Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 77
Octubre 2005

 

UN CAFÉ

Por Raúl Hernández

Una estrella es la que me dice que en este momento desearía escribir cosas que pudieran ser un diario que no se podría estimar como lo que se espera de un diario. Así, envolviéndome tímidamente en este humo de cosas raras que van llegando como un abuelo con recuerdos, así tristemente tímido y locuazmente insignificante.

Anoche, yendo a terminar con ese proceso llamado luz, apreté el interruptor y me dio la corriente y supe que era una de esas señales idiotas que a veces llegan y suelen alejarnos de nuestra nostálgica añoranza. Así como nadando en la playa y mirando atrás para ver a la familia, viendo las galletas atrapadas ante una red de hormigas que son sólo nuestras ansias por poder ver un poco más claro. Esas estrellas fueron las que llegaban desde la ventana cuando tomaba el café en solitario descanso. Supe apreciar que en otros lugares toda esta desidia no significaría nada más que una mentira vacía como un disparo a lo lejos. Claramente no sabía si esto era poesía.

Imaginé a muchos como yo tomando una cerveza tras los ventanales de los bares, imaginé a muchos como "otros yo" que no sabían lo que hacían tomando ese vaso con quién sabe que cosa pero que a ciertas alturas de la madrugada sólo quieren ser una necesidad falsificada.

Claro, todo esto me inunda la cabeza así de repente y nada más que ciertas estrellas que pienso habrán sido las mismas que iluminaron otras caras, otros rostros palidecientes como el mío esta noche cuando ya no sé lo que estoy tomando, sólo sé que no es alcohol sino que un café ilustradamente mezquino, sabe que puedo dudar de él, pero también sabe de mis debilidades. Cuidado conmigo trato de decirle, no soy tan tonto como para caer en la humillación de un brebaje fatal. Pero entre nosotros nos sabemos cuidadosamente torpes, inmiscuidamente brillantes.

¿Qué hacer?, a esta hora ya nada ni nadie podrían saber que estoy olvidando el trabajo, una recurrente cita a ciertos poemas desparramados por el baño. Leyendo a escritores que suelen acompañarme en ese proceso de tomar un café, este proceso que bien sabía el escritor porteño Carlos León cuando reflejaba su Valparaíso querido, Valparaíso mon amour con la sencillez de un hombre que viste de traje gris y que llega todas las mañanas a la misma hora de siempre a tomar ese fiel y adiestrado café, el que te conoce, sí, ese del "Riquet" y de los pasajes en declive y somnolientos. Ese café si que no es el mismo café que se acerca hacia mí.

El café que poseo lo preparo sacando una cucharada de polvo que dice ser café y que introduzco con abundancia en la taza con dibujo de gatito. Este café se inunda con el agua caliente y se ahoga para luego sobreponerse, como yo, que siniestramente me encumbro en los altares de la ignominia, cayendo de resbalón sin cambalache ante la existencia, sudando ciertos tipos de leseras ofuscadas y malolientes, sin pensar en gastar dinero en los restaurantes a esta hora, sino que así, tímidamente feroz, saco otra cucharada de esta duna oscurecida, mientras me revuelco en el siempre vivo lodo de la desesperación.

 

 


 

 

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