Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 48
Marzo de 2003 .

EN ESTE PAÍS NO
QUEREMOS SALVAJES

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

En América Latina, sobre todo en el Caribe, siempre hemos tenido la creencia de que los europeos que habitan las orillas del Mediterráneo son descuidados con su aseo personal. Aquellos de la Europa noratlàntica y central, como los alemanes, tienen fama de vivir abrumadoramente obsesionados con la limpieza. Y aquellos de la Europa oriental han llegado a ser tristemente célebres por el variado coctel de malos olores que son capaces de producir.

Entre tanto, nosotros, por estos lados de América, en el Caribe caliente, exótico  y sensual, desde tiempos "pre-colombinos" hemos hecho de la higiene cotidiana de nuestros cuerpos, aunque no tanto de nuestras almas, un ritual perfecto en el gozo que produce el contacto con el agua, los perfumes y los aceites con que nos regala nuestra voluptuosa y prolífica naturaleza.

Una vez, invitado por el Gobierno de la Repùblica Federal Alemana, entre octubre de 1989 y febrero de 1990, como académico extranjero en una universidad de ese país, me encontré con la particular situación de que, no más llegando, un generoso y precavido amigo mío, que hacía un postgrado en Berlín, me facilitó el bellísimo departamento de la mujer con la que iría a casarse en Ámsterdam. Yo me quedaría por unos días en esa lujosa parte de la ciudad, mientras él y su compañera disfrutaban de una merecida luna de miel en la ciudad de los molinos y los suecos de madera.

Pero mi buena suerte duró muy poco. La pareja regresó y tuve que solicitarle al organismo oficial que me invitó, un nuevo sitio donde quedarme, mientras concluía mi trabajo en Alemania.  Me alojaron en una pensión para académicos extranjeros, donde tuve que compartir un piso con otros dos "hombres de libros": un médico húngaro, y un ingeniero galés.

El recuerdo que tengo de esta experiencia es agridulce, porque los alemanes se habían portado conmigo de forma generosa y eficiente. La misma noche que me trasladé a mi nueva guarida empezaron los problemas, porque como a la una de la madrugada tuvimos que llevar al galés de emergencia al hospital por un ataque de apendicitis. Tal situación me permitió darme cuenta que el personaje en cuestión adolecía de los problemas de desaseo personal que aquí hemos atribuido a algunos europeos en particular. Con las prisas nos dimos cuenta de que ninguno de los tres hablaba alemán. Yo hablaba español, el húngaro ruso y el galés francés. Es decir, nuestra comunicación iba a ser muy precaria. Pero la persona que hacía guardia esa noche, una burócrata grandota y fornida hablaba inglés, por lo que nuestro entendimiento empezó a mejorar un poco.

Fui por la mujer, tres pisos abajo del nuestro, y cuando entró se tapó la nariz con un gesto de disgusto apenas disimulado. Y es que las medias, los calzoncillos, un par de gorras, varias camisas y pantalones estaban tendidos en el salón que compartíamos en nuestro piso. Todas eran prendas de los europeos. Extraño, porque en la planta baja del edificio había lavandería, que uno podía manipular a su antojo.

El médico húngaro usaba unos grandes bigotes y unas barbas hirsutas en las que, con frecuencia, vi colgando pedazos de salami y queso francés. Cuando se rasuraba, desnudo en la tina, tal vez una vez cada quince días, los pelos bloqueaban el desagüe y yo, para poder bañarme, tenía que cumplir con la operación de destape, de lo contrario nos hubiéramos ahogado todos.

El caso es que, entre la fetidez de las medias del galés y los bigotes estorbosos y complicados del húngaro, este centroamericano, ingenuo y libresco a más no poder, se vio en la obligación de tener que atender el aseo y el orden en el piso donde habitábamos los tres.

Pero quiso la ironía de la vida, o el racismo obtuso de algunas gentes, que mis atenciones caribeñas y pequeño burguesas no sirvieran de nada, porque una mañana de tantas, rodeado de bolsas de basura, latas de cerveza y colillas de cigarro, tuviera que encontrarme sobre la mesa del comedor, un mensaje en perfecto español que decía:

"En Europa, y en particular en este país, no aceptamos el desaseo y el desorden de los salvajes de América Latina. Así que tiene 48 horas para desalojar el lugar".


1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.

Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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