Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 75
Agosto 2005

 

ARTE CONCEPTUAL Y EXPERIMENTAL CHILENO
Un mal repaso histórico donde cerdos, yeguas,
peces y perros bailan al ritmo del Mambo N° 5

Por Muñozcoloma

Este pequeño artículo lo escribí hace un tiempo, para una revista de arte independiente que circula en la ciudad de Rosario, Argentina. La idea era dar una visión general a los interesados argentinos sobre algunos aspectos de los últimos años del arte chileno. Obviamente, es una visión sesgada y muy poco objetiva ya que selecciono en forma arbitraria y visceral ciertos elementos y, obviamente, dejo afuera otros que bajo otra lupa podrían ser fundamentales para el análisis.


Lo primero es mencionar, para tratar de comprender lo incomprensible, que durante la dictadura militar (como buena dictadura) se persiguió duramente a los artistas y, en general, a la mayoría de los agentes culturales del país, la castración fue feroz y sistemática.

Aunque antes del fatídico 11 de septiembre de 1973, existían algunas manifestaciones relevantes dentro del arte chileno, éstas mantenían un cierto amarre con la idiosincrasia pacata, conservadora y cínica de nuestro país. Lejos quedaban las acciones de jappening realizadas por Carlos Leppe, como su interminable “Mambo N° 5” en el casi Santo Museo de Bellas Arte de Chile, donde al fragor de la música de Pérez Prado, Leppe bailó hasta caer al suelo, inconsciente. Pienso que fue lo último rescatable, no sólo por la mirada conceptual que se intentó dar al arte en Chile en esos tiempos, sino que además rompió con la característica visión decimonónica de las clases oligárquicas que manejaron y manejan los circuitos oficiales del arte en nuestro país.

No fue hasta la década del ’80 cuando se volvió a retomar con ilusión programática lo conceptual de una manera pública, aunque si bien se realizaban algunas acciones al interior de organismos o grupos under, éstas no trascendían más allá de algunos personajes del ambiente, y estaban muy ligadas a la noche, a la droga, al alcohol, al homosexualismo, etc. Pero una mañana, algo rompe con la monotonía; aparece una caja de madera en plena calle Ahumada de Santiago. Ante la demencia paranoica de los atentados “marxistas-cancerígenos-humanoides-enemigos-de-Chile”, los organismos de seguridad del régimen realizaron un tremendo operativo acordonando la calle y despejándola de curiosos, que a esas alturas ya eran cientos. Luego de unas horas decidieron que era prudente abrir la caja, la expectación había llegado al clímax. En el momento en que cae la tapa, ante la risotada general, sale un cerdo corriendo despavorido desde el interior, entre los agentes y carabineros (policías), el porcino vestía de militar y utilizaba una gorra similar a la de Pinochet. La orden: ¡detener al subversivo!, todos a la siga del cerdo, que con amagues maradonianos no dejaba atraparse, hasta que un heroico carabinero logró alcanzarlo, no sin antes arriesgar su vida (creo que le dieron una medalla por eso).

Del cerdo no se supo más, pero él, sin querer (me imagino), abrió una pequeña puerta para reiniciar el camino del arte conceptual-experimental perdido en Chile. Que como era lógico, tenía un gran riesgo de caer en lo panfletario por los tiempos que se vivían, y así lo hizo (por suerte, porque nuestra generación no supo de otra cosa, fuimos los hijos de dictadura, los hijos de Pinochet).

Cuando ya pensábamos en canonizar al cerdo, irrumpió el grupo performancista gay-underground criollo “Las Yeguas del Apocalipsis” conformado por Francisco Casas y Pedro Lemebel, quienes utilizaron el escándalo en la pseudopacífica armonía chilena como bandera de lucha. Combatieron a la dictadura desde su más profundo orgullo “fleto”, se vistieron de novia, performancearon notablemente a Frida Khalo, se rieron del uniforme, de los valores, de la patria, de la religión, de los héroes, de los mártires, de los maricones, de todo, generando una especie de culto popular hasta nuestros días. Causaron la incomodidad en la patria santificada por el uniforme militar, fue tanto el descalabro que generaron con su presencia, que cuando llegó la “democracia” se organizó un gran acto conmemorativo al cual invitaron a los agentes y grupos culturales que lucharon en contra del régimen militar, a las “yeguas” las obviaron, por eso de la incomodidad. Como era de suponerse, llegaron igual al edificio Diego Portales, ingresando con entradas falsas, abrigos negros y largos hasta el suelo. En medio de la expectación de los colegas artistas, personalidades políticas y periodistas, desenrollaron un largo mapa de Chile, estirándolo sobre el piso y lo sembraron de pedazos de vidrios, luego se quitaron sus abrigos y quedaron vestidos como Nicole Kidman de Moulin Rouge mezclada con la más pura impronta de puta travesti de calle Bulnes de Concepción. Caminaron descalzos por el territorio chileno dejándolo lleno de sangre con su paso, fue una cosa horrenda y preinfártica para los estirados viejos tercios de la política chilena y de seguro para más de un artista. Las Yeguas del Apocalipsis ponían fin, en su ley, a su tradición de body art criollo. Ya vendrían otros... (vinieron demasiados).

