blog de Cuento
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio CINCO
BROWNING M2 CALIBRE .50 BMG
Por José Agustín Orozco Messa
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El sol cae a plomo sobre todo el lugar. El calor está insoportable. Debemos de estar aproximadamente arriba de 40° al Sol y casi lo mismo a la sombra. Porque la sombra no es más que un mugroso plástico negro, esos de bolsa de basura, que alguien colocó sobre la improvisada trinchera de costales llenos de tierra. Así que no hay mucha diferencia entre estar sentado empuñando una ametralladora Browning M2 calibre .50 BMG bajo del plástico negro, o estar parado al pie de la carretera, cargando los seis kilos del fusil de asalto SIG SG 550 calibre 5.56 mm. Aunque junto con el arma se carga otro kilo de los 120 cartuchos, además de la bayoneta. Pero, lo que es peor, es soportar el kilo y medio del casco de acero que, bajo el sol, hacen que se derrita la cabeza y se sienta que pesa el doble como si fuese de piedra. Por estas razones, nadie quiere estar ocho malditas horas en un retén a orilla de carretera.
Paradójicamente hay dos tipos de soldados cumpliendo ese servicio, encabezan la lista: los soldados castigados, los más indisciplinados, que siempre están contra corriente con sus superiores y, por lo tanto, son los “voluntarios” para terminar haciendo este miserable servicio. Junto con ellos, como siempre sucede, también están los soldados que, por alguna razón, le caen mal a sus superiores y, sin importar su buen desempeño, igualmente son mandados a cumplir con el castigo de estar ocho horas bajo el Sol a orilla de la carretera. En resumen, o están los peores soldados o están los más cumplidos pero por esa misma extraña causa, terminan allí todos juntos.
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio CUATRO
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Dedicado a la memoria del maestro: Parménides García Saldaña,
“El Rey de la Onda” (1944-1982), a 33 años exactos de su lamentable pérdida.
Si esto fuera un documental. La primera escena que deberíamos ver [ya saben, porque todo buen guión debe de empezar con una imagen, que inmediatamente nos introduzca en el tono de lo que vamos a ver, es decir, de lo que va a tratar el guión]. Bueno, como decía, si esto fuera un documental: lo primero que deberíamos ver sería a Aristeo Cano Mina sentado frente a las cámaras en un plano medio diciendo algo así:
—En aquellos tiempos, las cosas no eran como ahora…
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio TRES: [Entre BURUNDANGAS te veas]
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Acto I
“Songo le dio a Borondongo
Borondongo le dio a Bernabé
Bernabé le pegó a Muchilanga
le echó a Burundanga
Les hinchan los pies…”
Canción Burundanga, Celia Cruz
Burundanga ha sido una bestia toda su vida. Lo fue de niño y lo sigue siendo de grande. Aunque el apodo se lo ganó de pequeño, porque parecía un animal rabioso que repartía manotazos y patadas contra sus compañeros de primaria, sin importar si eran grandes o chicos, siempre que alguno de ellos no quería seguir sus órdenes. Resultó que, ya adulto, le seguían llamando Burundanga, aunque por otras razones que ya veremos. Pero no se piense que había diferencia entre el Burundanga niño y el adulto, porque invariablemente, todo lo quería arreglar a manotazos siempre. De allí que le pusieran Burundanga porque, en el imaginario de sus compañeros de primaria: esa palabra era sinónimo de “niño salvaje”, “bestia salvaje” o “una especie de Tarzán bestial y animalesco”.
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio DOS
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Ricardo Naranjo fue hijo único. Aunque nació en México no se veía muy mexicano. Sus papás venían de Argentina. Así que era un niño muy blanco, de castaños cabellos rizados, ojos claros, mejillas sonrosadas, etc., etc., parecía uno de esos rechonchitos querubines pintados durante el barroco. Con esto no quiero decir que no existan mexicanos blanquitos y bonitos, simplemente sucede que la mayoría de ésos son hijos, nietos o bisnietos de europeos o gringos avecindados en éste país quienes; casualmente, mantienen estrictas relaciones entre sus mismos pares: de allí que sus descendientes mantengan las características somáticas mencionadas.
De niño lo vestían muy formal. Era regordete y de mediana estatura. Su padre, arquitecto de profesión, estableció negocios con importantes empresas constructoras ubicadas en el DF [o Mexico City, para los angloparlantes], allí nació Ricardo. Realizó sus primeros estudios en el célebre Colegio Alemán allá por Lomas Verdes. Donde la mayoría eran alumnos: güeritos y pudientes, mezclados con algunos mexicanos-mexicanos, no tan rubios pero igual de pudientes. Cabe señalar que tampoco ser güerito es sinónimo de ser acaudalado, acá en México hay cantidad de güeritos pobres. Un par de millones diría yo. Aunque, muchos de ellos, también tienen orígenes extranjeros. Producto de migraciones del siglo XIX que se establecieron en el campo, porque eran campesinos de origen y se condenaron a sí mismos. De manera que ellos no se enriquecieron porque hablar del campo en México es sinónimo de hablar de extrema pobreza.
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio UNO
Por José Agustín Orozco Messa
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Fortunato Barradas nació en el seno de una familia de nazarena tradición. Su padre, abuelo, bisabuelo y así, sucesivamente. Remontándose generación tras generación, muy probablemente hasta el primer Barradas: habían sido carpinteros. Sin embargo, Fortunato tenía un plus extra. Una habilidad que sus ancestros no tuvieron, al menos que él supiera. Fortunato era muy hábil para dibujar. Desde niño muy pequeño, todos en su casa fueron testigos de ese hecho. En cualquier pedazo de papel podía hacer un buen dibujo con apenas un lápiz ordinario.
Pero no se confunda el lector. No me refiero a esos niños que dibujan toscos trazos que los papás, de generaciones anteriores, confundían con un Mickey Mouse, o los actuales, con un Bob Esponja y decían:
—¡Mira que bien dibuja el niño! ¡De seguro va a ser artista!
Lo mismo ocurre con papás que ponen música de cumbia a todo volumen en su casa, ven a su pequeña hija zangolotearse como licuadora a diestra y siniestra; y sin ningún pudor, dicen muy ufanos:
—¡Mira que bien baila la niña! ¡De seguro va a ser bailarina!
Fortunato, desde muy tierna edad, podía hacer el retrato a lápiz de una persona, con la misma facilidad que otro niño de su misma edad apenas y podía rayar burdas formas geométricas.
Pero todo se quedó en la anécdota; a veces, en alguna reunión, se pedía al niño que dibujara el retrato de alguno de los invitados. Quienes asombrados, aplaudían la destreza del niño, quien sin aparente esfuerzo, retrataba a cualquiera logrando un parecido innegable. Pero no pasó nada. Por alguna extraña razón, ahí se quedó todo.