Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 62
Junio 2004

LAS ENSEÑANZAS DE
EDWARD SAID


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

Empecemos por anotar que existen muchas formas de hacer antiimperialismo. Están aquellas que se despliegan en las trincheras militares, como las que realiza el pueblo iraquì contra la ocupación extranjera. Otras que se realizan en las instituciones internacionales, la ONU por ejemplo, donde se oyen las voces de aquellos que difícilmente podrían ser escuchados en otros escenarios, como sucede con Cuba. Pero están también aquellas otras, mucho más silenciosas, lentas y sinuosas, cuyos productos y resultados hay que esperar, a veces, durante bastante tiempo, y con las cuales se requiere tener un cierto nivel de paciencia y entrega, para no caer en manos del desaliento, como son las expresiones académicas e intelectuales contra el imperialismo y sus distintas manifestaciones.

Entre esos intelectuales y académicos se encuentra Edward Said, el notable escritor palestino que dedicó gran parte de su vida al estudio de la literatura inglesa, y que, como profesor universitario en los Estados Unidos, supo hacer llegar a sus estudiantes y lectores un tratamiento muy distinto del convencional sobre los asuntos así llamados “orientales”, no sólo en ese país sino también en Europa y otras latitudes. Después de la publicación de algunos de sus libros, la enseñanza de la historia y de la cultura árabe y del Islam tuvo que ser readecuada totalmente, al menos en el sistema universitario norteamericano. Porque Said ponía el énfasis en la forma en que los árabes y los musulmanes se veían a sí mismos, no en aquella como eran vistos.

Ese cambio de enfoque le dio un giro rotundo al estilo con que los temas de Oriente y las prácticas del imperialismo en esas regiones eran tratados por una academia más acostumbrada a legitimar las bellezas y bondades de los imperios, que de entender las explicaciones y construcciones de su propia historia hechas por los intelectuales de esas regiones. El punto de partida consistía sobre todo en tratar de fijar las características y las texturas específicas de las explicaciones colonialistas sobre los países sometidos y, a partir de ahí, se desmontaba el entramado ideológico, racional y emocional, que explicaba el sometimiento. Para ello, para elaborar este desmontaje, Said acudió al estudio de la literatura inglesa, sobre todo aquella perteneciente a las épocas más conspicuas del imperialismo y de los colonialismos europeos.

En estudios realmente brillantes Said se aproximó a la literatura inglesa de los siglos dieciocho y diecinueve, y trató de rastrear en ella las expresiones ocultas de una ideología pro imperialista que se colaba por los intersticios más recónditos del Imperio Británico, la cual solo unos pocos privilegiados alcanzaron a cristalizar con todas las implicaciones morales que ello tenía. Desde Jane Austen hasta Joseph Conrad, el autor palestino elabora una especie de arco temático en el cual desfila una serie de autores, algunos grandes otros no tanto, que se fueron adueñando progresivamente, a lo largo de dos siglos, del camino que conducía a las justificaciones y explicaciones más inverosímiles de las acciones del Imperio Británico en diferentes partes del mundo.

Esa forma de hacer historia critica del imperialismo, y de ejercitar el antiimperialismo, era única hasta el momento en que a Said se le ocurrió encontrar en las novelas y los libros de ensayos de varios autores en lengua inglesa, un conjunto de construcciones estéticas y políticas que pretendían levantar un edificio monolítico de ideología a favor del colonialismo. Said hizo la lectura de una lista muy selecta de tales autores ingleses, a partir de los cuales elaboró una reconstrucción de todo el entramado histórico y cultural en el que se hallaban. Con eso en mano inició toda una reinterpretación de las verdaderas motivaciones sociales, económicas y políticas del arte que practicaban. La escritura en estos casos se convertía en un instrumento eficacísimo a favor, indiscriminadamente, de las virtudes y pecados de las prácticas imperialistas y colonialistas.
Pero Said quería todavía más y sus estudios abarcaron también la puesta en evidencia de toda la estructura cultural y política que hizo posible el surgimiento del conflicto árabe-israelí. El autor palestino nos hizo ser cada vez más conscientes de la importancia de la historia cultural para tener una comprensión acabada de los problemas contemporáneos. Dicho conflicto, decía Said, no tiene solamente una expresión militar, sino también, muchas otras que no le pertenecen únicamente a los palestinos o a los israelíes, sino, por encima de todo, a las potencias imperialistas que posibilitaron el juego de contradicciones sobre el cual se sostiene el afán por destruir al pueblo palestino.
La idea del genocidio como forma de sometimiento utilizada por los imperios para la rearticulación de ciertas políticas colonialistas que entraban en agotamiento después de cierto tiempo es relativamente reciente, y está emparentada con nombres tan notorios como los del Emperador belga Leopoldo II, el de la reina Victoria en Inglaterra o el de William McKinley en los Estados Unidos. Con Said aprendimos entonces que, junto a los estudios económicos, militares y políticos, el imperialismo merece igualmente un estudio cultural detallado y crítico, porque de lo contrario, nuestra comprensión del fenómeno quedaría incompleta, y no podemos darnos el lujo hoy día de ignorar ninguno de los aspectos de una realidad que cada vez más gente sabe que hasta ahí al frente.

Curiosamente, entre mayores esfuerzos realizan algunos por esconder al imperialismo, incluso hasta el término es penoso en ciertos círculos intelectuales, para otros, sobre todo en la calle, es cada vez más tangible. No podría ser de otra forma para los hombres y mujeres de Bagdad, Haití, Venezuela o Cuba, donde el imperialismo no es únicamente una rareza histórica, o cultural, que se encuentra solo en los libros de ciertos intelectuales paranoicos y anti-patriotas como se ha querido decir también de Chomsky, sino en esencia una forma de vida, siniestra y opresiva, la cual nos recuerda en la vida cotidiana que somos ciudadanos de un mundo donde la injusticia, la humillación y el aniquilamiento de los más pobres es simplemente un dato enciclopédico.

Cuando Said murió el año pasado, después de sufrir el flagelo de una larga y penosa enfermedad, nos dejó un legado de dedicación y entrega en la lucha contra el imperialismo, el colonialismo y todas las distintas formas de opresión de unos pueblos por otros, el cual tomará varios años ponderar en todas sus dimensiones y potencialidades. Otros como él, Chomsky por ejemplo, tienen años invertidos de lucha y dedicación en favor de una causa que muchos consideran perdida desde sus orígenes. Sin embargo, está visto, como lo hemos señalado, que el imperialismo es más una forma de vida que se debe combatir en todos los terrenos, antes que un concepto o una propuesta teórica para entender realidades que le pertenecen a la historia. Su cotidianidad viene medida por su capacidad de supervivencia, y cuanta mayor lucidez invirtamos para conocer y denunciar sus distintas manifestaciones más fácil será combatirlo.
A eso dedicó su vida Edward Said, y en eso deberíamos seguirlo.



1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.


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