Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 55
Octubre de 2003


LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE

OSCAR WILDE


Por: Rúbila Araya

El dieciséis de octubre de 1854 vino al mundo el poseedor de una de las mentes más inquietantes de la literatura, rechazado en su época, hoy es recordado y admirado por su obra, sus frases célebres y su cautivante personalidad.

Colmada de prejuicios y condenas morales, la Era Victoriana albergó a uno de los personajes más provocadores de la Historia, Oscar Wilde. Paradojalmente, la puritana, juzgadora e hipócrita sociedad de fines del siglo XIX tuvo entre sus hijos al ícono vanguardista con mayor trascendencia de todos los tiempos.

Y es que en esencia Oscar Fingal O`Flahertie Wills Wilde, como lo bautizaron sus padres, fue provocación. Su personalidad, su apariencia, su obra y su vida no pasaron desapercibidas por los que, dependiendo de su tendencia a escandalizarse, gozaron o sufrieron con su perturbadora presencia.

Wilde decía que “lo menos frecuente en este mundo es vivir, la mayoría de la gente existe, eso es todo”. Y, sin duda, el autor de “El retrato de Dorian Gray” hizo mucho más que existir.

Debido a su cabello largo, fina vestimenta y delicados modales, este joven nacido en Dublín, Irlanda, no tardó en dar qué hablar en el circuito académico y estudiantil de Oxford, donde se lo sometió a varias sátiras, pero su fama se acrecentó cuando comenzaron a tener eco sus irónicas y asertivas frases, que incluso hoy tienen y cobran cada vez mayor vigencia.

“Lo único capaz de consolar a un hombre por las estupideces que hace, es el orgullo que le proporciona hacerlas”.

Las opiniones del padre de “El príncipe feliz” no se redujeron a hacer una crítica a las falsas normas sociales de la época. Su sensibilidad lo llevó a interesarse en los problemas que atravesaba la clase trabajadora londinense, de los cuales se empapó con el fin de conocer la miseria por la que atravesaban los más pobres, quienes sobrevivían al olvido de la monarquía.

“Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir.”

Seguramente, gracias a su educación en el seno de una familia dada a las tertulias intelectuales -encabezadas por su madre, Jane Elgee, quien fuera escritora, feminista y activista política- Oscar le tomó gusto a la literatura y comenzó a desarrollar ese mundo de ideas que posteriormente fueron consideradas altamente subversivas por la sociedad inglesa.

Y es que los conservadores se morían de miedo ante la posibilidad de que el pensamiento de Wilde cobrara cada vez más popularidad e impulsara a los jóvenes a una actitud de rebeldía frente a lo establecido, arrastrados por comentarios como que “la educación es algo admirable, sin embargo, es bueno recordar, que nada que valga la pena se puede enseñar”.

Aún así, Oscar Wilde logró graduarse con honores y aprovechar la importante influencia de los escritores Walter Pater y John Ruskin, así como del pintor Whistler, que le sirvió para explotar aún más su talento literario y potenciar su descollante personalidad.

Acostumbrado a impactar, disfrutaba con la actitud hipócrita de los que condenaban su conducta en su ausencia y lo felicitaban cuando él estaba. “Resulta de todo punto monstruosa la forma en que la gente va por ahí hoy en día criticándote a tus espaldas por cosas que son absolutamente y completamente ciertas”.

El nombre de Oscar Wilde se transformó en sinónimo de desenfado, escándalo y, para los más sensatos, de lucidez. A pesar del rechazo de un cierto grupo, tuvo una gran cantidad de seguidores, muchos de los cuales, claro, preferían manifestarle su admiración silenciadamente.

El revuelo de sus opiniones, el peso de sus trabajos literarios y su extravagante estilo de vida, que causaba escozor entre los altamente escandalizables victorianos, le dieron la fama que, buena o mala, lo transformó en todo un personaje, el cual lo menos que provocó fue indiferencia. “Que hablen de uno es espantoso, pero hay algo peor: que no hablen”.

Y fue esta capacidad de revolucionar todo a su paso, la que lo sumergió en una de las experiencias más ingratas y marcadoras de su existencia. En una acción injusta y cobarde los detractores de Wilde se valieron de su relación amorosa con el joven lord Alfred Douglas, para lograr su encarcelamiento y mantenerlo alejado por un tiempo.

El marqués de Queensberry, padre del muchacho, no dudó en usar todas sus influencias para someterlo a un juicio por sodomía, en el cual, a pesar de toda la presión que ejercieron los escritores europeos a favor del creador de "La importancia de llamarse Ernesto", se lo condenó a dos años de prisión.

Al término de aquel periodo de trabajos forzados y malos tratos en la cárcel de Reading, se refugió en París donde, ya sin esposa ni hijos, vivió en la más extrema pobreza y escribió su último cuento, para morir de meningitis el año 1900 bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth…Debió renunciar a la importancia de llamarse Oscar Wilde.



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