EL IMPERIO DE LO HUMANO: ENTRE RUTAS Y PARADOJAS
Grupo folclórico amazónico – Mercado Mesa Redonda (Lima)- Foto: Walther Maradiegue
El imperio de lo humano: entre rutas y paradojas
Walther Maradiegue
wmaradiegue@hotmail.com
Del ser humano se suelen decir muchas cosas, y formular demasiadas teorías para un ser tan pequeño dentro del sistema inmensamente complejo que es el universo y con una historia de miles de años tan pequeña comparada a la de millones de años que solamente la Tierra tiene. Quizás sea por el regocijo que experimentamos en estudiarnos a nosotros mismos, descubrir nuevas teorías o principios, y así acercarnos a la ilusión de nuestro conocimiento pleno, esto ha sucedido desde las primeras civilizaciones hasta alguna noticia actual en la que un grupo de científicos de algún país del hemisferio norte ha descubierto que el parpadeo de pestañas del ser humano estaría administrado por una serie de antecedentes fisiológicos.
Y estas teorías provienen de diferentes disciplinas desde su formación incipiente, tal es el caso de Aristóteles y sus trabajos sobre la política, la ética y la metafísica, pasando luego a través de los siglos por cientos de trabajos de lo que vendrían a ser las ciencias sociales y las humanidades en ciencias que tomarían el nombre de derecho y ciencias políticas, lingüística, arqueología, antropología, sociología, que abarcarían un aspecto o un versión del ser humano, reconociéndolo no solamente como un animal solitario y misántropo sino que al contrario, necesita de una vida en común para darle sentido a esta existencia sobre la tierra, consecuencia quizás impensada del hecho de haber adquirido el raciocinio en algún momento del proceso de evolución.
Esta vida en común con otros seres de su especie lleva a este ser humano a crear mecanismos de armonización de la vida en común con los idénticos cercanos y con sociedades vecinas –lo que el cristianismo podría llamar “el prójimo”-.
Dentro de todas las disciplinas surgidas, las ciencias sociales han surgido un poco tarde a comparación de otras como podrían ser la ciencia política o la filosofía, y consideramos que esta “tardanza” se justifica en ideas universalistas de lo que vendría a ser las correctas reglas de convivencia en armonización y potencialización de las capacidades humanas, predominantes sobretodo hasta mediados del siglo pasado. Estas ideas universalistas provenían exclusivamente desde Europa, que se constituía como el foco de la civilización que se expandía hacia otras zonas consideradas inhóspitas o incivilizadas como América o África, a donde los pretextos de civilización o cristianización llegarían en forma de colonización y control social y político.
Es así que los primeros años de la antropología, antes que se forjara como ciencia independiente como tal, tuvieron que ver con intenciones colonialistas de países europeos, tanto si tomamos como primeros etnógrafos de la historia a los cronistas españoles que llegaran a América y describieran en algunos casos minuciosamente lo que se iban encontrando en sus andanzas y visitas a las Indias Occidentales, sin dejar de añadir previamente un ingrediente fabulesco a sus escritos, quizás para acrecentar la curiosidad en la audiencia lectora como para hacer aún más heroicas las aventuras de estos, entendiendo que estas proto-exotizaciones de las Indias y de los indígenas mantendrían rezagos hasta nuestros días.
igualmente sucederá con los posteriores investigadores que trabajarían en África, Asia y Oceanía, en estudios financiados en muchos casos por los gobiernos de Inglaterra o Francia, en que si bien dejaron de lado la exotización fabulesca para priorizar la consecución de un conocimiento acorde a lo que se vendría conociendo como el “método científico”, muchos de los primeros escritos aún no han sido del todo entendidos y contribuyen a alimentar la imagen social de Occidente acerca de estas tierras como inhóspitas, de pueblos que viven en la “incivilización” y que necesitan de la ayuda de Occidente para salir de tal estado del que por sí mismo no podrían hacerlo.
