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REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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LA ERRADICACIÓN DE LA CIUDAD
Posciudad y ciudadanía

Por: Rodrigo Alarcón M
rolarcon@gmail.com


La Familia, la escuela, el ejercito, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia un propietario, estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que solo tiene administradores.

Guilles Deleuze

El siguiente texto surge del intento –por cierto modesto- de aproximarse a una comprensión de la ciudad contemporánea, a través de un recorrido que transita desde la pregunta por la ciudad en términos epocales, hasta la pregunta por la ciudad que hoy fragmentadamente se piensa y se habita.

 Para esta ciudad hay múltiples claves de interrogación, sin embargo en este trabajo se intenta abordar la escurridiza realidad de la ciudad desde su similitud a un plano informático, donde al parecer la ciudad termina erradicada y la experiencia de la ciudadanía transformada en una multiplicidad de fragmentos, conexiones y desconexiones. En este recorrido se busca dar cuenta del nuevo modelo urbano que el mundo global despliega: la posciudad.

1. La Pregunta por la ciudad

La ciudad es el lugar de realización de la existencia, del habitar-construir que produce y reproduce las prácticas y representaciones de la historia, el trabajo, el sexo, el ocio, la violencia, el amor etc. Es el registro de inscripción de la sociedad, el espacio donde se organiza formal e imaginariamente el “orden de las cosas” en tanto campo de disputa por el poder, los regímenes de sentido y de representación. Es decir, la ciudad es el lugar de la política (Del Valle: 1997).

Desde esta perspectiva, la ciudad es el lugar de su propia inscripción, el registro de su propia dialéctica auto representacional (García Canclini: 1999) y a través de la cartografía que levanta su textura material y sus fluctuantes zonas de significado, resulta una escenificación de espacios y discursos signados por el desajuste con cualquier molde unívoco y estático que reticule los contradictorios códigos de los flujos y los sujetos que la habitan. La ciudad se presenta como el locus donde las diferencias explotan, donde lo disímil y lo contaminado constituye el terreno de las posibles definiciones. Tanto la experiencia como la episteme que la organizan, se constituyen en una trama des(re)territorializada, desencajada, móvil y multiforme que arrastra el efecto de un registro multivocal de descripciones que va desde la morfología de su población hasta el rediseño territorial de la nueva organización espacial de la industria, pasando por los relatos tribales y los evanescentes textos de las tendencias urbanas. Luego, en tanto artefacto productor del orden, la ciudad es una máquina productora de desafasajes, descorrimientos y desplazamientos en el orden del sentido y en su mundo de artefactos materiales.



Este juego de elaboraciones y reelaboraciones que comprende la ciudad, actualmente presenta las trazas de la radical transición sociocultural contemporánea. Un nuevo modo de producción de extensión global emborrona las fronteras y restringe los Estados en una gestión económica de lo político que planifica, controla y gestiona lo social sin ningún anclaje en “territorios tradicionales”. Esta megatendencia cuenta con el soporte de la tecnología electrónica para regular la circulación material del capital en sus flujos de intercambio y genera, como efecto cultural más potente, el desplazamiento de las estructuras de sentido hacia un universo simbólico difundido a escala planetaria, donde los signos y símbolos articuladores de las identidades son tensionados desde una nueva constitución trans-territorializada y postradicional (Castro Gómez y Mendieta, 1998 p. 10). Sin embargo, esta rotunda resignificación de los imaginarios culturales no es un fenómeno espontáneo, sino más bien un acontecimiento cuyas claves de sentido son rastreables desde la “fractura de marco” del orden tradicional, fenómeno ocurrido bajo el impulso cultural de la masificación, tal como se advierte en las transformaciones simbólico materiales de la ciudad de finales del s. XIX.

