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REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Signos Corrosivos

Ecuador:  La Generación de Los decapitados

y la vanguardia poética

(Parte 1)

 

Para Tulio Mora, a quien sólo conocí en sus antologías y estudios sobre el Movimiento Hora Zero de Perú.

 

Desde México: César Espinosa


Plantea Agustín Cueva (1967) que, para el Ecuador, el siglo XX sólo se inició en 1922… sería entonces cuando los ecuatorianos ingresan a la modernidad política, social y cultural, una vez que el 15 de noviembre de ese año fue masacrado el movimiento popular insurreccional de Guayaquil, con un saldo de centenares de víctimas. De esta manera, es lamentable cuando se condensan y estallan todas las contradicciones acumuladas por el desarrollo de un capitalismo a la vez contemporáneo y primitivo, asegura.

 

Jorge Carrera Andrade

 

Ese mismo año 22, Quito saludaba el primer libro del primero de los principales poetas ecuatorianos del siglo XX, Jorge Carrera Andrade (1903-1979), cuyos versos «señalaban ya la voluntad de marchar fuera de las influencias que reconocían los jóvenes procedentes del modernismo».

Cueva hace notar que tampoco es casual que ese libro primerizo, El estanque inefable, coincidiera con El indio ecuatoriano—punto de partida del indigenismo por Pío Jaramillo Alvarado (1889-1968)—, así como con la investidura doctoral titulada El sindicalismo de un joven abogado quiteño que se llamaba José María Velasco Ibarra (1893-1979), futuro presidente por cinco veces del Ecuador (1934-35, 1944-47, 1952-56, 1960-61 y 1968-72).

 

Según este enfoque, el postmodernismo literario, el indigenismo y el primer anuncio del populismo de oscuras raíces espiritualistas coincidían en su nacimiento durante aquel trágico año de 1922.

Ya desde los años 1910 algunas revistas literarias daban referencias de autores cubistas, o futuristas, evocados principalmente por su enfoque transgresor. Aunque esas evocaciones o reseñas carecían todavía de un eco perturbador en el panorama literario ecuatoriano, sí mostraban ciertos afanes de renovación por parte de algunos jóvenes literatos que más tarde habrían de afirmarse como actores decisivos en la evolución del campo literario, anota Pierre López (2012).

En primera instancia, daban vislumbres de ruptura con la poética decimonónica que incluía al tardío «modernismo» ecuatoriano. En los hechos, el parnasianismo, el simbolismo, el decadentismo y el propio modernismo de los países latinoamericanos de lengua española vendrían a ser, en última instancia, un aspecto vigente de una cultura finisecular.

 

 

También es oportuno tomar nota de que en esos comienzos del siglo XX comenzaba a surgir en Ecuador el Proyecto Nacional Mestizo, acompañando a la instauración de teorías liberales, a un aumento en la población mestiza, entre otros aspectos que marcaron la época. Uno de esos acontecimientos fue el surgimiento del movimiento artístico y literario conocido como Modernismo.

Dicho movimiento constituye una vertiente del Romanticismo que buscaba una evasión de la realidad (lo cual explica que muchos de sus cultivadores ingerían sustancias alucinógenas), como un tipo de literatura enfocada a la libertad absoluta de creación sin tener que seguir las reglas impuestas por movimientos anteriores. Eran escritores sumamente influenciados por el movimiento modernista de Rubén Darío y la poesía simbolista francesa de finales del siglo XIX. Para el Modernismo, en especial en literatura, el uso del símbolo es esencial, al igual que el parnasianismo que puede ser entendido como el “arte por el arte” (AMÓN, s/f).

 

1908.- segunda fila: Alfredo Monge,
Crnel.Belisario Torres, 
Dr. César Borja Lavayen,
Gral. Francisco Hipólito Moncayo, William Fox y Amalio Puga.

