Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 77
Octubre 2005

ALGO SOBRE EL BUEN NOVELISTA BURGUÉS:
GUSTAVE FLAUBERT
(1821-1880)

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

Si hemos de tomar al pie de la letra el postulado aquel de que el siglo XIX es el siglo por excelencia de la novela burguesa, nada nos podría hacer màs felices en ese sentido que hablar de Gustave Flaubert. Recordar los ciento veinticinco años de su muerte es un buen momento para evocar algunos de los aspectos màs gentiles de la Francia burguesa, así como también algunos de los màs sórdidos.

La segunda parte del siglo XIX europeo tiene a su haber un importante semillero de novelistas, músicos, pintores, poetas y dramaturgos, de tal calibre que resulta triste y a la vez siniestro tomar conciencia de que este es el escenario en que se despliegan las peores miserias de la revolución industrial y de la cultura burguesa. Nadie podría hacerse de la vista gorda ante contrastes tan violentos como los que evidencia la descomunal riqueza sobre la que reposa el arrogante y pretencioso imperio británico, porque a su lado se encuentra también la mayor cantidad de pobres en toda la Europa industrializada.

Sin embargo, si nos percatamos, difícilmente la pobreza se convierte, por estos años, en un tema estético que fuera preocupación esencial de los escritores y de los poetas. De hecho la pobreza nunca será asunto de la literatura o de la pintura, si no es en la dimensión demasiado abstracta de los silencios de sus autores màs que en su elocuencia panegírica o demagógica. Porque el riesgo es convertir al arte en algo que los artistas detestan: en provocaciones vacías o en miradas esquivas de un voyerismo social inocuo y sin sentido. De tal forma que nos encontramos con autores y creadores que, en sus novelas, rozan estos abismos, sin dejar de mecerse entre el brillante mundo de la burguesía bien quistada y la màs abrumadora y desesperanzadora pobreza.

Es el caso de un autor como Gustave Flaubert, cabalmente uno de los mejores retratistas del mundo burgués de la Francia decimonónica, quien planea sobre él sin desprenderse nunca de ese tono sardónico, distante y desconfiado hacia sus ambientes y sus figuras màs conspicuas. Se requería de mucho coraje, lucidez y penetración para acercarse al mundo burgués, tantearlo y hurgar entre sus pasiones màs preciadas. Una de ellas, la soledad, termina pintada con los pinceles de la neurosis y del màs gélido aislamiento. Desde Madame Bovary (1857) hasta Bouvard et Pècuchet (publicada despuès de su muerte en 1881) y pasando por La educación sentimental (1869), el cuadro social, psicológico y político que nos pinta Flaubert tiene una vigencia deslumbrante.

Rara vez alguien se acercó a la burguesía para diseccionarla con tanta precisión. No se trata del bisturí cáustico de un Oscar Wilde o de la distancia a veces respetuosa de Proust. Es que Flaubert lo hizo con la habilidad y la disciplina atónita del buen cerrajero, siempre conciente de que sus cerraduras son inexpugnables. La burguesía europea de la segunda mitad del siglo XIX sabía, ciertamente, cómo crearse cárceles a sí misma y para otros. Ya lo vio con claridad Foucault. Pero mejor lo hicieron los anarquistas como Kropotkin. Las trampas de que està llena la vida cotidiana de la burguesía, sus pequeñas servidumbres, sus encierros locuaces y certeros, sus rituales insulsos y aterradoramente tediosos, hicieron que hombres como Flaubert gozara construyendo un mundo novelístico donde la estupidez burguesa alcance cotas inimaginables.

La soledad y la impotencia que rodean el pequeño mundo de Emma Bovary y su noble y confiado maridito, evocan el abandono y la resignación de los hombres y mujeres promedio de nuestro tiempo. El buen trabajador, el sudoroso campesino e incluso el hábil artesano de estos días està tan ocupado viendo cómo sobrevive, que rara vez le queda tiempo para angustiarse por su viscosa soledad. Sin embargo, la burguesía del presente, de ese presente que le pertenece por completo y, sin embargo, aún no es capaz de transformarse a sí misma desde su pobre comprensión del instante, ha cambiado muy poco. Basta leer cualquiera de las maravillosas páginas de Flaubert para darse cuenta que el poco sentido burgués de la historia y de la evolución de los acontecimientos que nos afectan directamente sigue siendo una de sus características, que no virtud, màs notables.

Según Flaubert, la burguesía ahorra pero no sabe gastar; el ahorro es una práctica, en fin, que tiene roces con la autoflagelación. La burguesía no sabe amar, porque le pone precio a la cotidianidad, y el amor es, en esencia, vida diaria. No sabe comunicarse porque tartamudea con la honestidad. La burguesía desconoce la amistad, porque chantajea con las pequeñas culpas a un tipo de relación hecho para el goce, simplemente. Por todo ello, la burguesía es incolora, desleal, fría, calculadora. Y sobre esos valores ha sido levantado el màs devastador sistema económico de que tenga memoria la historia de la humanidad. Con Flaubert lo aprendemos y lo sabemos.

En las novelas de este extraordinario escritor burgués, la revolución industrial, las revueltas populares, y las emociones màs encontradas pueden terminar siendo los ingredientes paradójicos de un retrato intimista, en el que se reducen a su mínima expresión los datos domésticos y urbanos de cualquier hogar burgués convencional. Pero es precisamente esta anodina cotidianidad la que se transforma en el mejor escenario de las novelas de Flaubert. Con él es posible encontrar uno de esos logros estéticos excepcionales, como lo es la descripción de personajes colectivos durante los enfrentamientos revolucionarios de 1848, que le imprimieron un giro importante a la historia política y social europea. Él fue capaz de articular individualidades y grupos con una habilidad dialéctica y artística pocas veces igualada. Por eso, las novelas de Flaubert pueden resultar mejores testimonios que el màs acabado de los tratados históricos sobre ese período. Porque ninguno de los detalles fue dejado al azar, y hasta los olores de la pólvora y de los cadáveres en las barricadas puede ser percibido si uno lo sigue de cerca. Con un mundo novelístico así, Flaubert nos ha heredado las posibilidades inagotables que tiene el lector del presente para darse cuenta, cada vez màs y mejor, de las diversas formas que tiene la vida de un buen burgués en vías de consolidación. Habría que esperar a que llegara Marcel Proust para que la decadencia de ese universo tuviera un nuevo sentido para nosotros en el siglo XXI. Con Flaubert aprendimos la relevancia que tiene el impacto real de los tránsitos de un momento a otro en la vida cotidiana de ese buen burgués conflictivo, contradictorio, aburrido e inestable en el medio de su descomunal vulnerabilidad. Con Flaubert nos hemos dado cuenta que la burguesía estará con nosotros por mucho rato.

 



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