Las actuales dinámicas de transformación de la experiencia urbana, entonces, se inscriben en el radio de tensiones y complejidades discursivas provenientes del complejo moderno; la expansión sin precedentes del capital, sus fuerzas productivas y la creación de un mercado mundial que hoy precisamente signa la facticidad del escenario social mundial (Larraín, Jorge: 1996) así lo evidencian. En este sentido, con la actual pregunta por la ciudad –que hoy con tanta fuerza se vuelve a plantear-, se revela la problematización del propio sentido de la modernidad, en tanto ésta se ha constituido en términos fundamentales como cultura urbana. Sus procesos de expansión -que pertenecen a la esencia de su constitución y desarrollo-, han ido cobrando presencia en la propia textura de la ciudad, en el continuo de sus transformaciones y en las contradicciones de sus representaciones. La pregunta por la ciudad, entonces, remite indefectiblemente a una problematización de fundamento, al horizonte de la modernidad como conjunto epocal, obligando a rastrear esta ubicación y sus coordenadas a través de un repertorio de significantes que en los últimos años ha girado en torno al problema del despliegue de sus postrimerías, al “reciclaje” de sus postulados o a la clausura por una especie de “fin de temporada”.

La ciudad es una convergencia problemática donde se da cita el cuestionamiento del estatuto epistemológico, la fórmula institucional y los fundamentos civilizatorios de las condiciones de saber y de las figuras de la razón. Bajo estas claves, preguntas como la realizada por Heidegger en torno a la técnica resultan hoy mucho más reveladora, en tanto las transformaciones en el campo tecnológico proyectan una totalidad histórica, una definición de la cultura y todo un nuevo orden mundo (Martín-Barbero, 2004). Dicha interrogante se ve actualizada cuando la reflexión fija la mirada en los efectos antropológicos de la lógica inmanente a la evolución técnica, la cual movilizaría, a través de la naturalización de sus condiciones de vida integradas dentro del propio aparato técnico por él creado, una posible transición reificante desde el homo faber al homo fabricatus (Habermas, 1969).

Si bien es cierto que la mediación tecnológica trastorna la relación hombre – mundo, el reciente cambio que se ha producido en el orden de las cosas, no tiene estrictamente su origen en la técnica, sino que los impactos tecnológicos de la sociedad global se enmarcan en el proceso de mayor data y calaje de la secularizadora racionalización del mundo (Martín-Barbero, p. 257). El movimiento, el desplazamiento y el ámbito ampliado de los procesos de cambio que aceleran los procesos de interconexión son, pues, el registro “sismográfico” de la época, cuyas marcas se leen y se observan fehacientemente en las grandes transformaciones de la ciudad moderna y contemporánea. En esta perspectiva, la ciudad ya no solo es el archivo de su propia sucesión y discontinuidad, sino que también es el “mejor registro” del devenir del pensamiento y de la acción humana de los últimos siglos. Parafraseando a Martín Barbero, la ciudad se da a pensar en cuanto narración y es en el ejercicio de pensarla cuando se cae en la cuenta de que el crecimiento del espacio urbano no significa la expansión de la ciudad física, sino el crecimiento de una experiencia, la experiencia del hombre contemporáneo, el mismo que ahora camina por las calles de la ciudad global sin culpa y sin utopía (Martín-Barbero, p. 264).




2. La erradicación de la ciudad

Aproximarse a un deslinde conceptual de esta nueva configuración de lo urbano, comprende la revisión de las modalidades que la ciudad experimenta a la luz de los expansivos procesos de la economía global y de las políticas de la información. Con el término Posciudad, se reconoce una modulación urbana material y simbólicamente porosa, movediza, ubicua y virtual. En tanto artefacto conceptual, denota un intento estabilizador que se recorta sobre el trasfondo reflexivo de un móvil cuerpo de ideas –especialmente anclado en las comunicaciones- que procesa los escurridizos flujos que descorre la globalización sobre centros de gravedad cultural en permanente desplazamiento.