Luego de un tiempo, logramos sacudirnos, un poco, de la operatividad del arte como arma de lucha. En el año 2000 apareció, en la callecitas de Santiago, una casa de vidrio instalada en pleno centro, donde una mujer, la actriz Daniela Tobar, hizo su vida como cualquier chilena de clase media (esa era la idea, pero los gestores del proyecto buscaron a una actriz de figura clásica hollywoodense y no la señora gorda de la esquina), la idea de romper la monotonía del transeúnte capitalino trajo una serie de querellas por “ultraje público” de algún loco, se comenzó a hablar de “arte” (a nivel de los medios de comunicación chilenos), del cuerpo y de una pila de leseras más que se transformaron en un precedente dramático de lo que vendría más adelante, los nefastos “reallity shows”. Los ciudadanos se aglomeraban a la hora de la ducha de la mujer, le gritaban todo tipo de obscenidades, ya que el chileno es un pacato empedernido que sólo se siente cómodo con el sexo cuando éste se transforma en un producto de mercado, cuando puede pagar por él. La transparencia de la “Casa de Vidrio” gestó la transparencia de la verdadera idiosincrasia chilena, una sociedad ajena al arte, que sólo se vincula a ella cuando puede adquirir alguna mala copia de un cuadro famoso que le pueda combinar muy bien con el color de su pared, o comprar una obra de algún pintor emergente, aunque no le guste para nada. Del arte conceptual ni soñar. Al final lo rescatable fue el objeto-mujer que deambulaba sin ropa por la casa, un impacto poco profundo en relación a lo que se esperaba.

Ese mismo año, lejos de nuestras fronteras un chileno causó furor y furia con una exposición que ponía en el tapete un tema más profundo, la vida; esa misma vida que obligaba al “artista” prehistórico a estampar figuras de animales en las paredes de las cavernas. Marco Evaristti irrumpe en el Museo Trapholt de Kolding (Dinamarca) con una exposición que consistía en una serie de licuadoras, donde cada una tenía en su interior un pececito de color nadando en agua. El espectador tenía la posibilidad de apretar el botón y licuar el gracioso pececillo. Dos periodistas cayeron en la tentación sado-lúdica, desatando la furia de los grupos ecologistas europeos. Cuando trajeron la exposición a Chile, no conectaron a la electricidad las licuadoras... (sin comentarios).

El 30 de junio de 2002 Cafú levantaba la Copa en el Mundial, y a miles de kilómetros de distancia un fotógrafo estadounidense quedaba espantado con la reacción de los chilenos. Spencer Tunick, en su periplo mediático por el mundo, fotografiando grupos de personas desnudas, se embarcó en, sin dudas, el proyecto más osado de su vida: intentar juntar a más de un chileno, con sus facultades mentales sanas, que quisiera desnudarse en la calle. Si hubiesen existido apuestas yo me la habría jugado entre 5 y 25 personas. Pero a las siete de la mañana, con apenas dos grados sobre cero, el mítico Parque Forestal, donde Pinochet celebraba el día del Ejército chileno (vencedor, jamás vencido!, como nos enseñaron de niños) más 5.000 personas esperaban desnudas el click de la cámara. Una masa de carne, compuesta por las más variadas especies de la “sociedad” chilena corría por la calle dando el puntapié inicial a la nueva “liberalidad chilena”. Desnudarse en Chile no es como desnudarse en otra parte del universo, no, esto es de antología, propia de Macondo o de un cuento Borges. Desde ese día existió una especie liberalización, de terminar con un deseo reprimido de expresarse, de rebelarse contra una fuerza que nadie conocía, y al mismo tiempo, el cuerpo humano pasó a transformarse en algo humano, se liberó de la carga pornográfica en gran medida y pasó a conformar parte del acervo objetual del arte en nuestro país.


Hoy el arte conceptual chileno tiene varios nombres en escena, Antonio Becerro con sus “escombros orgánicos”, este artista ecléctico como se autocalifica da un puntapié en el la parte más sensible de la humanidad del chileno, me refiero a la moral, al presentar sus cadáveres de perros embalsamados, tatuados y pintados; irrumpe con la marginalidad en el arte, eso que a nadie le gusta ver, aquello que no aparece en la postales de “esta copia feliz del edén” como dice nuestro himno patrio. Becerro crea a partir de la carencia, de los escombros, del quiltro botado en la calle. También se puede mencionar a Eugenia Vargas quien representó a Chile en la Bienal de Venecia, esta mujer hacendada en Miami, fue considerada, el año 2002, por la crítica yankee como la artista latinoamericana más promisoria. Trabaja fundamentalmente con performances (como cruzar el Río Grande desnuda y cubierta de barro para luego quemar una cruz), fotografías, muñecas y caballos. Habrá que ver qué pasa con las propuestas futuras de los ganadores del Concurso Artes y Letras 2003. Luis Bernardo Oyarzún se hizo del premio para artistas consagrados con su trabajo titulado “Trabajo forzado”, obra relacionada con la labor de su padre, la carpintería. La otra categoría (menores de 30 años) fue ganada por Isadora Correa quien presentará “Orgánica objetual”, la cual está integrada por platos y tazas trozadas.

Habrá que esperar, ojalá que esa espera no sea en vano. Definitivamente el arte experimental chileno vive al borde del abismo, vive en el límite de caer en la operacionalidad, de servir para algo solamente, a veces demasiado contingente, como se transformó en un arma de lucha en contra la dictadura y como se está transformando hoy en un producto para subir el raiting de algunos programas de TV. Lo peor de toda esta historia es que sólo tiene que ver con Santiago, porque “Santiago es Chile”, de regiones... ni hablar.

Y pensar que todo esto partió por ese urinario de R. Mutt.

Gracias San Marcel Duchamp por favores concedidos. Descansa en paz.



 

 

 

 

 

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