Desde Chile, Gonzalo
León
Hace más de un
año -justo cuando empezaba mi segundo proyecto de largo aliento-
un amigo me dijo que todo lo que escribiera de aquí en adelante
sería siempre igual. Por supuesto que se refería a mi
estilo.
En este ejercicio descubrí
que siempre empezaba con una anécdota, enseguida la transformaba
en ficción con las herramientas literarias pertinentes, pero
curiosamente al final -cuando el cuento estaba hecho- lo mejor de todo
era la anécdota, como diría Henry James, lo real.
Toda mi ficción resultaba espuria, fraudulenta, pues intentaba
terminar el cuento (en esta parte sólo me refiero a los cuentos)
lo antes posible. Apuraba la historia innecesariamente, me quedaba en
la anécdota, en lo que me había pasado a mí, en
la realidad.
Luego, en la novela
(Los inocentes), descubrí que mi forma de narrar era fraccionada,
la historia no se construía, sino que se formaba de pedazos,
inconexos casi siempre. Pero incluso aquí mis personajes tenían
algo de impostura, ya que estaban construidos sobre la base de estereotipos
clásicos: víctimas, victimarios, los que manejan y controlan
esta sociedad fraudulenta y los que son manejados y controlados hasta
su perdición: la locura o la cárcel, que como dijo Willard
Motley, son unos de los pocos lugares en donde vive la libertad. O sea
que los vigilantes -como diría Diamela Eltit- de esta
sociedad te llevan hacia la libertad, cuando piensan que están
haciendo justamente lo contrario. Una paradoja como lo es la misma sociedad.
En el fondo, yo estaba
utilizando la misma manera de narrar que mis predecesores, ustedes saben
a quienes me refiero. Mis personajes no estaban vivos, eran el conjunto
de varios sujetos vivos, aunque a veces el personaje era tan solo un
eufemismo, una excusa para decir algo que el narrador, pese a estar
en tercera persona, no se atrevía a decir.
Tenemos entonces a los
personajes como tema central. Y aquí es bueno traer a colación
a la escritora e investigadora chilena María Flora Yánez,
quien en su antología del cuento chileno, publicada en 1958,
señaló que en cuanto a personajes con sus pertinentes
sicologías, recién en la generación del 50 se vio
una narrativa más estructurada y contundente. Antes el personaje
era un tipo que divagaba frente a un espejo, o un sujeto que medía
uno ochenta y que pertenecía a determinada familia, pero de ahí
nada más. Para ella, a partir de Donoso, Giaconi y otros, se
puede hablar de auténticos personajes literarios, cuestión
esencial para el asentamiento de un género como la novela.
Estados Unidos con mucha
más tradición, y quizá donde residió la
narrativa más potente del siglo pasado, ha concentrado mi atención
desde un tiempo.
Scott Fitzgerald al
final de sus días sentenció que la acción es
el personaje. Tomé esta afirmación -hecha por un moribundo
como yo (todo escritor que se precie lo es)- y decidí trabajar
este proyecto de largo aliento con la siguiente premisa: LAS PERSONAS
SON PERSONAJES. Es decir, las personas que me rodean son tan interesantes,
tan fascinantes que no tengo necesidad de inventar un personaje. Tolstoi
(prefiero pensar que fue él y no Dostoievski) dijo que si uno
escribía sobre su aldea sería universal. Y mi aldea es
muy particular, pues al ser yo una persona expuesta (no como escritor,
ya que todos lo somos de una u otra manera, sino que como persona que
camina por la calle: como ciudadano), mi aldea, mi estadio o
circuito también lo es. Descubrí que en mi mundo había
mucho de verdad y, como todos saben, cuando hay verdad hay belleza.
Un periodista de la revista Rocinante, a propósito de Amanecer
sin dioses, de José María Memet, afirmó que
el libro era malo porque no le había llegado. ¡Qué importancia
tiene que a uno no le llegue un libro! En este mundo, uno perfectamente
puede tener suprimidos los sentidos para apreciar la belleza e indicar
con el dedo esto es frío.
Antes de seguir, debo
confesar algo: Mi premisa está basada -como casi todas las premisas-
en mis propias limitaciones. He descubierto que poseo talento (Raymond
Carver afirmó en un ensayo que no conocía a ningún
escritor que no lo poseyera), quizá más que cualquiera
que los de mi generación, pero de veras me gustaría tener
al menos algo del oficio de algunos de mis pares. No me cuesta nada
armar una historia, y si es pertinente con mi mundo o estadio, me cuesta
menos que cero, pero de ahí al oficio de la corrección,
me aburro. No tengo oficio y creo que nunca lo tendré. He visto
originales de pares míos malísimos y los he visto después
transformarse en unos cuentos bastante decentes; en cambio, mi primera
versión versus la última no cambia demasiado.