 

Hacia 1920, Ecuador vivía ya los últimos estertores del modernismo iniciado a fines del siglo XIX por el poeta guayaquileño César Borja y que llegaría a su apogeo y final con cuatro exquisitos poetas –dos guayaquileños, Medardo Ángel Silva y Ernesto Noboa y Caamaño, y dos quiteños, Arturo Borja y Humberto Fierro–, llamados "los decapitados" por su trágico destino y su deserción, deliberada y programática, de la realidad americana de la que se sentían exiliados.Por eso también reciben el nombre de “Poetas suicidas”.

 

 

Medardo Ángel Silva fue el más alabado entre ellos, quien es considerado por muchos como el poeta más fino que ha tenido el Ecuador, aunque en realidad sólo publicó en vida un libro de poesías, El árbol del bien y del mal.

En 1920, la joven República del Ecuador aún no había celebrado el centenario de su independencia, mientras que el proceso de autodeterminación se encontraba en vías de consolidar. Notablemente, el concepto de nación aún estaba por definirse en muchas localidades periféricas. Seguía siendo una tierra de contrastes culturales con algunas «islas en un mismo espacio», cuya opción de integrarse estaba mermada por las rivalidades existentes entre los dos polos de desarrollo: Quito y Guayaquil, asevera Pierre López (2012).

 

Quito, principios del siglo XX

Guayaquil, 1922

 

Por tanto, puede considerarse que el Ecuador de los 20-30 aparecía como un país integrado por varios países, cada uno con sus propios tiempos, que no se conocían a sí mismos pero que seguían organizados mediante una estructura social muy hermética heredada de la colonia

 

Las revistas literarias: antes de 1920 y hasta los años 30

 

En el periodo de 1918 a 1934, según la cronología establecida por Humberto E. Robles, Ecuador no escapa a las tensiones que caracterizan a este periodo en América Latina. Agrega que si bien los ecuatorianos no llegaron a producir proyectos propios innovadores, sí contribuyeron a un intenso intercambio e importación del ultraísmo español, ya que un connacional–Cesar E. Arroyo– era responsable del área hispanoamericana en la revista Cervantes. Además, se publica en Quito el artículo «La nueva poesía en América», que abría un vínculo con el triunvirato formado por Rafael Cansinos Assens, Vicente Huidobro y José Juan Tablada.

 

César E. Arroyo

 

Por otro lado, la estancia del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade en Europa desde 1928 a 1933 favoreció igualmente el establecimiento de las formas poéticas sintéticas inspiradas en el estilo epigramático o los haikus que introduce Tablada.

Revista Austral (1922)

 

Vemos, así, que el número 10 de Letras (Quito, 1913) –órgano máximo del modernismo ecuatoriano– publicaba, mediante traducción del malogrado poeta modernista Arturo Borja, selecciones de Les Chants de Maldoror, anota María Ángeles Vázquez().

Letras también reprodujo, en 1917, una nota de Gaston Picard titulada «Guillaume Apollinaire y la nueva escuela literaria», en la cual aparecen Picasso y el cubismo de manera prominente, además de anticipar las ideas que expuso Apollinaire en su manifiesto póstumo L´Esprit Nouveau (1918). ¡Letras estaba al día!

A su vez, Enrique Terán abrió en Quito la revista semanal Caricatura(1918-1921), acompañado por los escritores y artistas Jorge Carrera Andrade, autor de los «microgramas» (piezas poéticas similares a los haikus japoneses y las greguerías de Gómez de la Serna), Nicolás Delgado, Carlos Andrade (Kanela), Guillermo Latorre y Jorge Díaz.

 

Revista Caricatura

 

En dicha revista se reseñan y divulgan las últimas tendencias provenientes de las revistas Cervantes, Grecia,Littérature,Nouvelle Revue Francaise,Ultra o Tableros,editadas en Europa.

Al poeta Hugo Mayo (1897-1988) —seudónimo de Miguel Augusto Egas— se le considera como un avanzado de la vanguardia histórica en Ecuador. Dadaísta declarado y colaborador de CervantesGrecia y Amauta, publica en otras revistas ecuatorianas de la época y promueve la creación de Síngulus (1921), Proteo (1922) y Motocicleta (1924).

