Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 8

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 83
Mayo 2006

NIEVE, O EL ARTE DEL FUNAMBULISMO
Desde Chile, Raúl Hernández

"Hay dos clases de personas. Los que viven, juegan y mueren.
Y los que se mantienen en equilibrio en la arista de la vida.
Los actores. Y los funámbulos."

Maxence Fermine "Nieve"


¿De dónde viene este drama? Vamos cabalgando por la acera de la persistencia sin un céntimo para completo, mañana viene el sueldo, sé que esto es un error. La duda de saber que esta pregunta de que todo nuevamente viene a ser una duda tiene la solución de demoler los dientes de la muchedumbre. No me importa la contaminación ambiental. No me importa el último deseo de los vendedores de privilegios. Se camina invisiblemente, dando empujones de barro, soñando las sábanas ajenas.

¿De dónde viene este drama? Tú me preguntas acerca de lo poco trascendental de esto. Yo te digo: es eso lo que quería evitar. Conversamos del aseo del departamento, no hay cera, esta noche pienso volar mi televisor. Y están los cuestionamientos cuando, sobre todo, nunca habría que dudar en este momento en que las zapatillas embarradas se transforman en puré rancio, caspa molida, seca sed de abril.

Las pocas palabras es lo necesario. Acá no se lamenta esa contradicción. No es necesario que el vaso de vino esté rebosante con la sangre a destajo. Esa burla es demasiada costumbre. Las pocas palabras son la imagen obesa, el límite de la oralidad, el compromiso con el respeto a la nada, la resta de las ideas aleatorias, la burla de la decadencia, la carencia hecha dignidad, la pobreza de lo inconmensurable.

Y es así como trato de nivelar el paseo oscuro del funambulismo, utilizando la nieve como capa seductora que reciclo, una alarma que interrumpe el sueño de los flojos, la pericia hecha riesgo simultáneo, breve, sagaz. Tu mirada reflejada en el espejo retrovisor. Las palabras negándose a sí mismo, sin placer. Con el asco aprendido de las comidas obligadas, de la cena fatal. Esta acrobacia de estar carraspeando las noches sonoras del diálogo níveo. Fría soledad acompañada. Fría costumbre de la nada.

Entonces, el destino es un vidrio quebrado amenazando una piel perfumada, solo esta inútil arrogancia. Caminando por los barrios en donde sabes que los ratones son menos peligrosos que las sombras afiladas. Buscando la luz del boliche a lo lejos. Escuchando la banda sonora de tu vida. Las canciones que desaparecen.

Debes caer, esa es la razón de toda esta desidia, debes caer y tratar de silbar al viento desde el trapecio afiebrado. Debes colocar la reja de púas, arrancar de cuajo la duda fútil. No leer a existencialistas. No jugar con los gatos. Debes arrastrarte como saco de papas en el desfiladero y no lamentarte de las estrellas que te pinchan los ojos. Debes saber que la nieve caerá sobre tus sueños de arena. Caerás desde la soga blanca, de bruces al pavimento.

Y sangrar. Pero no de heladas molestias. Arrancando sutilmente los floripondios del jardín, inhalando la baba de los caracoles, manchando la ropa limpia desde hace tiempo, señalando con un dedo el lugar en donde creías estar. Hablando para que nadie pregunte cosas. Callando para que todos escuchen la tetera.

De esta forma, el arte de estar en equilibro eterno, se hace una señal de manos a lo lejos. No habrá nieve en las ventanas. No habrá una caja musical dentro del closet. No habrá señales de abrigo cuando en el instante de tu caída recuerdes ese hayku olvidado, ese hilo fino de la fatalidad, que en lo más oscuro del sueño, te amarra a escribir.

 

 

 

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