A veces pienso que me
estoy convirtiendo en un Bukowski, por su poca capacidad para corregir
y su gran talento para contar lo que le ha pasado desde su infancia
hasta sus últimos años. Luego de dormir una noche en la
calle, Luis López-Aliaga me invitó a su departamento para
que pasara la resaca y ahí me dijo que los libros de Hank eran
perfectos; dos años después Claudio Giaconi, a quien respeto
mucho más, afirmó lo contrario: intenta hacer lo de
Celine, sublimar la basura a la categoría de arte, pero no lo
logra y se queda en basura. Lo paradójico es que Bukowski
-con su último libro, Pulp, en donde claramente queda en evidencia-
siempre quiso ser como Celine.
Pero volvamos a nuestra
aldea. En Chile existe demasiada basura. Intentos, restos, pedazos de
papel que quieren ser Literatura. Editoriales publican basura o crónicas
de la transición o cualquier ensayo bajo el pretexto de que no
existen buenos narradores y que la gente ahora prefiere a los ensayistas
y cronistas. Si así fuese, estaríamos ante la patética
realidad de que los profesores de historia, abogados, periodistas, sexólogos,
sicólogos, siquiatras han dado una especie de golpe de estado
y se han tomado el papel del artista, del escritor.
Y aquí vale la
pena preguntarse si existe otra realidad, velada, y que no vemos por
algún mezquino interés.
Entonces el problema
de la Narrativa Chilena habría que centrarla ahora en que no
existen escritores pensantes -todos se esfuerzan en decir una idiotez
tras otra o en pelearse un nimio espacio en la televisión (Ojo:
Escritores chilenos más conocidos por la gente: Primer Lugar:
Pablo Neruda por su Premio Nobel; Segundo Lugar: Antonio Skármeta
por el Show de los Libros)-, tampoco críticos a la altura de
Alone o de Ignacio Valente, ni mucho menos editores. Escritores inéditos
y buenos, como dijo Roberto Bolaño en televisión, debe
haber; pero están tapados por esta mierda, y creo ahora que está
bien que estén tapados porque serán a futuro cuatro ases
en una mano de póquer demoledora y fatal para los de la Nueva
Narrativa y para alguno de mis congéneres. Sin embargo,
mientras se mantenga el estadio de las cosas, todo será
mediocre; son los escritores lo que tienen que producir el cambio. Somos
los únicos que tenemos la fuerza, el poder y tal vez la gloria...
Pero para eso hay que
escribir a la manera de uno...
En las páginas
que próximamente publicará la editorial independiente
"La Calabaza del Diablo" bajo el título de Orden
y paria, muchos dirán que son definitivamente parte de un
libro de cuentos, otros que es un sospechoso conjunto de memorias y
algunos asegurarán que "estamos frente a una obra deconstruida".
Lo cierto es que es sólo mi manera de entender una narrativa
de largo aliento hoy día. En mi trabajo anterior, La sonrisa
perfecta lo intenté demostrar, pero ahora pienso que fracasé.
No importa; un artista trabaja cara a cara con el fracaso y no con el
éxito. Repito; lo intenté y mezclé la mayor cantidad
de géneros: cuento, crónica, novela y, como separata,
teatro. Ahora, con un poquito de distancia, pienso que no conseguí
el objetivo, aunque estoy convencido que el trabajo me sirvió
como una valiosa búsqueda.
Recuerdo que Ernest
Hemingway dijo en una entrevista a George Plimpton que un escritor no
solamente escribía con la mente; escribe con el corazón,
con sus músculos, con todo su ser... En mi caso, escribí
con todo mi ser, pensando a cada rato, desde la mañana hasta
la borrachera de la noche, qué me podía servir, dónde
estaba el error, cuál era mi realidad, mi estadio. Porque
si escribo sobre una parte de Chile, en rigor también estoy escribiendo
sobre el mundo entero.
1
Incluida en La sonrisa perfecta (RIL, Santiago, 1999)
2
Escritor norteamericano, autor de Pescamos toda la noche.
3
Escritor chilena de género. Autora de entre otras novelas Vaca
sagrada.
4
Poeta chileno ganador de El Premio Pablo Neruda de Poesía 1996.
5
Narrador chileno, autor del volumen de cuentos Cuestión de
astronomía.
6
Escritor de la generación del 50. Autor de La difícil
juventud.
7
Movimiento literario chileno que aglutinó a varios narradores
durante un tiempo. Nada en común entre ellos.