Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 52
Julio de 2003

 


Columa a cargo de Marcela Rosen

INSOMNIO DE DOS MUJERES
ADRIANA MONSALVE

LAS APARIENCIAS
RUBEN ECHEVERRIA

Al tipo lo veía diariamente, cuando agotado volvía de mi trabajo después de una jornada de casi doce horas. Allí estaba, en un puesto de bebidas y golosinas en una esquina poco concurrida, mirando a la calle detrás del pequeño mostrador. A veces lo acompañaban algunos amigos, conversaban o se inclinaban sobre un tablero de damas mientras bebían una cerveza. Usaba el pelo largo y desgreñado, el rostro moreno y tosco. Comencé a odiar su figura, parecía burlarse de mí cuando contemplaba la existencia fácil de ése individuo que no se movía de su quiosco para ganarse la vida.

Mi trabajo era extenuante en aquellos tiempos. Llegaba a la oficina a encender las luces y los computadores, luego me dirigía a la máquina del café para mi desayuno, después de lo cual me convertía en una máquina, atendiendo a los proveedores, calculando las cotizaciones, contabilizando facturas, atendiendo el teléfono, mandando faxes. Cuando conseguía almorzar en el casino siempre era con menos tiempo que el resto de mis compañeros que incluso hacían sobremesa. Es cierto estaba sobrecargado de trabajo, porque no sabía negarme a que explotaran mi siempre buena disposición a decir que sí. Por la tarde vuelta a lo mismo, siempre y cuando el jefe no decidiera adjudicarme el análisis de algunas cuentas específicas, lo que naturalmente me retrasaba obligándome a quedarme hasta la noche, cuando ya todos habían partido a sus casas, con lo cual me veía en la obligación de apagar las luces cerca de las diez de la noche.

Otras veces el jefe nos citaba para un día domingo. – ¡Hay que apagar un incendio! – nos decía, lo que significaba que había algún atraso en la entrega de alguna información para la gerencia, y allí estaba nuevamente sacrificando mis horas de descanso en familia. Y a la vuelta, de paso por la calle Matucana veía nuevamente al tipo asomando medio cuerpo por la ventana de su quiosco, observando la calle. La verdad es que sentía un profundo rencor en contra de las injusticias de la vida. Me había sacrificado estudiando en la escuela nocturna, luego en la universidad, siempre desarrollando labores diurnas con el objeto de solventar mis gastos. Había encontrado trabajo en una empresa importante, con una buena remuneración, con lo cual podría sentirme satisfecho. Pero este tipo del quiosco echaba al agua toda la estructura con que había organizado mi juventud. Maldecía al tipo que pasaba todo el día sin atender el teléfono, sin cursar facturas y sin tener que mirarle la aborrecible cara a un jefe y sin embargo se ganaba la existencia en forma más fácil que yo.

Había algo que no marchaba. Por una parte estaba sumamente claro que me encontraba estresado por sobrecarga de trabajo, pero eso era parte de del sistema de la sociedad de consumos. Lo que me irritaba no era eso, sino el que hubieran otros individuos, como el tipo de la calle Matucana, que se ganaban el sustento sin mayores esfuerzos y eso echaba por tierra toda mi visión del mundo del trabajo en aquellos días.

Haciendo un esfuerzo mental me dispuse a superar el amargo razonamiento en contra del moreno del quisco. Comencé entonces a mirarlo con otros ojos, el tipo es feliz y punto, me dije, quizás no tuvo que estudiar, ni rendir exámenes, tampoco tiene una gerencia que lo fiscalice, ni tiene que marcar tarjeta de entrada o salida, pero el no tiene la culpa. Sencillamente se le dieron las cosas así.

Y entonces cambié mi punto de vista, cuando pasaba cerca lo miraba, lo admiraba y después lo envidiaba. Mis vueltas a casa estaban marcadas por la presencia del tipo en su puesto de la esquina, pero ya sintiendo admiración y tratando de compararme con el. Llegué a exclamar, dentro de mí, - ¡Qué diera yo por ser él! o - ¡Cómo me gustaría poder cambiarme por este tipo!

