Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 8   
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
EDICION ESPECIAL
nº 22
Marzo de 2006 

escaner cultural

Pag. 2

EL PENSAMIENTO ANTIIMPERIALISTA
DE OCTAVIO JIMÉNEZ


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

encontrarnos sin respuestas para las grandes preguntas que el nuevo siglo (el XX) estaba planteando.

Frente al materialismo mecanicista, el positivismo ramplón y el utilitarismo calculador e interesado del imperialismo, los hombres de Nuestra América debìan oponer esa sensibilidad de la que nos hablaban Martí y Rodó. En el conjunto de trabajos que constituyen La Edad de Oro del primero, un pequeño librito pensado y escrito para niños, Martí hacía gala de sus conocimientos sobre la Grecia Clásica y de la historia de América, pero además de su capacidad pedagógica para transmitirlos a espíritus vírgenes y expuestos a toda clase de influencias, como los de los niños. Octavio Jiménez Alpízar, en su ensayo de 1932 sobre este libro, hace una serie de reflexiones de gran utilidad para nuestra comprensión de la forma en que deberían ser educados nuestros niños. Decía Jiménez Alpízar: "Para dar lectura a los niños, a la gente menor, corrió (Martí) tras la gente mayor suplicante. Es la tragedia de siempre nacida de la incomprensión, del egoísmo. Martí sabía que había puesto en su vida la tarea que pide sacrificio, la tarea de decir a los niños nada màs que la verdad. Y para realizarla contaba con los hombres a quienes les salió la vida equivocada porque vivieron cosas absurdas contadas por el libro o por el profesor (...). Creyó (Martí) dar cosas de niños simplemente. Pensó que su diálogo era no màs que el diálogo infantil. Sin embargo, su meditación descubrió vertientes para la gente menor y mayor" ( Estampas, 30 de junio de 1932) .

En otra parte de su artículo, Jiménez Alpízar, pregunta: "¿Qué mayor bien para estos pueblos adormecidos que la lectura de Martí?". En esta sola pregunta hay toda una constelación de ideas y argumentos para enfrentar el expansionismo del maquinismo imperialista. Porque el escritor costarricense sabía que la simple denuncia de los desmanes de las compañías fruteras, eléctricas y aéreas carecía de sentido sino se la acompañaba, al mismo tiempo, para que la lucha tuviera efectividad, con un conjunto de ideas y propuestas, sobre todo morales y espirituales, de las que el imperialismo era totalmente huérfano. Cultivando primero el espíritu y la moralidad de los niños, se sembraban las visiones que harían imposible al imperialismo su trabajo en América Latina.

Pero también había que establecer los fundamentos de una moralidad antiimperialista agresiva, sustentada en las tradiciones de lucha que habían caracterizado a los latinoamericanos en el pasado. Era importante dejar claro que el antiimperialismo no se reducía a las buenas intenciones de maestros e intelectuales. Iba más allá, sobre todo cuando ciertos sectores de las clases dominantes latinoamericanas se inclinaban obedientemente ante los dictados, órdenes y recomendaciones de las agencias y empresas extranjeras. A tales grupos había que ponerlos frente a frente con sus compatriotas, para que los más conscientes se percataran de los afanes expansionistas y de la enorme avidez del imperialismo norteamericano particularmente. "Convertidos en monigotes del Departamento de Estado ejecutaron en servicio del imperialismo yanqui cuantas órdenes recibieron. Y calculadas todas para hacer factorías a nuestros paìses. Por ellos ha ido adueñándose el imperialismo yanqui de tierras, aguas, aires y en general de todo lo que nos daba fisonomía de pueblos libres". (...) "Porque la tragedia inmensa de estos pueblos es que los llamados políticos han trabajado siempre para someterlos al vasallaje yanqui" ( Estampas, 5 de septiembre de 1936).

