Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 67
Noviembre 2004

TRES POETAS LATINOAMERICANOS LEEN A OSCAR WILDE


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

Presentación.


Es muy difícil tratar un tema como este en América Latina, porque Wilde no sólo es un gran desconocido en nuestros países, sino también porque, junto a ello, se debe considerar la gran cantidad de prejuicios con los que llega su figura a un medio poco dispuesto a la literatura fantástica y menos a aquella escrita por un intelectual reconocidamente homosexual. En la tradición hispánica hay un ingrediente profundamente homo fóbico.


De tal manera que nuestro acercamiento a Wilde por vía de estos tres grandes escritores latinoamericanos, tiene la intención de rescatar “su forma de ver” la literatura y la estética wildeanas, pero también elaborar algunos detalles muy particulares y atractivos sobre las valoraciones hechas por estos tres autores sobre la vida y obra del escritor irlandés2.


Este año, en el que se cumple el 150 aniversario del nacimiento de Wilde (1854-1900), para los lectores latinoamericanos, como el autor de estas líneas, interesados en su literatura y en su biografía, tan llena de contrastes y de violentos altibajos, era muy importante recuperar el juicio crítico y personal de tres escritores latinoamericanos que se acercaron al escritor irlandés con cariño, solidaridad y, a veces, dureza, para tener, al menos, una idea de la forma en que nuestros intelectuales toman y evalúan las pulsiones de la cultura universal a través de personas, situaciones y momentos críticos.


Los tres poetas latinoamericanos que hemos escogido son particularmente emblemáticos de lo que es un acercamiento crítico a la cultura europea, en la que no se busca el ditirambo altisonante pero tampoco la saeta crítica destructiva y nihilista. Ellos escribieron cartas, crónicas y comentarios sobre la obra de Wilde porque las particularidades de su vida les atrajeron o porque su estética representaba un desafío, en un momento en el cual el desarrollo de la civilización se deslizaba hacia una frivolidad e indiferencia cultural sin precedentes (la belle epoque) y que, inevitablemente, conduciría, entre otros factores, hacia la Primera Guerra Mundial (1914-1918).



La visión martiana de Oscar Wilde.


El 21 de enero de 1882, La Opinión Nacional de Venezuela publicaba un artículo de José Martì (1853-1895) sobre la visita de Oscar Wilde a los Estados Unidos. Leamos algunos párrafos:
“Con los primeros días del año, llegó a Nueva York, a bordo de unos de esos vapores babilónicos, que parecen casas reales sobre el mar, un hombre joven y fornido, de elegante apostura, de enérgico rostro, de abundante cabello castaño, que se escapa de su gorra de piel sobre el Ulster recio que ampara del frío su robusto cuerpo. Tiene los ojos azules, como dando idez (sic) del cielo que ama, y lleva corbata azul, y sin ver que no está bien en las corbatas el color que está bien en los ojos. Son nuestros tiempos de corbata negra. Este joven lampiño, cuyo maxilar inferior, en señal de fuerza voluntad, sobresale vigorosamente, es Oscar Wilde, el poeta joven de Inglaterra3, el burlado y loado apóstol del esteticismo”4.


“Londres ríe hace meses por el poeta Postlethwaite, que es el nombre, ya famoso de un lado y otro del Atlántico, que el Punch5 ha dado a Oscar Wilde. Postlethwaite es una lánguida persona que abomina la vida, como cosa democrática, y pide a la luz su gama de colores, a las ondas su escala de sonidos, a la tierra apariencia y hazañas celestiales. Todo disgusta al descontentadizo Postlethwaite. Cuanto hacen los hombres, le parece cosa ruin. De puro desdeñar los hábitos humanos, va tan delgado, que parece céfiro. Postlethwaite quiere que sea toda la tierra un acorde de armoniosa lira. Estos parlamentos de los hombres de ahora le mueven a desdén, y quiere para la vida empleo espiritual, y para los vestidos colores tenues y análogos, de modo que el fieltro del sombrero no desdiga del cuero de las botas, y sea todo melancólico, azul o pálido verde. Postlethwaite es ya persona célebre y toda Inglaterra y todos los Estados Unidos aplauden hoy una ópera bufa de un poeta inglés en que se cuentan los melodiosos y alados amores del tenue bardo mustio”6.


