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año 8
Número 88 - Octubre 2006



LEÓN TROTSKY (1879-1940) Y LOS INTELECTUALES DE HOY

 

Hablar hoy, del gran revolucionario ruso, arquitecto junto con Lenin (1870-1924) de uno de los procesos de transformación social más decisivos del siglo XX, en uno de los países más atrasados de Europa, es una buena excusa para recordarnos a nosotros mismos que este año de 2006 es uno repleto de efemérides, puesto que también nos vienen a la cabeza Federico García Lorca (1898-1836), junto con el setenta aniversario de la guerra civil española (1936-1939), además del extraordinario dramaturgo alemán Bertolt Brecht (1898-1956), y la tierna pero enérgica figura del compositor ruso Dimitri Shostakovich (1906-1975), sin dejar de mencionar también a nuestro querido Carlos Salazar Herrera (1906-1980).

La recordación de todos estos pensadores y artistas puede ser meramente un ritual con afanes de conjuro ante la soledad y el desamparo que nos sobrecogen en el presente, debido a la desilusión y a la inoperancia que, en apariencia, evocan el quehacer artístico e intelectual. Sin embargo, como recomendaba el recordado Edward Said, la labor académica, de creación intelectual y artística, no debería quedarse encerrada entre las cuatro paredes de un gabinete universitario, de una aula o de un salón de conferencias. La responsabilidad intelectual, agregaba Sartre, es una "pasión moral" que con las acciones y resultados provocados por los hombres tendría que convertirse, tarde o temprano, en una "moral de la pasión".

Entonces, pocos hombres representan mejor ese estatuto moral y profundamente comprometido con los grandes problemas, angustias y frustraciones de las sociedades del siglo XX, que León Trotsky. Recordar su muerte, así como su obra política, su creación intelectual y su legado revolucionario pueden quedarse en un mero itinerario académico, pero está de nuestra parte darnos cuenta con él que muchos de los grandes proyectos que se propuso la revolución rusa en su momento aún están por saldarse. Uno de ellos es precisamente ese que venimos insinuando: la responsabilidad del intelectual y del artista en el nuevo tipo de sociedad que queremos construir.

En un artículo de 1938, Trotsky nos decía: "El capitalismo decadente se muestra, sin embargo, absolutamente incapaz de ofrecer las condiciones mínimas de desarrollo de corrientes artísticas que en algún modo responden a nuestra época. Hay un miedo supersticioso de cada palabra nueva, pues no es un problema de correcciones y de reformas el que se le plantea, es el problema de la vida o de la muerte. Las masas oprimidas viven su propia vida, y la bohemia es una base demasiado estrecha: es por lo que las nuevas corrientes artísticas tienen un carácter cada vez más convulsivo, oscilando entre la esperanza y la desesperación. Las escuelas artísticas de las últimas décadas, el cubismo, el futurismo, el dadaísmo y el surrealismo se suceden sin alcanzar su pleno desarrollo. El arte, que representa el elemento más complejo, el más sensible y, al mismo tiempo, el más vulnerable de la cultura, sufre muy particularmente de la disgregación y putrefacción de la sociedad burguesa". 2

La descomposición a la que se refiere Trotsky en este fragmento está vigente. Nada ha cambiado, a no ser la descomunal frustración que sufrieron los pueblos oprimidos con la derrota del proyecto original de la revolución rusa. Porque la putrefacción de la cultura burguesa, como la llama el revolucionario ruso, se expresa hoy a través de una infinita cantidad y calidad de formas. Casi se parece más a las orgías de sexo, comida y bebida que caracterizaron la víspera de la caída del imperio romano. Es una putrefacción que viene medida en esencia, por la incapacidad que ha mostrado siempre la burguesía para imaginar utopías. A partir de esa orfandad de sueños, el grado de desilusión que penetra el presente deja a los hombres y mujeres de hoy con la única salida posible, para no convertir al suicidio en una recomendación de consultorio, de aferrarse a las cosas materiales, a los placeres transitorios, a los pequeños narcisismos y a las volátiles opiomanías de una sociedad burguesa que se ha quedado únicamente con la única ilusión posible que tuvo siempre: la guerra.