Pasaron los años. Mi vida se hizo un poco más placentera. Habían reorganizado la empresa con nuevos dueños, nueva gerencia y mi antiguo jefe había sido trasladado fuera de la capital. Contrataron nuevos empleados y la distribución del trabajo fue más beneficiosa para mí. Ahora le dedicaba más tiempo a mi familia, salía a pasear con mis hijos. Comenzaba una nueva vida en una casa nueva en otro sector de la ciudad. Después postulé a otra empresa y cambié de trabajo. Ya había pasado al olvido el estrés de años anteriores y los traumas laborales consiguientes.

Hacía muchos algunos años que no volvía por mi antiguo barrio. No recuerdo bien los motivos que me llevaron un día a la calle Matucana, pero al pasar por la esquina por primera vez ví al tipo fuera del quiosco. Estaba sentado en una silla de ruedas. Mi asombro fue grande y difícil de asimilar. Había deseado en alguna oportunidad cambiar mi vida por la de el, sin conocer su limitación física. Dentro de mi algo se retorció y crujió. ¿ Qué habría pasado si una fuerza superior hubiera colmado mis deseos en aquellos momentos en que deseaba cambiarme por él?
No necesité de enseñanzas morales escritas. La vida se había encargado de sacudirme y hacerme comprender que nuestras vidas a veces son más llevaderas de lo que suponemos.



Datos Biográficos de Rubén Echeverría:
Nacido en Antofagasta hace centenares de años y avecindado en Santiago desde el año 1949. Solo después de jubilar me ha quedado algo de tiempo para dedicarme a escribir, mi gran afición, aparte de la pintura y de la música del renacimiento. Casi todos mis relatos son de situaciones reales que acontecen en la ciudad, o que me han ocurrido a mi en particular como es el caso de "Las Apariencias".

newquiz@hotmail.com

INSOMNIO DE DOS MUJERES
ADRIANA MONSALVE

Insomnio de Susana

! Dormir. Dormir! Lo que anhela mi espíritu cansado. Tener ese olvido que el sueño piadoso nos regala. O quizás, si la piedad fuera mayor, soñar... Inconsciente, amigo mío, obséquiame un panorama hermoso por esta noche. Ya no quiero llorar más.

Vencida, tomo del cajón de mi velador la tableta tranquilizante que ayudaría mi deseo.
Me acurruco en la cama, desvalida. Siento ya hundirme en el misterio arrobador que cada noche nos trae ese pedazo de muerte redentora. Y casi a punto de perderme en sus profundidades celestiales, vuelvo a escuchar mi nombre emanado de tus labios. Nuevamente su voz en el interior de los oídos. Ansiosa, trémula llamándome desde lo incógnito. Más, de pronto me despierto. Son burlas lo que escucho; atrás quedaron las palabras anheladas. ! No, así no te quiero! No esa voz que martiriza. Debes venir a mi en un juego radiante, como lo hacías en la playa.

¿Recuerdas ese caer derribados por las olas? ¿Recuerdas como reíamos abrazados, los cuerpos bañados de mar, y nos besábamos entonces, saboreando la sal en nuestros labios, sabiendo esos instantes un preludio al erotismo vivido cada tarde.? Tus manos. Necesito tus manos deslizándose por mis intimidades. Casi las siento, siempre tibias recorriendo mis pechos hoy entristecidos. Tus manos eran sucias. Ya no las deseo. Manos pecaminosas que pensé sólo mías . ¿Por qué antes trazaron surcos en la piel de otro cuerpo? ! Quiero dormir ! Lo necesito. Una semana ha sido mucho.

Nos amábamos. Eras tú ese paraíso que llagaba a mi volando como éxtasis de cielo. Y bastaba una sonrisa para sentirme acariciada, tan sólo una sonrisa y me hundía en ti, sintiendo lo glorioso del encuentro.¿Era sólo yo quien entera palpitaba? ¿Fui una más entre tus brazos traidores?
Sueño de noche de sábado te niegas a cerrar mis párpados agotados de angustia, dejándome tan sólo la hiel del desengaño.