Los años ochenta son los años en los cuales Wilde empieza a palpar las delicias de la fama y la fortuna. Es el momento en que su nombre destaca no sólo por razones literarias y artísticas en general, sino también porque con él toma forma un conjunto de ideas estéticas, políticas y culturales que disgustan a los comisarios ideológicos de la Reina Victoria. Durante su reinado, 1837-1901, el imperio británico alcanza su apogeo en todos los órdenes posibles, y la intensidad opresiva y totalitaria le es directamente proporcional. No es posible comprender al imperio británico durante todo el siglo XIX, sin tomar en cuenta que su construcción reposa sobre un entramado ideológico en el que todas las eventualidades, las rebeldías, disonancias y deformaciones están contempladas. El imperio norteamericano de nuestros días es un fiel discípulo de estas exigencias.


Pero en tiempos de Wilde (1854-1900), las individualidades culturales lo son en la medida simple y llana en que el imperio y, particularmente, la venerable y veneranda Reina Victoria así lo permita. Puede ser muy difícil encontrar época más totalitaria y asfixiante que ésta, si tomamos en cuenta que un poeta como Wilde encontró en el lenguaje la única forma de descamisarse de tanta vigilancia y supervisión.


Sin embargo a Martì le llamó la atención el atuendo y el buen o mal decir del poeta irlandés al llegar a los Estados Unidos. Reprodujo en gran parte mucho del escarnio y de la mofa que la revista Punch7 le dedicara a Wilde.


“¿Quién no ha visto, continúa Martì, ese cuaderno de caricaturas que se publica cada semana en Londres, y en cuya carátula ríe maliciosamente, cercado de trasgos, bichos, y duendes, un viejillo vestido de polichinela? Ese es el Punch Du Maurier es el dibujante poderoso que le da ahora vida. Cuanto acaece, allí es mofado. Toda figura que en toda parte de la tierra se señala, allí es desfigurada y vestida de circo. Va el Punch detrás de los hombres, con un manojo de látigos que rematan en cascabeles. Publica sus caricaturas por series, como los cuadros de Hogarth, y familiariza a su público con sus víctimas.”8


“Con tanta saña movió Du Maurier su lápiz tajante, que cuando publicó al cabo Oscar Wilde, jefe del movimiento artístico así satirizado su volumen de versos, no veían los lectores en sus arrogantes y límpidas estrofas más que aquella ridícula figura, que pasea con aire absorto por la tierra su mano alzada al cielo, como volqueando con las brisas, y su nariz humeante, en que cabalgan colosales gafas. Ahí está en luz y sombra el movimiento estético”9.


El movimiento estético, el esteticismo, está íntimamente unido al dandismo, una manifestación de la cultura de fines del siglo XIX en Inglaterra, más ligado a la protesta y la rebeldía que a la revolución o a los hábitos liberales de pensamiento10. La rebeldía esteticista mantiene un programa de acciones y reacciones contra la fealdad del industrialismo, y cree que el dandismo no se agota en el buen vestir o en las prácticas sexuales de sus cultores. Continúa Martì:


“Mantiene este hombre joven que los ingleses tallan sus dioses en carbón de piedra y huye a Italia, en busca de dioses tallados en mármol; y va a Roma, por ver si halla consuelo en los alcázares católicos su espíritu sofocado por el humo de las fábricas; mas vuelve al fin desconsolado a las islas nobles que le dieron cuna, y lo fueron en otro tiempo de la grandeza y la caballería, o invita a su alma a que salga de aquella vil casa de tráfico, donde se venden a martillo la sabiduría y la reverencia, y donde, entre los que exageran el poder de Dios y los que se lo arrebatan, no tiene espacio el espíritu para soñar en su mejora y en las nobles artes”11.


