"Muerte del payador Mulato Taguada". Xilografía (3/30), 1974
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RAFAEL AMPUERO
OLVIDADO POR EL MISMO |
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Hoy no llueve, pero el viento golpea con una vorágine inusitada los fríos ventanales de esta casa. Ya perdí la cuenta de mi último sueño y el desvelo se ha convertido en una constante en mis noches y en mis días. Esta casa siempre me reclama hastío, pero la soporto, no sin esfuerzo, me contento de pensar que mi estadía sólo será por un tiempo (indeterminado, puede ser la eternidad). Este exilio poco voluntario, pero sí muy bien aceptado me lleva al recuerdo y a la esperanza como únicos elementos útiles para calmar mi inercia iterativa.
Desde niño el viento me cautivó y aún intento sentirlo en mi ser, mas en esta casa todo se percibe como elementos extraños, lejanos y ajenos. Imagínense a un tipo en una casa tremendamente grande (colosalista, diría yo) con no más compañía que un silencio abrumador que lo acaricia todo y uno que otro fantasma. Así que mis esfuerzos por disfrutar del vendaval siempre son estériles.
Por esas cosas que nunca he podido ni he intentado explicar, siempre vienen en mi auxilio algunos personajes remotos, esta vez en la cabecera de la mesa del comedor aparece una figura más bien alta y sonriente, pero desaparece de inmediato, intento recordar su rostro y se me viene un nombre a la cabeza: Rafael Ampuero, el artista olvidado. Persona que amó el viento, quizás más que yo. Cierro los ojos para intentar que vuelva, pero al contrario, el que se desplaza soy yo, aparezco mirando el mar en la playa El Morro de Tomé, y un viento gélido pero amparador me invade por completo.
Siempre he considerado a Tomé como una ciudad mágica, con hombres mágicos, con una ferviente vida bohemia y cultural, como un Buenos Aires chiquito (pero bien chiquito). Al pensar en esta ciudad chilena, de poco más de 50.000 habitantes en la costa del Océano Pacífico, se me vienen a la cabeza nombres como de los escritores/poetas: Alfonso Alcalde, Benjamín Silva, Casimiro Vera, Alfonso Mora, Vicente Parrini, Alejandro Chávez, Matías Cardal, Sergio Ramón Fuentealba, Juan Rivera, Egor Mardones y muchos más; y los artistas plásticos: Elías Zaror, Emilio Borlando Solari, Raúl Sanhueza, Alejandro Reyes, Santiago Espinoza, Vicente Gajardo, Héctor Herrera, Mario Zapata y también muchos más; pero sin dudas la figura que hoy me incita a escribir estas líneas es la del artista plástico Rafael Ampuero.
Rafael Ampuero Villarroel nació en Ancud, Chiloé, el 23 de junio de 1926, y luego de transitar con sus padres, Rafael Ampuero Alderete y María Villarroel Paredes, por Valdivia, Santiago y Concepción se radica en Tomé en 1935, cuando contaba con 9 años de edad. De niño manifestó un gran interés por el arte y mucha habilidad, de hecho recién salido del Liceo de Hombres de Tomé, comienza a trabajar con su amigo Alejandro Quiero en una incipiente empresa de juguetes de madera, en la cual Ampuero se dedica a diseñar y a pintar.
Rafael Ampuero
Luego, en 1944, a los 18 años, pasaría a trabajar como Ayudante Oficial del Registro Civil de Concepción. Ampuero siempre fue un tipo muy alegre y bueno para la conversa, siempre buscaba la sonrisa; don Luis Hugo Alracón, antiguo administrador del Restaurante del Mercado Municipal, recuerda que Rafael le había confeccionado un carné que señalaba que él había nacido un día 30 de febrero, sólo para divertirse. Es que Ampuero se reía de todo, nada era tan serio, ni tan grave; tanto así que ni su propia vida la tomaría con el necesario rigor.
