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AGUAS NEGRAS EN CURICÓ;
UNA PERFORMANCE DE SAMUEL IBARRA
OMAR MONDACA SEGURA
FILÓSOFO Y GESTOR CULTURAL
La performance que efectuaría Samuel Ibarra Covarrubias se incluiría dentro de una intervención mayor que llevó a varios artistas a un pequeño escenario montado en la Población Manuel Rodríguez de la ciudad de Curicó: poetas, documentalistas, cantantes, etc. que incluso habían estado toda una semana (nuestro amigo Cerón dejó un registro documental de, con y para los pobladores),finalizarían ese día con esta ceremonia que tenía como fondo, junto al aniversario de esta setentera población, el de los 100 años que hubiese cumplido nuestra querida Violeta Parra de estar aún renegreando con nosotros.
Samuel me pidió una ayuda previa para organizar su trabajo, debíamos llenar una montonera de botellas plásticas que traía en un bolso de viaje ¿Dónde podríamos conseguir agua para llenarlas? Había que llenarlas todas. Bueno entonces, manos a la obra…yo no tenía ni la menor idea de cuál sería el contexto ni la acción poética que llevaría a cabo. Él me mencionó sólo algunas cosas que entrarían en ella, algo discretamente relacionado con esta agua que usaría. Fue así como conocimos a una comprometida pobladora que nos brindó su patio y su agua por medio de manguera para llenar todas las “botellas plásticas” que entrarían en juego. Mientras las llenábamos teníamos que agitarlas ya que traían adherida cada una dentro un poco de pintura negra al agua. El agua se convertía en agua negra.
Tuve la inherente sensación de estar involucrado desde ya en la participación de una obra interventora. Que aquello ya había comenzado. Me refiero a una sensación ontológico-estética del evento dado que, como evento performático ya se estaba preparando y ya se sentía como algo más que simbólico. Esta acción de Samuel, su performance en estricto sentido comenzaba desde ya, incluso antes, pidiendo a alguien este favor, teniendo que conocer obligadamente la casa de alguien del lugar y con todos estos preámbulos para la gestación de su acción de arte. Este acercamiento inevitable nos llevó a conocer a esta señora (contestó ¡señoriiita por favor!) que nos comentaba algunos hitos de la población como la visita de aquel candidato del 70’ Salvador Allende Gossens a quien tuvo “el honor de conocer personalmente”. Yo pensaba cómo es que los curicanos suelen guardar tan bien esto como un secreto…los del centro claro está. En cambio ella, que estaba niña en ese entonces, lo tenía como un recuerdo muy presente. Le habló Allende. Muy amable y simpática aquella señorita.
Bueno, nos fuimos luego a esperar el momento en que debía aparecer Samuel. Montó demarcando un lugar en medio de la calle por medio de un pliego de adorno que se adhieren en los costados de los cuartos de bebé, en este caso en el suelo, con la tierna imagen decorativa de un cielo con nubes de caricatura. Después, para leer un poema con voz gutural que había creado automáticamente unos momentos antes de todo, superpúsose una tela negra al modo de esos fotógrafos de las plazas de antaño y comenzó su actuación. TERSA TERSA LA FELPA TERSA/ TERCA PIELA AGUA SU FELPA/ SU NEGRA AGUA TE TREPA ENTERA…
Al finalizar esos minutos de lectura se pegó así con cintas adhesivas todas las botellas llenas que pudo a su cuerpo de la manera más espontánea y dispar. La tensión comenzó a esparcirse por todo su público. Fue un trabajo arduo, debía pegarse en su frente una portada de disco de vinilo de la Violeta Parra con flores mortuorias: quedó esta a modo de sombrero y consigna. Le costaba hasta respirar dado que su rostro estaba también engüinchado con el scotch. Se la hizo un poco a un lado para los orificios de la nariz.
EL AGUA NEGRA…EL AGUA ENTRA/ ENTRA SU GREDA CIELITO LINDO/ CIELITO LINDO/ EL AGUA ENTRADA/ EL AGUA/ LA NEGRA…LA CIELO/ DEL CIELO NEGRO.