Estaba claro para Wilde, a quien Martì sigue considerando inglés, que la revolución industrial solo tragedia, hambre y desamparo había traído a su pueblo, el pueblo irlandés. No era posible ninguna forma de liberación del hollín y de los malos olores de las estaciones de trenes y de las minas, si antes no se rescataba el alma de los hombres. Ahora, si un argumento así era ingenuo, tal ingenuidad solo alcanzó a descansar sobre las ilusiones de un poeta que creía en el espectáculo como acción liberadora contra los desmanes y excesos de una cultura, la burguesa, especialmente diseñada para estrangular la belleza, la amistad y la privacidad.


“Quiere el movimiento estético, agregaba Martì, a juzgar por lo que de él va revelado y lo que muestra el libro de versos de Oscar Wilde, que el hombre se dé más al cultivo de lo que tiene de divino, y menos al cultivo de lo que le sobre de humano. Quiere que el trabajo sea alimento, y no modo enfermizo y agitado de ganar fortuna. Quiere que vaya la vida encaminada, más a hacer oro para la mente, que para las arcas. Quiere, por la pesquisa tenaz de la belleza en todo lo que existe, hallar la verdad suma, que está en toda obra en que la naturaleza se revela. Quiere que por el aborrecimiento de la fealdad se llegue al aborrecimiento del crimen. Quiere que el arca sea un culto, para que lo sea la virtud. Quiere que los ojos de la mente y los del rostro, vean siempre en torno suyo, seres armónicos y bellos. Quiere renovar en Inglaterra la enseñanza griega. Y cae al fin en arrogancia y fraseo de escuela. Y dice que quiere hallar el secreto de la vida”12.


El juicio de Martì no es totalmente justo y ponderado, puesto que, si miramos de cerca su producción intelectual por estos años, la misma reposa también en ideales utópicos y de belleza que buscan, entre otras cosas, sacarle el mayor provecho posible a la idea del progreso que el prócer cubano ha logrado visualizar cristalizada en los Estados Unidos, con los afanes y desvelos de miles de trabajadores emigrados, responsables directos de la grandeza de esa nación.


“Hay en los Estados Unidos, agrega Martì, a la par que un ansia ávida de mejoramiento artístico, un espíritu de mofa que se place en escarnecer, como en venganza de su actual inferioridad, a toda persona o acontecimiento que demande su juicio, y dé en sus manos, y pasa en eso lo que en las ciudades de segundo orden con los dramas aplaudidos en las capitales, que sólo por venir sancionados de la gran ciudad son recibidos en la provincia con mohines y desdenes, como para denotar mayor cultura y más exquisito gusto que el de los críticos metropolitanos. En esta dependencia de Europa viven los Estados Unidos en letras y artes: y como rico nuevo a quien nada parece bien para aderezar su mesa, y alhajar su casa, hacen profesión de de desdeñosos y descontentadizos, y censuran con aires magistrales aquello mismo que envidian y se dan prisa a copiar”13 .


La imitación de Europa que busca el nuevo rico, como el obrero leído y concienzudo, está en su sensibilidad y su sentido de la belleza, no tanto en sus procesos industriales y económicos. Wilde ha llegado a los Estados Unidos con esa mentalidad de conquistador, magistral y altisonante que a Martì no le parece oportuna, pues el medio norteamericano está dispuesto a mofarse de quien venga con esos aires. Pero la valoración martiana se fija más en el gesto que en el hecho, y éste indica que a Wilde los norteamericanos nunca lo olvidaron, porque su acto estuvo prendado de la autenticidad del amor antes que de la apariencia y la figuración, valor aquel tan caro a José Martì para medir la estatura moral de los hombres14.


