Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 72
Mayo 2005

 

LECTURA AMOROSA DE
GÓMEZ VALDERRAMA

Desde Colombia, Isaías Peña Gutiérrez
Universidad Central (Bogotá)

La satisfacción que produce la lectura de un autor se duplica cuando ella nos permite leer tanto al libro como a su autor. Leer un autor, por eso, resulta, en muchas ocasiones, un eufemismo. Porque no siempre el libro lee a su autor: sucede cuando el libro y su autor no están en consonancia, cuando se riñen una vez aquél se independiza de éste. En tantas ocasiones hemos dicho, "me quedo con sus libros", para significar un implícito rechazo a la persona autora de los libros. A pesar de los autores, sin embargo, amamos sus libros, mediados por el milagro de la literatura. Los libros de Balzac van más allá del pensamiento y la conducta social suyas, para citar un ejemplo traído por todos. En cambio, otros autores con sus libros -no sabemos en qué proporción- salen plenos, sin ambages, confiados, al encuentro del lector amante. Es, entonces, cuando el placer de la lectura se desdobla, que es una forma de duplicarse, sobre el texto y el autor del texto (estuve por decir "textor"). En Colombia, autores como Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Manuel Mejía Vallejo y Pedro Gómez Valderrama, por la fidelidad y lealtad, por la equidad entre hombre y libro, se leen con similar entusiasmo en sus vidas y en sus libros. Nos ganan de manera rotunda sus historias (las escritas y las vividas por ellos mismos: sus páginas escritas, sus historias vividas, sus vidas literarias e históricas, en un abigarrado palimpsesto que no admite exclusiones clasificatorias). Y no siempre los críticos caen en cuenta de esto cuando abordan sus obras, tal vez porque aplican los instrumentos teóricos inapropiados: aquellos que asumen, a la manera de dogma teológico, la soberanía absoluta del texto literario. Esto dicho por alguien que, ante la lectura de autores desleales con su obra y con su vida misma -porque las sacrificaron ante alguna idea dominante-, muchas veces se ha decidido por el dogma del texto soberano. Pero que al releer los originales de este sorpresivo y magnífico libro de Luis Correa-Díaz, Una historia apócrifa de América. El arte de la conjetura histórica de Pedro Gómez Valderrama , se ha reconciliado con quienes, amorosos, sobre una piel múltiple, leen, a la vez, el texto, el pensamiento, la vida y la historia, de un autor, en este caso de un señor escritor ("don" pareciera ser el mejor título para alguien que siempre fue feliz cuando le decíamos "Pedro", a pesar de haber sido tantas veces ministro de Estado, y uno de nuestros más grandes narradores del siglo XX).

Desde la pasada década del 90, el poeta, docente y ensayista chileno (también puede leerse en el orden inverso), Luis Correa-Díaz, escribía este libro -que para él siempre fue leer y releer la obra del colombiano y las de quienes lo acompañarían en la aventura, lo mismo que leer y releer su ensayo que escribía y reescribía como quien acaricia a una mujer -, animado, primero, por el significado intrínseco de la obra de P.G.V., la cual le permite vincular el concepto de amor con el de libertad; segundo, por la posibilidad de analizar el tejido estético (palimpsesto, hipertexto, magia combinatoria) de una obra concebida (en el sentido orgásmico) entre la metaliteratura, la historia y la realidad; y, tercero, en consecuencia, porque le permitía analizar en la obra así concebida el artilugio (¿o arte-lugio?) de la conjetura histórica como mecanismo mágico de composición narrativa (que aparece como causa y como fin, en verdad).

Quizás para entender mejor este excelente texto de acercamiento (porque siempre estaremos acercándonos, tantálicos, a la obra, y aún con ella en las manos, apenas estaremos cerca, como pasa en la vida misma) a la obra de Gómez Valderrama, debemos pensar lo mismo de Correa-Díaz. Al leerlo, leemos a los dos (a Pedro y a Luis), y a los cuatro (a Pedro y a Luis, a los cuentos de Pedro y al ensayo de Luis). En el fondo, esta bella parábola sobre (Hispano)América construida por el chileno con base en apenas cuatro cuentos (que él traduce como ensayos y convierte, en su totalidad, a novela), reconstruye la pasión, el espasmo y, de nuevo, la pasión, por la historia que somos nosotros los habitantes de esta América mestiza, que, a veces, apenas presentimos, pero que en ellos dos ha sido vivencia y conciencia totales. Es decir que Gómez Valderrama es a su obra como ésta a su historia inserta, y esta visión analítica de Correa-Díaz es a la pasión y razón suyas como éstas a la historia inserta en ambos (América).

Con este fin, el de cubrir las tres causas de su lectura, el poeta y ensayista chileno ordenó los cuatro cuentos de Gómez Valderrama en estricto orden cronológico, yendo de Cristóbal Colón al Dictador Pinochet, cubriendo un recorrido que va del "descubrimiento" y "conquista" (términos eróticos, como se insinúa en el análisis, que resemantizados toman un sentido mestizo apropiado) hasta la República de las Leyes que cree ocultar a la mujer, y llega luego a la aparición de la Violencia del poder que no admite a la mujer y que ella, tampoco, admitiría, para llegar a la conclusión de su último capítulo: la de que Gómez Valderrama, aún ignorado en Colombia como autor erótico, escribió a partir de sus cuentos-ensayos una novela de amor (a) América.

