Ha
muerto Andrés Pérez y las organizadoras del Festival de Teatro
a Mil -Carmen Romero y Evelyn Campbell- han decidido hacerle un
homenaje a este destacado director de teatro.
El
Festival de Teatro ha terminado y ciertas personas han propuesto
que el Centro Cultural Estación Mapocho lleve por nombre "Centro
Cultural Andrés Pérez". Pareciera que tanto la empresa privada
como el Estado han llegado a un consenso sobre la calidad teatral
de San Andrés. Extraño si analizamos su conducta antes de su muerte.
Como muchos artistas -no solamente en Chile ocurren estas cosas-,
Andrés Pérez vivió casi sin ayuda, ni privada ni estatal. Nadie,
cuando estaba vivo, planeó jamás brindarle un homenaje a pito
de algo. Pero falleció, y como dice el filósofo Juan Rivano "las
deudas espirituales sólo se pagan a través de la creación de un
mito". El mito está, y como hizo Sartre con Genet, para mí ahora
Andrés es San Andrés (San Genet), aunque un graffiti de Antonio
Becerro (San Andrés de Oro, adiós) -en la Plaza Italia-
me dio la idea para escribir esto, y luego, el recuerdo del mismo
Andrés comiendo en La Vega Chica cercana a la Iglesia de Fray
Andresito dio el impulso definitivo.
Para
los demás es Andrés Pérez y dicen de él algo más o menos así:
"Fue una figura artística que concitaba todos los aplausos y que
a no mediar por un trágico desenlace su futuro no sería otro que
la Orden al Mérito Gabriela Mistral o el Premio Nacional de Artes
Escénicas." Nada más lejos de la realidad.
Este bello santo se inició en la calle,
junto a otros muchos compañeros de ruta, luego recibió una invitación
para viajar a Francia a perfeccionarse. Estuvo en Europa algunos
años, y al regresar, decidió llevar a escena las coplas de un
poeta tan popular como ignorado: Roberto Parra. Este intento tuvo
el mismo espíritu que el de Víctor Jara cuando vagaba por el sur
-a veces en compañía de Nelson Villagra, otras solo-, buscando
el verdadero Chile, el Chile profundo, el de Violeta Parra
y de otros más. Andrés reunió a una trouppe de gente -músicos
y actores- que con el tiempo han llenado varias páginas de nuestra
cultura.
"La Negra Ester" y su Gran Circo Teatro
fueron un éxito, transformándose en una escuela a la que todos
querían llegar. Pasó el tiempo y la creación no se detuvo. Vino
"Popol Vuh", conmigo en una de las graderías de un parque adyacente
a la Quinta Vergara, en Viña del Mar. Y finalmente, "Madame de
Sade", en el cerro Santa Lucía, con espléndidas actuaciones de
Fernando Gómez-Rovira (madame) y Manuel Peña (la madre de madame),
y que vi gracias a una invitación de mi hermano.
Pero mi hermano no tendría nada que
ver en lo que vendría después. Conocí al arquitecto Jorge Loviano
y de sus labios una horrible e increíble historia.
Andrés
Pérez caminaba por Estación Central, cuando de pronto se encontró
con unos galpones abandonados en Matucana 100, que durante un
tiempo fueron usados como centros de acopio. Decidió darles un
uso. Como en Europa, se tomó el terreno estatal lleno de tierra
y de escombros hasta una altura de un metro, y junto a otros actores,
lo limpió y de su bolsillo dispuso del dinero necesario para contratar
a camiones que sacaran la suciedad. Pero no todo era suciedad,
también se encontraron con maravillas, como una micro abandonada,
mejor dicho, solamente el esqueleto de ella. Alguien al verla
prometió que la haría andar, los demás, incluido Pérez -quien
tomó la arenga como mero entusiasmo- rieron.
Andrés estaba convencido de que aquel
lugar podía funcionar como un centro teatral que abarcara distintos
tipos de teatros: griego, circo teatro, de sombras, de cámara,
etc... Pensó en recurrir a instancias de gobierno para concretar
el sueño del asentamiento definitivo. Estaba convencido de que
nadie le podía negar esta posibilidad, o derecho, después de su
larga itinerancia iniciada en el centro mismo de Santiago y continuada
en lugares tan diversos como el sitio eriazo de le embajada de
Francia, el cerro Santa Lucía y el Teatro Esmeralda. Para ello,
pidió a Jorge Loviano el favor de hacer los planos y confeccionar
una maqueta de presentación. Matucana 100 a esas alturas tenía
los servicios básicos, e incluso un pequeño bar en un improvisado
subterráneo. Para muchos actores, aquel lugar era ya su casa.
Pero otros veían en ese espacio, que en el fondo se abriría como
una multisala en donde pasaría todo lo teatral, una amenaza viva
que no había que dejar crecer un segundo más. Era necesario mover
algunas influencias para desinflar el sueño de este santo.
Mientras el lobby conspiraba contra
Andrés, éste ya contaba con planos, con una maqueta, y lo más
importante, con una cita con la esposa del Presidente Ricardo
Lagos. Jorge Loviano y San Andrés se presentaron temprano en las
oficinas de La Moneda y fueron recibidos de inmediato por la tierna
y regordeta esposa. Luego de que Jorge Loviano explicara brevemente
la parte arquitectónica, San Andrés se dedicó a contar su experiencia
con casos parecidos en Europa. "Eso sí que esto lo digo como actor,
ya que jamás las oficié de director ni menos de gestor cultural",
confesó modestamente.
En ciudades como Berlín y París, existían
experiencias de edificios tomados por grupos de artistas y adecuados
-casi sin modificaciones- para su uso. "De hecho, en Alemania,
hay un centro cultural en que el Estado solamente cobra un marco
al año, es decir una suma nominal."
Y de ahí la intervención de la tierna esposa no daría pie
a mucho más, pues ella -merced a su experiencia en el corretaje
de propiedades- estaba muy al tanto de lo que costaba el metro
cuadrado en Matucana. El bla bla continuó hasta que Jorge
y el santo salieron con planos y maqueta en mano.
Al salir de La Moneda, San Andrés se
acercó a una pileta. Mirando a su compañero de ruta le dijo:
-Si flota, tenemos una posibilidad.
Como es obvio, la maqueta se hundió. Luego, San Andrés
fue expulsado de su paraíso. Lo único que le alegró al santo fue
que su salida fue honrosa; pues fue arriba de la micro que habían
encontrado ahí. Un grupo de artistas salía y un grupo de burócratas
entraba -tras unos meses- para dirigir lo que sería el Centro
Cultural Matucana 100, que no se enfocaría solamente al teatro,
que no sería amenaza para nadie y que tendría una escasa concurrencia.
Sin un lugar, San Andrés entró en una profunda depresión.
Sin sueños es imposible vivir. Sin dinero también, y Andrés lo
había gastado todo en su sueño. El sueño pasó a ser enfermedad
y la enfermedad en muerte. Muerte de un sueño; posterior cortejo
fúnebre a bordo de la mencionada micro; detención en las cercanías
de la pileta, en donde el último sueño del artista no flotó,
y meses después, el comienzo de esta crónica, que de alguna forma
debe servir para exorcizar lo que Chile le hizo a uno de sus artistas
más talentosos y serios. El sida fue sólo una anécdota, un dato
de la causa, que algunos utilizarán para blasfemarlo en privado.
Pero la culpa -que no es una mancha fácil de borrar- permanecerá
y al santo nadie lo olvidará.