“¿Qué suerte aguarda, pues, al joven poeta, continúa Martì, que viene a esta tierra a propagar desde la plataforma del lector su dogma estético, y a poner en escena una tragedia de argumento ruso que por respetos internacionales no ha podido ser representada en Londres15? No bien pisó muelles en Nueva York el bardo inglés (Martì continúa equivocándose), a quien estiman los jueces serenos dotado de ingenua fuerza poética, que se verá entera cuando haya pasado para el bardo joven el forzoso período de imitación, imitación de Keats y Swinburne, en que anda ahora; ya los periodistas sacaron a luz al lánguido Postlethwaite, y ya echan a nadar por plazas y calles, más ganosos de cebarse en lo alto que capaces de acatarlo, a esa criatura del sangriento Punch, a ese poeta famélico de cielo y agostado, a ese trovador que tañe en los aires enfermos una lira doliente e invisible. Pero Oscar Wilde volverá a Europa”16.


Está claro que, para Martì, el poeta irlandés no fue motivo de su gran admiración y la visita que realizara a los Estados Unidos, en 1882, solamente llamó su atención en aquello que consideraba un reportaje digno. Martì informa que el poeta viene mancillado y vejado por los caricaturistas victorianos, que además es un escritor prometedor, todavía atrapado por los modelos que imita, pero, sobre todo, muy ingenuo. Para Martì esa ingenuidad era peligrosa, como proféticamente la historia se encargó de demostrarlo, cuando Wilde fue acusado y sentenciado a trabajos forzados, durante dos años, por actos indecentes con jovencitos de la calle.



El Oscar Wilde de Rubén Darío.


Darío fue más cariñoso con el poeta irlandés. Como cronista de la gran exposición universal de París de 1900, el poeta nicaragüense alcanzó a escribir algunos de los artículos periodísticos más atractivos que se hayan escrito en la Centroamérica de la época. Escribió sobre arquitectura, escultura, pintura y literatura. Él dice que conoció a Oscar Wilde en la ciudad luz, para el momento en que éste se encuentra intentando reconstruir su vida, después de haber dejado la prisión donde estuvo dos años, condenado a trabajos forzados por corrupción de menores y sodomía.


En su libro de crónicas conocido como Peregrinaciones, Darío expresa una opinión muy cálida y solidaria con el poeta irlandés. “A mi entender, lo preferible en la obra de ese poeta maldito, de ese admirable infeliz, son sus poemas, poemas en verso y poemas en prosa, en los cuales la estética inglesa cuenta muy ricas joyas…”. “Y de la carroña fétida cuando venga la primavera de Dios, en la purificación de la Tierra, nacerá, como dicen los versos del condenado en vida, la rosa blanca, más blanca, y la rosa roja, más roja. Y el alma, purificada por la Piedad, se verá libre de la Ignominia”17.


Pero Darío llama a Wilde poeta maldito. La licencia que se da el nicaragüense es el resultado de que su percepción de la cultura europea está en función de lo que acontece en Paris, un enfoque que no es totalmente justo. La segunda parte del siglo XIX, ya lo hemos dicho en otras partes18, es el momento de gloria de la cultura burguesa, con todos sus avatares, distorsiones y consecuencias. Pero es también el momento más vigoroso de la expansión imperialista. De tal manera que, en este momento, ser un poeta maldito, significaba para Darío estar al margen de esos ingredientes particulares y complejos de la civilización capitalista. En su libro extraordinario y asombroso, Los raros
19, Darío desarrolla esta tesis pensando en Verlaine, Rimbaud, Lautremont y otros, pero en estos textos la maldición del poeta no es necesariamente la del poeta maldito.


Si entendemos por poeta maldito al inadaptado, al individuo marginal que escribe poemas ocasionalmente para amortiguar un poco la imbatible soledad que le propina la cultura burguesa, nos quedaremos cortos respecto a la visión que del tema tiene Darío. Porque en algunos de sus mejores ensayos y artículos Darío asume el papel justo del visionario en el sentido bíblico del término, como aquel que tiene visiones, premoniciones; su actitud de oráculo del nuevo siglo le es consecuente y aligera un peso que la poesía a veces no puede cargar: el de ser crítico y testigo presencial de la cultura de su tiempo.


