Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 8

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 82
Abril 2006


EL BRINDIS
MIGUEL ANGEL DE BOER
Columa a cargo de Marcela Rosen

EL BRINDIS (*)

("Adagio..)

Confieso que ni bien comencé a ver las luces de la ciudad, ya próximos al aeropuerto, el miedo me invadió sorpresivamente al tiempo que se sucedían, una tras otra, imágenes de aquel entonces.

Si bien habíamos atravesado una ( "En mi país que tristeza, la pobreza y el rencor") inquietante turbulencia - que por un momento temí fuera un mal presagio -, supe que se trataba del mismo miedo de mierda que por mas de veinte años me había impedido regresar a mi querida Córdoba, la "docta".

Llegaba ahora sin saber con que me iba a encontrar luego de tanto tiempo, a la vez que con el entusiasmo de concretar un retorno ("Dice mi padre que ya llegará desde el fondo del tiempo otro tiempo") ciento de veces postergado. Aunque en verdad, mi anhelo era poder reencontrarme al menos con algunos de mis compañeros y amigos, y recorrer esas calles y plazas que tanto había añorado a la distancia.

Ya en tierra, una noche calurosa y estrellada me transportó inmediatamente a aquel verano del 67' cuando llegué por ("sobre un pueblo que sueña labrando su verde solar") primera vez, lleno de dudas e ilusiones, a estudiar medicina. Ya camino al centro y a medida que hacíamos el recorrido, ara mi sorpresa, fui reconociendo calles y lugares que tenía por olvidadas definitivamente.

Fue así que, casi sin darme cuenta, y luego de contemplar embelesado la Plaza Vélez, cumplí con un deseo que me había prometido antes de salir de Comodoro: tomar una fresca cerveza al ("En mi país que tristeza, la pobreza y el rencor") borde de la Cañada, acompañado por mi hijo Manuel y atendidos por una joven, tierna y simpática moza, que me recordó el encanto y la frescura de las mujeres cordobesas. Bueno, no solo de las cordobesas.

Lo que vino después será motivo, tal vez, de otros relatos, porque quiero ahora compartir mi reencuentro con ellos: mis compañeros, mi familia, mis amigos.

Enterados de mi presencia el mismo viernes que llegué, quedamos en comer un asado el domingo al mediodía. Ignoraba quienes iban a asistir, lo que acrecentó aún más mi excitación ("Tu no pediste la guerra madre tierra, yo lo sé") y mi impaciencia. Si bien tenía alguna información, no sabía realmente quienes habían sobrevivido, a quienes se iba a poder ubicar y además habían transcurrido casi treinta años desde que nos viéramos por última vez, con muchos de ellos.

Tras haber pasado una noche bastante agitada, salí a la "reunión" con una mezcla de curiosidad y temor, de angustia y euforia, en tanto ("Dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes") los recuerdos se iban agolpando de un modo errático y vertiginoso, atravesando mi cuerpo y mi mente en un torbellino imparable.

Cuando me iba acercando a la casa, bajo un sol espléndido y un cielo azul como la vida, mi corazón comenzó a palpitar intensamente al ver ("él siente que el pueblo en su inmenso dolor") , maravillado, que todos me estaban esperando en la vereda y caminaban lentamente a mi encuentro.

Fue entonces que un fulgor indescriptible se desparramó por mi pecho, casi hasta el aturdimiento.

Porque me parecía imposible.

Porque tanto años, tantos, tantos sufrimientos tantos, tanto dolor, tanto, tanto espanto, tanto, se desvanecían en un instante ante ese milagro que ("hoy se niega a beber en la fuente clara del honor") estaba presenciando: algunos de los seres mas queridos de mi vida, se encontraban, juntos, aguardando mi llegada.

Y allí, en la vereda de un barrio cordobés, me sentí, de golpe, el ser mas afortunado de la tierra.

Primero vino la Gorda, casi corriendo, con los brazos abiertos como para atraparme a la distancia. Con sus bellos ojos encendidos, exclamando mi nombre emocionada ( y yo el de ella), hasta que ("Tu no pediste la guerra madre tierra, yo lo sé") nos fundimos en un abrazo tan profundo que nos llegó hasta el alma.

Querida Gorda.

Un poco mas allá se encontraban Juan (con su rostro siempre generoso y deslumbrante, a pesar de su evidente parálisis) con su esposa y una de sus ("En mi país somos duros, el futuro lo dirá") hijas, a quien yo conocí de pequeña. Y juro que los brazos no me alcanzaban para acunarlos en mi pecho.

Queridos amigos.

Después nos dimos un abrazo, que hubiéramos querido prolongar eternamente, con el Negro, con quien compartimos tantas cosas que no nos bastaría lo que nos resta de existencia para poder recordarlo.

Querido compañero.

Fue entonces que estallé en un llanto incontrolable, desgarrador, de dolor y de dicha. Con lágrimas que tenía acumuladas vaya a saber desde ("Canta mi pueblo una canción de paz") cuando, pero seguro que no menos de tres décadas, por no decir toda la vida.

Queridos compañeros.