El palestino y el Círculo de Bellas Artes
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Elías Zaror |
Si bien su relación con el arte era cercana y casi amistosa, se podría decir, que ésta cambió profundamente cuando conoce a Elías Zaror, "el turquito". Este palestino había nacido en Belén en 1896 (1885 según otros) y a temprana edad demostró sus dotes para el arte, tanto así que los curas de la congregación Salesiana le dan la oportunidad de realizar algunos cursos formales de arte en Florencia, Italia. Lugar a donde se traslada junto con su madre. Zaror se comienza a especializar en la restauración de imágenes religiosas y en la confección de las mismas, principalmente en esculturas de santos. Los años y los trabajos lo llevaron a Brasil y a la Argentina, donde aún quedan algunos trabajos creados por él. En 1920 llega a Chile paseándose por Chillán, Angol, Talcahuano y Traiguén. En este periplo conoce a Pedro Luna, uno de los héroes de la Generación del 13 (los pintores borrachines según otros). Se cuenta que Zaror estaba trabajando en imaginería religiosa en un convento ubicado en las cercanías de Temuco, hacia la cordillera, al cual llega huyendo por problemas de "faldas", de ahí en más comenzará una convivencia en torno al arte y a la vida que sacará de quicio a las huestes religiosas de la Novena Región. De un día para otro el vino del convento comenzó a desaparecer y a los artistas se les veía más risueños que de costumbre, no fue difícil usar la lógica matemática de lo inversamente proporcional: menos vino en el convento-> más contento los artistas.
Según el pintor tomecino Mario zapata, la pintura de Zaror se parece mucho a la de Luna, particularmente en el uso del color y de la brochada gruesa, por la doble influencia que existía entre ambos. Es más, señala que muchas pinturas de Luna de esos tiempos las hizo el propio Zaror. Con la experiencia y con una carga tremenda de arte y bohemia, aprendida del mismísimo "Rey de la Bohemia de los Artistas Chilenos" Zaror arriba a Tomé, por allá por 1930, donde el mar y la insistente naturaleza lo cautivan por completo.
Como buen árabe se instaló con un negocio en la calle Manuel Montt de la ciudad,. Un buen día decide ir a recortarse el poco cabello que aún mantenía, llegó a la peluquería de Alejandro Reyes al frente de la plaza de armas, pero al entrar algo extremadamente familiar le llama la atención, era un insistente olor a trementina, de inmediato interroga a Reyes sobre la razón de ese olor. El peluquero le cuenta que aparte de las cabelleras también se dedica a la pintura en un tallercito que se había armado al fondo del negocio, cuestión que también había hecho Zaror en el propio, así que invita a Reyes y a los amigos que quisieran acompañarlo a su negocio para que vieran sus obras y, principalmente, a hablar de arte. Entre los amigos que llegaron con Reyes venía un joven pintor, Rafael Ampuero, además de Raúl Sanhueza, Alejandro Reyes y los poetas Alfonso Mora, Benjamín Silva y Alejandro Chávez. En el taller de don Elías surgió la idea de formar alguna agrupación dedicada al arte, es así que el 1 de abril de 1947 fundan el Círculo de Bellas Artes de Tomé, siendo Zaror su primer presidente. Este Círculo funciona hasta el día de hoy, y es un ejemplo para cualquier ciudad o pueblo de este país por la calidad de su trabajo por tantos años, hoy su sede se encuentra en un vagón de tren que está mirando al mar.
Sede actual del Círculo de Bellas Artes de Tomé
Zaror murió en Tomé, el 18 de abril de 1975 dejando como legado unas 250 telas y una fuerza tremenda por el arte que perdura hasta el día de hoy, y que cautivó y potenció el fuego interno de la vida artística de Rafael Ampuero, quien escribiría: "El caso de Zaror fue extraordinario, ya que, en una enorme soledad que sólo rompimos en parte sus jóvenes amigos, se asimiló a la vida corriente de un comerciante, sin dejar de lado lo que en verdad era la razón de su vida. Pienso que los mejores años de ella los vivió junto a nosotros, que nos iniciábamos en las disciplinas del arte y a quienes guió con una voluntad que hoy nos parece hasta paternal".
Ampuero en negro
Cuando Rafael Ampuero se encuentra en la fundación del Círculo de Bellas Artes, estaba a punto de cumplir recién 21 años. Y ya se desempeñaba como ilustrador y dibujante de la revistas infantiles santiaguinas EL PENECA y EL CABRITO desde 1944 y en el diario de Concepción LA PATRIA, como ilustrador y redactor (hay que señalar que como buen artista chileno también escribía mucho), desde 1945.
"La sequía". Óleo sobre tela. 99 x 120 cm. Pinatoteca Universidad de Concepción.