- ¿Cómo te llamas? - fueron tus primeras palabras. Triviales pero en ti maravillosas. Desenterrábamos machas en la playa de Maitencillo y fue el empuje de una ola que me llevó a tus brazos. Nunca más quise salir de ellos.

Me revuelvo entre las sábanas sintiendo la impotencia rabiosa del infierno. Amores de verano, sé , si sé lo que son. Efímeros. Alas de mariposas, pero yo quemé las mías tratando de ir al fondo de tus ojos, que engañosos prometían. ¿ Por qué te amé de esa manera? ¿ Existe acaso un libro del destino donde obligaba que así fuera ? Yo, la diosa inalcanzable, yo, la diosa misteriosa, la complacida, la caprichosa.

Enciendo la lámpara del velador y entre el desorden del cajoncito tomo unas fotos. Cavilo con ellas entre las manos. Quiero besar sus rostro amado que desde el cartón, habla de mentiras. ! No debo sentir pena! No, no y no. Mañana todo esto habrá pasado .Lo miraré cuando pase por mi lado saludándolo casual con un movimiento de mi mano. Y sonreiré. Deberá creer que también fue mi diversión. ¡Si! ¡Eso! Una diversión apasionada de un verano en que nos enlazamos ardientes en la playa. Le diré que tengo novio y estaremos a la par.

- ! Maricón! Podría contarle a su mujer, pero no. Nunca haré el ridículo de reconocer que fui engañada. Si él es casado, yo también habré vivido una aventura.
Sentada en la cama esperé resignada las luces de un nuevo amanecer.

Insomnio de Sofía

Cerca de las diez de la noche, agotada me fui a la cama. Acompañada del guatero, amigo inseparable del invierno, no fuera que el frío me impidiera dormir.
La delicia de gozar una hora de mi placer exquisito: dejarme adormecer por suave música escuchada con fonos. Una vez adormilada me los quité con el movimiento torpe producidos por los párpados a punto de caer, y, vaya sobresalto. Mi gentil música fue bruscamente reemplazada por el ritmo enloquecido de una sopa de caracol. Llegaba desde lejos, aunque audible, espantosamente audible.

- Los vecinos del cuarto piso - reconocí enojada, pensando en los dos jóvenes que recién vivían en el edificio - tienen que ser ellos. Hasta cara de cumbia les hallé al conocerlos.
Tiré el guatero lejos de la cama. Su calor había dejado de ser grato y menos grata fue la cumbia de Don Goyo que a continuación aumentó mi ya espantosa indignación.

- ! Mierda !

Taponé mis oídos con algodón colocando sobre ellos los fonos sin música. Inútil. El endiablado ritmo rompía todas las barreras para hacerse audible. Habré dado unas veinte vueltas en la cama y otras tantas a la almohada que se calentaba insoportable.
Necesitaba ese sueño que me estaban robando. Me cubrí la cabeza con el plumón. Tomé del velador una tableta tranquilizante, que tragué junto a un vaso de agua. Su poder hipnótico fue inferior a la rabia que me posesionaba gigante desde la cabeza a los pies.
¿ Qué podría hacer? Empecé por estirar las sábanas de la cama que sin mi consentimiento bailaban una cumbia completamente enrolladas.

- Creo que lo mejor es leer - me dije resignada a las circunstancias. Ilusa. El texto bailaba en mis manos en tanto la música colombiana aumentaba su volumen. Fumé un cigarro. Error. La habitación quedó apestosa. Carabineros 133. Eso haría aunque fuera de roto. Estaban los fiesteros rompiendo las leyes de buena convivencia. A la quinta llamada ocupada supe que ese no era el camino, por fortuna .Sería a todo esto cerca de las cuatros de la mañana y el sueño se había evaporado. Justo cuando vi la hora, la cumbias terminaron, pero ya era tarde incluso para la ira.
Sentada en el living y muy cansada vi el esplendoroso amanecer.

amonsalve-aerotec@mi.terra.cl

 
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Ni se les ocurra enviar libros, pueden hacerme llegar dos o tres poemas o cuentos no más por favor.    Gracias.
Marcela Rosen
,
encargada de la evaluación y publicación de las obras literarias en Escáner Cultural.

marcelarosenrevista@yahoo.com

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