Pues bien, después de décadas en que lo urbano como objeto de interés teórico estuvo relegado (Gorelik, 2003), esta especie de palimpsesto en que deviene la ciudad contemporánea, inaugura un repertorio de referencias donde se mezclan nostálgicos relatos anclados en barrios virtuales, “callejeras” estrategias de seguridad y sobrevivencia material, junto con testimonios que dan cuenta de cómo los ciudadanos constantemente modifican y reconfiguran sobre la marcha sus patrones de comportamiento, y la función y significado de los lugares que habitan. Pareciera que en la ciudad se dan cita en esta hora las mutaciones civilizatorias más radicales y el intento por comprender los sentidos de las transformaciones que atraviesan la sociedad y el sentido de lo humano (Martín-Barbero, 274), cuestión que implica reconocer una transformación que está alterando y transformando la percepción temporal y espacial de los seres humanos.

Un autor como Paul Virilio advierte que el tiempo cronológico e histórico ha dado paso al tiempo real de la pantalla del ordenador y el televisor, donde todo se presenta de manera instantánea, los espacios tradicionales se ven desplazados y se despliegan procesos ajenos a la identidad y la memoria colectiva de los lugares, cuyas claves de acceso siempre han existido en tiempos locales. Con el tiempo real los lugares se convierten en intercambiables, generándose una distopía de donde han sido expulsados las ciudades y sus lugares de arraigo. La desaparición del espacio real va en paralelo a la desaparición del tiempo local e histórico, dando paso la "urbanización del espacio real" a la "urbanización en tiempo real", nueva forma de crear ciudad basada en las lógicas informáticas y televisivas. El tiempo real anula la noción de distancia física, ya que cuanto más rápido es el desplazamiento por el mundo menos se tiene conciencia de su vastedad. De esta manera un nuevo modelo de percepción comienza a actuar sobre el horizonte urbano, en el cual los vínculos se debilitan y las interconexiones pasan a ocupar un lugar hegemónico.

Se puede afirmar que hoy la ciudadanía “flanea” en el espacio donde todo deviene flujo y fugacidad. Un espacio donde el ciudadano accede, pero no participa y la desagregación social se constituye en el relato que la privatización de la experiencia consagra en lo urbano, al gestionar la conversión del espacio desde donde hoy las personas ensimismadas miran la ciudad, el espacio doméstico, en territorio virtual. Desde ahí se comienza a tejer la red que impone el nuevo modelo de percepción urbana, activándose el paradigma informacional de circuitos, enlaces y conexiones que constituyen el modo de acceder y narrar la ciudad, en tanto que desde el territorio domestico se accede a lo que se quiera a través de las vías electrónicas (Martín Barbero, p.276). El espacio domestico se comienza a constituir en un espacio donde todo llega sin antes partir.

Para los fines aquí planteados, en medio de este escenario resulta gravitante para evitar caer en la reiterada fetichización de los particularismos, descifrar la nueva configuración de lo privado y de lo público y las relaciones que establecen, en tanto que ambos espacios comienzan a presentar una superposición y una confusión de sus fronteras. A pesar del repliegue que se observa en las personas frente a la incertidumbre exterior, estar en casa ya no viene a significar ausentarse del mundo, ni siquiera de la política, sino que viene a constituir una manera nueva de ejercerla, o mejor de mirarla (Martín Barbero, p. 277). Sin duda que aquí se observa de igual manera, cómo el desarraigo urbano ha sido proporcional a la masificación y sofisticación de los poderes de la información. Como sea, imposible de ser representada en la política, la fragmentación de la ciudadanía es tomada a cargo por el mercado, deviniendo en experiencia efímera donde la conexión - desconexión es el “vínculo” por cierto inestable entre los colectivos o las denominadas nubes de sociabilidad. Así es como la ciudadanía se escinde permanentemente, experimentando la contradicción entre las expresiones de sociedad y la seducción del consumo como ejercicio individualista que fragiliza cada vez más la ciudad. 