Dentro de estas primeras intenciones antropológicas, o de conocimiento etnográfico para un término un poco más exacto, surgió el otro como una entidad separada del conocimiento filosófico tal cual se había desarrollado hasta ahora y aparecía como un otro de otro sistema cultural, en el que ni el sistema y por lo tanto ni el individuo dentro de ella eran entendidos ni objetiva ni parcialmente. Aparecen entonces respuestas fáciles e inmediatas como la re-exotización de este otro y de la cultura en general, uniendo la categoría geográfica distante con la categoría civilizatoria distante, inclusive para los mismos científicos sociales primeros que se aventuraron a estas tareas, herederos en parte de las teoría evolucionistas en boga hasta el siglo XIX y parte del XX, pero que en todo caso supieron dar un paso hacia delante en la compresión del fenómeno cultural y de la multiplicidad y variabilidad de la expresividad del espíritu humano como ente individual y como animal social.
En este sentido los primeros trabajos etnográficos marcaron una acentuada diferencia de los trabajos exploratorios que hubieran podido hacer anteriormente cronistas o viajeros científicos o aventureros, pues tuvieron la capacidad de reflexión hacia lo observado y hacia el o los observados, con procesos históricos y culturales particulares.
Dentro de estas primeras expediciones de carácter etnográfico surgiría una necesidad que ciertamente permanecería más o menos constante hasta la actualidad: el desplazamiento, que ya sea visto como un requisito, como necesidad o como consecuencia. Tuvo una presencia a la que se le ha dado una importancia crucial, si bien es cierto en un inicio se le entendió como la necesidad del desplazamiento geográfico, a lugares cuya distancia geográfica al lugar de origen del investigador era directamente proporcional a la validez del trabajo etnográfico, poco a poco esta exclusividad de lo geográfico va disminuyendo respecto a otras prioridades.
El término desplazamiento puede ser sencillo de comprender, la misma palabra nos hace referencia al movimiento de un objeto a otro -así es como se concebiría físicamente-, y cuando un cuerpo se desplaza necesita de una fuerza externa que le mueva a vencer su inercia de reposo y empezar este desplazamiento, el mismo que debe tener un inicio y final, un punto de destino donde el desplazamiento termina.
Pero la terminología de la ciencia física no nos ayuda mucho a comprender lo que el proceso de desplazamiento involucra en las ciencias sociales. Los primeros antropólogos que realizaron este tipo de desplazamiento geográfico, eligieron trasladarse a zonas muy lejanas de su civilización, buscando cada quien las condiciones más extremas respecto a diferencias con la cultura de donde provenían fuera posible, así se realizaron visitas a diversas islas de Oceanía, a tribus Africanas, a zonas altoandinas, todas hechas por científicos provenientes de Europa en su mayoría (Francia, Inglaterra) o de Estados Unidos. Quizás con la búsqueda de sociedades alejadas geográfica y culturalmente, la naciente ciencia antropológica se propuso desafíos más o menos radicales que se dirigirían a un mejor entendimiento de la diferencia como hecho natural en el ser humano, y la relación entre sistemas culturales diferentes también.
Es así que el desplazamiento permitía a los investigadores en primer lugar un desprendimiento del lugar de origen, y su cultura, con la ilusión de ser una tabla rasa que pueda observar, adquirir y analizar las costumbres y creencias de la comunidad en que se está trabajando. Luego, este mismo desplazamiento permitía al investigador un aislamiento de cualquier otra condición que pueda afectar la concentración y dedicación total que el trabajo etnográfico le exigía: la observación distante, la observación participante, la toma de datos, el aprendizaje del idioma natural de la comunidad, eran requisitos que se iban imponiendo a los largo de los años para aspirar a la incorporación del investigador a la comunidad “como si fuera uno más de ellos”. En los primeros trabajos etnográficos se observa un empeño de los investigadores en lograr esta incorporación, lo cual traería como consecuencia una observación objetiva de la cultura en que se está trabajando.
