Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 56
Noviembre de 2003

UN ESTADO ORWELLIANO:
CONSUMO, LUEGO EXISTO.


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

En el centenario del nacimiento del gran escritor inglés George Orwell (1903-1950) uno quisiera quedarse solamente con los aspectos estéticos de sus novelas, y evitar reflexionar sobre los perímetros ideológicos y culturales que ellas mismas también provocan. Pero no se puede. Porque recordar a Orwell implica tomar una posición muy concreta, y estéticamente productiva, sobre los ecos del totalitarismo para la humanidad del presente.

La productividad de nuestra posición puede expresarse de varias maneras. Una de ellas sería acercarse a Orwell y pedirle que nos aclare lo que significó el totalitarismo en su época. De esta forma nos podríamos contentar con hacer historia, y pensar, para nuestro alivio, que el totalitarismo es una reliquia que le pertenece al pasado. Orwell, entonces, se nos aparece como una especie de demiurgo que nos conjura males y tragedias de un pasado con el cual no queremos ninguna relación.

Pero está, por otro lado, a contrapelo de lo que puedan pensar y sentir aquellos que todavía creen en las barbaries y los excesos del totalitarismo, la posición de quienes, bien incrustados en el presente del siglo XXI, no quieren olvidar las distorsiones que sobre el futuro nos heredó el totalitarismo del siglo anterior.

Si lo revisamos con cuidado de tejedor y argumentos de buen compositor, el siglo XX no fue solamente un siglo para recordar, sino para estar viviendo, cada vez que hombres como Orwell nos recuerdan que la historia es una materia que tiene más que ver con la existencia que con la nada. Así, el totalitarismo se convierte en una forma de vida, donde el dictador asume que sus preceptos son de la naturaleza, y el vasallo parte de la conclusión errónea de que la esclavitud es una condición natural, con el agravante también de que ciertos seres humanos gozan y buscan prolongar tal condición.

Orwell nos enseñó, más que nada, sobre los peligros y consecuencias del ejemplo del esclavo que disfruta su esclavitud. Para el gran dictador, su visión del mundo y de la existencia está por encima de la vida y la naturaleza mismas. Tiene un serio complejo de eternidad. Para el esclavo, el grado de inmediatez de su condición viene definido por los estertores de una cotidianidad que no tiene engarce alguno con la alegría de vivir. En la mitología orwelliana, el esclavo es un individuo profundamente triste, está atrapado en los detalles más pequeños de su pequeña vidita.

Ese nuevo tipo de esclavo, el funcionario obediente, el poeta zalamero, la mujer sumisa, el ideólogo vociferante, son más estridentes de lo que nadie podría imaginar, en lo que compete a unos silencios existenciales tan ruidosos como lisonjeros para los oídos del dictador. La vocación de adulador es un descubrimiento del siglo XX, y sobre todo de intelectuales y artistas como George Orwell. 1984 es una gran alegoría de la adulación.

Los intersticios de palacio están repletos de aduladores. Aquellos que hoy te sobajean el ego y mañana te acribillan a tiros a tus padres, hermanos y mascotas. Sobre la vocación del sobajeo tenemos grandes talentos en América Latina. Pareciera ser una enfermedad incurable de algunos círculos en nuestros países. Están los manoseadores de profesión, aquellos que con gran talento y dedicación se dedican a murmurarle al oído al dictador interesado e interesante, lo que éste se llevará a la cama para dormir con su conciencia tranquila.

También está el manoseador de chismes de segunda y tercera estirpe, quien, con gran pericia y disciplina fragua intrigas, provoca persecuciones y acierta sentencias en los eslabones de una cadena templada con el martillo de la indiferencia. Porque no hay nada más terrible y traumático para el adulador que la inconsecuencia del adulado. Éste debería ser atento, menesteroso y bien dispuesto cuando se trata de un ditirambo inédito. Para el gran dictador, como diría Orwell, nunca habrá suficientes halagos en el horizonte.

Hoy, el mayor de tales halagos, es hacernos creer que los recursos ditirámbicos al servicio del dictador son perfectamente legales, justos y morales. El sueño de todo gran dictador fue siempre controlarle hasta el sistema linfático a sus servidores, que no son, necesariamente, sus discípulos. Husmear en la vida privada de las personas, evaluar hasta el bouquet de las flatulencias de los seres humanos, individualmente o en grupo, es el colmo de un despliegue inmisericorde de totalitarismo e intolerancia. Porque ya no toleramos que la gente tenga vida privada, por más pequeñita e insignificante que pueda ser.

Es ese, precisamente, uno de los logros más extravagantes alcanzados por el totalitarismo de la globalización. Sus ideólogos quisieran que la gente se desprendiera de su piel y la intercambiara, segundo a segundo, por un atractivo carrito repleto de mercancías en cualquier supermercado. Ahora no se trata de la mejor de las vidas posibles, ahora se trata del mejor de los supermercados posibles. De más está indicar, como es ya muy evidente, que el totalitarismo de la globalización logró incrustarse en nuestra conciencia tan profundamente, que la reversión de tal proceso solo será imaginable si estamos dispuestos a apostar la existencia misma.

Las alegorías orwellianas tienen esa particularidad: nos quieren probar lo evidente. Y en eso estriba su riqueza, en que la mayor parte de la gente no logra ver lo evidente. Esa ceguera que también evocaron, a su manera y estilo, Sábato y Saramago, con Orwell llegó a niveles irrenunciables, en el momento que la humanidad se superaba a sí misma por su capacidad para autoaniquilarse.

Pero la tragedia tiene todavía abismos insondables, que algunos vislumbramos con escalofríos y tenebroso pesimismo. Ya se rompió la frontera entre lo válido y lo inválido, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral. Si nuestro cerebro de fuertes resabios binarios está en lo correcto, el mundo del mañana se debatirá entre lo globalizado y lo no-globalizado, dándole a Orwell, de esta manera, toda la razón en lo que competía a la construcción de un universo en el cual no hubiera ni un solo centímetro cuadrado donde no llegara la visión del gran dictador.

Esa visión dictatorial terminó por difuminar la frontera cierta entre una existencia productiva para la humanidad, y una existencia productiva contra la misma humanidad. Hoy se es más humano en el tanto y cuanto se sea más productivo. Es ese el barómetro con el que mide la globalización sus niveles de penetración en la existencia cotidiana de las personas. La alegoría orwelliana finalmente se cumplió: el gran dictador alcanzó a controlar a la especie, la de los productivos, aquellos que estarán siempre a su servicio, porque éste es más retributivo en la medida en que la vida individual de cada ser humano se realice y resalte a lo largo y ancho de los ruidosos pasillos de los "malles" y los grandes supermercados.

"CONSUMO, LUEGO EXISTO".



1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista..


Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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