Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 39
Mayo de 2002

I
NOTAS SOBRE POESÍA
(LA EXPERIENCIA POÉTICA.)

Desde México, Jorge Solís Arenazas.

Se habla en torno a la experiencia poética. Este decir abre una suerte anfibológica. Experiencia poética, experiencia de la poesía, experiencia de lo poético... El objeto es menos la nitidez de sus propios gestos que el anuncio de un horizonte posible, donde la más diversa gestualidad pueda ingresar a cumplir un papel. ¿Se trata de un descubrimiento? Más bien de una de lectura. Partiendo de la idea de que el hecho no es esencial per se, puede ya comprenderse que el sujeto, frente a la experiencia, cumple una función de lectura, de construcción. O, para decirlo desde la fenomenología, de constitución de un objeto.

Así, la experiencia poética puede tener como un origen absoluto la sospecha sobre su propia condición. Según Nietzsche, no existe el hecho en sí "y parece absurdo pretenderlo". Entonces, lo que existe es el enfrentarse poéticamente a la experiencia o el tomar la experiencia a partir de una lectura que dé cuenta sobre un horizonte poético. Por ello toda poesía parte de múltiples constituciones y desrealizaciones.

Dice Paz que no debe contarse la experiencia poética, sino reproducirse en el poema. Esto debe interpretarse así: debe haber una lectura tangencial que atraviese el poema, la escritura debe ser desciframiento, mirada, y situar todo en el plano interrogativo y definitorio de lo poético. Esto es cardinal. Yo puedo "escuchar" un silencio como ruptura, ausencia, inmensidad, por ejemplo, y sentirme atravesado fatalmente por él, de tal suerte que no es otra cosa lo que me sostiene, lo que me hace cobrar conciencia, aun sea por escasos minutos, de que existo; él, ahora, es mi condición de posibilidad, cualquier gesto, cualquier palabra, cualquier silencio otro, se medirá desde él, que es una condensación de instantes... Puede también aburrirme, y entonces encenderé el televisor, pondré un disco o silbaré el himno nacional para quebrantarlo. Todo se sitúa merced al ojo, al hambre o a la capacidad de éste. Lo que pesa es el enfrentamiento de la circunstancia. La experiencia es la lectura en torno a ella.

Esto afecta a la escritura poética. Según Barthes, la escritura "es una función: es la relación entre la creación y la sociedad, el lenguaje literario transformado por su destino social, la forma captada en su intención humana y unida así a las grandes crisis de la Historia". A partir de la pregunta en torno a la posibilidad de una experiencia poética, se deriva el cuestionamiento sobre la creación (en su relación con la sociedad, se entiende). Al respecto debe decirse que la creación (escritura poética) no puede darse sin procesos de formalización. Y ésta, en parte por lo menos, cumple un sino lector, por lo que puede destacarse que la función de la escritura es un puente entre dos planos de lectura distintos1 entre sí, pero ligados inexorablemente, que generan el espacio necesario para el estallamiento de otros tantos planos de recepción. De ahí que la literatura pueda ser distinguida, sobre todo, como trabajo sobre significantes.

Entonces la lectura "original", por llamarle de alguna forma ciertamente ambigua, es una elección que no salva sus distancias y, regularmente, sus aislamientos. El lenguaje no puede agotarla, pero al participar de ella, la multiplica; no sólo la posibilita, sino también abre sus bordes, destaca sus fibras más sensibles y al exponerlas a menudo atestigua una demolición de sí misma. Por ello, el lenguaje, como primera condición de toda escritura, es al mimo tiempo la base de su cuestionamiento, el papel de la conciencia sobre su imposibilidad y no pocas veces su fractura, su negación o su neutralización. El sino que cumple, el que intenta cumplir, eligiéndolo o negándolo, es siempre pesado y constitutivamente extraño. Puede aspirar a la claridad, moverse en cualquier dirección, pero nunca lograrla. Fatalidad, pues, ineluctable: su aliento recuerda a la Puerta: 11 rue Larrey, de Marcel Duchamp, que no puede estar, jamás, ni completamente abierta ni completamente cerrada, a la cual su ser mismo le es imposible; ante ella misma su función, su estructura, su fundamento le son ajenos.

