Santiago de Chile.
Revista Virtual. 
Año 2
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 16.
12 de Abril al
12 de Mayo de 2000.

TRAS LOS PASOS DEL SANTO PADRE. MONASTERIO DE SANTA CATALINA.
(St. Catherine Monastery).

Por: María Soledad Mansilla Clavel.

Osario Santa Catalina. Sinaí

Una historia muy antigua es el cisma entre católicos ortodoxos y católicos romanos. Los excesos de los cruzados, las diferencias por la primacía papal de Roma, los cambios que hicieran los romanos al Credo original fueron algunos de los factores, siempre llenos de errores y debilidades humanas, que llevaron al quiebre que dejó al cristianismo convertido en dos religiones en vez de una. Hasta hoy. Sin embargo el Papa Juan Pablo II ha recorrido recientemente lugares como el que hoy nos ocupa, territorio de otros credos, desplegando una carga de humildad y buena voluntad admirable. Cabe preguntarse el porqué. ¿Por qué Saint Catherine, por ejemplo, un antiguo monasterio al sur del desierto del Sinaí, siempre en manos de ortodoxos?

Indiscutiblemente no es un monasterio cualquiera. Hace años atrás, tuve la extraordinaria oportunidad de vivir adentro de los muros del monasterio durante una semana con mis tres hijos, observar la vida de los 21 monjes que ahí moraban, conocer sus costumbres, reliquias y tesoros religiosos, edificaciones, recorrer el desierto y subir a sus montañas, comprendí que estaba en un lugar único y que estaba viviendo un privilegio sin igual. De eso versa este artículo, de esa experiencia que nunca escribí antes y que deseo compartir con los lectores de esta revista, ahora que el Santo Padre de Roma lo trajo a mi memoria. El Sinaí se sitúa entre el Golfo de Suez, el Golfo de Akaba y el desierto del Tih y su aspecto es el de montañas rocosas erosionadas por los vientos, formando arcaicas y pétreas construcciones fantasmagóricas, de extrema sequedad y calor en el día y noches muy heladas. Destacan en su árida geografía unas pocas alturas, dos de ellas importantes para esta narración: El Monte Sinaí o de Moisés, de 2.244 m de altura, el Monte de Santa Catalina, de 2.602 m, además del de la Santa Ciencia, al frente del anterior y menos elevado, el de Um Somar y el Serbal. Unos pocos y casi milagrosos "wadis" u oasis, aportan algunos dátiles, granadas, higos, almendras y pequeñas peras a los no muchos beduinos que por allí trafican.

Vista General Santa Catalina

El ambiente es el mismo que grafica la Historia Sagrada para Moisés y el pueblo hebreo, sobreviviendo 40 años en este inhóspito escenario en su trayecto desde la esclavitud en Egipto hacia la libertad en La Tierra Prometida por Dios. Fue a los pies del Monte Horeb (debajo de la cumbre del Sinaí) que Moisés vio aquella zarza que ardía y no se consumía y el ángel de Dios le ordenó: "Quítate las sandalias porque el lugar que pisas es sagrado". Y fue a la cima del Monte Sinaí que subió para recibir las dos tablas de piedra con la ley escrita en ellas con el dedo de Dios. Por eso esta montaña también es llamada del Decálogo. Así fue como este humilde y seco lugar se convirtió en uno de los más sagrados del mundo. Anacoretas y ascetas eligieron este lugar para dedicarse al ejercicio espiritual desde mediados del siglo III, aumentando en los siglos siguientes a pesar del continuo asalto de los bárbaros. Pequeñas comunidades monásticas se establecieron alrededor del sitio de la "zarza ardiente" - Monte Horeb - y en Farán, viviendo los monjes en cabañas, cuevas en las rocas o celdas hechas de piedras, orando en el silencio eterno del lugar hasta conseguir la santidad y la sabiduría.

La documentación histórica dice que Santa Helena construyó en el año 330 de nuestra era una capilla en el lugar de la zarza en honor de la Virgen María y una fortaleza para refugio de los anacoretas, información corroborada por un manuscrito que narra el viaje de Eterea al lugar, entre el 372 y el 374 D.C., y su encuentro de pequeñas iglesias en la cima del Monte Sinaí, en el Monte Horeb y en el lugar de la zarza y cerca de esta última, un hermoso jardín con agua abundante. Más tarde sería el emperador Justiniano en el 557 DC, - ya famosa la vida monástica del Sinai - quién construiría en el sitio sagrado una hermosa iglesia cercada por una gran muralla, ambas de granito, capaz de servir de defensa a los monjes que allí habitaban.

