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año 8
Número 85 - Julio 2006

 

SANCHO GOBERNADOR
Desde Venezuela, Carlos Yusti

En la primera parte del libro "Don Quijote de la Mancha", de Miguel de Cervantes, el peculiar protagonista de la historia le ofrece a su vecino y futuro escudero una ínsula, como pago a sus desvelos ( y a las palizas que recibirá), donde podrá gobernar o como lo narra el mismo Cervantes: "En
este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien-si es que este titulo puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó a salir con él y servirle de escudero.
Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula y le dejase a él de gobernador de ella".

Sancho Panza ejemplifica, rasgos más rasgos menos, a los gobernadores que hemos padecido(o padecemos en la actualidad). En primer lugar porque carecen por completo de sal en la mollera, es decir que no tienen mucho saber/sabor intelectual. En segundo lugar porque los mueve un interés personal convirtiendo su cuota de poder en una ínsula rodeada de aduladores por todas partes. Ese sentido clientelar de Sancho se mezcla a su sabiduría alapatallana y ramplona, que va resolviendo los vaivenes de la vida a fuerza de refranes al igual que nuestros politicastros de saldo y oportunidad, quienes convierten los problemas del país es un slogan, en una frase hecha. En tercer lugar Sancho quiere mandar por el solo gusto de hacerlo o como se desprende del diálogo que mantiene con el duque en el capitulo 41 de la segunda parte:

-Ahora bien-respondió Sancho-, venga esa ínsula que yo pugnaré por ser tal gobernador que a pesar de bellaco me vaya al cielo; y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe ser gobernador.

-Si una vez lo probáis, Sancho-dijo el duque-, comeros heis las manos tras probar el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido (.)

-Señor-replicó Sancho-, yo imagino que es bueno m andar aunque sea un hato
de ganado.

En el mismo diálogo el Duque le especifica que para gobernar son necesarios tanto las armas como las letras. Sancho responde: "Letras, pocas tengo, porque aún no sé el abecé."  Como se podrá observar no se necesita ser letrado para ejercer el cargo de gobernador, además, algunos tienen una cara de idiotas bien administrada lo que sin duda ayuda bastante; es más complicado parecer bruto que serlo.
Don Quijote por su parte le da una serie de recomendaciones a Sancho que todavía hoy son válidas para tanto politicastro con aspiraciones de gobernar: "No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que te escuches a ti mismo; que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.

Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra."
Sancho funge de gobernador en su soñada ínsula y sale bien librado de dicho trance más por su sentido común que por su inteligencia. Luego hay unas meditaciones de Sancho con una vigencia inaudita: "Ahora verdaderamente que entiendo que los jueces y gobernadores deben ser, o han
de ser, de bronce, para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y todos tiempos quieren de los negociantes, que a todas horas  y todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo sólo su negocio, venga lo que venga; si el pobre juez no los escucha y despacha, o porque no puede o porque no aquél el tiempo diputado para darles audiencia, luego les maldicen y murmuran, y les roen los huesos, y aún les deslindan los linajes". A los gobernadores grises y sin personalidad de nuestros días de seguro se le acercan los empresarios de toda ralea. Lo hacen no por el bienestar colectivo, sino por el bienestar de su negocio particular. Sancho descubre pronto lo sabandija que son los negociantes que piden audiencia. Todo irá bien en la gobernatura de Sancho
si el negocio de un pequeño grupo de empresarios no se ve afectado en sus intereses.

La carta de Don Quijote a su escudero, gobernador de la isla de Barataria, contiene de igual modo un conjunto de recomendaciones muy actuales: "sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos; que en esto
está el punto de la discreción (.) No te muestres codicioso, mujeriego ni glotón: porque en sabiendo el pueblo y los que tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería."

El gobierno de Sancho acaba pronto y él vuelve al camino. La conversación con su amigo Ricote ilustra el aprendizaje de su travesía en los asuntos de gobierno:

-Y ¿que ha ganado en el gobierno?-preguntó Ricote.

- He ganado- respondió Sancho-el haber conocido que no soy bueno para gobernar, si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño.

Sancho ha comprendido la justa dimensión de sus limitaciones, cuestión que muchos de nuestros políticos de oficio jamás llegan a reconocer.

Lo que me importa de todo este episodio de Sancho como gobernador es que puede ser útil como espejo. En el país hemos elegido siempre a muchos Sanchos. A raíz de este poco tino Rafael Arraiz Lucca ha escrito: "la cultura política del venezolano común es pobrísima, por no decir inexistente. Lo que casi todos los países de América Latina es una verdad de Perogrullo, aquí, en este desierto de pobreza intelectual, es un descubrimiento. Somos el país con la cultura política más deleznable del continente y uno de los países más triste del mundo". Triste los académicos. Esta visión dura y pesimista, de poeta al borde del histerismo, sobre nuestra cultura política podría esgrimirse como la causa central para elegir a tanto Sancho desplanchado.

No obstante Savater ha escrito que la democracia que no consiente el vicio, o la estupidez humana, su perdición voluntaria no merece semejante nombre.

Aquí se habla de pobreza intelectual y enseguida se la endosan al grueso de la población sin entender que todos nosotros, con nuestras limitaciones, virtudes y defectos, vamos haciendo esta democracia unida por intereses comunes y "en la contrapuntística armonía de una pluralidad de incertidumbres", como escribiera Savater. Apasionados y obtusos como somos como es lógico nos equivocamos mucho. Pero allí radica lo interesante del quehacer político, lo rico de esta azarosa convivencia política que está lejos de ser aburrida o triste.

Nuestros analistas políticos se esfuerzan en señalar los peligros que corre nuestra accidentada trayectoria democrática. Se afanan en defender la autonomía política como base fundamental de la misma; pero obviando límpidamente que aciertos y errores no son producto de la teoría, sino de
la intervención en directo en los asuntos públicos. Intervenir para borrar las desigualdades de todo tipo y lograr un desarrollo intelectivo y sociocultural armónico. Esto es necesario para frenar, en la medida de lo posible, el protagonismo de la mediocridad, la decadencia de la responsabilidad de los ciudadanos en los asuntos públicos, donde el desliz de algunos (o la participación por omisión o complicidad de otros) convierten a la democracia en una lúgubre cleptocracia.

La tarea actual no es tener miedo ni asumir posiciones histéricas, sino entender que el proyecto democrático todavía sigue haciéndose en el día a día y como Sancho sepamos ver la justa dimensión de nuestras limitaciones; conservando siempre en marcha el fervor de la revolución democrática que se
inició en una pequeña ciudad del Mediterráneo y todavía hoy no ha llegado a feliz conclusión.

 

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