Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Sicosis para Leer

Carlos Yusti

El músico norteamericano Jhon Cage tiene tres composiciones (4`33``, 0`,00`` y reunión) cuya base es el silencio. Cage lo explicó en una conversación con Daniel Charles: “La primera, 4'.'3.'3", es para uno o varios músicos que no producen sonidos. La segunda, 0'00", indica una obligación respecto de otro que debe ser cumplida, parcial o totalmente, por una sola persona. La tercera consiste en la reunión de varias personas que practican un juego -puede haber dos o más jugadores- en una situación que se amplifica. Cualquier juego -por ejemplo una partida de bridge, o de ajedrez- se convierte en una obra musical, que es esencialmente silenciosa.” 

Kazemir Malevich, un pintor ruso,  es el creador de un famoso cuadro "Cuadrado blanco sobre fondo blanco" (1918), en el que el blanco representa lo que el silencio para Cage. Este gesto creativo  de no-pintura, de no-música lleva tanto al creador como al escucha (o al espectador) a entrar en esa zona en la cual la creación artística intenta explorar todas las posibilidades del arte, busca abrir puertas inéditas para que el acto creativo se radicalice a tal punto que se convierta en su propia caricatura, en una burla consciente, premeditada y alevosa.

Las vanguardias artísticas en su cinco minutos de fama buscaron darle otra de vuelta de tuerca al arte convencional y así el cine, la pintura, la escultura y la literatura se convirtieron en objetos llevados al laboratorio de la experimentación. Algunos productos fueron realmente interesantes, otros se quedaron en un amago deleznable. Luego estas vanguardias pasaron a formar parte de la tradición artística y el ciclo se iniciaba otra vez. Los vanguardistas  desmontaron el arte más que visto, le hicieron morisquetas al arte clásico archivado en los museos y en la memoria estética como obras intocables. Sólo trataron de que el arte volviera a escandalizar, a causar angustia, a que hiciera sentir vivo al espectador tan difunto en la cotidianidad doméstica con horarios.

La literatura no escapó tampoco a la experimentación lo que permitió al escritor dejar páginas en blanco y pasar el mal trago de eso que se denomina bloqueo creativo. En determinado momento todo escritor pasa por este bloqueo y las páginas en blanco se acumulan en su cabeza. Osvaldo Soriano escribió un artículo, “silencio textual”, en el que cuenta el caso de un escritor (de seguro él mismo un tanto disfrazado), que tenía “un terror negro a empezar su novela. No a la página en blanco, sino al resultado de la página terminada”.

En Internet un usuario se ha dado a la tarea de dejar una página en blanco. Cuando se visita el sitio  (This-page-intentionally-left-blank.org) aparece ese territorio blanco y el cursor titila al final de un frase en letra minúscula que anuncia que es una página intencionalmente en blanco. 

Esto de las páginas en blanco tampoco es una novedad. Durante la sanguinaria dictadura de Pinochet se editó un libro de bolsillo con el llamativo título “Filosofía y pensamiento de los militares chilenos”. Todas las páginas estaban en blanco. El libro circuló de manera clandestina y fue un golpe irónico contra un régimen oprobioso. Hace poco Sheridan Simove publicó “¿En que piensa cada hombre aparte del sexo?”, las doscientas páginas del libro están en blanco, cuestión que no ha impedido que el libro sea un éxito de ventas.

Hay una blancura  más poética en una panadería familiar que una página en blanco como lo refirió el poeta Eugenio Montejo en su ensayo “El Taller blanco”. En el texto Montejo evoca la blancura nocturna, fraternal, esmerada y artesanal de la harina en una modesta panadería propiedad de su padre: “La harina es la sustancia esencial que en mi memoria resguarda aquellos años. Su blancura lo contagiaba todo: las pestañas, las manos, el pelo, pero también las cosas, los gestos, las palabras.” Luego Montejo compara los libros en su biblioteca con la hilera de los tablones llenos de pan y se pregunta si una palabra puede llegar a la página con mejor cuidado, con esa íntima atención con las que los panaderos hacen su producto. Montejo escribe: “El pan y las palabras se juntan en mi imaginación sacralizados por una misma persistencia. De noche al acordarme ante la página, percibo en mi lámpara un halo de aquella antigua blancura que jamás me abandona”.

Estuve tentado en dejar este espacio en blanco, pero creo que la literatura es una manera de enfrentar esos espacios en blanco de nuestra existencia, esos abismos blancos donde sopla el viento helado de la nada y el olvido.

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