Y siempre una atracción del hecho del desplazamiento ha sido el gusto por lo exótico, así podemos observar que los primeros trabajos etnográficos fueron realizados en comunidades de las que se tenía muy poca idea: la que se tenía era de hombres y mujeres que vivían en la semidesnudez o desnudez total, que casi practicaban el canibalismo, el incesto y la poligamia y en que los sistemas de gobierno eran autocráticos y totalitarios, heredado por castas eternas en que la vida y pensamiento de la población no tenía ningún valor que no fuera el propio beneficio de las clases gobernantes. Este carácter exótico atraía a todos, especialmente a los primeros etnógrafos: sabido es que la diferencia, mientras más radical, más atractiva es, puesto que nos permite observar comportamientos que nunca antes habíamos visto y nos enfrenta al placer culposo del miedo a lo desconocido.
Probablemente haya aspectos que hayan permanecido invariables a lo largo de los años hasta la actualidad, pero muchas de la concepciones, principios y motivaciones que movieron a los primeros etnógrafos han variado en menor o mayor medida. Si bien el desplazamiento continúa siendo importante, se ha problematizado la exclusividad del aspecto geográfico en la realización del mismo, es decir el ubicar solamente a aquello que es una tribu amazónica con costumbres totalmente diferentes a las nuestras como objeto de estudio de la antropología. Pues en primer lugar reafirma expresiones neocolonialistas en que ahora nos servimos de las ciencias sociales para hacer científicamente exótico a aquello antes sólo era cinematográficamente atractivo. Posteriormente aplicarle una nomenclatura arbitraria e inconsulta a todo aquello que nos puede parecer desconocido para hacerlo nombrable y por lo tanto controlable y administrable por los aparatos de comunicación que por cierto, controlan aquellos que enviaban a sus científicos sociales.
En segundo lugar la primacía de lo geográfico en el distanciamiento ignora diversos sistemas culturales que pueden estar sumamente cerca de la universidad, dentro de ella, o en los que la misma universidad puede estar involucrada.
Es por esto, que si bien el trabajo de campo sigue siendo importante y vital para el trabajo de investigación antropológica, se ha variado en muchas formas en la concepción del término “campo”, ya no solo como espacio geográfico lejano e inhóspito, sino como vecino o anexo. Inclusive ya no es solamente un campo geográfico sino que, pueden ser campos cibernéticos, mentales, sociales, políticos, microscópicos o astronómicos: todo esto consecuencia de la diversidad de medios en que el ser humano puede expresarse en la actualidad, y como consecuencia del entendimiento que éste no posee una sola identidad fija e inmutable que lo acompaña a lo largo de su vida, sino que en realidad es un mosaico de influencias, culturas, realidades y utopías que lo acompañan muy dispersamente durante su existencia, y por lo tanto la idea de diferencia como rasgo distintivo de una persona o sociedad se adapta al contexto en que el individuo se desenvuelve, que responde a una espacialidad y temporalidad casuística.
Conceptos similares que se adaptan a la realidad social y a la actualidad de las ciencias sociales en el camino por el que transitan en el mundo contemporáneo y postmoderno, la crítica cultural nos obliga a preguntarnos inclusive si un antropólogo en realidad es capaz o llamado a hacer cualquier tipo de trabajo de campo, para llevarlo de la mejor manera, o una que cumpla los objetivos de la investigación programada. No se puede ignorar que el resultado dependerá si el investigador pertenece o no a esta sociedad, su estatus como investigador, a cuál estatus quiere llegar, cuál es la escuela o universidad de donde proviene y cuál es la agenda de esta universidad, quién financió este trabajo y con intenciones (expresas y tácitas); son inquietudes que en el futuro próximo definirán el rol de las ciencias sociales en nuestro mundo.
Walther Maradiegue
En segundo lugar la primacía
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