De esta forma, se puede sostener que el poeta maldito de Darío está más cerca del dandy de Wilde de lo que el lector convencional y acomodaticio puede imaginar. El dandismo en el poeta irlandés es una forma regia de rebeldía, una estrategia para acomodarse protestando, una vía intelectualmente honesta hacia la actitud revolucionaria sin comprometer la vocación artística. El dandismo es el más íntegro intento por cambiar el mundo con corbatas y metáforas, como diría maravillosamente Borges20.


Pero Darío intuye que todo depende de la forma en que se lea y se sienta a Wilde. Esta será una tarea que Borges iniciaría de manera excepcional, como veremos en la siguiente sección de este ensayo.



El Oscar Wilde de Borges.


Veamos de cerca una cuestión: para Martì, Wilde fue antes que nada una suerte de espectáculo, traído de Europa, para ser ejercido en un escenario donde las preocupaciones artísticas eran asunto de unos pocos. Martì quisiera decirnos que la visita de Wilde fue extemporánea.
Darío, por su parte, vio en Wilde a un poeta sufriente, más bien exangüe de libertad que de artes y rebeliones. Lo sintió muy de cerca del poeta maldito, pero no se dio cuenta, antes, que Wilde era un dandy, es decir, un rebelde al mejor estilo de la Inglaterra victoriana, y no de las siniestras callejuelas de París. Wilde amó a la Ciudad Luz, pero se mantuvo de lejos, con cautela. Muere en ella la muerte del descastado, del refugiado asustadizo y a la vez emblemático. Por encima de todo, su dandismo era victoriano.


Con Borges sucede algo totalmente distinto, cuando se trata de pensar en Oscar Wilde. El gran escritor argentino nos dice: “Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón”
21. Aunque la frase pudiera parecerle dogmática al lector quisquilloso, es posible ver en ella al poeta respetuoso y tierno que se acerca a la obra de otro poeta, sin tener que hacer el esfuerzo por saltarse las vallas del convencionalismo, del oportunismo o del mero gesto jaculatorio para gozo de la posteridad.


En otra frase igualmente dogmática, Borges agrega: “Nos cuesta imaginar el universo sin los epigramas de Wilde; esa dificultad no los hace menos plausibles”22. Está claro que la lectura del poeta irlandés demanda un enorme esfuerzo para aprovisionarse con el alma de un niño. Borges sostenía que difícilmente se puede encontrar en la literatura universal a un poeta más simple que Wilde y, sin embargo, al mismo tiempo, tan complejo y tan profundo. “La insignificancia técnica de Wilde puede ser un argumento a favor de su grandeza intrínseca”23.


En otra parte, Borges explica: “Su vida (la de Wilde), en cambio, es fundamentalmente trágica. No es la del hombre a quien la desdicha le sobreviene; es la del hombre que oscura pero inevitablemente la busca. Wilde, condenado, deja que corra y que se pierda la noche que lo separa de la cárcel. Schopenhauer pensaba que todos los sucesos de nuestra vida, por aciagos que fueran, eran obra de nuestra voluntad, como los sucesos de un sueño. Wilde es quizá el ejemplo más ilustre de esa tesis fantástica; Wilde tal vez anhelara la prisión”24.


Nosotros hemos compartido ampliamente esta tesis de Borges, porque nos ha parecido de fácil instrumentación para explicar la dimensión onírica del proyecto estético de Wilde25. Proyecto estético que es también político y cultural. La herencia de Wilde no puede medirse únicamente desde su auto inmolación, sino, en sustancia, a través de las pistas que abrió para comprender la debacle que sería el siglo XX en lo que competía a la intolerancia, la violación de los derechos humanos y a la humillación de las minorías y los marginados.


