Por : César Vásquez López
Mientras exista en el reflexionar del hombre un vestigio, una huella; que ilumine el origen y el fundamento que lo constituyen al él, como un ser pensante; filosofía y literatura serán dos mundos inmersos en una misma interrogante esencial: ¿qué somos?
Entonces aquella sentencia de Kant: "Yo infiero y concluyo que puedo tener conciencia de mi existencia fuera de la experiencia", alcanza una connotación trascendental en la obra, pensamiento y vida de Hermann Hesse ( 1877-1962).
En efecto, el ciclo mágico de Hesse (premio nobel 1946) comienza con su novela: "Demian". Es ahí, en donde Sinclair, personaje y narrador de esta historia, esboza y sintetiza en un cavilar, todo el caudal anímico y hondura de alma de este portentoso escritor alemán.
Es menester, por tanto, que transcriba a continuación tal parábola o grito agónico, con que Hesse, en la voz de Sinclair inicia el vuelo de su "Demian"; de hecho, aquel fragmento emerje como legado y búsqueda permanente de todo hombre. Pues bien, así Sinclair acota y da alas a su relato: "Pero ¡yo intentaba convertir en vida aquello que quería brotar espontáneamente de mi!".
Sinclair, sujeto principal de la novela en cuestión, sitúa el acontecer de su vivencia en un período que va, desde los 10 hasta alrededor de los 25 años.
Es evidente, que tanto Sinclair como Demian, (también figura preponderante a través de toda la narración) se alzan como almas gemelas, arquetipos que configuran el rasgo característico de toda naturaleza singular. A este signo distintivo Hesse lo define así: "Todo hombre fuerte alcanza indefectiblemente aquéllo que el verdadero instinto le ordena buscar". Sin embargo, Hesse está consciente que todo espíritu peculiar o "Toda individuación exacerbada se vuelve contra el yo y tiende a su destrucción". Asimismo, todo sus personajes son entes solitarios que claman lo siguiente: "La sabiduría no es comunicable"
Es por eso, tal vez, que Hesse en los trazos de mayor rigor intelectual de su novela: "Demian", corrobora tales ideas con diálogos en los cuales se revela un profundo sentido de lo místico.
Por ejemplo, Sinclair después de una introspección referente a su arcano barrunta: "Aquel cuya voluntad se orienta real y exclusivamente hacia su sino no tiene ya semejantes". No obstante, pregona Demian: "La naturaleza tiene cifradas en el hombre ciertas esperanzas, y que éstas se hallan esculpidas en el individuo, están grabadas en ti y en mí. Lo estaban ya en Jesús y lo estaban en Nietzsche".
Al adentrarnos y repensar en los inicios del relato en los que Sinclair revela su mundo interior, descubrimos cómo surgen fantasmagóricamente en su alma, las dualidades que atañen al sino de todo hombre. Indiscutiblemente, parece necesario a todo espíritu armonizar en sus raíces los enigmas del bien y del mal, al parecer, único camino para tener conciencia de nuestro "yo". O como diría San Agustín: "La admirable belleza existe a partir de la totalidad. En dicha belleza, el llamado mal, si está bien ordenado y en su sitio, hace resaltar aún más lo bueno".
Por cierto, aquel fugaz contacto que Sinclair tuvo en su infancia con el mal, estuvo encarnado en la figura de Kromer: niño y demonio al mismo tiempo. En Sinclair, tal encuentro se transformó en tórrido dolor que menguó su frágil corazón: sombras que suscitaron en él un cúmulo de conjeturas, ¿indescifrables?.. ¿Por qué no suponer que en Sinclair se rememoró el destino de Job? Ocurre a veces: "A los que predestinó, a ésos llamó; a los que llamó, a ésos los justificó; a los que justificó, a ésos glorificó" (Rm).
Junto a este engendro maléfico --Kromer-- y al mítico Demian, en su vida terrenal, Sinclair peregrina cercano a dos ángeles, que de algún modo, van depurando su fuero íntimo. Uno de aquellos seres es el músico Pistorius. En su prístino encuentro Sinclair le musita: "Lo moral no me ha proporcionado nunca nada que no fuera doloroso". A lo que Pistorius responde: "Amigo Sinclair: nuestro dios tiene nombre, Abraxas, y es dios y demonio". Aun así, termina el músico: "una religión de solitarios no es nada".
Empero, Sinclair piensa: "La voluntad no puede orientarse sino hacia el propio ser, hacia el propio destino". Y Pistorius no era su semejante. Tal separación y desgarro le llevan a declamar: "Por primera vez sentí en la frente la señal de Caín".
El otro ser alado, --y que ilumina los sueños de Sinclair-- se materializa en la madre de Demian. En consecuencia, es Eva la mujer alquimia, la madre redentora y el fuego que enciende el clamor subterráneo de los pensamientos de Sinclair. Eva, en parte, (Demian es la otra luz) semeja la fecundidad de la tierra y la culminación del conocimiento. Por ende, con voz taciturna ella expone: "Sinclair: siempre es dificultoso nacer. El pájaro tiene que padecer lo suyo para salir del huevo". Luego agrega: "¿No hubo acaso en él trechos de belleza también? ¿Sabría Usted tal vez de otro más hermoso y menos difícil?".
Sinclair dubitaba: "¿Por qué Demian defendía a su manera a Caín? ¿No era Demian mismo, en cierto modo, una especie de Caín, puesto que tenía aquel poder extraño en la mirada?". Sinclair argumenta: "Durante mucho tiempo, aquella historia de Caín, el crimen y la marca, fue el origen de todas mis tentativas de conocimiento, de todas mis dudas y críticas". Y de esa pesadumbre... Sobre todo, cuando leía en su mente aquella frase de Demian: "Las ideas que vivimos son las únicas que tienen valor. Y apartarse de ellas es pecado".
Remecido hasta sus entrañas Sinclair concluye: "¿Acaso no estaba hablando una voz que únicamente de mí podría brotar, una voz que lo sabía todo?". Y afirma: "Hoy he comprendido ya que nada en el mundo nos repugna tanto como seguir el camino que ha de conducirnos hasta nosotros mismos". Es decir: "¡Ay de los que llamáis mal al bien y bien al mal!" (Isaías)
Agónico Demian le susurra a Sinclair: "Tendrás que oír atentamente en ti mismo, y entonces notarás que yo estoy dentro de ti". Y añade: "Este mundo, tal como está hoy, quiere morirse, quiere hundirse, y lo conseguirá".
En silencio Sinclair recuerda un poema de Demian: "El ave rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer ha de romper el mundo. El ave vuela a Dios. Hay un nombre: Abraxas". ¡Ah! Sinclair prorrumpe: "Nosotros los marcados no tenemos por qué preocuparnos de la configuración del futuro".
Al respecto: "La fe en lo divino proviene, pues, de la divinidad de la naturaleza" (Hegel). Del espíritu del hombre, infiero.
CESAR VASQUEZ LOPEZ
POETA DE CHILE
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"Canto de Transformación"
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