 

Hugo Mayo

 

En el número primero de Síngulussu manifiesto es de corte arielista, por lo que no es extraño encontrar textos de Delmira Agustini, Pedro Prado o Luis Carlos López junto a los versos de José Juan Tablada y de Hugo Mayo, de cuyo estilo se deriva el espíritu de innovación formal con que revela su preocupación por la disposición visual y espacial, por el culto a la imagen y la ausencia de rimas y de una nueva sintaxis, según Xavier Oquendo Troncoso (2012).

El uso de guarismos y neologismos invade la impresión de desafío frente a la estética dominante de la época. Simultáneamente a estas manifestaciones, el mismo Mayo reconoce que otras voces impulsan la vanguardia y cita al poeta José Antonio Falconi Villagómez, que publica en la revista, en 1921, su «Arte poético número 2», considerado el manifiesto dadaísta por excelencia para los poetas de Ecuador.

A su vez, Proteotendrá un carácter más polifacético y ambivalente. Anuncia ya en su Pórtico del primer número la diatriba entre conformismo e innovación. De tal forma, las ediciones de este primer periodo publican tanto a Gabriela Mistral junto a Cansinos Assens. Destacan los poemas de su también fundador Hugo Mayo, ahora de inspiración futurista: la velocidad, la electricidad, la locomoción, el maquinismo, los giros extranjerizantes…

 

Revista Motocicleta

 

Por su parte, Motocicleta, dirigida por el mismo Hugo Mayo, es en la que mayor influjo ejerce y donde el reto vanguardista tendrá mayor energía. El subtítulo es «Índice de poesía vanguardista. Aparece cada 360 horas». Según indica Mayo, esta revista «logró que Ecuador se codeara con los países de mayor cultura del mundo».

De hecho, Mayo encontró poca acogida y no logró encontrar los adeptos necesarios a su nuevo estilo, aunque sin duda es un escritor que irradia las nuevas corrientes y consigue abrirse brecha entre los autores de su generación.

En este sentido, César E. Arroyo publicó en la revista Quito, en 1922, el artículo «La nueva poesía en América. La evolución de un gran poeta», refiriéndose a Mayo, artículo que después aparecería en Cervantes, lo cual le abre un reconocimiento al poeta en Europa.

Mayo, a su vez, tampoco logra sustraerse a las divergencias surgidas en la segunda mitad de los años 20 con respecto del enfrentamiento entre las vanguardias históricas o formales y las que surgen con un compromiso social. Incluso, hacia 1927, si consideramos su poema «Canto al montuvio», se identificará sin reservas a la transformación semántica que el término acababa de sufrir.

 

 

(En el Ecuador no es siempre lícito hablar de Vanguardia, sino de noción de vanguardia. Aquélla, con mayúscula, se refería a la Vanguardia histórica, europea o europeizante; y la segunda remite al fenómeno ecuatoriano y, por contigüidad, al hispanoamericano. Se trata, en síntesis, llegar a un mayor entendimiento histórico sobre la recepción de las corrientes literarias innovadoras y sobre el consiguiente emerger de una orientación de alegato social en literatura.)

La revista Savia (1925-1927) de Guayaquil, dirigida por Gerardo Gallegos, es una de las publicaciones más sólidas y que mejor ejemplifica y actualiza la oposición entre una vanguardia artística y la avanzada literaria de preocupación social, que sustentará Hélice un año más tarde.

 

Revista Savia

 

Su entusiasmo por los programas contemporáneos lo justifican con la publicación de Gerardo Diego, Maples Arce, List Arzubide, Diego Rivera, Oliverio Girondo, Vicente Mestri, Héctor Cuenca, Vicente Huidobro o José Carlos Mariátegui. Dentro de la sección «Periscopio Literario» hacen eco de las revistas hispánicas Martín FierroUlisesRevista de OccidenteTablerosAlfar y todas las que se hallan bajo los supuestos vanguardistas.