No quiero redundar en lo dicho por el autor, con tanta destreza y vocación, en su introducción, desarrollo y conclusiones de este ejemplar ensayo -que, de verdad, honra a nuestro narrador, ensayista y estadista-, ni caer en el estereotipo de tratar de identificar los métodos o escuelas utilizados en su análisis, pero sí deseo advertir en su escritura algunos otros rasgos relevantes.

El verdadero crítico creador, al leer para sí y para el futuro lector, no se limita a la simple exégesis o taxonomía de los textos convenidos, sino que los aprovecha para llegar a ver mucho más allá de lo que, quizás, también, haya estado en el ánimo del primer autor. Por ejemplo: La novela de amor a (Hispano)América que descubre Correa-Díaz, por supuesto que la escribió maese Pedro, pero sólo la vio, en su conjunto, con el establecimiento ordenado e inteligente de unas coordenadas, el ensayista chileno. Esta construcción literaria, tan nítida en su complejidad (que se retroalimenta e interactúa a la manera hipertextual y que vincula distintos niveles de realidad provenientes de: a) los referentes reales, b) las conjeturas históricas, c) los correlatos o precedentes literarios, d) la historia aceptada en la escritura, así sea ficticia, como toda historia, e) la ficción que se adelanta a la historia, así sea o resulte cierta, f) el pensamiento del primer narrador, que alterna con el autor o el otro personaje, en un crisol de pócimas de alta alquimia), se convierte en "novela", gracias al crítico que avizora significados aislados en medio de la totalidad del archipiélago y que luego intercomunica para revelarnos una nueva unidad de valores (a pesar del narrador, aunque sin contradecirlo).

En esa construcción rigurosa, detallada, muy bien tejida, sin embargo, no se pierden ni la emoción, ni la alegría, del genuino hecho literario. El nuevo texto gomezvalderramiano (la novela de amor a América) surge fresco del cruce de datos provenientes de la historia política consultada (macromundo o macrotexto), de las historias personales (biografías o autobiografías), de las referencias literarias (sujetos y situaciones metaficcionales), de las conjeturas históricas (micromundos o microtextos), y, de pronto, como si no fuera un ensayo, sino dos novelas, nos asaltan los deseos de nunca interrumpir la lectura del ensayo que no escribió Correa-Díaz (o sí, con Gómez Valderrama), sino de la novela que no escribió el maese Pedro (o sí, con Correa-Díaz).

De otra parte, la inmensa riqueza de la información traída para la indagación de la historia central, es tal que, si a alguien no le llegara a interesar la novela de amor a América, se sentiría conquistado y complacido solamente por ella. Las referencias contextuales, los marcos teóricos -tan discretos-, la escritura misma (para lograrlo, debió ser con tanto amor), le aportan, repito, al libro el simple interés de esa otra lectura. E, incluso, me atrevo a decirlo, se le permite al lector la posibilidad cortazariana (borgiana, dirán otros) de leer -por si fuera poco- otros dos libros por separado. Quiero decir que además del "libro" de la historia real -sea la oficial, o la contrahecha-, la que causa o retroalimenta a aquel otro "libro" de la historia conjetural de Gómez Valderrama y Correa-Díaz (porque ya, a estas alturas, son dos quienes conjeturan), uno tiene o tendría la posibilidad -experimentada por este desprevenido y emocionado lector- de leer otros dos libros distintos: uno, el de la historia referencial y el de la historia conjetural del cuerpo superior en la página real, y, dos, el anotado en los pies de las mismas. Es tal la motivación, continuidad y riqueza, que a pesar de su densidad, las notas y citas de pie de página bien pueden leerse por separado como si se tratara de un libro aparte. La flexibilidad de las estructuras a la manera hipertextual, lo permiten, y la poesía del crítico creativo, lo consiguen. Y los resultados de las lecturas, ya sean alternadas o continuas, diferentes.

La inmensa alegría de haber leído esta reveladora y proteica historia apócrifa de América , y de haber descubierto, gracias a Luis Correa-Díaz, las ocultas e inteligentes brujerías del maese Pedro cuando de armar conjeturas se trataba (ahora sí que nos explicamos su maliciosa sonrisa que no por bondadosa dejaba de ser mefistofélica y que intensificaba con la picardía de sus ojitos mirones), nos abren los caminos que van hacia el infinito de nuestro propio ser (América y el mundo), y nos invitan a que volvamos, amorosos, como Luis, sobre la poesía siempre erótica de la siempre libertad que Pedro Gómez Valderrama nunca esquivó.

Basta repasar, para comprobarlo, la versión (no digo que la primera) dedicada al cuento "En un lugar de la Indias", publicada en abril de 1998, en la revista Hojas Universitarias , No. 45/46, Bogotá, Universidad Central, pp. 24-38, y compararla con la que aparece ahora y acá.

También, en la estructura profunda de la conjunción de los cuatro textos de Gómez Valderrama seleccionados por Cruz-Díaz, cuyos referentes reales (en parte) son Colón, Cervantes, Bello y Pinochet, aparece una bella curva que nos lleva, de manera universal, del nacimiento a la muerte, pasando por el enamoramiento y la desgracia del despego (despecho).

 

 

Isaías Peña Gutiérrez

 

 

 

 


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