Se comienza a apreciar una identificación entre la racionalidad planificadora, la experiencia del habitante y el accionar de los “movimientos sociales” con el modelo de la comunicación y el paradigma informacional. En estas tres esferas el encuentro de los ciudadanos no se vuelve prioritario, sino lo que es gravitante es la permanente circulación; no la reunión y si la conexión (Martín-Barbero, p. 286). Este fenómeno urbano presenta una alta complejidad formal como una de sus características más fuertes, en tanto convergen procesos simultáneos de desterritorialización y reterritorialización, de desmontaje de realidades urbanas preexistentes y de recolonización de la ciudad con otras nuevas. Los primeros se caracterizan por el debilitamiento de la idea de lugar y de las comunidades sociales definidas territorialmente; los segundos por la aparición de una nueva espacialidad donde lo urbano es inseparable de lo no urbano, donde los límites entre el interior y el exterior se han difuminado, donde conceptos como "ciudad", "suburbio", "campo" y "área metropolitana" son difícilmente deslindables.

El caos urbano está siendo ordenado, entonces, desde el paradigma informacional que va ligando todo a una sola matriz teórica y operativa: la circulación constante, que es a un mismo tiempo tráfico ininterrumpido e interconexión transparente. En este sentido, la verdadera preocupación de los urbanistas ya no será que los ciudadanos se encuentren sino todo lo contrario, que circulen. Ello justificará que se acaben las plazas, se enderecen los recovecos y se amplíen y se conecten las avenidas. Así deviene la ciudad en metáfora de la sociedad convertida en sociedad de la información, siendo la ciudad erradicada a un espacio difuso y ubicuo donde ésta queda organizada en torno a centros de orden y control, capaces de coordinar, innovar y gestionar las actividades entrecruzadas de las redes empresariales (Castell, 1996). Estos centros son la médula de los procesos económicos, cuyas actividades se pueden reducir a la generación de conocimiento y la gestión de los flujos de información. Estos centros nodales “son omnipresentes y se ubican en toda la geografía del planeta, excepto en los “agujeros negros” de la marginalidad (Castell, p. 268). Esta ubicación no es una cuestión menor, en tanto la urbe se integra en una arquitectura evolutiva de los flujos que hacen de la urbanización y reurbanización procesos casi absolutamente dependientes de factores globales.

Los efectos estructurales desde el punto de vista del trabajo son significativos, toda vez que el rasgo de la conexión-desconexión de esta nueva forma urbana (Castell, p. 275), se traduce en redes flexibles que permiten a los complejos de producción y a las compañías en general acceder a la mano de obra bajo condiciones favorables, en tanto permiten a éstas no incorporar empleos o trabajadores ni tampoco proveedores, más allá de lo financieramente conveniente y en cantidades requeridas (Castell, p. 276). Sin embargo, el desarraigo urbano simultáneo a estos procesos desconfiguradores de la economía y la sociedad pasada, remite a cuestiones como la borradura de la memoria, la angustia cultural y la pauperización psíquica, que recuerdan que la disparidad de los procesos, la integración y la exclusión es algo muy característico de los procesos de la posciudad. Efectivamente, entonces, en el nuevo modelo urbano se dan procesos opuestos y complementarios: crecimiento informacional y declive industrial, degradación y mejora de la fuerza de trabajo, sectores formales e informales, produciendo una fuerza de trabajo altamente polarizada y generando una diversidad de estilos de vida y diferentes espacios de convivencia y de hacer urbanos. Sin embargo, de aquí no resultan dos mundos opuestos sino una realidad plagada de fragmentos con escasa comunicación entre ellos, instalándose una estructura espacial que combina segregación, diversidad y jerarquía (Castell, p. 282).