Se hacía urgente entonces, continuaba Jiménez Alpízar, la formación de un "hombre nuevo", un individuo con visión de futuro y con una dosis de dignidad tal que fuera capaz de hacer frente a todos los intentos de asalto por parte del imperialismo y de sus corifeos nacionales ( Estampas, 16 de noviembre de 1929). El "hombre de rutina" como él lo llamaba, estaba destinado a desaparecer, porque constituía un obstáculo para el crecimiento y la capacidad productiva del hombre nuevo. "Es profundo el contraste entre los principios que sustenta el hombre de la rutina y los que sustenta el hombre nuevo. Al primero nada de lo presente le da disgusto. Lo que sí le lleva mortificación es el futuro. En él no piensa nunca, porque lo ve arrojando llamas. Y lo interesante es vivir el presente sin disgusto. Los sucesos de un paìs pueden irse tratando al día. Cuanto màs fugaz sea la solución que se les dé, mejor" ( Loc. Cit.)

"Es contra esa falta de visión, mal desgraciado de la rutina, contra la que la inquietud por el hombre nuevo ha de alzar con màs vigor su demolición. Infundir en el hombre el anhelo por las mudanzas. Decirle que toda esclavitud envilece. Templarle el espíritu para afrontar toda situación que sea la reacción contra el cambio. Llenarlo de la luz con que puede vencer la oscuridad despertada por la multitud de intereses que hiere la mudanza" ( Loc. Cit.).

Este tipo de argumento era muy frecuente en los escritos de Rodó, pero también en algunos de sus herederos más lúcidos y penetrantes, tal era el caso del dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) 24. Considerado como la mayor autoridad en la educación literaria de su país, Henríquez Ureña fue también uno de los baluartes del pensamiento latinoamericano, el cual él siempre soñó como algo independiente y con suficiente capacidad para el discernimiento moral y analítico, de frente a la seducción materialista y frívola que ofrecían algunas interpretaciones de la cultura occidental. Por eso Henríquez Ureña escribió sobre una enorme variedad de temas relacionados con lo que él consideraba la justa interpretación de nuestra verdadera herencia cultural. El Siglo de Oro español fue una de sus vetas más explotadas. Pero también lo fueron los grandes ensayistas latinoamericanos como fue el caso ejemplar del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959).

El hombre nuevo latinoamericano, un complejo ideal esbozado apenas por otros pensadores de estas latitudes, según podemos ver en la escasa pero valiosa obra del cubano Julio Antonio Mella (1903-1929), alcanzarìa su elaboración màs completa en el pensamiento y las acciones de Ernesto el "Che" Guevara (1926-1967). Pero el costarricense Jiménez Alpízar también tuvo algunas ideas que aportar en la construcción de esa utopía. "No hemos de estar por el advenimiento de las mentes de limitaciones. Porque concebimos al hombre poseído de un espíritu que trabaja para desentrañar lo que hay de eterno en una patria. El porvenir es para él algo que precisa actualizar, para usar la fecunda expresión que en boca de Sarmiento pone nuestro don Joaquín García Monge. (...) El porvenir con sus generaciones es algo sagrado para él. Nada de que ellos deriven su salvación dejara él de vigorizar. Salva la electricidad de las garras esclavizantes, porque las generaciones futuras piden electricidad barata como una necesidad primordial de existencia. Clama contra la enajenación de las rutas aéreas, porque esas mismas generaciones dicen que sin un cielo libre de zarpas aladas no podrán recibir sol y aire libres. Combate el latifundio, porque sin tierra no hay soberanía. Condena el empréstito exterior, porque él enajena todas las fuentes de vida de un paìs. Maldice al capital de afuera, porque es una fuerza satánica movida contra estos paìses con ánimo conquistador" ( Loc. Cit.).

En los ensayos de Octavio Jiménez Alpízar se condenan los ritos y la parafernalia altisonante. "Si el héroe que redujo a cenizas la guarida del filibusterismo es sangre de nuestra sangre y espíritu de nuestro espíritu, nada de lo que él hizo puede sernos indiferente. Su tea es la tea del sacrificio por la patria que no pide ritos, sino vigilancia. Por eso es de fuego, con lo que está iluminándonos el entendimiento y la conciencia, fundiendo las escorias en el crisol purificante. Quien no sienta dentro de sí el ansia de repetir la acción cada vez que una fuerza satánica se lance contra la integridad de la patria, no puede pretender que honra la hazaña heroica sumándose al ritual que es pura cosa externa" (Estampas, 23 de agosto de 1930).

