Desde Costa Rica,
Rodrigo Quesada Monge
La
sugerencia inicial.
En
este pequeño trabajo trataremos de plantear una inquietud que, apenas,
hemos logrado insinuar en algunas de nuestras publicaciones anteriores.
Es que la supuesta globalización nos ha modificado el lenguaje de
tal manera que, temas, asuntos y términos del pasado que formaban
parte de nuestra vida académica y política regular, cotidiana, han
sido eliminados de un plumazo, se han ido desgastando con el paso
del tiempo, o tal vez, por su uso constante, han perdido el contenido
original que les dio sentido alguna vez.
Sin
embargo, el problema real no es el deterioro de las palabras, sino
que las realidades que buscaban describir se han enriquecido y complicado
aún mas de lo que muchos de nosotros pudiéramos pensar. Incluso, no
está de mas creer que tal enriquecimiento es el producto de pocos
cambios reales en el quehacer social, económico y cultural de las
sociedades contemporáneas.
Por
eso, para nosotros, como historiadores que trabajamos en una región
repleta de conflictos, el papel que cumplen las palabras en la actividad
cotidiana de gabinete, en la docencia universitaria, y en la lucha
política son algo mas que simplemente vehículos para describir o evaluar
determinadas situaciones. Pero el escenario se ha transformado de
tal manera, durante los últimos diez o quince años, que hoy es prácticamente
irreconocible y nos hemos quedado sin palabras para describir temas
y problemas del pasado que permanecen intactos. La pobreza, la perdida
de la identidad nacional, la humillación y la explotación a que son
sometidos millones de personas, la desestructuraciòn regional y el
serio deterioro de las alternativas políticas, nos ha dejado a los
centroamericanos prácticamente sin salidas reales y auténticas hacia
el futuro más inmediato; Esto sin mencionar la orfandad de utopías
que enfrentamos cada día de nuestras vidas.
Primer
problema.
Hace
unos días, mientras leía a dos de los más grandes escritores de nuestro
siglo, John Michael Coetzee (Sudáfrica: 1940- ) y W. G. Sebald (Alemania:
1944-2001), me encontraba con el tremendo desafío de que, para autores
de este calibre, la agenda de problemas y angustias que tienen que
atender el hombre y la mujer contemporáneos sigue estando atizada
esencialmente por una realidad històrica que no ha cambiado gran cosa,
pero que nosotros, con las palabras y sus diferentes texturas, creemos
que es posible transformar ejerciendo una especie de tiranía conceptual
sin parangón en la historia reciente del pensamiento.
Para
un autor como el novelista surafricano, el problema del "apartheid"
sigue vigente y su tratamiento estético, literario y político, lo
ha llevado por caminos inéditos en el afán de explicar mucho del desarrollo
de una nueva nación, de una nueva visión del mundo, y a tratar de
encontrar otras vías para enfrentar el desafío que consiste construir
una nueva civilización reuniendo fragmentos y pequeños trozos de hombres
y mujeres mutilados en todos los aspectos de su cotidianidad. La globalización
conoce poco de estos pequeños fragmentos. Acostumbra tratar con totalidades
y por eso responde con brutalidad ante las pequeñas miserias de los
hombres comunes de nuestro tiempo.
En
América Central, el problema del racismo, de las masivas migraciones
de trabajadores, y de la segregación indígena tiene la misma vigencia
y fuerza del pasado, a pesar de que una globalización pos revolucionaria
mal entendida, quiera hacernos creer que los mismos son problemas
que pertenecen a una época de guerras y revueltas populares que nada
tiene que ver con el presente.
Todavía
está por darse una investigación y una crítica del pensamiento pos
revolucionario centroamericano. Y digo pos revolucionario, pensando
sobre todo en la herencia de ideas y proyectos políticos que dejaran
tras de sí las guerras populares del reciente pasado centroamericano.