Esta aporía fundante oscurece, de igual forma, toda visión sobre la experiencia poética. ¿Qué papel cumple el lenguaje en ella? O posiblemente la pregunta sea así ¿el lenguaje cumple un papel en la experiencia poética, es su fundamento, su producto, su horizonte de posibilidad de ser, su obliteración o su renuncia?, ¿o el lenguaje es la experiencia poética?, ¿o la experiencia poética nace precisamente ahí donde el lenguaje se admite inocuo y abre la puerta para liberarnos de él, con el fin de trascenderlo? En todo caso nunca cumple un perfil meramente vehicular. Decir que el alba sube no tiene nada que ver con decir que la mañana asciende.

Hay, entonces, la mirada sobre una experiencia que cristaliza en función relacional, generando a su vez, por una parte, otra experiencia, con su correlato lector y, por la otra, un plano de recepción que se implica tanto en la función como en la posibilidad de otras lecturas, remitentes siempre de la primera, más derivadas que dependientes. Pero de fortma similar existe una imposibilidad doble, multívoca, en esto. Un texto viene a ser, por lo anterior, el lugar de varios encuentros que no anulan sus aislamientos naturales, de la misma forma que el juicio de cierta experiencia en tanto que "experiencia poética" nunca puede tomarse como reconocimiento de esencias, sino como constitución de objetos desde un plano triple, a saber: funcional, estructural (o estratificado, según Roman Ingarden) y, por último, vital.

Es necesario aclarar un poco esto último. El texto (como cierta cristalización de la escritura poética) es siempre, si hay una aproximación verdadera sobre él, una pregunta, una súplica, una celebración, en suma, un quebrantamiento. El ojo pierde forma cuando escucha. Una forma de ser, "del ser ahí" diría Heidegger, es cuestionarse sobre sí. Pero al hacerlo, en su actuar, está relacionándose consigo de otra forma y por lo tanto, comportando otra forma de ser ahí. Esto, en la recepción de un texto, es fundamental para el cumplimiento de la función, velada o no, de la literatura. Hay un lance sobre la página. Apetito... Leer es tener no sólo una experiencia, sino reintegrar todas las experiencias posibles en otro plano, con otro perfil. Es un cuestionamiento desde el presente pero no sólo hacia él mismo. Cumple operaciones retroactivas e igualmente futuras. Un texto debe también ser entendido desde el aspecto de las experiencias que posibilita, de las lecturas que genera no sólo sobre su cuerpo, sino sobre toda otra experiencia que lo trascienda, que esté antes o después de él, y sin conexión aparente, desplazamiento desde ese centro hacia otras superficies, que no necesariamente adquieren el ángulo periférico. 

Se objetará que esto no es el entendimiento de un texto. Pero pensar que un ancla puede detener todos los barcos es encerrarse en una linealidad que traiciona el propio ser del objeto que trata de enaltecerse. En este caso, negar la polisemia no sólo en el orden interno del texto (sus significados múltiples) sino también en el orden exterior a él, es no reconocerlo a plenitud, ni con ella. La única forma para relacionarse poderosamente con una escritura es reconocer la ambigüedad de sus límites, o su no delimitación, que explaya sus entropías. Un soneto, cuando contiene poesía, no mide catorce versos. Y un verso endecasílabo, en un poema, no es un enunciado construido según leyes métricas que le imponen como cuerpo once sílabas. O para decirlo de otra forma, no hay cantidad posible, sólo multiplicación de cantidades que en cierta forma se niegan. O, para preguntarlo junto a nuestro más grande poeta, ¿se trata de la cantidad hechizada?

1 Que no son unívocos, sino diferenciales respecto de sí mismos, a partir de multiplicación de niveles.

             

Si quieres comunicarte con Jorge Solís Arenazas, puedes hacerlo a: poiesis@prodigy.net.mx
Su sitio web es: www.mexicovolitivo.com


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