El iconostasis, 1612, madera cubierta de oro

La iglesia consta de tres naves separadas por seis columnas monolíticas de granito, con capiteles de diversos motivos vegetales, animales (el cordero) y símbolos (la cruz) entre arcos de medio punto y un amplio nártex, contenidos en 40 m de largo por 19,20 m de ancho, medidas que incluyen las Capillas de la Santa Zarza, la de Santiago y la de los Santos Padres Sinaitas, situadas detrás de la nave mayor. Muy hermosas son las tallas en madera del Santo Altar y de las puertas de entrada del templo, construidas en cedros del Líbano en el siglo VI. Las puertas del nártex fueron obra de los cruzados en el siglo XII. Los muros de piedra están decorados con invaluables iconos, de los que el monasterio cuenta con una numerosa colección. Entre las inscripciones halladas en diferentes partes de la estructura, aparece el nombre del arquitecto que construyó la fortaleza: Esteban Ailisios de Ailá.(Ahora Eilat, Israel).

Uno de los grupos de iconos más importante del mundo, que supera los 2000 ejemplares de diversos tamaños, de inmenso valor artístico como piezas únicas, se guardan en distintas dependencias del Monasterio, entre las que se cuenta una pinacoteca. Abarcan desde el siglo VI al XIX y los períodos paleocristiano, bizantino y postbizantino, siendo los de técnica a la cera o encáusticos los de mayor valor. El proceso mezclaba ceras con pigmentos a altas temperaturas y de este tipo existen ocho en el Sinaí y otros cuatro en el Museo de Kiev, Rusia.

También poseen iconos del arte monástico oriental de los siglos VII al IX originarios de Egipto, Siria, Palestina y Capadocia, otros provenientes de los talleres imperiales de Bizancio de los siglos IX al XII, de la época de los komnenós, entre 1080 y 1200, iconos del arquitrabe, siglos XI al XIV, de los santos de cada día o menologios, de personas relacionadas con el monasterio, XII al XV, del tiempo de los paleólogos del siglo XIII, de la Escuela Cretense y posbizantinos. Entre otros tesoros está el Mosaico de la Transfiguración, obra monumental y maestra del arte de Bizancio, ubicada en el nicho del arco del Santuario y que trata de las apariciones de Dios a Moisés y a Elías, y entre ambos en un óvalo, el pantocrator aparece de luengos cabellos y barba negros. Figuran también los apóstoles y los profetas.

El monasterio subsistió a grandes peligros. En los tiempos más difíciles, durante la conquista árabe en los siglos VII y VIII, los monjes pidieron la protección de Mahoma, tanto para los sinaítas como para los cristianos y judíos de Ailá y Raito, es decir Eilat y el pueblito cercano al Monasterio. Mahoma los protegió con el "Ajtinamé" o "Testamento", otorgándoles el respeto de los jefes musulmanes, sin el cual no se hubiesen librado de la destrucción. Los sucesores de Mahoma y los jefes musulmanes de Egipto hicieron lo mismo. Las copias del "Ajtinamé" se conservan hasta hoy en el Monasterio.

Virgen María,Evangelistas, profetas, Santos,Icono

La protección continúa con Bulas y Decretos de los Papas Honorio III, Gregorio X, Juan XXII, Benedicto XII e Inocencio VI para conservar los privilegios de los sinaítas en Chipre, Creta y otras regiones en las que tenían intereses, los venecianos los exoneran de impuestos y les permiten hacer colectas y en general los cristianos europeos del siglo XI en adelante mostraron mucho respeto hasta por las naves que navegaban con la bandera de Santa Catalina. El Imperio Bizantino colaboró estrechamente con el cristiano monasterio y prueba de ello son los contactos de arte con grandes pintores, calígrafos, copiadores de códigos y las cartas entre los monjes del Sinaí y las personalidades de Bizancio. Los turcos otomanos también dispusieron protección al Sinaí y ayudaron económicamente, al igual que los reyes cristianos y la nobleza europea.

Napoleón puso al Monasterio de Santa Catalina bajo su protección en 1798 cuando ocupó Egipto y consolidó su autonomía, reconoció sus bienes en El Cairo y les concedió el derecho a defenderse de aquellos que pusieran la fortaleza en peligro. Hubo entonces un criterio uniforme, que podemos llamar universal en torno a la santidad del lugar, que no es casual y que provocó a los distintos estamentos de poder a protegerlo sostenidamente en el tiempo. Todo indica una intervención más alta, divina, para el lugar que debe su fama al culto a Santa Catalina, cuya vida y martirio fue divulgado por Simeón el Traductor en el siglo X. Pintores famosos cual Fra Angélico, Corregio, Rubens, Tiziano y Murillo plasmaron para siempre su lucha por la fe.

Algunos elementos más faltan para describir el porqué este monasterio es capaz de producirnos aún hoy en que el ser humano ha perdido la capacidad de asombro, una reacción de estupefacción. Debe ser a las cuatro o cuatro y media de la mañana que tañen las campanas de metal y de madera, produciendo un especial contraste de sonidos que impresionan como si uno estuviese despertando en las alturas. Allí empieza un religioso, laborioso y silencioso día para los monjes que desempeñan múltiples labores manuales ayudados por algunos beduinos. Ya no se sentirán otros ruidos en el recinto que no sean los propios de los servicios religiosos. Tampoco los monjes se dejan ver y para hallar a algunos de ellos, vestidos de negro y con larguísimas barbas, habrá que emprender una búsqueda pertinaz.