El mismo año de la fundación del Círculo de Bellas Artes expone por primera vez, en una muestra colectiva realizada en la propia ciudad de Tomé, en esos tiempos Ampuero se dedicaba la acuarela y al óleo. En la ocasión el poeta Alejandro Chávez Bork escribiría en el Diario la Patria: "Ampuero extrae sus temas de lo social y en gran parte de lo onírico y nos impresiona con sus dos cuadros: SURAZO y NO MÁS GUERRA, obras valiosas en su contenido temático y plástico" . La calidad de sus trabajos lo llevan a exponer al año siguiente en la sala El Sótano de la ciudad de Concepción (donde expondría en varias oportunidades), en la Sala Universitaria de Concepción y, posteriormente es invitado a participar de la muestra colectiva de la Federación de Artistas Plásticos de Chile en el Museo Nacional de Bellas Artes de la capital, donde recibe no sólo felicitaciones por su obra, sino también elogiosos comentarios de los críticos artes (de los cuales mucho desconfiaba, casi tanto como de la enseñanza académica del arte). El diario El Mercurio de Santiago señalaba: "De la Federación de Artistas Plásticos de Chile... creo que la mejor es una obra de Rafael Ampuero de Tomé, que se inicia en el arte con ESTUDIO, cuadro al óleo en una gama azul que revela verdadera sensibilidad y categoría" , firmaba esta declaración el escritor Nathanael Yánez Silva.
Ese fue el punto de partida de Rafael en las cuestiones de muestras y viajes, luego entre 1949 y 1954 realiza muchas exposiciones, tanto individual como colectivamente, en diferentes salas de la provincia de Concepción. Según algunos conocidos, en este período estudia en la escuela de Bellas Artes de Adolfo Berchenko, para luego, en 1952, pasar a dictar cátedra en la misma escuela. Según otros, esto nunca ocurrió, de hecho defienden con uñas y dientes que Ampuero haya sido autodidacta de tomo y lomo, sin más lecciones que las que le pudo dar Elías Zaror al fragor de la conversación y de algunas botellas. Entre estos años, 1952 para ser preciso, es solicitado para decorar el elegante Hotel Cecil de Concepción, ubicado al frente de la Estación de Ferrocarriles de la ciudad, hoy Barrio Estación, frente a la Plaza de los Artistas (ese tema viene pronto: Las locas noches bohemias en el Cecil), cuestión que repetiría en el Hotel Sheraton de Santiago junto a otros artistas en el año 1969.
Entre los años 1950 y 1955 se integra a la Sociedad de Arte de Concepción introduciéndose de lleno a la vida bohemia pencopolitana, la noches de Concepción se transformaron en días interminables junto a los pintores de la Sociedad y a los muchos actores, músicos y poetas que deambulaban por esos años en la zona (qué envidia). El pasar de los años fue coronado con muchos trabajos en el área artística, si bien disfrutaba de la pintura, este medio no le ofrecía lo que buscaba, la expresividad simple y profunda. Su gran amigo de farras, el poeta Alfonso Mora Venegas publica dos libros, LA BESTIA MÁGICA en 1955 y LAS SEMILLAS PROFUNDAS en 1960, estas dos ediciones contaron con las ilustraciones de Ampuero. Así como ROBLE HUACHO y CIUDAD BRUMOSA de Daniel Belmar y el cuento EL DÍA DEL DERRUMBE de Juan Rulfo. En 1957 expone en la Sala del Ministerio de Educación en Santiago. Rafael estaba en el pick de su carrera, había logrado, en parte, desarrollar eso que algunos llaman "oficio", y el talento y la creatividad lo inundaba por completo, pero... siempre hay un pero en todo, las obligaciones que le presenta su nueva situación de casado (contrae matrimonio con Norma Sáez Jiménez en 1956 con quien tendría cuatro hijos: Alma, Esmeralda, Victoria y Daniel) lo obligan a parar su creación y dedicarse al frío mundo de los negocios, a eso que éel tanto odiaba, a los horarios, a la formalidad. Es así, que ese fatídico año de 1957, decide dejar el pincel para siempre (ese "para siempre" duraría exactamente 6 años) y comienza a trabajar en una empresa maderera.
