Desde
México, Jorge Solís
Arenazas.
Xibalba
Este
cable -no el vestido encajado
en
el ojo del huracán- gotas de Xibalba
que
se procuran en cada tecla o se factorizan
desde
una risa de humo.
Y
la gota -su dibujo- el despeño desde el dictáfono,
murmuro
entre carreteras de mareo, sueño, vómito,
comezón
de aspas, lubricación de ruedas
y
aves.
Es
la tierra
con
paso
tatuado
desde
el aula,
selva
de clases,
salón
de cazas.
Canción
de cuna
Con
el calor que trova
truena
y tañe el redoble,
la
adobada letra equis
de
la trova,
de
la criba,
de
la cresta.
Con
el calor que te cubre
-Xibalba
de fría cuchara-
viene
el pez delatando
la
cerda de cada sexo.
Arde-expira,
entonces, la mariposa
desde
la banqueta o el poste.
Sólo
el recuerdo solar, salado, sólido.
Desde
los témpanos.
Desde
las carriolas y las calandrias.
Con
el caballo de mi bastón,
la
casaca almidonada,
el
jolgorio y la maqueta ecuatorial
crece
la letra equis
-diente,
signo, funeral-
o
un mar de lento y extranjero
abecedario
de pausas:
crece
la equis de esta canción.
Credo
Dibujo
sin potestad manual. Sólo la crayola
muerta
hace mil años, la crayola en pie.
Así
se aguza credo de llama y fuente
(hervor
en sed de las nubes del averno).
Brasa de mar
Sobre
el agua, el jarabe amaranto sin siluetas,
nadando
desde la experiencia de la orilla
hasta
el borde azul, periferia con equipaje.
Una
alfombra. Honda la piel.
Son
el turismo los asesinatos
en
la red febril.
Este
socava la madreselva
de
mar ardiendo.
Alza
las olas a bajo precio, dura altura,
pues
es el administrador de los pantanos del agua,
de
la despaciosidad del cloro con algas de espuma.
De
vez en cuando una sirena profusa
abandonando
sus trapos
desde
la sal.
En
su ojo el mar se hace río.
Corporalidad
En
el fondo del vino se ocultan las copas.
Durazno.
El
pastel está aquí; ahoga todo su ojo.
La
mitad o el vestido de la ecuación
invocan
la cresta matutina entre todos los cristales.
Fuego
ya nunca más recto
porque
el denuedo de migajón nunca
ambiciona
el trofeo depositado en canastas,
o
porque me llamo desde la rodilla
deshecha
o la garganta del helecho.
En
Xibalba sólo la mordida de las abejas.
Es
ahí donde la cantidad se ha hechizado,
como
hechizadas las mordidas o los sables
entre
la copa, la espada y el horno.
Sólo
aquí las mordidas se eclipsan
con
el vocablo de las abejas,
hechizando
a la cantidad.
Prolegómeno
Nace
el brazo. Empieza la cama donde el obispo
pide
nubes al vapor, con la bota enardecida
por
la reminiscencia de la torre.
De
piedras y fugas desde el estroncio el gesto,
de
vísceras hacinadas en
la raíz
de
todo nacimiento, igual que la introducción
a
la pastilla que congela vestidos
o
el rencor de la pus constante
desde
el fondo,
desde
el fondo.
Niña
Xibalba
La
orina, lugar y ocasión donde
pierde
la niña su magia de caramelo
muerto;
mientras, atropella su lengua
un
camión desde las velas agotado,
entre
llantas que arden
sobre
el pasado.
Es
la orina el martillo que exhala
la
niña sin preocupación
y
olvido sólo lo que desde esta
esfera
se moje.
Cinco
fragmentos perdidos en la red postal
Ante
papeles blanqueados por la pérdida el ojo.
Si
no en manos torpes nunca el tiburón es garza.
A
la espera rinde tributo el orificio de sal
que
en su costado el ojo del monstruo
escucha.
Búsqueda
de buzones desde un arroz en fuego
hasta
la confección de la aguja nacida
del
toro. Epístolas no de letras sino de detergente,
nunca
esparcidas en simulacros. Su conducción,
las
bocanadas en el seminario tuerto, la entrega
en
el testamento que sólo va contra la ruta
por
no asir la estela del barranco
o
el vino viejo.
El
cheque gestado por arroyos del fonema
sólo
se erige en la puerta clandestina
de
una panadería, siempre y cuando
sea
el hábito encontrar el timbal en la arena
o
sobre las curvaturas de
un águila
de
salitre.
Y
es que tiempo y nada más es la correspondencia.
Fuera
de su velamen es disco sin circunferencia.
Mientras
que en el tiempo se hace torcaza
privada
del comburente, de su velo.
Se
ovilla la correspondencia
con
las texturas de los pórticos en Xibalba.
Epístolas,
pues, de un detergente
que
nunca ha vuelto a besar
las
migajas en el bosque
de
las caricaturas.
Entre
la tres redes siempre fragmentos,
algunos
hoyos asonantes,
esto
es, una imagen de gaveta en gaveta
imposibilitada
en besar el tambor.
Idiosincrasia
Conocen
el ahogo los niños sólo hasta construido el pozo.
Estampa
Había
una envoltura lenta:
diez
letras imposibles de tocar el oído
o
la memoria.
Entre
camiones de horno en pausa
y
perros de llagas genéticas,
es
decir, plazas de asombro
foráneo,
se escurrían.
Jantetelco
es la cintura quemada
de
Xibalba.
Alacrán,
vigía de la visita.
Alacrán
sed de sol.
Cada
esquina es diálogo del polvo,
conversación
de machetes
que
disputan desde la letra hasta el fantasma.
Pero
cuando la letra es el fantasma
queda
la membresía del ardor cutáneo,
algunas
cajas en la carretera del desvelo.
Alacrán,
lluvia de lodo,
beso
del aro, río de la pelota
subterránea,
tierra de tierra.
Es
el tejón la única forma para deletrar
la
noche, pues ya los colchones
en
el pasto de aire navegan.
Sólo
vals de furia y saetas
que
rompen o encienden
la
electricidad del agua.
Un
filo birfurcando nexos del otro lado:
desde
la madera como séptico
hasta
la cruz pétrea o la ofrenda
de
arcilla delante de otras presas.
No
hay, pues, camino o papalote.
Pero
se permiten los vuelos en la
estampa
del río, ofertorio a contraluz,
esquina
sin más anexo
que
una foca festejando
el
aire.
Si
el tiempo se aniquila
no
hay cabaña que no sea aplastada
por
los áridos tejidos de este yermo
augurio
de cal entre la tierra
que
es el polvo.
¿O
todo pueblo fantasma viaja
junto
con la almohada y por ello
a
pesar del agua y las ruedas
se
fundan gente e iglesia, mercado
y
comparsa, lupanar y trigo
en
el azar?
Cuando
Jantetelco había nacido
y
cavaba en el agua para bautizar
el
polvo, ya los devoradores
habían
sacado la piedra
para
el hacinamiento del olvido.
Y
ahora que ya no existe
puede
saberse que todo el beso
y
toda su historia se llama infértil
tierra
de los colmillos.
Sólo
así se abandonan letras
en
el cauce de cualquier líquido siglo.