En la segunda mitad de la década del 20 el influjo de los ismos europeos daría, sin embargo, la más vigorosa contribución poética del periodo. Así, junto con Saviageneraron una transformación del universo literario que Alberto Andrade calificó en «El vanguardismo y su significación en la historia literaria», en 1928, como «grandiosa, radical e in-de-fi-ni-da», misma que es ratificada por Jorge Carrera Andrade años más tarde con la propuesta ya madurada de una vanguardia latinoamericana con consignas autóctonas.

 

Revista Hélice

 

Hélice fue dirigida por el pintor vanguardista Camilo Egas y el secretario de redacción fue Raúl Andrade, uno de los cronistas y ensayistas más lúcidos de la literatura ecuatoriana y latinoamericana del siglo XX; la revista se adhiere a la renovación vanguardista y se presenta como expresión de las generaciones jóvenes que adoptan el futurismo y sus imágenes mecánicas (resaltadas por el título de la publicación), de modo que se presenta como la revista más revolucionaria del periodo.

Se definen como iconoclastas, «nihilistas, sin maestros ni semidioses», además de impugnar el proyecto tradicional del artista que no se incorpora a un mundo mudable y no se tornan en voceros de los procesos sociales.

El novedoso planteamiento de Hélice encuentra su fiable demostración en la crítica a la intelectualidad corporativa ecuatoriana que elabora Pablo Palacio, donde señala la necesidad de desmantelar la cultura ajena y galante desarrollada en un contexto nacional marcado por la pobreza, del mismo modo que lo expresan Carlos Riga en el número 1 en «Enfermedades románticas» y Raúl Andrade en el número 3 con el artículo «Literatura y Astronomía».

 

Pablo Palacio

 

Esta misma propuesta de emancipación artística tiene su punto de inflexión en la creación de los dibujantes y pintores del grupo, que lanzan un manifiesto categórico con motivo de la primera exposición que presentaron en la Galería Egas en mayo de 1926.

Esto ocurría no sólo con las revistas literarias capitalinas, sino también con las de Guayaquil, Cuenca y Loja.

En 1926 surge Esfinge(1926), dirigida por Hugo Alemán en Quito; pretende asumir la prerrogativa de la verdad social de la época y, ante la crisis que padece el país, aboga porque fueran la literatura y el arte los que afiancen las aspiraciones colectivas.

Mariátegui y su revista Amautacontribuye a orientar la cultura ecuatoriana hacia las inquietudes colectivas. Llamarada–revista universitaria de Quito–, en el mismo año, también declara la necesidad de elaborar con «barro de América... una cultura autóctona»: el nativismo como punto de lanza que incorpora a los escritores que se habían adherido a Hélice. La postura de Llamarada, con su alocución nativista, asume la necesidad de marcar la especificidad del hombre ecuatoriano frente a otras utopías.

 

 

Humberto Salvador comienza a producir un arte estrictamente criollo y Jorge Reyes subraya la necesidad de observar la ciudad de Quito para reconocerse en ella. Estas propuestas resultan seductoras para la juventud socialista que asume el pensamiento más revolucionario y novedoso.

Gallegos Lara se manifiesta en artículos publicados en la prensa en contra de una literatura internacional. La revista quiteña Lampadario publica en su segundo número, en 1931, la famosa «Encuesta de Vanguardia» con el interrogante «¿Qué es la vanguardia?» y con el artículo «La importancia del nativismo en la vanguardia mundial».

El primer número de Lampadario, que dirigían Ignacio Lasso y Jorge Fernández, se orienta hacia la izquierda política, si bien no privilegia ninguna postura estética. Su editorial da paso al término vanguardia como «un receptáculo definitivo del pensamiento nuevo». En su segunda época cambia de nombre a Élan.

 

Revista América

 

No se alcanza a marcar una relación entre literatura y sociedad que haga frente a los conflictos sociales en el país, de modo que queda marcada la más enérgica escisión entre la vanguardia formalista y la «verdadera vanguardia» o de preocupación social, incluyendo dentro de esta separación el impedimento de aplicar los ismos europeos a los códigos de la realidad ecuatoriana, que asume de manera muy aguda un giro eminentemente político.