Cuando se iba aferrando las botellas la gente lo observaba no como se mira a un loco sino a un enemigo, no con la complaciente o inquietada mirada hacia un perturbado, sino como se mira a un tenaz perturbador. No podía yo, por más que quisiera, dejar de mirar el rostro endurecido de las personas que, horrorizadas veían esto. Llegué a temer por Samuel.
Con el poeta Rodrigo González Langlois tuvimos que destaparle luego todas las botellas que se había aferrado a sí tan trabajosamente, esas botellas de agua negra. Se caía el agua irremediablemente. Una vez todas destapadas comenzó a tirarla, verterla con su cuerpo doblándose mientras toda esta estructura corpórea y viva caminaba sobre ese cielito lindo que no es tan lindo como aparecía representado en el pliego, en la calle. Ese cielito que ya en ninguna ciudad es tan lindo. El líquido maldito fue cayendo y mojando el papel gráfico y deslizándose con su artificial tono oscuro hasta los bordes de la vereda.(Los niños decían después: me dio miedo, estaba vomitando y… algo más)
SU CIELO NEGRO/ EL NEGRO CIELO/ SU CASA EN PELO NEGRO/ DE NEGRO PELO/ CIELITO LINDO.
DE CIELO NEGRO EN NEGRO/ EN NEGRO DE SU CIELO NEGRO (…) DE CIELO EN CIELO/ EN NEGRO PESO
Claramente estaba parafraseando a nuestra Violeta Parra y su Casamiento de Negros no sólo en los versos que había leído antes de empezar a ser la fábrica móvil de agua contaminada. En su día se presentaba esa negrura anímica que a nuestra cantora la llevó a vivir y a padecer en la apatía de un país racista. Era evidente que ese homenaje completo que se estaba realizando en una población marginada del ideario curicano se estaba radicalizando en esta presentación, en esta performance, en este accionar, en esta intervención de Samuel.
Uno sabe, y qué decir del autor, que estas cosas chocan a la sensibilidad común del espectador, que de eso se trata a pesar de la buena conciencia de este y del éxito de la obra o de la fama del autor. Pero eso es arte valiente. Los curicones no son así verdad? –dije a un incómodo poeta González Langlois. Son poco dados a este tipo de expresiones artísticas. ¿Y quién lo es?- me replicó. Bueno, más aún cuando saben que detrás -intuyen y esto en realidad lo saben en la sospecha porque lo están viendo- existe una crítica mordaz.
Estos simbolismos que porta un cuerpo como el de Ibarra Covarrubias son la cabeza de la Medusa que Perseo portaba en un saco y que al sacar de ahí sanguinolenta dejaba petrificado a quien la contemplase directamente. El horror de la realidad cuando se presenta toda ella en un saco. El mundo entra en un saco como dijera Reverdy. Se lo vuelve monstruoso, aún cuando es la realidad aludida más horrorosa en este caso (la contaminación, las aguas negras, el cielo negro...). La re-presentación se vuelve entonces presentación, se vuelve directa.
La performance de Samuel Ibarra finalizó –caminó hasta desaparecer de la escena- con un silencio fúnebre. Comencé a torpemente a aplaudir para dar una señal de término. No debí hacerlo, lo sé. Lo supe en el instante con vergüenza. Pero eso sirve para que salgan de ese sopor algo desplazado que los deja como levitando en la duda. Me dirigí a ver cómo estaba. Excelente. Se estaba limpiando y arreglando ya como actor tras bambalinas.
Una intervención artístico-simbólica de aspecto tan físico y anímico, inquieta en la realidad social misma en acto, y no como un arte representacional para personas que se disponen y preparan como un público, por no ser avisadas de antemano para ello.
Samuel Ibarra Covarrubias cumple con el cometido de un buen poeta que juega con el lenguaje de modo sustancial (de sustantivos sonoros, sintáctico y verboseante, de objetos pronunciados) como los objetos que porta y pone en relación y juego hacia una idea develadora, denunciadora. Y con ello cumple muy bien su rol de intervenir y crear en un contexto abierto y público, de portar todo lo que hace, de principio a fin, de un modo irreverente pero tajante, su accionar simbólico estremecedoramente cabal.
Fotografía: Paula Francisca Díaz Canales