Después hablamos, nos contamos, nos preguntamos: "pero que linda que estás", "te acordás la vez que.", "supiste que se murió la Negra Marta" "no me digas. puta madre..", "pero estás igual que siempre hijo de puta","nunca supe como fue la muerte de la Flaqui","el Loco también está vivo","yo de haber sabido donde estabas te hubiera entregado, porque me interrogaban poniéndole la pistola en la cabeza a mi hijo..quiero que lo sepas, perdoname.","...dejate de joder...estamos todos juntos ahora,¿no?...", ("detrás de cada puerta está alerta mi pueblo") ,"y tu amigo...¿se murió?"..."bueno, en realidad se suicidó..", "no me digas..","¿a vos también te torturaron en el Cabildo?","yo de pedo no fui a parar a La Perla","me acuerdo en el cordobazo.." , nos miramos, nos tocamos, nos besamos. Reconociéndonos. Redescubriéndonos.

Evocando y reconstruyendo un pasado que resurgía a borbotones con recuerdos que habían quedado sepultados hasta su inexistencia y que afloraban ahora intactos ("y ya nadie podrá silenciar su canción") o bien para ser corregidos, cotejados, comparados. Como si el olvido (ese olvido)los hubiera estado protegiendo hasta este prodigioso momento.

Deleitándonos con uno de los asados más sabrosos que comí en mi vida, en la mesa más bella del mundo, felices todos, hasta el infinito, de estar juntos otra vez.

La tarde fue transcurriendo ("y mañana también cantará") serena y apacible, como si no nos hubiéramos dejado de ver nunca.

Con la misma confianza y franqueza de entonces. Con el mismo afecto. Con nuestras vivencias intactas. Poniéndonos al día como podíamos. Haciéndonos regalos, mirando fotos, develando dudas, confusiones, malentendidos.

En tanto, seguíamos pendientes de la (En mi país somos duros, el futuro lo dirá") televisión para saber los resultados de las elecciones en Uruguay, apostando a Tabaré y los tupas, claro.

¡Y yo enterándome, después de casi treinta y cinco años de habernos conocido, que el Negro es un bostero!

¡Y todos cagándonos de risa cuando le dije que de haberlo sabido lo hubiera batido para que se quedaran con un hincha menos!

¡Y yo conociendo a mis (En mi país que tibieza cuando empieza a amanecer") sobrinos y a sus hijos, que con los otros chicos estaban disfrazados porque era Halloween, sintiendo que tiempos disímiles se superponían y entrelazaban mágicamente!

Y mas recuerdos. Y mas anécdotas.

Armando rompecabezas y rompecorazones.

Y mas abrazos. Y más besos. Y más caricias. Y mas miradas. Iluminadas. Dignas. Serenas. Transparentes.

A pesar de todo lo ocurrido.

O por ello mismo.

Fue así que, en un ("Dice mi pueblo que puede leer en su mano de obrero el destino que va a recorrer") momento, decidimos realizar un brindis.

Y lo hicimos: de pié, alzando nuestros vasos y copas, chocándolos unos con otros, con y por la emoción de estar vivos.

Brindando por todo.

Celebrando por todo.

Si, por todo.

Por todos.

Porque estábamos todos.

Porque no sé si para los demás, pero puedo asegurar que para mí no faltaba nadie.

Ni Mary, ni Marta, ni Alfredo, ni Raúl (" y que no hay adivino ni Rey que le pueda marcar el camino que va a recorrer") , ni Aldo, ni el Gringo Tosco, ni el Che (cuyas sendas pequeñas esculturas, realizadas por el magnífico artista Carlos Benavidez, recibí de obsequio), ni el gordo Varas, ni Mena, ni Papillón, ni el Cuqui, ni Nené, ni Yiyí, ni el Tano Carlos, ni Rubén, ni tantos que ya no están, pero siguen y seguirán existiendo, por siempre.

Porque brindamos por ellos y por nuestros sueños mas ("En mi país que tibieza cuando empieza a amanecer") apasionados.

Por todo aquello que compartimos, en las buenas y en las malas, con nuestras convicciones y nuestros ideales.

Por nuestra lucha.

Con alegría.

Con coraje y decisión, pero sin perder la ternura.

Jamás.

Y no la perdimos.

Doy fe.

 


Miguel Angel de Boer
sigmundm@uolsinectis.com.ar
Comodoro Rivadavia, Marzo, 2006

 

 

"En mi país somos miles y miles

De lágrimas y fusiles

Un puño y un canto vibrante

Una llama encendida, un gigante

Que grita: adelante, adelante.

 

En mi país brillará

Yo lo sé el sol del pueblo

Arderá nuevamente

Alumbrando a mi tierra"

 

Alfredo Zitarrosa

 

 

 

 

(*) Escribí la primer versión de este texto en Noviembre del 2004 con la idea de compartirlo en la fiestas de fin de ese año. Fue cuando ocurrió la tragedia de Cromagnón y desistí de hacerlo por la conmoción en que nos sumió a todos.

El tiempo ha ido pasando y siento que al cumplirse los 30 años del golpe genocida, puedo hacer nuevamente este Brindis con todos.

- La foto con Mary (María Haydee Rabuñal, mi primer esposa, fallecida), es del 74/75, aproximadamente.



 

 

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Marcela Rosen
, encargada de la evaluación y publicación
de poesía en Escáner Cultural. aldocumentar@lycos.es


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