Es cierto, la poesía de Wilde no es la única forma de leer y de experimentar la secuela de horrores que componen e hilan la historia del siglo XX, pero sí nos provee una de las voces más autorizadas para hacerlo. La irracionalidad lírica de la obra de Wilde explica, con mucho, los escalofriantes abismos oníricos que se avecinaban con el fétido aliento de la bocaza de Auschwitz26.


En la obra de Wilde se puede hallar algunas de las más sutiles tonalidades con que se expresan la opresión y los opresores del siglo XX. En apariencia inocente, dulce y cargada de la más vulnerable ternura, la literatura de Wilde pareciera haber sido pensada para abastecer a los hombres y mujeres del siglo XXI, con los ingredientes requeridos para defender el alma contra los desmanes del poder.


Indefectiblemente el mejor antídoto contra la globalización es la relectura de Oscar Wilde.

San José, Costa Rica, 20 de octubre de 2004.



1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.
2 Para mayores detalles, se puede consultar nuestro libro La oruga blanca. Un retrato de Oscar Wilde (Heredia, Costa Rica: EUNA. 2004) 165 páginas.
3 Aquí Martì se equivoca, porque Wilde era irlandés, aunque educado en Oxford, siempre se negó a ser llamado “inglés”.
4 José Martì. Obras Completas. Tomo 9. Pp. 221-224. La Habana, Cuba. Edición en CD-Rom.
5 El Punch fue una revista satírica fundada por George Du Maurier, el gran amigo del pintor norteamericano John Whistler, quien tenía serias diferencias con Wilde sobre asuntos artísticos. Ahora bien, en 1881, Du Maurier los representa a ambos en una caricatura donde discuten sobre tales cuestiones. Con la misma busca ridiculizar a Wilde, a quien llama el poeta Maudle y enaltece a Whistler, a quien llama Jellaby Postlethwaite. Martì se confunde y atribuye este último nombre a Wilde. Vèase la excelente biografía de Richard Ellmann. Oscar Wilde (Alfred A. Knopf. New York. 1988). P. 136 y ss. Esta biografía en inglés es con mucho la mejor sobre el poeta irlandés.
6 Idem. Loc. Cit.
7 Vèase la nota 5.
8 Idem. Loc. Cit.
9 Idem. Loc. Cit.
10 José Antonio de Villena. Wilde total (Barcelona: Planeta. 2001) Ver sobre todo la segunda parte. Este autor es posiblemente el mejor experto sobre Wilde en lengua española.
11 Idem. Loc. Cit.
12 Idem. Loc. Cit.
13 Idem. Loc. Cit.
14 Fina García Marruz. El amor como energía revolucionaria en José Martì (La Habana, Centro de Estudios Martianos. 2003). P.42.
15 Oscar Wilde. Vera y los nihilistas. Considerada por algunos como la primera pieza dramática escrita por Wilde, fue estrenada en 1881.
16 José Martì. Op. Loc. Cit.
17 “Purificaciones de la piedad”. En Peregrinaciones (México: FCE. 1968). P. 136. También citado por Carlos Tunnermann Berheim. Rubén Darío. Puente hacia el siglo XXI y otros escritos (Managua, Nicaragua, 2003). P.63.
18 Rodrigo Quesada. La fantasía del poder. Mujeres, imperios y civilización (San José, Costa Rica: EUNED. 2001).
19 Rubén Darío. Los raros (Madrid: Alianza. 1982).
20 Jorge Luis Borges. “Sobre Oscar Wilde”. Otras inquisiciones (Buenos Aires: EMECE. 1994) P. 133.
21 Idem. Loc. Cit.
22 Idem. P. 135.
23 Idem. P. 132.
24 Jorge Luis Borges. Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939) (Barcelona: Tusquets. 1996. Marginales 92. Edición de Enrique Sacerio-Garì y Emir Rodríguez Monegal). P. 284.
25 Vèase nuestra obra La oruga blanca. Un retrato de Oscar Wilde (Heredia, Costa Rica: EUNA. 2004. Por salir).
26 Giorgio Agamben. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III (Valencia, España: Pre-Textos. 2002).



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