En efecto, estaba claro, entonces, que Jiménez Alpízar jamás iba a apoyar las estrategias de organización propuestas por los norteamericanos para toda América. Con frecuencia se opuso a los llamados de estos últimos para integrar una supuesta Unión Panamericana controlada por ellos y en beneficio de sus propios intereses. La única unión posible, decía el ensayista costarricense, era la que alguna vez había soñado el prócer centroamericano José Cecilio del Valle (Honduras: 1780-1834), sustentada, en la sabiduría, en la prudencia y el claro sentido de que se compartían lengua, tradiciones, clima y geografìa 25. "Allì sigue Don José Cecilio del Valle metièndonos en la batalla en bien de nuestra América con una visión clarísima y una honradez que grita su maldición contra tanto fariseo y traficante doblegado al conquistador. Soñó Valle en los albores de la independencia. Una América inmensa con posibilidades inagotables era el panorama que su meditación abarcaba. En ella, libertad; en ella, instituciones para que creciera esa libertad. El sistema colonial la dejaba dividida, aislados sus territorios y el visionario pidió acercamiento, vinculaciones, como único medio de salvarse de la debilidad que trae el desconocimiento. Así, conociéndose, poniéndose al habla, trazando sus vías de comunicación, luchando juntas contra la barbarie, fue como Valle las situó en un futuro inmediato. Cosa muy diferente a lo que el imperialismo trata de imponer por medio de la Unión Panamericana " ( Estampas, 14 de abril de 1934).

La moral antiimperialista incluía también, aparte de la imaginación de un hombre nuevo, corajudo y capaz de enfrentar los desplantes del imperialismo norteamericano sin inmutarse por ellos, el apoyo digno y consecuente con las luchas de los trabajadores bananeros, en momentos en que la United Fruit Co. se había vuelto màs insolente que nunca, atrabiliaria y voluntariosa. Sobre todo cuando la huelga de agosto de 1934 les demostró a los propietarios extranjeros y a los nacionales que le eran tributarios, la posibilidad cierta de que los trabajadores se organizaran y se dejaran guiar por una dirigencia dispuesta a cualquier clase de sacrificio, con tal de lograr uno de sus objetivos más preciados: que el proletariado rural costarricense y latinoamericano le hicieran ver a los productores y exportadores de banano, que las empresas transnacionales debían sujetarse a ciertas reglas en estos paìses, si querían funcionar como era debido.

"Los trabajadores de la región atlántica están en huelga y el acontecimiento no puede serle indiferente a nadie que tenga conciencia de lo que esa región pesa en la vida independiente del país. Este movimiento obrero de hoy podrá ser nulo en beneficios para la clase trabajadora, podrá también volverse fecundo y señalar así el comienzo de muchas reivindicaciones no sólo para esa clase sino para la nación. No importa el resultado si la huelga hace reflexionar al costarricense y lo pone en medio de una realidad que desconoce por completo. La realidad es que la United Fruit Company ha convertido en feudo suyo la provincia de Limón y allí agonizan todos los que en ella han ido en busca de vida mejor. Es una realidad vieja pero desconocida por el costarricense. Muchas fuerzas lo han alejado de sentirla y en su mayoría son fuerzas de la misma United Fruit Co. De modo que si la reflexión sigue el curso de la huelga y esta la nutre de inquietudes, está señalado un camino de lucha" ( Estampas, 18 de agosto de 1934).

