NACE UNA ESTRELLA

La plástica mexicana está de plácemes, pues ha nacido una estrella que bien podría ser la Frida Kahlo del nuevo milenio, sólo que en versión muralista, si es que se me vale el símil.

Hechos.

Todo comenzó en el transcurso de la Semana Santa del año en curso, cuando, inocentemente, puse un papel en blanco y un lápiz en las manos de la infanta Daniela. Después, con mis torpes manos le dibujé una silueta muy estilizada de una niña (que si Picasso la hubiese dibujado, es indudable que la crítica sería muy benevolente con él), la cual bautizé con el nombre de Dany. En principio la infanta no se mostró muy interesada en el dibujo, pero conforme fueron pasando los días su actitud fue cambiando, al grado que en todo momento u ocasión, me pedía "toto dany", que en su idioma particular significa que quiere otro dibujo de Dany (la traducción es totalmente libre, pues se carece de reglas gramaticales para así establecerlo; sin embargo, este humilde escriba asume la responsabilidad histórica que ello supone).

Así pasaron varias semanas, en las que la infanta, sin importarle hora, día y lugar, inquiría a su padre para que le dibujara a Dany sobre cualquier superficie de papel, incluso dentro de las páginas de algún libro, lo cual, a decir verdad, empezó a ser para mí una suerte de tormento paternal menor.

Pero las cosas no pararon ahí: pronto descubrió que sus solicitudes pictóricas también se las podía satisfacer su madre, por lo que a las actividades consuetudnarias de ella hubo de añadirse la de dibujar a Dany a cualquier hora.

Hasta aquí todo parecía indicar que se trataba de una sublime e infantil obsesión; pero resulta que paulatinamente ella empezó a involucrarse en la elaboración de los dibujos. Y así, de buenas a primeras, la infanta Daniela, pluma, lápiz o tiza en mano, empezó a ensayar sus primeros trazos, contando con la aprobación resuelta de sus padres, incluso se le fueron añadiendo elementos nuevos como un globo, una muñeca, etc...

Ya en plena creación pictórica, la infanta circuncribía al papel en turno sus dibujos de suyo estilizados, pero muy pronto encontró otros lienzos más atractivos para ella, de modo que las paredes del lugar que pomposamente denominamos en casa estudio, fueron las primeras en acusar recibo de la fuerza creativa de la infanta Daniela, cuyas habilidades para dibujar círculos casi perfectos hicieron que no mostráramos reparo alguno en que vertiera su arte en el recubrimiento de las paredes del estudio. Es más, hasta veíamos con júbilo sus progresos en el difícil arte del dibujo monocromático.

De alguna manera, quizás tácitamente, existía el acuerdo entre las partes que sólo podía dibujar en el estudio; sin embargo, obedeciendo a una suerte de expansión artística, o quizás buscando nuevos espacios, la infanta mudó su arte a toda la casa: no hubo muro, por más inexpugnable que le resultara, que no fuera dibujado a su arbitrio, y con la resolución que otorga la más tiena infancia.

Partiendo de la premisa paterna de que no hay que reprimir las manifestaciones artísticas, se le otorgó a la infanta una suerte de salvoconducto con fines creativos, con la única salvedad de que tendría que usar lápiz en toda ocasión, pues ello facilitaría la asepsia llegado el momento... Pero la infanta, resuelta a manifestarse a toda costa, se hacía clandestinamente de bolígrafos y con ellos materialmente tapizó la casa entera con su arte.

Las cosas dejaron de estar en su sitio cuando fui notificado que las puertas tanto como el
refrigerador y algunos enseres de índole doméstico, fueron convertidos por ella en lienzos sin ningún miramiento.

Entonces, ante tan apabullante muestra de fuerza creativa, decidí adquirir unas cartulinas y un juego de crayolas, además de asignarle un muro permanente para darle rienda suelta a su creatividad. Todo parecía estar de nuevo en su sitio, salvo que la infanta, al entrar en contacto con los colores, la arremetió de nuevo contra todo aquel objeto inanimado que ofreciera tan sólo un pequeño espacio para ser dibujado, de modo que a la lista de los enseres domésticos que ella convirtió en lienzos, ahora hay que añadir mesas, sillas, escritorios, además de espejos, ropa, relojes, etc...

Sólo me resta añadir que la muralista ya le echó el ojo a las paredes colindantes, y en casa de sus abuelos están pensando seriamente en empapelar todas sus paredes con cartulinas blancas, pues este movimiento pictórico en solitario, ya no lo para nadie.

Humberto Yannini Mejenes

Pictografía electrónica de Eddie Torres

*Hemos cedido la editorial a este hermoso relato verídico sobre la hija de Humberto Yannini, porque lo encontramos genial.