Los años fuera del circuito oficial fueron generosos con Ampuero y con los que disfrutamos del arte, ya que en 1963 vuelve, como dirían los viejos "aumentado y corregido" a la ciudad de Tomé, con una idea fija en su cabeza: lo negro, la mancha, el plano... la xilografía. Con esta técnica Rafael Ampuero quedará inscrito en la delicada historia del arte chileno como uno de los más grandes grabadores. En los tacos de madera, en los rodillos, en la tinta tipográfica podrá volcar toda su temática con total libertad, potenciándose ésta por la técnica. En esta etapa profundiza aún más la temática social dándole a sus personajes, la simplicidad de su oficio, de su actitud reflejando, por sobre todo la dignidad de éstos.
Hasta aquí los años de Ampuero estuvieron llenos, no sólo de arte, sino también de bohemia, de música clásica, de ponche de duraznos y aguardiente. Sus amigotes (para su familia) insisten en que se vaya con su familia a la capital, a lo cual Rafael cede y en 1967 se instala allá. En ese momento comienza una serie de exposiciones que lo catapultan a un sitial privilegiado del arte nacional: En la Galería Patio de Providencia (1968), Sala Agustín Edwards del Instituto Chileno-Británico de Cultura (1969 y 1971), Galería Central de Arte (1972), Museo Histórico de Rancagua (1975), Museo Histórico de Talca (1975), en Wood Hole, Massachussets, Estados Unidos (1976), Galería Unicorn de Baltimore, Estados Unidos (1976), Casa de las Américas, La Habana, Cuba (1976), Sala Goethe del Insituto Chileno-Alemán de Cultura de Santiago (1977), Alianza Francesa de Santiago de Chile (1977) y otras muestras en Punta Arenas, Temuco, Chillán, Curicó, Talca y Antofagasta. Entre los premios que recibe están el Primer Premio de Grabado en el Salón de Primavera de Temuco (1968), el Premio Municipal de Arte de Tomé (1968) y el Premio Municipal de Arte de Concepción (1969).
Ampuero galopando en un caballo blanco
Pero la vida de Ampuero estaba destinada, como la de los músicos del romanticismo o los pintores de la Generación del 13, hacia calamidades y sinsabores insospechados. Por ejemplo, a su regreso a Tomé el periodista Pacián Martínez escribe en el Diario El Sur de Concepción: "...se vio enfrentado al más absoluto de los desamparos, volvió a excluírsele de las muestras oficiales, tuvo que vender otra vez sus cuadros de puerta en puerta, ahora más cansado, con una carga mayor en las espaldas y en el ánimo. Ampuero, como Sántos Chávez, no era pintor de academias o de escuelas, no fue un teórico ni alguien que se obnubilara con las modas. Sus temas eran sencillos, muy simples y no por ello menos hondos: pescadores, campesinos, hombres del mar y de la tierra sorprendidos en sus faenas cotidianas, plenos de la grandeza de sus oficios humildes". La verdad es que Rafael Ampuero fue imprecado en silencio por los grandes y arrogantes académicos que influían el circuito oficial del arte, a los cuales nunca les rindió la pleitesía que deseaban (y que aún desean).
La soledad, el desprecio inusitado y la incomprensión llevaron a Ampuero a profesionalizarse en el alcohol, comenzó a beber mucho, convirtiéndose, con el pasar de los años, en un remedo de él mismo. Como diría Mario Zapata, su compadre y amigo: "Ampuero se suicida lentamente". Se volvió solo a Tomé, y su familia se quedó en Santiago.
Su vida estuvo rodeada de un halo de irreverencia y de bohemia, principalmente junto a su amigo Alfonso Mora con quien solían, en la noche tomecina, recitar a viva voz poemas en la Plaza de Armas, de esquina a esquina, parados en las bancas y recorriéndola como un carrusel, mientras la barra siempre fiel, les celebraba sus disparates artísticos. Evidentemente los menos contentos con la efervescencia intelectual-bohemia de la noche-madrugada eran los vecinos quienes, al principio, llamaban a la fuerza pública para que callara o se llevara detenidos a los fastidiosos, pero los carabineros poco podían hacer cuando se encontraban con la sorpresa de que uno de los "animadores culturales" era el mismísimo Juez de la comuna, el poeta Alfonso Mora.
En los últimos años de su vida, Ampuero sufrió el abandono de sí mismo, si bien antes el rigor y la autoexigencia para su obra lo inundaba, en este período comienza a despreocuparse de todo, incluso de ella, dejando grabados por doquier, en cualquier cantina, cambiando talento por alcohol (vieja y repetida historia). En esta época crea una trilogía de pinturas: EL CHORO, EL VAGABUNDO y EL MENDIGO, este último, hasta el día de hoy, se encuentra en la Restaurante Municipal arriba del Mercado, lugar que frecuentó mucho el artista. Ahí relata el ex administrador, don Luis Hugo Alarcón que ese cuadro era la representación de Juanito Méndez, un personaje muy conocido en el pueblo, un inválido al que la Municipalidad le dio un lustrín para que se ganara la vida. Esos eran los temas de Ampuero, la realidad sin sofisticaciones.
