revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias
año 8
Número 90 - Diciembre 2006

 

FROZEN
Francisco Morán
Por César Gabler

 

 

Versión 2.0

En los buses de hace unos años era posible encontrarse con una curiosa variación en la palanca de cambios. Se trataba de unos pomos transparentes que envolvían coleópteros, arañas de toda clase e incluso alacranes. No interesa aquí destacar el carácter kitsch del objeto, me importa resaltar su hibridez. De un lado la naturaleza, del otro la civilización. Lo civilizatorio toma aquí la forma de una prisión plástica. La trascendencia asegurada a través de una renuncia, renuncia de la naturaleza, adhesión al artificio. Como la mítica criogenización de Disney, pero en resina y lista para el consumidor.

Tal como esos objetos, en las pinturas de Francisco Morán, se conjugan al menos dos planos bien diferenciados. De un lado la pintura y del otro la superficie. Sin embargo lo que en el ejemplo del inicio era fácilmente diferenciable, el insecto y su envoltura, aquí resulta imposible deslindar. Su técnica no consiste en barnizar con densas capas de acrílico una obra ya resuelta. En su sistema las masas de acrílico portan el color, un color que no se revela hasta cristalizarse. Antes de que eso ocurra las pinturas de Morán permanecen acostadas y cubiertas por lechosas capas de pintura que lentamente adquieren su apariencia definitiva. El procedimiento recuerda el dripping. También se trata de pintura derramada. Pero lo que en la técnica de Pollock es inmediato, acelerado -ingrávido incluso- aquí se revierte por completo. Morán pinta en cámara lenta, los colores permanecen por varias horas en el misterio y tardará otras tantas en aplicar una capa siguiente. Es un proceso que recuerda el proceso de revelado. Aquí sin embargo las cosas ocurren con iluminación natural.

Hay morosidad en el asunto. Un Pollock ralentizado, como en esos tediosos videos de Douglas Gordon, donde Vértigo de Hitchcock, puede durar 24 horas. Sin embargo tanta lentitud está lejos de brindar un control riguroso al sistema. Tan lejos de la velocidad y del gesto, se hallan estas obras, como del cálculo geométrico. Se diría que el actuar del artista radica en la preparación de un parsimonioso escenario accidental. Las telas son caldos de cultivo para la ejecución de un experimento, que permite esta forma particular de desarrollo pictórico. Pintura de laboratorio; como un biólogo, Morán procura los elementos necesarios para que el cultivo crezca en un ambiente adecuado. Él solo se encarga de asegurar que el proceso se desarrolle sin alteraciones. Una visita a su taller da esa impresión. Las telas están sobre el suelo, aguardando alcanzar un estado definitivo, que solo es posible conseguir en reposo. Crecen como hongos.

Hongos líquidos y luego -tiempo mediante- hongos cristalizados. Superficies brillantes, nacaradas, irizadas. Sumen si quieren otros adjetivos. También debiera agregar, frías, distantes, indiferentes, cool.

Frío y suavidad de espejos.

 


El espejo en Morán se vuelve un reflejo fantaseado, porque su superficie va ligada a una pintura. Si el espectador se acerca a la obra; si seducido por su color, si intrigado por su superficie, se acerca lo suficiente, se verá reflejado. Tal vez esa inquietud que ofrecen los espejos, se halla vuelto más evidente en estas últimas producciones. Ejercicios de seducción que hoy hablan directamente de ella. Morán ofrece en esta exposición algunos importantes cambios respecto a las obras que exhibió hace solo unos meses. El color se ha vuelto deliberadamente más fashion, más cool. Si antes el cromatismo aludía al mundo de la cuatricromía - la impresión digital- hoy apela a la moda.

La abstracción, por intermedio de planos de color, de chorreos, de brochazos aludía siempre a un estado superior. Ausencia de Dios, búsqueda de lo absoluto, la abstracción apelaba a lo sublime. Angustia existencial o anhelo místico. Las imágenes que ahora presenta Morán están tan lejos de Rothko como de Newman, pero creo que también poseen un cierto grado de sublime. Un sublime light, un estado de conciencia que se alcanza rodeado de design, envuelto en música chill out. Una felicidad que no tiene lazos sociales o familiares, una felicidad que se multiplica con los estímulos de la conciencia narcisa. Felicidad de los últimos tramos de la pirámide social. Allá en lo alto, reclinándose sobre un sillón de Saarinen, reflejándose en pantallas planas, aparece el destello de lo feliz. Estado sublime del que sostiene una conversación elegante, rodeado de gente bella y sofisticada. Una ilustración de Jordi Lavanda convertida en rotativo, multiplicándose como un eterno retorno Fashion.

Los colores suaves de Morán, sus armonías bien compuestas, el sueño líquido controladamente psicodélico modelan una paz plastificada. Dulce como un coctel bien preparado, la música de fondo que derraman estos fluidos, su cromatismo de sanatorio chic nos provoca una placidez anestésica, la calma balsámica del prozac. Estas pinturas no pueden verse como un mero ejercicio cromático. Morán apela tanto a la retina como a la conciencia, pero no tiene un Verdad Social que develar, solo tiene a su haber una cuota de ironía que derrama controlada y elegantemente. El sillón confortable de Matisse tomó forma en estos cuadros, y nos podemos sentar en ellos sin advertir la trampa.

Morán ha pintado una celda para la nueva conciencia de clase alta. La "Clase Alta Real" sustentada en dinero o apellidos (o ambas) y la "aspiracional" amparada en el crédito y el deseo histérico de ser otro, para "Ser". Como esos entomólogos Kitsh que abrían este texto -plastificando arácnidos o insectos- Morán ha construido una prisión traslúcida para la felicidad fashion de estos tiempos.

Y hoy podemos reflejarnos en ella.

 

FROZEN
  Artista : Francisco Morán
  Opening :13. 12. 06 : 19.30 hrs.
  desde 14.12.06  hasta 12.01.07
  SOLO
  Pedro de Valdivia Norte 0497
  Providencia .
www.soloroom.cl

 

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