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EL VERDADERO CÓDIGO DA VINCI
Por Antonio Landauro
¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble es su razón! ¡Cuán ilimitadas sus facultades! ¡Cuán adecuado y admirable en su forma y en sus movimientos! ¡Cuán semejante a un ángel en sus actos! ¡En intelecto, cuán parecido a un dios! ¡Él, hermosura de la tierra! ¡Él, pináculo de la perfección animal! Estas maravillosas palabras que resuenan en labios de Hamlet sirven para aproximarse -aunque someramente- a la gigantesca figura de Leonardo Da Vinci, hoy convertido en objeto de múltiples conjeturas y especulaciones debido a la curiosa tesis -por decir lo menos- del escritor Dan Brown, que afirma que Cristo tuvo descendencia de una supuesta relación con María Magdalena. El bestseller titulado El Código Da Vinci, que plantea esta hipótesis y dio pie a la película homónima, no deja de ser una orquestada campaña de marketing inocua e intrascendente, ya que la figura de Cristo es incólume e inmarcesible, porque pertenece a la categoría de lo divino, y Da Vinci, es verdad que legó a la posteridad un código secreto, un código estético que tiene relación con la luz y la sombra pictóricas, con la poesía y trascendencia del modelado, con el misterio del arte y no con elucubraciones mítico-religiosas de sectas herméticas.
Uomo Universale
Da Vinci es un caso único en la historia de la humanidad debido a su genialidad. Ningún hombre ha sido asociado a tantas disciplinas y tantas ramas del saber humano como él, lo que da testimonio de su universalidad. La astronomía le ha testimoniado como predecesor de Copérnico (gravitación), de Képler (centelleo de las estrellas), de Maztlin (reflexión solar), de Halley (vientos alisios), de Galileo (movimiento).