"El mendigo" 1963 |
Ampuero recorría Tomé de bar en bar, de vino en vino, desde el ponche al aguardiente y muchas veces se le encontraba botado en la calle, y los amigos como Zapata tuvieron que llevarlo a la casa de su madre, donde habitó el último tiempo. Su estado de salud era mísero, su alimentación no pasaba de un pan con un tarro de jurel y tomate, el cual comía en la calle o donde lo agarraba el hambre. Muchas veces camino a casa de su madre se detenía en un "descanso" que él tenía: "El Caballo Blanco", un bar donde solía galopar y danzar con los caballos de su imaginación al ritmo del tango, y donde, obviamente, por las circunstancias bebía "un blanco" (o dos, o más).
Su precario estado de salud obliga a sus conocidos a hospitalizarlo, él a regañadientes acepta, pero intenta escarparse más de una vez; así que, en un acto sensato deciden internarlo y llevarse la ropa para impedir que pudiera salir; cosa que, obviamente, no sirvió de nada; ya que siempre se las arreglaba para tomar el abrigo de otro enfermo y arrancarse por la puerta o por la ventana del edificio. Muchas veces sus amigos creyeron verlo pasar en la noche como un deja vu , al amparo del viento y de la lluvia y, cuando se percataban que en realidad era él, tenían que volver a llevarlo al hospital.
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Tumba de Rafael Ampuero. Cementerio N° 1 de Tomé |
El 8 de julio de 1984 fallece en el Hospital de Tomé, está enterrado en el Cementerio de Tomé y su tumba, como él quería, mira al mar y es invadida por el viento día tras día. Dejó alrededor de 150 grabados, sin contar las pinturas, dibujos, poemas y escritos varios. Su obra estuvo tremendamente influenciada por la guerra Civil Española, el triunfo del Frente Popular en Chile, los muralistas mexicanos y Neruda y, aunque su trabajo era de protesta, no perdió la dignidad y honestidad cuando se refirió a la pobreza, a la explotación y la denuncia social, nunca cayendo en el facilismo de lo panfletario.
Hoy un pasaje de la población 18 de septiembre de Tomé lleva su nombre, así como una escuela Básica en Rafael y la Sala de Exposiciones del departamento de Cultura de Tomé. Pero aún falta que el mundo artístico-cultural chileno le haga justicia... somos apologistas del olvido.
A su Tomé querido le escribió un poema titulado A MI PUEBLO que reza en parte:
Tomé, en el camino del destino
Clavó su aurora de tiempo
En arenas de cerro destilada
Y en un vuelo supremo
Alzó el brindis de los cerros
En un bosque de botellas trasnochadas...
...Tomé, puerto de mi vida
el amor digno de las caricias
a la amistad y al lucero
el paisaje que se aquieta en los cerros
a todo, lo que es mi destino.
Quizá hoy el viento y la lluvia de Tomé que él tanto amaba lo pasean en el gris del cielo y él montado en el mismo caballo blanco de siempre nos guiña un ojo desde la distancia.
¡Salud!
Fuentes :
Artículo "Rafael Ampuero".
www.geocities.com/fronteradelbiobio/cultura/rafael_ampuero.htm
Entrevista realizada a Mario Zapata por Muñozcoloma. Febrero 16 de 2006.
Entrevista realizada a Luis Hugo Alarcón por Muñozcoloma. Febrero 11 de 2006.
"Diccionario biográfico e histórico de Tomé". Tomo I. Alejandro Sanhueza Galloso. 1997.
"Artistas de fin de siglo". Mario Zapata Vásquez. I. Municipalidad de Tomé. Dirección de Educación Municipal. Departamento de Cultura de Tomé. 2000.
Reportaje "Pintor y escultor Elías Zaror Nader". Matías Cardal. www.elsaber.cl
Reportaje "Grabador y pintor Rafael Ampuero Villarroel". Matías Cardal. www.elsaber.cl
Agradicimiento :
- A María Eugenia Godoy por revisar este texto.