Encontramos al Padre Dimitrius en la Librería, que por su larga y copiosa barba blanca hasta las rodillas, es de inmediato bautizado como Santa por mi hija mas pequeña. Dicho sea de paso, es la Biblioteca con el material mas antiguo del mundo tras la del Vaticano, la que Dimitrius, que habla griego, nos muestra pacientemente con señas. Alcanzamos a entender que tenemos entre las manos Biblias y libros muy antiguos, escritas en vejigas de cabra y en griego arcaico, manuscritos con maravillosos trabajos de ilustración en colores y miniaturas e incluso fragmentos de papiros que mencionan a Jesucristo. Pero hay más, este monje de cuento de hadas, saca algunas fotocopias de libros antiguos y nos las regala, debidamente timbradas con el sello del Saint Catherine Monastery.

Manuscrito siglo XI

La visita a la librería, en que el Padre Dimitrius desconecta los diferentes sensores de seguridad ante la curiosidad de estos niños que todo lo quieren saber, se convierte en una visita diaria, mientras a mi hija le atrae sobre todo la apariencia del monje y guarda para toda su vida el recuerdo de que allí encontró al Viejo Pascuero de verdad. Consta de 4.500 manuscritos, la mayor parte de ellos en griego, además de una enorme cantidad de libros impresos que datan de los comienzos de la imprenta, entre otros valiosos documentos.

El Padre Makarios, el Prior que nos invitara a permanecer en el monasterio en la galería para invitados especiales, nos guía en silencio por un corredor al costado de la nave lateral izquierda de la Iglesia hacia la Capilla de la Santa Zarza, que queda exactamente detrás del Altar Mayor. Se descalza y nos recuerda: "Quítate los zapatos que pisas tierra santa". Con rapidez nos quitamos el calzado y entramos a la Pequeña Capilla de la Zarza, el lugar más sagrado al interior del monasterio. Detrás del altar hay unas rejas por las que se puede ver el gran arbusto que es la zarza, la que ardió y no se quemó. Allí también hay unos cofres, riquísimamente elaborados que corresponden a trabajos de orfebrería rusos, uno de los cuales, el que está en el altar, contiene los restos de Santa Catalina, hallados en el monte que lleva su nombre, sin saber nadie como llegaron allí. El acceso a la cumbre de este monte no es fácil y puede llegarse a ella en un vehículo de tracción especial hasta cierto nivel, tras lo cual deberá seguirse un largo trayecto a pié.

Mas tarde fuimos al Jardín de la zarza por fuera. Es una enorme mata de muchos troncos y ramas, de mucho verdor. Nos enteramos que da pequeñas flores rojas una vez al año. También al cuidado jardín que los monjes trabajan en forma manual a un lado del recinto amurallado, regado con aguas de cisternas que guardan el líquido de los deshielos y lluvias. Hay en el jardín un recinto que conserva los huesos de los monjes que han muerto en Santa Catalina durante siglos. Son pilas de calaveras y huesos, por cierto impresionantes.

Visitamos la panadería, la doble muralla más antigua del conjunto edificado, las distintas galerías en arcos, los diferentes niveles que se han ido agregando sobre la construcción original y los varios pozos que se encuentran en el interior del monasterio. Las pequeñas pero gruesas puertas de la fortaleza se cerraban a las seis de la tarde y un beduino permanecía cerca de ellas de día y de noche. A poco de esa hora sólo se veían luces en las diferentes habitaciones de los monjes y algunos de ellos nos saludaban y regalaban pocillos con frutas de la huerta o conversaban con nosotros un momento en inglés antes de dar el día por finalizado.

Peldaños para la cumbre del Monte de Moisés
A las cuatro de la mañana nos abrieron las puertas para subir a pié y disfrutar el amanecer desde la cumbre del Monte Sinaí. La familia trepó un par de horas por las huellas y los tres mil setecientos peldaños esculpidos en la roca por los propios monjes. En la cima hay una pequeña capilla llamada de la Santa Trinidad edificada en 1933, sobre ruinas más antiguas. El espectáculo desde la cumbre es sobrecogedor. También subimos al Monte Catalina, que tiene una capilla en el lugar que se encontró el cuerpo de la santa. Desde allí se vé una ermita en el monte del frente llamado de la Santa Ciencia. Capillas, celdas, cuevas y ermitas las hay en toda la región, una de las mas nombradas, la de Juan de la Escalera, en el valle de Tolás, que en su aislamiento del mundanal ruido escribió la obra monástica "La Escalera del Camino Celeste".

Muchas cosas más podrían decirse de una visita al sagrado Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, donde cada rincón tiene algo que decir. Y nada sería suficiente para explicar la atmósfera de profunda espiritualidad y paz que en el monasterio se respira y la hermosa sencillez, el silencio y la santidad con que ahí se vive.

PARA : ESCANER CULTURAL
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