Bien
se puede argumentar, como ya lo habíamos hecho en un artículo anterior
nuestro publicado en esta misma revista, que existe algo mal llamado
"literatura del Holocausto", en la Alemania posterior
a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Esa
noción, ya de por sí triste y enervante, sin embargo, evoca a un
tipo de escritura que se ha estado produciendo en ese país, mediante
la cual se ha querido expresar, articular, una estética en la que
se inserten nuevos criterios y nuevas visiones de la cultura europea,
pero sobre todo una sensibilidad distinta que recoja la sedimentación
dejada por la experiencia de Auschwitz. Posiblemente no con la intención
mórbida y puntillosa del retrato de la cotidianidad en el campo
de concentración, pero sí de la reciente forma que han descubierto
algunos intelectuales y artistas alemanes para asimilar la "culpa
de civilización" acogotada en la conciencia por el Lager2,
como diría Primo Levi3.
Las
opciones eran diversas: se podría haber tomado la ruta hacia la
autoinmolación como hiciera el mismo Levi, o se podría haber conjurado
los demonios del Lager a través del arte, la reflexión y el más
estrecho y cálido contacto humano posible: el que brinda la poesía.
Algunos autores como Sebald (muerto en un accidente automovilístico
en diciembre del año pasado) e Imre Kertész (Premio Nobel de Literatura
de este año) tomaron la última salida, con lo que estarían demostrando
que la sentencia de Theodore Adorno era demasiado pesada para ser
tomada en serio4.
La
obra de Kertész, dentro de lo más noble de la tradición cultural
centro europea, lo cual implica decir en armonía perfecta con los
trabajos ciclópeos de Thomas Mann, Robert Musil, Elias Canetti y
Franz Kafka por supuesto, representa un hito vigoroso y fértil en
las preocupaciones estéticas más recientes de los europeos, marcados
de una u otra forma por la experiencia del campo de concentración,
sin que ello implique compartir los puntos de vista de Goldhagen
con relación a la supuesta complicidad de todo el pueblo alemán
en el siniestro proyecto de los nazis.
Siempre
hemos creído que es totalmente injusto valorar la imponente vastedad
de la cultura alemana, a partir de la experiencia nazi. Jamás será
legítimo leer el impacto cotidiano en la civilización occidental
de un Goethe o de un Mozart con el mismo lente con que se puede
leer la visceral y burricia propaganda de un Goebbels o de un Bormann.
Este tipo de comparaciones solo son posibles si, junto al prejuicio
antisemita existe otro de proporciones y consecuencias similares
como lo es el seguir sosteniendo que nazis y alemanes son lo mismo.
Se avanza muy poco, de hecho, cuando este tipo de tesis se llevan
a la práctica de las ciencias humanas y sociales.
El
nuevo enfoque de la experiencia del campo de concentración busca
no tanto la expiación, como el mejor entendimiento posible de un
proceso cultural, social y político que no tiene semejante en la
historia de occidente. La nueva literatura centro europea quiere
contribuir a la comprensión cabal del legado de Auschwitz, sin perder
de vista el horizonte representado por una cultura y una civilización
con enormes capacidades y talentos de supervivencia y tolerancia.
El
asunto no estriba en la revitalización de cierta literatura judía
que quiere ver en el Holocausto una forma de legitimar los desmanes
contra el pueblo palestino hoy en día, una especie de justificación
retrospectiva sionista por haber llegado tarde a la historia, con
lo cual se quiere explicar lo inexplicable en las decisiones imperialistas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, después de fundado el estado
de Israel, sino que el fondo auténtico de la cuestión reside en
realidad cuál es el significado verdadero de Auschwitz para toda
la civilización occidental y no sólo para los judíos.
Con
autores como Imre Kertész, Primo Levi y W. G. Sebald el campo de
concentración puede bien convertirse en materia de reflexión para
todos aquellos que han experimentado las monstruosidades de las
dictaduras fascistas y estalinistas en sus muchas variantes. Es
hora, para el lector latinoamericano, muy dado a las frivolidades
y hedonismos de cierta literatura que nos invita al escapismo y
a la búsqueda de escondrijos para no ver la realidad de nuestros
pueblos, de leer lo que estos escritores tienen que decirnos. De
una cosa podemos estar completamente seguros: el exotismo del Caribe,
de Macondo, y de las muchas Arcadias latinoamericanas puede encontrar
en la nueva literatura centro europea una infinita variedad de respuestas
a la frustración y al mimetismo específicos de las literaturas que
se han estructurado por estas latitudes.
1
Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta
revista.
2
Campo en alemán.
3
Si esto es un hombre (Barcelona: Muchik Editores. Quinta edición.
2001). Varias páginas.
4
"Después de Auschwitz no es posible hacer literatura en Occidente".