Se inicia entonces, en 1927, un proceso de depuración literaria que culmina con la publicación del «Grupo de Guayaquil» de Los que se van y la mutación poética de Hugo Mayo.

 

Grupo de Guayaquil

 

En su momento, el «Grupo de Guayaquil», formado por Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, José de la Cuadra y Alfredo Pareja, va a protagonizar en los años treinta importantes cambios culturales en Ecuador. Este grupo polemiza sobre la función social de la literatura, reivindicando con la publicación de sus relatos las figura del cholo y del montubio.

No es lícito, en realidad, desplazar consciente o inconscientemente la presencia de la Vanguardia, insistiendo, como es lugar común hacerlo, en el aserto de que el modernismo ecuatoriano fue tardío o que se prolongó en la escena. Lo que más sobresale durante los años de 1918 a 1924 es la conjunción de una pléyade de estilos, de promociones literarias, de intereses y opiniones disputándose la preeminencia cultural y económica del país. Resulta claro que el Ecuador hervía entonces en un precario estado de crisis e inquietud.

El uso de guarismos y neologismos, en el caso de Hugo Mayo, colma la impresión de novedad, desafío y alternativa frente al gusto estético en vigencia. El mismo Hugo Mayo reconoció que hubo otras voces que impulsaron la Vanguardia, citando al poeta José Antonio Falconí Villagómez que «publicó [en 1921] una composición titulada ‘Arte poético No. 2’, que bien podría considerarse como el Manifiesto Dadaísta para los poetas del Ecuador».

 

Antonio Falconi

 

Los versos de Hugo Mayo, como se ha mencionado, nos advierten una nueva retórica, al igual que una voluntad de renovación técnica. Voluntad que será de inmediato desvirtuada por sus anatemas, y quizás no siempre sin razón, como inspirada en la novelería y el remedo formalista; y que será, a su vez, duramente criticada también por su presunto desfase con el medio, por su descastamiento. He ahí otro de los despectivos slogans con que se va a desacreditar a la Vanguardia.

No obstante, como artista comprometido con los valores de la izquierda internacionalista y del antiimperialismo, ‘Hugo Mayo’ mantuvo contacto con distintos referentes artísticos y políticos a nivel latinoamericano. Así, estableció relaciones con el mexicano Germán List Arzubide, del estridentismo; con los peruanos Serafín Delmar, Magda Portal y Esteban Pavletich, integrantes además del movimiento aprista; con el guatemalteco Arqueles Vela; con los uruguayos Luisa Luisi, Blanca Luz Brum y Gastón Figueira; y con los argentinos Oliverio Girondo, Norah Lange, entre otros. Asimismo, en 1926 llegaría a aparecer en el Índice de la nueva poesía americana, editado por Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo en Buenos Aires; obtuvo, además, el primer premio en el Concurso Nacional de Poesía con su poema ‘Canto al montubio’.

 

Hugo Mayo

En medio de aquel estira y afloja,Proteo tenía plena conciencia de ese proceso de marginación, y para contrarrestarlo recurrió a vínculos con publicaciones partidarias del Continente como, v.gr., Los Nuevos, de Montevideo, cuya renovadora proclama reimprimió.

 

Las dos vanguardias y la hechura de la Nación

 

La vanguardia es así una milicia de poetas nuevos que aspiran a ponerse al compás de esta era de civilización manual y mecánica… La nueva poesía … ha desechado las formas literarias del pasado, pues ha visto en ellas el reflejo de la dominación de una clase y se ha lanzado valientemente a la conquista de la libertad de expresión que la ponga a salvo de la antigua dictadura estética.Francisco Proaño Arandi 

 

Nos encontramos en el siglo XX ante otra situación: la apertura cosmopolita, la escritura de poesía no epigonal, la contemporaneidad de la poesía ecuatoriana con las grandes tendencias poéticas latinoamericanas, el surgimiento de voces que producen obras vigorosas a partir de una indagación por el modo de ser, y la realidad mundo histórico-cultural en Ecuador. Incluso, contamos con la emergencia de formas singulares que surgen para expresar esa afirmación poética, como en el caso de Dávila Andrade.