Pero se trata de una idea de la guerra en la cual ya no hay héroes. Los grandes héroes del siglo XX, hombres como Lenin, Trotsky, Che Guevara o Fidel Castro, sirvieron una causa por encima de sus consecuencias morales y políticas del presente, para avizorar el mañana. El grado de ubicación en el presente les permitió tomar conciencia de que el diseño de una cultura alternativa a la burguesa, no pasaba por el tamiz del simple soñar despierto, sino por la capacidad ejecutiva que tuvieran las masas para hacerse cargo de su propio proyecto cultural. Y tomaron decisiones que, hoy, podrían hacernos dudar de su cierta adecuación con el presente, como la persecución y aniquilación de los anarquistas por parte de Trotsky y de los bolcheviques, o la represión de expresiones artísticas en la Cuba revolucionaria que no encajaban con la supuesta "nueva moralidad revolucionaria", tal es el caso de Reinaldo Arenas y de otros como él.

"El arte es fundamentalmente una función de los nervios y exige una total sinceridad" , decía Trotsky en el mismo artículo que venimos utilizando, pues lo mismo podría decirse de la creación intelectual. Son necesarios más historiadores, sociólogos, economistas, pintores, músicos, escultores y arquitectos, honestos y sinceros con su labor y con la sociedad que quieren construir. Porque, las revoluciones pueden convertirse en magníficas catapultas de nuevos intereses, tareas y proyectos artísticos y científicos, pero si esas revoluciones son "robadas" por las deformaciones políticas de dictadores en ciernes o de dictadores a cabalidad, los productos que salgan de ellas nunca remontarán el perímetro establecido por la mera propaganda.

Queremos un arte y una ciencia honestos y sinceros, decía Trotsky, pero habría que preguntarse, ¿sinceros y honestos con quién y para qué?. Puesto que hemos llegado a una época del desarrollo capitalista y de la civilización burguesa donde tales valores son más bien muestras de debilidad y superficialidad, la vulgaridad de algunos posmodernos nos ha querido convencer de que la globalización representa el legítimo derecho del totalitarismo de la mercancía a su predominio más absoluto y abarcador. En estos casos la honestidad y la sinceridad del artista y del científico se quedan en casa, en la academia, en el laboratorio, en la exposición para unos cuantos amigos. De esta manera, la burguesía prueba que no ha remontado el circulo opresor que tan bien criticara Oscar Wilde en su momento. La sinceridad, entonces, sigue siendo una rara especie que parece no atraer a los intelectuales que juegan entre dos aguas: las del académico bien pagado y satisfecho consigo mismo, y las del crítico, cuya imaginación y potencia analítica vienen medidas por su nivel de acercamiento y transformación de las vidas de los hombres y mujeres de la calle.

El pensamiento y las acciones de Trotsky, junto a los otros grandes revolucionarios rusos que creyeron alguna vez en la posibilidad de imaginar un mundo mejor, impactaron la historia, e hicieron que los hombres del común creyeran en salirse de un presente árido y estéril, para acercarse a un mañana más vasto y prometedor. Tal idea, que puede parecer estrecha, ingenua y pueril, estableció que la revolución rusa fuera uno de los acontecimientos políticos y culturales más traumáticos y definitivos del siglo XX.

Concluyamos, entonces, con un comentario muy oportuno de Fernando Ainsa, sobre asuntos similares:

"La producción de los grandes sueños movilizadores es la única que permite poner en movimiento a las masas, arrancarlas de creencias y rutinas hacia una historia acelerada. No hay cambio revolucionario posible sin un cambio paralelo del imaginario social. En esos momentos privilegiados de la historia, el intercambio entre lo real y lo ideal, el ser y el deber ser, se acelera. Pero también es evidente que la realidad histórica desborda muchas veces el proyecto utópico que la precede y puede hacerla rápidamente anacrónica" 3

 

 

1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.
2 León Trotsky. Sobre arte y cultura (Madrid: Alianza. 1971) Pp. 201-202.
3 Fernando Ainsa. La reconstrucción de la utopía (Buenos Aires: Ediciones del Sol. 1999) P. 55.

 

 


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