Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 1 
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 8.
12 de Agosto
al 12 de Septiembre 
de 1999.

BÉSAME, TONTA
Humberto Yannini Mejenes

Quizás le lanzó un sí camuflajeado, o tal vez se le nubló la mente dada la inmoderada cantidad de vino chileno ingerido al amparo de unas velas que coronaban una mesa ornamentada con la fallida exquisitez de algunos de los jugadores profesionales del amor. El menú, rico en pastas, descansaba lánguidamente sobre unas charolas bañadas en plata y acompañadas de una fina cristalería checoslovaca. Habría que imaginarse que la mantelería y todo lo inherente hacían juego con la magnanimidad del momento, y más cuando todos los cánones establecidos en el rudo deporte de la conquista parecían cumplirse una vez más. El asunto podría darse por concluido incluso antes de lo previsto.


Las cosas empezaron a no estar en su sitio cuando ella, una bella mujer de ojos indolentes, dispuso que un café podría claramente diferenciar la cena y la charla de sobremesa, para lo cual, él tuvo que irrumpir en la cocina para iniciar el ritual del encendido de la cafetera, cuya escasa posibilidad de entrar en escena estaba debidamente contemplada. La dama, ataviada con un vestido negro, ajustado como una segunda piel y con un escote que dejaba entrever una pequeña porción de sus encantos, sonreía con una candidez que no dejaba lugar a la malicia. El humeante café llegó a sus manos en una taza pequeña, con unas asas delicadas, acaso femeninas, y que ella comenzó a beber en pequeños y pausados sorbos. La proclividad de él a la seducción, de suyo exitosa, se encontraba para entonces en punto muerto, ya que la mujer de negro, después de un plazo perentorio, había desdeñado una copa de vino que bien podría haber desencadenado la ingestión de muchas más. Pero para los amantes profesionales ello no constituía problema alguno, por lo que decidió atacarla por medio de la música.


La selección de la música fue hecha no sólo con anterioridad sino con mucha minuciosidad. Los discos compactos esperaban turno en el carrusel del equipo de sonido, programados para ser reproducidos mientras los acontecimientos se iban desarrollando conforme a lo programado; de modo que la música fluía con naturalidad a través de las bocinas ambientales con una carga de decibeles propicios para la ocasión. El reloj, entretanto, seguía su curso con una aparente tranquilidad mientras la mirada enigmática de ella despedía un fulgor que sabía a seducción, a encantamiento, y pronto aceptó tomarse una copa más de vino.


Se levantó de la mesa, tomó su bolso de mano y se dirigió al tocador, al tiempo que la mirada de él se quedó fija en esas esculturales caderas que se sugerían con fidelidad debajo del vestido. Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios cuando volvió a llenar las copas de vino. La demora de ella en volver pronto le atrapó sus pensamientos, pero dejó que el tiempo se hiciera cargo de las cosas. Varios minutos después, apareció toda ella en el umbral de la puerta y él se levantó a recibirla como si estuviera llegando de un largo viaje; gesto que fue agradecido con una sonrisa mitad cándida y mitad seductora. Y la mujer de negro, en vez de tomar su lugar en la mesa, se dirigió a la sala y se aposentó en un sillón individual, cruzó las piernas y dejó ver unas extremidades bien torneadas, largas y forradas con unas medias de un tono grisáceo que apenas se notaban.


Cual caballero de finas y pulidas costumbres, se tomó la molestia de mudar el resto de la cena a la mesa de centro que se ostentaba en la sala, le pasó la copa y se permitió rozar su mano con la de ella mientras un casi imperceptible estremecimiento se denotó en su rostro. Acto seguido, el profesional de la seducción se retiró a su asiento y fijó su atención en su plática, apenas asintiendo con la cabeza en los breves espacios que dejaba libres y con las mínimas intervenciones posibles. Ella, a su vez, se sintió genuinamente escuchada y no encontró antagonismo en su charla que, para entonces, había tomado los derroteros de las pláticas que sufren de una frívola informalidad pero que pretenden ser profundas. Y él, mientras jugaba a acopiar conquistas, se empecinó en beber una copa tras otra hasta encontrar, al final de la jornada, a la hermosa dama de negro.


El alba los atrapó ensimismados; ajenos a los acontecimientos que se habían dado conforme la noche los abandonó a su suerte, y ajenos, también, a todas las combinaciones posibles que el destino pudo haber hecho con sus vidas. La mañana resultó ser la negación de la noche anterior, como si la luz matinal hubiera trocado la realidad en algo que tuviera razón de ser, de existir, y no perderse por la ruta de lo común. Y cuando la dama vestida de negro, con sus caderas esculpidas y sus medias grises se marchó por la puerta en la que entró una noche cualquiera, él sufrió la súbita dispersión de los recuerdos que ahora languidecían al discurrir los minutos, y supo entonces que había sido salvajemente conquistado por esa mujer que se esfumó por las calles abarrotadas de silencio, apenas interrumpido por algunos motores de combustión interna que como ella, trataban de encontrarle más que un sentido a una fría y otoñal mañana de domingo.

 


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