Esa búsqueda se orientaba a nombrar desde nuestra ‘provincia’: acto encantatorio, de apropiación de la lengua más que de las cosas; acto de emergencia de la conciencia en medio del mundo, a través del contacto con los objetos. De ahí, también, la intensidad metafórica presente en la poesía de Carrera, que es también visible en otros poetas de los años 20 y 30. Es la apropiación de la lengua castellana como lengua de un poetizar que inicia una trayectoria.

 

Alfredo Gangotena

 

Ese movimiento, que arranca claramente en la década de los 20, por el vínculo con las vanguardias que representan, bajo dos modos distintos, Alfredo Gangotenay Hugo Mayo,nos coloca en la tradición de la modernidad y sus rupturas.

Es decir, se trataba también de una cultura que había «vivido» el cubismo y el futurismo, «dadá» y el surrealismo, el constructivismo y demás vanguardismos europeos, así como los «creacionismos», «imaginismos», «ultraísmos», «estridentismos», «desvairismos» y otros «ismos» que proliferaron a lo largo y ancho de América Latina (hasta 1927 aproximadamente).

 

 

Como también lo atestiguó la «Semana del Arte Moderno» de São Paulo, verdadera eclosión del movimiento brasileño de vanguardia (conocido con el nombre, para nosotros ambiguo, de «modernismo»). Aquella Semana tuvo lugar, precisamente, en 1922.

Se le puede considerar un auténtico postmodernismo. Novedades en ritmos, plenitud de la metáfora, mayor libertad y fuerza, nueva densidad, gusto más depurado; superación definitiva de la métrica lujosa, los versos sonoros y el clima sentimental del Modernismo y Simbolismo". En otro sentido, los poetas que abrevaron sus técnicas en las vanguardias imprimieron un giro de 180 grados a sus preocupaciones y temas, volvieron sus ojos a la realidad americana y coincidieron, casi todos, en una visión política contestataria e insurreccional, al menos en los primeros tiempos (1930-1940), plantea Francisco Proaño Arandi  (2016).

 

Gonzalo Escudero

 

Los escritores Jorge Carrera Andrade, Hugo Mayo, Gonzalo Escudero, Manuel Agustín Aguirre y Alfredo Gangotena, asociado a la vanguardia francesa, son, entre otros, los representantes del vanguardismo ecuatoriano, escritores rehabilitados de una etiqueta en la que la crítica les asociaba al nuevo orden desde el punto de vista de reivindicación social, pero no desde la perspectiva de ruptura literaria; (es ilustrativo leer las revistas literarias lojanas de la época, por ejemplo), y que alcanzará su máxima expresión con la obra de Pablo Palacio (1906-1947).

Alfredo Gangotena es otro de los grandes representantes de la vanguardia ecuatoriana y latinoamericana, quien residiría algunos años en París y escribiría buena parte de su obra medular en francés, estuvo íntimamente vinculado a algunos poetas representativos de aquellos años, como, por ejemplo, Jean Cocteau, Henri Michaux, entre otros.

De acuerdo a lo visto aquí, es indudable que los vanguardistas ecuatorianos dejaron impresa una profunda huella en la poesía ecuatoriana posterior a 1930, según Francisco Proaño Arandi. El crítico Hernán Rodríguez lo señala en su antología Los otros postmodernistas (Ediciones Clasicos Ariel, No. 89, Quito, 1972): "Sin embargo, aun sin los modos o los experimentos de los ismos, la poesía ecuatoriana adquirió nuevos acordes y nuevas maneras.