La disolución histórica del lugar, que es marca e hito del nuevo hiperespacio de la posciudad, de alguna manera es gatillado por las prolongaciones -en que está atrapada la ciudad- de las complejas redes globales del aparato financiero y la penetración del espacio corporativo en las vidas y en el paisaje cotidiano de los ciudadanos y de las ciudades (Jameson, 1996).  En esta perspectiva, Jameson destaca el conjunto de mediaciones entre estética y economía que conjuga la arquitectura, las cuales sugieren niveles intangibles del capital financiero, el cual usa la ciudad de cartografía e interconexión. Los grandes edificios corporativos establecen esta alianza formal que intenta amalgamar al ciudadano con la lógica del capital. Es decir, en la ciudad la nueva acción comercial transforma los lugares y los territorios más allá de su peso comercial, cuestión nítidamente visible en el impacto, por ejemplo, en el caso chileno, de los centros comerciales en las ciudades de provincia, donde los sitios sobre los cuales fueron edificados generalmente marginales y fuera del circuito de los valorados espacios céntricos y tradicionales, se convirtieron desde lo comercial en lugares de altísima plusvalía y, lo más significativo, en nuevos centros gravitacionales de la vida social. En estos nuevos centros aterriza un lenguaje multivocal que articula discursos, estructuras, precios, marcas, presente, futuro, todo, pero en clave de mercado y bajo la lógica del capitalismo financiero global, que desde la perspectiva de Jameson terminan por conducir desde el capital a la estética y la producción cultural.



El Shopping, como se ve, es una especie de metáfora de la ciudad del flujo, pues casi desde el proceso de su construcción que no ha conocido alteraciones, contradicciones, ni influencias de proyectos urbanos más amplios (Sarlo, 1997). La historia está totalmente ausente y cuando hay algo de historia, no se plantea el conflicto apasionante entre la resistencia del pasado y el impulso del presente. La historia es usada para roles serviles y se convierte en un preservacionismo fetichista (1997, p. 19). Se vivencia una amnesia necesaria para el funcionamiento de la economía y su particular subjetividad en cuanto la referencia a la tradición y a la historia detiene, retrasa o por lo menos es fuente de conflicto. De manera que el centro comercial es definitivamente un simulacro de la posciudad, por lo menos un ejercicio ideal, pues es un “artefacto perfectamente adecuado a la hipótesis del nomadismo contemporáneo: cualquiera que haya usado alguna vez un shopping puede usar otro, en una ciudad diferente y extraña de la que ni siquiera conozca la lengua o las costumbres de esta nueva urbe” (1997, p. 18).

Una cultura extraterritorial se despliega en este nuevas “plazas públicas”, cultura de la que nadie queda excluido incluso los más pobres en tanto el Shopping es fiel a la universalidad del mercado. Con su lógica aproximativa, este nuevo centro “es un tablero para la deriva desterritorializa; sus puntos de referencia son universales: logotipos, siglas, letras, etiquetas, no requieren que sus intérpretes estén afincados en ninguna cultura previa o distinta del mercado” (1997, p. 20). El Mall es el espacio del flujo constante, del cambio permanente, mostrando una cualidad transocial que caracteriza a la posciudad, en tanto en este simulacro de ciudad se instaura un torrente imparable de significantes sin posibilidad de estabilización, ni de contención.

Desde esta perspectiva, es observable como el entramado de la posciudad se teje a partir de un proceso de desurbanización que realiza una reducción progresiva de la ciudad realmente usada por los ciudadanos (Martín-Barbero, p. 287), a través de la simultaneidad operativa de la despacialización que reduce la historia a flujo, el descentramiento que hace equivalentes todos los sitios en función de su utilidad informacional y la desurbanización que restringe el uso social a favor de la volatilidad de las mercancías y los mensajes (2004, p. 286). Estos movimientos atraviesan por igual la ciudad real y todas las ciudades que se pueden encontrar dentro de ella, en el sentido que la transversalidad de las redes y los flujos despliegan un territorio sin fronteras en que habitar la ciudad es "vivir en un mundo en el que se está siempre y no se está nunca en casa" (Martín-Barbero, 2004).