Jiménez Alpízar establecía comparaciones entre las características y las dimensiones de la huelga bananera en Costa Rica y lo que había sucedido en Colombia seis años antes. La màs remota sospecha de comunismo, o de que el movimiento estaba teñido con algunas ideas radicales, exponía el movimiento huelguístico nacional a los embates de una represión incondicional al servicio de las compañías fruteras. Tal clase de situaciones solo podía ser enfrentada con una dosis mayor de dignidad y entereza por parte de los costarricenses y de los líderes de la huelga. En ningún momento se le ocurrió a nuestro autor que sus sugerencias podrían haber sido atendidas con mucha delicadeza por parte de las autoridades nacionales, encargadas de vigilar las buenas costumbres en los predios de las compañías bananeras. Este tipo de apoyo era el que hacía que la huelga fuera ciegamente clasificada como un movimiento de pretensiones políticas e ideológicas muy específicas. A pesar de que a Jiménez Alpízar jamás se le podrá acusar de militancia comunista, de carné y banderín, no obstante sus devaneos con ciertas posiciones impulsadas por la izquierda radical costarricense. Y no olvidemos que él también figuró como aspirante en las papeletas de los comunistas, durante esos años. Con todo esto, ¿era comunista Jimènez Alpízar? Sus acciones, no su retórica, demuestran lo contrario.

Para Jiménez Alpízar no habían salidas intermedias: o se estaba con el Departamento de Estado norteamericano, en cuyo caso se corría el riesgo de pasar a formar parte del ejército de monigotes que esa institución tenía por estos lares, o se estaba con los pueblos de Nuestra América, para los cuales, según él, era más importante el sueño utópico de una independencia real construida sobre la base de la solidaridad, el internacionalismo y la fraternidad recomendadas por un hombre como Martí ( Estampas, 5 de septiembre de 1936). Era inimaginable la cantidad de humillación y desvergüenza necesarias para ponerse de rodillas ante el Departamento de Estado, dueño y señor absoluto de estas tierras. "Vale la pena comentar los hechos de estos hombres que llaman políticos y de sus fechorías. Comentarlas en relación con el Departamento de Estado que es la fuerza maldita que se vale de ellos para el vasallaje. Cuando los vemos impunes arrastrando la ruina en que quedaron despuès de agotarse al servicio del Departamento de Estado que los engañó para sus crímenes expansionistas, adivinamos la tragedia que los envuelve. Sólo el Departamento de Estado ganó. Y ellos que son criaturas monstruosas de ese monstruo imperialista pasean su fealdad sin darse cuenta de ella. Pobres criaturas expuestas como lección de lo que da el Departamento de Estado a los hombres de este continente que lo sirven para esclavizar a nuestros pueblos" ( Loc. Cit.).

No cabe duda de que gran parte del pensamiento y de los esfuerzos intelectuales de Octavio Jiménez Alpízar iba dirigida a la denuncia de la inmoralidad y corrupción con que los agentes del imperialismo yanqui, como él lo llamaba, conducían sus actividades diplomáticas y económicas en América Latina. Sus mayores pretensiones eran hacer que los hombres y mujeres de Nuestra América se dieran cuenta que los serviles y sumisos, los siervos y "descastados", decía él, se encontraban dentro de nuestros propios pueblos. Los afanes del imperialismo yanqui por convertir a estos países en "factorías", es decir en simples máquinas de producir riqueza, se completaban con sus empleados bien pagados algunas veces, otras no tanto, que lograba reclutar entre los funcionarios, políticos e intelectuales nacionales.

No se trataba necesariamente de una moralidad codificada. Si no de una moralidad antiimperialista para la cual era muy importante la recuperación de la vida cotidiana de estos pueblos de por acá. Jiménez Alpízar quiso convertirse en el dedo señalador de las más abultadas fallas de nuestra política, de nuestra conciencia nacional y de nuestra dignidad, sobre todo cuando las empresas norteamericanas compraban lealtades no siempre a buen precio. Ese esfuerzo sostenido por devolver a los latinoamericanos su sentido de la entereza y del "decoro", como decía Jiménez Alpízar citando a Martí, no siempre produjo los resultados esperados. Algunos de ellos incluso fueron más bien contraproducentes, puesto que era muy difícil, en ciertas ocasiones, mantener una lucha frontal contra el imperialismo, desde posiciones a veces más bien tibias, como le sucedería con el asunto Sandino y algunas de las ideas de éste sobre la estrategia con que debería enfrentarse al imperialismo norteamericano en América Central 26.

 

Empresas y empresarios.