 

César Dávila Andrade

 

Además de los poetas de vanguardia mencionados, se mencionan también voces poderosas como las de César Dávila Andrade, Miguel Ángel Zambrano, Miguel Ángel León, Augusto Arias, Manuel Agustín Aguirre, Jorge Reyes, Atanasio Viteri e Ignacio Lasso. Más tarde, en los años cincuenta, tendríamos una nueva generación integrada por poetas de la talla de Jorge Enrique Adoum, Francisco Granizo, Efráin Jara Idrobo, Carlos Eduardo Jaramillo, Francisco Tobar García y Jacinto Cordero, todos herederos de la vanguardia, aunque también de las corrientes poéticas representadas en América, de una parte, por César Vallejo y, de otra, por Pablo Neruda, señala Tamia Ortiz (2016).

No obstante, el ambiente que tuvieron que enfrentar los vanguardistas fue similar en toda América Latina, era deprimente y comprimido: eran los años en los que la modernidad capitalista se instala en nuestras sociedades, lo que dará paso a la formación de una clase oligárquica que empezará a defender sus privilegios con pólvora; privilegios logrados con el ascenso que les permitió la Revolución Liberal de 1895.

 

Revolución Liberal Radical, el general Eloy Alfaro

 

En Ecuador, son años de inestabilidad política y económica. Como ya hemos mencionado, un hecho que marcará a todos los vanguardistas será el llamado "bautizo de sangre" de la clase obrera que la plutocracia decretó el 15 de noviembre de 1922, con una masacre atroz que se desató en Guayaquil una vez que los trabajadores y la población civil se lanzaran a las calles a exigir mejores condiciones de vida al gobierno de turno.

 

La huelga general del 15 de noviembre de 1922

 

En el fondo, señala a su vez Humberto Robles (2006), no era la noción de vanguardia lo único y lo que en realidad se disputaba, sino la reubicación del poder político y cultural. Lo que se legitimaba y promovía era una literatura de orientación social, entendida ésta como instrumento para propagar un nuevo orden.

 

En el campo sociológico, como habíamos observado, en 1921 apareció el influyente libro de Pío Jaramillo Alvarado El indio ecuatoriano. Por otra parte, en 1923 José de la Cuadra ya estaba sondeando el mundo del montubio –el mestizo campesino– con intenciones de hacer literatura de denuncia y protesta. En primer número, correspondiente a febrero de la revista Germinal, de Guayaquil, apareció su cuento «El desertor». Esa fecha de publicación, hasta ahora inadvertida, habría que tenerla en cuenta en futuros estudios sobre Cuadra y el Grupo de Guayaquil.

 

José de la Cuadra

 

A su vez, en Leyto, en 1923, se produjo un levantamiento de indígenas que fue brutalmente reprimido; en 1925, se declaró una huelga nacional que fraguó aún más el estado de crisis. La lucha por el poder, la necesidad de renovación, la compulsiva necesidad de cambio se agudizó.

 

Revolución juliana, 1925

 

Hacia 1926 se funda el Partido Socialista Ecuatoriano, afiliado a la Internacional Comunista. La confusión persevera y se ahonda en los cenáculos literarios. Las letras se interrogan sobre la pauta a seguir. Las revistas y periódicos de la época sondean respuestas.

 

 

En síntesis, entre 1925-29 se clarifica por qué la Vanguardia histórica no logró adaptarse en el Ecuador. Tres son los principales argumentos que se distinguen y que dieron lugar a la discusión: 1) ¿Cuál debe ser el referente de una literatura?; 2) la noción de norma literaria en cuanto a la cuestión de tradición y cambio; 3) la función de la literatura en la sociedad.

La discusión en torno a la noción de vanguardia conduce a que en 1927 comience a publicarse en Quito un periódico quincenal –órgano del Partido Socialista Ecuatoriano– que llevaba por título La Vanguardia. Antes (1916, 1920, 1921) hubo otros periódicos con ese nombre. Lo importante, en este caso, vendría a ser la fecha y afiliación de cada publicación.