Ciudadanos de la Posciudad

La posciudad se ha descrito hasta aquí como una especie de réplica estratégica donde se producen las múltiples localizaciones de lo global y sus dinámicas cada vez más tecnológicas que territoriales. Sin embargo, es en estas mismas localizaciones donde se encarnan las modalidades sociales y urbanas del orden mundial avanzado, desde la arquitectura que aloja al poder financiero, hasta los nuevos estilos de vida y las nuevas expresiones de la polarización que vive la población. Es decir, estas localizaciones también se escenifican en tanto lugares de explotación y lugares de resistencia. De manera que cuando los flujos de información y los dispositivos de integración tecnoeconómica entran a configurar la ciudad, se  tensiona el espacio de lo político, en tanto queda reticulado por una lógica que descalza las tradicionales identidades, las formas de participación y los modos de acceder a la acción pública por parte de las personas. Jameson ya advirtió, en torno a la relación capital – arquitectura, que las relaciones sociales de nuevo formato desplazan los “discursos calientes” hacia espacios donde los discursos se vuelven más bien neutros, efecto de la sobrehistoria que supone la globalización financiera, esto es, una acción sin actores, al menos sin actores reconocibles (García De La Huerta, p. 24).

En medio de estas desestabilizaciones otra pregunta adquiere urgencia, aquella que interroga el lugar de la globalización y su posible reconocimiento. Detrás de esta interrogante está la problematización de la condición de posibilidad del ciudadano, en tanto la identificación “del lugar de la globalización” permitiría resistir el flujo hipermóvil del modelo. Si la globalización tiene un lugar es posible elaborar una acción político social real, toda vez que las ciudades son fronteras en disputa, son lugares donde se despliegan nuevas mediaciones y en general, nuevos acontecimientos políticos marcados por el neo aglutinamiento de las masas bajo la marca de una desvalorización estratégica que los une a los bajos salarios y a la desprotección legal.

Sin embargo, no queda claro en qué momento las fuerzas sociales que se expresan en este nuevo modelo urbano se encuentran en conflicto político. A simple vista no hay mucha confrontación real, a pesar de las evidentes marcas de desigualdad y exclusión. Todo indica que en la posciudad el carácter de las luchas se manifiesta desde experiencias micro-sociales donde el capital es confrontado constituyéndose un momento político. En estos micro-territorios  se podría explorar incluso el alcance de lo que históricamente se ha llamado lumpen, en cuanto a la capacidad que contiene para transformarse en un actor político por intermitente que esto resulte; muchas de las formas de violencia que se observan en la ciudad, violencia urbana diferente a la del robo o el asesinato, expresan un contenido potencialmente político, lo que está indicando que la “ciudad global” conforma un espacio que también genera actores políticos y no exclusivamente referidos a un aspecto de la economía global.

Este nuevo modelo político de redes y flujo que separa y aísla la materialidad de las relaciones sociales (Castell, 1996), mantiene el conflicto aunque sea de manera latente (Habermas, 1963a, 1987b), toda vez que el rasgo distintivo de la posciudad es una conexión exterior permanente –al sistema económico global- y una desconexión interior de las poblaciones locales que son funcionalmente innecesarias o perjudiciales desde el punto de vista dominante (1996, p 278). Precisamente la lógica conexión-desconexión con que los actores sociales marginales se mueven o más bien se ven obligados a moverse, desde el punto de vista político reticula la ciudad formando una constelación de fragmentos sociales, perspectiva que da sentido a la cita de Guattari que hace Deleuze en cuanto a que éste “imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas; lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal” (Ferrer, 2005). De manera que a pesar que la ciudad padece esta descorporización a través de la densificación de los flujos y el reemplazo del intercambio de experiencias entre las personas, una particular mirada del nuevo escenario urbano sentencia la disolución de la política, ni del hacer ciudadano, ni consuma el repliegue irreversible de lo social.


