera, diciéndote que existen como fantasmas de papel. Sales a buscarlos y no hay nada. Eres toda una vida asomada por la puerta. Enciendes la radio y aparece otra canción hecha memoria. A esta hora sería mejor salir de toda película. Al ser delatado, no hay escapatoria.
De este modo, aparece otra escena y otra escena, te pones nuevamente tu chaqueta y perforas la noche con tu presencia. Miras el cielo y no hacia atrás, como una idea de abandono. Y recuerdas: Al final de la película Michel cae abatido por un disparo. Cae en la acera y ce´est fini. Mientras Patricia no entiende el balbuceo. Es tarde. Mañana volverás a pisar los adoquines. Ahora sólo posees esa leve tristeza como en el tango. Cuesta abajo en la rodada, en la pendiente, solitario y ya vencido. La película termina, al final de la escapada.