Para esta sección de nuestro ensayo hemos escogido doce Estampas de los años 1929, 1930 y 1934 en los cuales Octavio Jiménez despliega con generosidad sus críticas a las actividades de las empresas y de los empresarios norteamericanos que buscaban en Centroamérica un terreno propicio y fértil para sus inversiones. Era muy importante, no deberíamos olvidarlo, tener alguna idea sobre las nociones de empresa y de empresario con las cuales se apaña nuestro autor. Veamos algunos ingredientes al respecto. Por ejemplo, ambas nociones sufren ajustes importantes despuès de 1870 y de 1914. Durante casi tres siglos predominó en el mundo el criterio inglés para hacer negocios, apuntalado por el principio de que todo lo que beneficiara al imperio era bueno, y malo todo lo que le fuera contrario. Dos grandes reinas, Isabel I en el siglo XVI y Victoria en el XIX, como preámbulo para el siglo siguiente, encabezaron sendos procesos en los cuales las nociones de empresa y empresario fueron afinadas, aguzadas y perfectamente elaboradas para que la economía política burguesa se sirviera de ellas, con el fin de llevar el sistema capitalista a los más inauditos escondrijos del planeta.

Cuando Octavio Jiménez escribía y hablaba sobre empresas y empresarios estaba sirviéndose de dos nociones, entonces, sobre las cuales se habían vertido ríos de tinta y se había reflexionado durante cientos de años. En este nivel del desarrollo histórico nada de lo que pudiera argumentarse o añadirse sobre esas dos nociones era políticamente inocente. De tal forma que Jiménez Alpízar tenía en sus manos un par de instrumentos realmente efectivos para entender las acciones del imperialismo en América Central. Y por ese lado se dejó llevar.

Cada vez que el escritor costarricense escribió sobre la United Fruit Co. supo que se trataba de una transnacional, de esas que fundó el imperialismo norteamericano a finales del siglo XIX, en un escenario económico internacional donde el viejo imperialismo británico ya tenía muy poco que hacer. El nuevo tipo de empresas y empresarios que trajo consigo el capitalismo estadounidense, vino apoyado por su gobierno y este protegió sus negocios como jamás lo hizo la cancillería británica con sus súbditos en ultramar 27.

Pero además Jiménez Alpízar estudió y desmontó la estrategia con la cual la United Fruit reclutó, acongojó y humilló a sus trabajadores ( Estampas, 27 de julio de 1929). Puso en evidencia también la forma en que esta compañía y otras similares negociaron con sus proveedores nacionales. Es profundamente reveladora la lucidez con que el autor costarricense detalló los mecanismos de control de precios con los cuales estas compañías sometieron a los gobiernos locales, la distintas formas mediante las cuales escamotearon el pago de impuestos, los regateos miserables con los salarios de los "concheros", y finalmente el chantaje con el que arrinconaron a políticos y empresarios nacionales, para obtener privilegios y concesiones que hoy dejarían boquiabierto al más rapaz de nuestros propios hombres de negocios. "Hoy viven en

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24 Pedro Henríquez Ureña. Ensayos (Madrid: Colección Archivos. 1988).

25 Constantino Làscaris Comneno. Historia de las ideas en Centroamérica (San José, Costa Rica: EDUCA. 1982) . Dice Làscaris: "Valle no es figura que levanta pasiones ni lirismos. El elogio convencional o cierto menosprecio, es lo habitual. Lo que no es habitual señalar, y yo deseo hacerlo, es que Valle unió, a su capacidad mental y su claridad intelectual, un temple humano y una entereza únicas en Centroamérica. No entereza de gritos ni desplantes, sino reciedumbre serena". P.434.

26Iván Molina. 2004. Op. Loc. Cit. Véase también, más adelante, en la sección que hemos titulado PERSONAS Y PERSONALIDADES . Estampas 1933. La capitulación de Sandino, 25 de febrero de 1933.

27 En este sentido puede consultarse nuestra obra Recuerdos del Imperio. Los ingleses en América Central. 1821-1915 (Costa Rica, EUNA. 1998).




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