El asunto es que, la redefinición del mapa político centroamericano
no coincide con el grueso de las transformaciones sociales que se
suscitaron en algún momento entre 1979 y 1990. Ante ello, la mayor
parte de los intelectuales centroamericanos nos hemos quedado sin
explicaciones, y entonces hemos acudido a las viejas argumentaciones
doctrinarias, cuando las mismas solo son válidas sin empezamos a tratar
de entender que el imperialismo y las aspiraciones del neocolonialismo
se han revitalizado de forma espectacular.
Segundo
problema.
Por
otro lado, el trabajo literario de Sebald, nos abre pistas sobre los
distintos derroteros que, en la conciencia nacional de un pueblo,
puede seguir el totalitarismo cuando ha sido asumido como algo perfectamente
natural e históricamente aceptable. Llegamos a interiorizarlo de tal
manera que, hoy, la fuerza bruta, la manipulación, la corrupción y
las distintas expresiones de las prácticas políticas totalitarias,
nos parecen mas bien otras formas y estilos de una vieja forma de
hacer política que nos costó millones de muertos y que la globalización
ya asumió como perfectamente naturales.
Es
natural, nos insinúa Sebald, vivir con el miedo cotidiano a que los
temores más terribles del pasado se hagan realidad en el presente,
en el momento menos esperado. Sin lugar a dudas, esa es la cotidianidad
de los centroamericanos. No es el temor perenne a los terremotos,
los huracanas y las inundaciones, es el temor de cada día de no tener
que comer al siguiente y de que los políticos sigan jugando con lo
mas real conque cuentan los pueblos: sus sueños y sus esperanzas.
Tercer
problema.
Pero
más trágica es todavía la realidad, cuando nos percatamos de que nos
hemos quedado sin utopías. En este aspecto, tiene mucho que decirnos
otro escritor europeo, Claudio Magris (Italia: 1939- ). En el pasado,
Roque Dalton, Yolanda Oreamuno, Luis Cardoza y Aragón, y otros de
la misma estirpe, nos llenaron en América Central de utopías y sueños.
Se atrevieron a hacerlos realidad: para dedicarse a la literatura
en países como los nuestros se requiere cierta dosis de locura y delirio.
El
autor italiano mencionado ha logrado redescubrir el paisaje europeo
a través de una práctica de la literatura que busca recuperar los
regionalismos en todos los detalles imaginables. Mientras tanto, en
América Central, nos asustan los regionalismos, nos llenan de prejuicios
los pequeños datos de una vida cotidiana que ha costado sangre ir
reconstruyendo. Pero resulta que es en la cotidianidad centroamericana
y caribeña donde residen, y residieron, los grandes proyectos de liberación
nacional y antiimperialismo. Sin el aldeano de que nos hablara alguna
vez Martí, hubiera sido imposible el proyecto anticolonialista de
Sandino o Farabundo Martí. Con José Martí aprendemos a entender, a
distinguir, que existe una diferencia sustancial entre el aldeano
miedoso y conservador y el hombre corriente de nuestros pueblos, cuya
historia personal forma parte de una historia mayor, y ésta se encuentra
a su vez ligada a una superior: la de una humanidad sangrante y anhelante
de soluciones y respuestas para una cotidianidad sobre la que ha perdido
todo control.
Cuarto
problema.
Los
tres escritores europeos a los que he hecho referencia se han vuelto
mundialmente famosos porque han sabido tejer con sus novelas y ensayos,
toda una trama de reflexiones y análisis sobre una contemporaneidad
que alguien, en alguna parte, nos arrebató hace rato. No es en vano
que uno de los temas más difíciles de tratar y de investigar en historia
y ciencias sociales, es la cotidianidad de las personas y de los grupos
sociales. La dificultad no radica tanto en los posibles problemas
que la investigación, los métodos y las teorías puedan plantearle
al investigador en su quehacer, es que la cotidianidad de este mismo
se encuentra bajo el impacto también de fuerzas extrañas que quieren
decirle lo que debe sentir, lo que debe pensar y lo que debe consumir.