Pareciera ser que hoy se constituye un nuevo tipo de sociabilidad, una articulación reticular cuyos nudos de reconocimiento recorren las calles con una impronta tribal, diferenciada y constantemente tensionada por las territorializaciones que activa la lógica del consumo. Se desatan nuevas maneras de estar juntos, refractarias a un consenso racional y provisionalmente determinadas por la edad, el género, los repertorios estéticos, los gustos sexuales, los estilos de vida y las exclusiones sociales (Martín-Barbero, 2004). Sin embargo, esta especie de “mosaico de participación” se ve profundamente afectado por el despliegue de los medios de comunicación que intentan reconfigurar los modos de interpelación de los sujetos y representación de los vínculos que cohesionan una sociedad (2004, p. 314). En estos cambios de sensibilidad de la vida social, se percibe un proceso de abstracción que intenta hacer del “Posciudadano” una parte del porcentaje de la estadística, a través de la gestión mercantil de la política que sustituye la vida política en el mismo proceso y al mismo ritmo en que el ciudadano va siendo reemplazado por el consumidor (...); el Estado no sólo deshuesa al Estado sino que fagocita la sociedad civil, a la ciudadanía, convirtiéndola en instancia de legitimación de sus propias lógicas y discursos (2004, p. 314). Esta acción a cargo del mercado y los medios, implica además un elogio permanente del presente y una desafección de toda fuga interpretativa que haga una articulación de sentido que escape al flujo imparable del mercado. El resultado es la expurgación del pasado, el cual es depurado y lavado de todo lo que podría hoy generar desorden, y la clausura de una perspectiva problematizadora de futuro.

En definitiva, aproximarse a la problemática configuración estructural, social y política de la “Posciudad”, es constatar lo que se podría denominar como “erradicación de la ciudad”, la reducción progresiva de la ciudad y el desuso de los espacios materiales y simbólicos cargados de significación pública. La ciudad vivida e interpelada por los ciudadanos se estrecha y paulatinamente comienza abandonar o perder sus usos y costumbres, moviéndose las personas a través de los circuitos urbanos por la mera obligación que imponen las rutas de tráfico y desplazamiento funcional. Sin embargo, al parecer aun son reconocibles retazos de desmarcación respecto a los “pesados” dispositivos culturales del mercado y los efectos que genera la imposibilidad de retener para siempre al interior de códigos estables, la diversidad de sujetos y de acciones de producción de sentido y de resistencia visibles aun en la ciudad. El conflicto, la contradicción, la discontinuidad y la imposibilidad de establecer una temporalidad y una espacialidad sellada en la ciudad, permanece como una realidad que permite intentar sostener y revisar la diferencia que habita en los rituales y en las prácticas de los sujetos cuando enfrentan el régimen de verdad y su pedagogía visual que impone la nueva realidad urbana de la denominada Posciudad, siempre con la perspectiva de dar forma al deseo irrenunciable que señalaba Spivak, el de estabilizar una sociedad que se caracterice por dinámicas más humana y más libertarias.

REFERENCIAS:

-Castell, M. (1996). El Surgimiento de la Sociedad de Redes.  Blackwell Publishers.

-Castro Gómez, S., Mendieta, E. (1998). Teorías sin disciplina. México. Universidad de San Francisco.

-Del Valle, T. (1997). Andamios para una nueva ciudad. Lectura desde la Antropología.  Valencia. Universitat de Valencia.

- Ferrer, C. (Ed.). (2005). El Lenguaje Libertario: antología del pensamiento anarquista contemporáneo. Argentina. Terramar Ediciones.

-García Canclini, N. (1999). Imaginarios Urbanos. Argentina. Eudeba.

-García De La Huerta, M. (2002). Diálogo entre culturas y un alcance sobre Nietzshe y el mestizaje. En León, R. (Ed.), Arte en América Latina y Cultura Global. Santiago. Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

-Gorelik, A. (2003). Lo moderno en debate: ciudad, modernidad y modernización. Universitas Humanistica n° 56, pp. 10-27.

-Habermas, J. (1992), Ciencia y técnica como ideología. Madrid. Tecnos.

-Habermas, J. (1990). Teoría y Praxis. Madrid. Tecnos.

-Jameson, F. (1996). Teorías de la Postmodernidad. Madrid. Editorial Trotta.

-Larraín, J. (2000). Modernidad, razón e identidad en América Latina. Andrés Bello. Santiago de Chile.

-Marín-Barbero, J. (2004). Oficio de Cartógrafo. Méxic D. F. Fondo de Cultura Económica.

-Sarlo, B. (1997). Escenas de la Vida Posmoderna. Buenos Aires. Espasa Calpe.

 

 

Escáner Cultural nº: 
121

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