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LA CASA DE LOS MUERTOS
Por Mauricio Otero
"Pero he aquí que estamos en plena noche. Yo me estremezco y me despierto bruscamente. En el catre el viejo ora siempre y orará hasta la aurora. Alí descansa dulcemente a mi lado. Habla con sus hermanos sobre el teatro y ríe entre sueños. A mi pesar contemplo su apacible rostro de adolescente. Poco a poco me represento en mi espíritu todo lo sucedido; yo paso revista a los últimos días, a las fiestas, y me imagino los meses transcurridos. Lleno de horror levanto la cabeza, y miro a los que duermen, mis camaradas, a la luz temblorosa del candil del recinto. Yo contemplo sus caras pálidas, sus lechos miserables, su desnudez y su miseria allí de manifiesto; yo los miro para asegurarme bien de que no se trata de un sueño abominable, sino de la realidad. Sí, la realidad. Se oye un quejido, alguien mueve pesadamente su brazo, sacude su cadena. Un preso se sobresalta y se pone a refunfuñar en tanto que el anciano sigue en el camastro por todos 'los cristianos ortodoxos'; yo oigo las palabras de su oración pronunciadas lentamente, dulcemente, con mesura: '¡Señor, Dios mío, tened piedad de mí...'
'¡Yo no permaneceré aquí siempre -me dije-; sólo estoy aquí por varios años!' Y dejé caer mi cabeza sobre la almohada."