En este caso estamos frente a un claro dilema, al viejo estilo de
Dr. Jekyll y Mr. Hyde. De esta manera, la democracia deja de ser un
asunto que nos apremie en nuestras vidas diarias, y se convierte mas
bien en un tema que le concierne a otros. Para intelectuales del calibre
de Castoriadis, por ejemplo, la recuperación de la democracia entra
por la reconquista de nuestra vida cotidiana. Pero la democracia desapareció
hace mucho del horizonte de ofertas existenciales reales para los
centroamericanos. Nos han acostumbrado a convivir con espasmos democráticos,
y nos han enseñado a tolerar como realidades los meros simulacros
de una institucionalidad democrática que se fue con el fracaso de
las revoluciones populares en nuestros países.
De
esta guisa, un grupo importante de intelectuales en América Central,
hemos optado por refugiarnos en nuestro gabinete y por aceptar las
delicias y pequeñas seducciones de la globalización neocolonialista
en nuestros mundos pequeñitos y sumisos.
Quinto
problema.
Los
teóricos y defensores de la globalización ya entendieron hace mucho
tiempo, que sus mejores corifeos se encuentran entre la intelectualidad
angustiada y frustrada de los pueblos del Tercer Mundo. Son los mismos
que le quieren hacer creer a nuestros poetas, músicos, pintores, novelistas
y arquitectos que sin globalización nos es posible la cultura universal.
De manera sistemática, desde hace unos cincuenta años, se viene borrando
la frontera conceptual entre neocolonialismo e imperialismo, para
ofrecernos un guiso teórico posmoderno que quiere explicarnos nuestra
realidad desde un universalismo que pretende, entre otras cosas, aniquilar
definitivamente a nuestro querido aldeano centroamericano y caribeño
a partir del prurito de que, cultura universal y capitalismo son lo
mismo. Lo triste de esto es que algunos de nuestros intelectuales,
en el pasado críticos e insumisos, se adelantaron ansiosamente para
rubricar tal aserto.
Para
algunos de nosotros, los historiadores centroamericanos, al trabajar
con papeles viejos, donde pretendemos hallar a las personas que nos
den algunas respuestas a estos grandes conflictos y fragmentaciones
de la identidad que ha traído consigo la globalización, sólo hemos
podido rearticular los hechizos de un presente pos revolucionario
que no quiere saber absolutamente nada de lo que pasó en nuestros
países entre 1979 y 1990. La década perdida para América Latina, es
además, para América Central, una década que pesa terriblemente sobre
nuestro presente, pero, a la cual, no queremos reconocerle su contenido
histórico específico: la guerra popular en América Central es una
cadena de fracasos sin la cual es imposible imaginar la democracia,
por mas oculta y tácita que esta sea, como diría Castoriadis otra
vez.
El
recuento histórico de nuestros movimientos revolucionarios, exitosos
o fracasados, es una labor urgente, no tanto porque tengamos interés
en una taxonomìa revolucionaria a regañadientes, sino porque tal recuento,
es la tarea ineludible de una intelectualidad que debería reelaborar
la democracia, no a partir de la inspiración que producen tales experimentos
en otras latitudes, como Sudáfrica (después del "apartheid"),
Alemania (después de la unificación) o Italia (después de su último
gobierno constitucional), sino porque, nosotros mismos, para bien
o para mal, hemos sido capaces de generar nuestra propia cotidianidad
revolucionaria y hay que rescatarla en virtud de la generosa probidad
de nuestros pueblos.
Sexto
problema.
Lo
peor que un pueblo y sus intelectuales pueden hacer es sentir vergüenza
de su historia. Nunca será justo ni civilizado, por ejemplo, tratar
de definir a la cultura alemana, a partir únicamente de la dictadura
nazi. La cultura alemana es también, y sobre todo, Goethe, Mozart,
Beethoven y Günter Grass. De la misma forma, la historia de Nicaragua
no es solo la historia de la dictadura de los Somoza. Tampoco lo es
exclusivamente la historia de la revolución sandinista. Sin embargo,
es muy arriesgado sostener que la historia de las luchas populares
es un tema penoso, y que, en época de globalización, deberíamos pensar
sólo en los momentos posteriores a los mismos. De tal manera que ya
es oportuno empezar a hablar de literatura pos revolucionaria, pintura
pos revolucionaria y democracia pos revolucionaria, donde la palabra
revolución se encuentra en franca desventaja. Siendo así, entonces,
para evitar tal desventaja, empezamos a hablar de las artes de pos
guerra. Este nuevo concepto, más vacuo e insípido, nos dice de las
tremendas angustias y penas por las que pasan algunos académicos para
escamotearles a sus pueblos la justa historia que merecen.