Hacia 1930, la izquierda ha adoptado el vocablo con la intención de propiciar una literatura de protesta social. Cabe anticipar, sin embargo, que aquélla se desentenderá e incluso renegará del término vanguardia.

 

En este escenario, Palacio publica en 1927 un cuento (Un hombre muerto a puntapiés) y un relato mayor (Débora), que no pueden ser más representativos (sobre todo el segundo) de las corrientes en boga en la América Latina de aquella época. Manteniendo cierta continuidad con el proyecto señalado por Carrera Andrade, en Déborase formula la defensa de «la pequeña realidad» frente a «la grande, voluminosa».

De todas maneras, poca duda cabe de que el vanguardismo tocaba a su fin en el Ecuador en aquel año 32, con la publicación de Vida del ahorcado, de Pablo Palacio. Ultima obra de este escritor, ella es también, en buena medida, una obra de transición entre la década de las «realidades pequeñas» (años veinte).

Se cristaliza en las nuevas propuestas literarias un planteamiento estético e ideológico que caracterizará a esa generación de jóvenes escritores. Pablo Palacio, así como Humberto Salvador, Escudero etc... nacidos en la primera década serán los principales actores de un cambio en las letras ecuatorianas.

Muchos de ellos, pertenecientes a la incipiente clase media en la que se gestan las esperanzas para un Ecuador más moderno, aprovecharon las reformas liberales cursando en colegios laicos y en muchos casos se hicieron parroquianos de las «bibliotecas» de la élite oficial provistas de obras en boga en el viejo continente como en América.

De cierto modo, las altas capas de la sociedad irán perdiendo un poco su monopolio sobre el campo cultural al desenvolverse un grupo de literatos conscientes de su pertenencia social, abiertos a los diferentes movimientos ideológicos, estéticos de Europa y de América y herederos de una tradición cultural elitista.

 

 

La emergencia de una nueva élite, una élite intelectual, que está intentando apoderarse del espacio cultural ecuatoriano. Pero los «malabarismos estéticos» de los que se valen algunos escritores nutridos por las vanguardias históricas, darían lugar a cierta incomprensión y hermetismo por parte no sólo de las capas tradicionales del campo cultural, sino sobre todo de las clases medias a las cuales se identifican esos intelectuales. Ellas arremeten contra ciertos valores tradicionales burgueses a los que se identifican la clase alta de la sociedad ecuatoriana así como la mayoría de la pequeña burguesía.

La incomprensión velada o explícita de algunas obras, como por ejemplo la última novela de Palacio, Vida del ahorcadoNovela subjetiva (novela que se ahonda en los delirios esquizofrénicos), o en el dominio teatral «El paralelogramo» de Gonzalo Escudero (pieza que experimenta lo absurdo y la locura), será interpretada por los defensores de un vanguardismo politizado como una muestra de cierto «desliz» que debilita la homogeneidad de ese nuevo campo cultural así como la adecuación entre un compromiso ideológico y su manifestación en el mundo de las letras.

Creación literaria y compromiso político son cada vez más estrechamente vinculados; muchos intelectuales se alistaron en las filas del partido socialista (creado en 1926), o luego en el partido comunista (creado en 1931), adoptando posturas más radicales que defendían en el mundo de las letras organizándose en Sociedades de escritores (14). Se hacen los portavoces no sólo del partido sino de las masas populares y de las clases medias.

 

 

La modernidad de la nación había de hacerse con la integridad progresiva del indígena, desafiando así al poder central. Presentar al indio y al mestizo serrano o costeño como elementos claves de la identidad ecuatoriana y como víctimas de un orden a la vez semifeudal y capitalista que garantiza el poder de la oligarquía, denunciar su explotación integrándola en una relación de lucha de clases, marcarían las pautas del intelectual de izquierda.

Se pretende forjar la unidad y la identidad ecuatoriana reivindicando una justicia social y el reconocimiento del indígena, del montubio y otros componentes hasta ahora desechados, como «genuinamente ecuatorianos». Pero tal propósito se enfrenta al «particularismo» de la sociedad ecuatoriana.