Séptimo
problema.
Pero
las falacias y la vulgaridad de los teóricos de la globalización en
América Central van mas allá, y entonces nos hablan de un supuesto
Renacimiento Democrático en América Central, cuando bien sabemos,
los que todavía creemos que sabemos algo, que la democracia en esta
parte del mundo es menos que un remedo. A la luz de este tejido claramente
ideológico, nuestros "pensadores" globalizados quieren legitimar
el buen uso que se haga de viejos mitos cargados de racismo y segregacionismo,
como aquel de que, inevitablemente, hay pueblos que tienen una fuerte
vocación para el totalitarismo, como le sucede a Nicaragua. Para evitar
eso, dicen entonces desde Wall Street, hay que "globalizar"
la democracia costarricense. En el trayecto no solo se deja sin identidad
històrica al pueblo de Nicaragua, sino que se le hace el flaco favor
a Costa Rica, de universalizar una cultura, la suya, que tiene todos
los vicios, y no las virtudes, del inofensivo aldeano de que nos hablara
Martí.
Lucubración
final.
Para
un historiador centroamericano, el que esto escribe, interesado en
el trabajo cotidiano con el pasado para buscarle explicaciones al
presente, y poder soñar con el futuro, lo que los teóricos, propios
y extraños, quieren hacer con la historiografía revolucionaria centroamericana
es simplemente inaudito. Pero es más siniestro nuestro silencio total
al respecto.
La
identidad cultural, històrica, política y social de América Central
radica en la historia de las revoluciones y de los revolucionarios
que le hicieron frente al colonialismo, al imperialismo y al neocolonialismo
con todos sus matices. La tragedia de la globalización, para algunos
al menos, es que ha sido muy mal comprendida y se ha visto reducida
únicamente al tema de la universalización de los medios de comunicación.
La
globalización, como aspiración ideológica, ha estado con nosotros
desde que el Capitalismo vino al mundo, como dirían Polanyi y Landes,
muy a pesar suyo. En América Central y el Caribe, hemos olvidado lo
que la mundializaciòn capitalista le hizo a la revolución sandinista,
le ha hecho a la revolución cubana, y quiso hacerle al gobierno de
Chaves recientemente. Ahora bien, indistintamente de nuestras opciones
políticas, es imperativo recuperar la historia revolucionaria centroamericana,
de la misma forma que lo ha sido la historia empresarial, en la que
parecen estar enfrascados muchos hasta el momento, con aspiraciones
aparentemente académicas pero que ocultan la oculta historia de la
verdadera historia de América Central: la de las bananeras, la de
los ferrocarriles, la de las invasiones, los golpes de estado, las
dictaduras, los terremotos, los huracanes y las inundaciones.
Esa
es la identidad que la globalización y sus servidores quieren arrebatarnos.
San
José, Costa Rica: 26 de junio de 2002.
Identidad
cultural e imperialismo en América Central. Un problema para los historiadores.
Universidad Nacional. Instituto de Estudios Latinoamericanos. Junio/Julio
de 2002.
Rodrigo Quesada Monge: Historiador costarricense (1952), Premio Nacional
de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica (1998). Tiene
varios libros sobre historia económica, social y cultural de América
Central y del Caribe, y publicaciones en varias revistas de América
Latina, España y los Estados Unidos. Fue Jurado Internacional (rama
de ensayo) del prestigioso Premio Casa de las Américas de Cuba (2001).
Profesor invitado en la Universidad Libre de Berlín (1989) y en la
Universidad de Wisconsin (1991).