Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 47
Enero / Febrero 2003



DICKENS Y LA NAVIDAD

Por: Rúbila Araya

Hace poco celebramos la fiesta de navidad, y, muy probablemente, en la mayoría de las casas su verdadero sentido pasó casi inadvertido tras el momento cumbre en el que, después de haber disfrutado de una cena familiar, se procedió a descubrir los regalos, los cuales, como se acostumbra, fueron comprados durante una frenética y casi irracional búsqueda en un atochado mall una tarde de diciembre.  

Claro, esa es la imagen más recurrente que se tiene de esta fecha, pero, aunque muchos prefirieron ponerse una venda en los ojos, como todos los años y todos los días del año, no muy lejos se vivió otra realidad, una nada ostentosa, una más triste y tal vez más sola: la de la pobreza. Ajenas a  tratados internacionales y al progreso económico, en nuestro país no son inexistentes la cesantía, la indigencia, la injusticia social; y en el mundo, sin necesidad de irnos a tierras distantes, aquí mismo, en Argentina, los niños mueren de hambre.  

Tener conciencia sobre lo que le sucede al otro es lo que nos hace ser más humanos, y es ésta la condición que primó en todas las historias del escritor inglés Charles Dickens, en cuyas obras, creadas en el contexto de una Inglaterra victoriana compuesta por una sociedad revolucionada por la industrialización y regida por los ideales capitalistas, demostró gran conmiseración por los sectores menos favorecidos. 

La fábrica de betún

  Charles John Huffman Dickens nació el 7 de febrero de 1812, integrándose a uno de los siglos más prolíferos de la literatura, el XIX, de donde salieron otros célebres como Dostoievski, Tolstoi, Balzac y Stendhal, por nombrar algunos. Sus primeros años en Landport, en las cercanías de Portsmouth, fueron tranquilos y sin problemas, situación que cambió cuando la familia Dickens, formada por los padres y ocho hijos, se mudó a Londres.

De las vivencias obtenidas a partir de este episodio Charles adquirió su interés por la realidad, por ese universo olvidado por gran parte de la sociedad, en el que interactúan los trabajadores de las fábricas,  los niños de la calle, los sin casa, los hombres de las cárceles y un sin fin de seres coexistentes en el submundo londinense.

 Al llegar a esta ciudad, su padre, el señor John Dickens, fue arrestado por no pagar unas deudas adquiridas en malos negocios, ante lo cual el joven de 12 años debió abandonar la escuela y fue obligado por Elizabeth, su madre, a trabajar pegando etiquetas en una fábrica de betún, exigencia por la que nunca la perdonó.

Este hecho en particular determinó en gran parte su temática novelística. Las humillaciones sufridas en este periodo lo marcaron a tal punto que desarrolló una especie de fobia a la suciedad y le impidieron entregar una autobiografía que había prometido a sus editores, pero no lo limitaron para contar, a través de sus personajes, lo que tal vez vivió o presenció en carne propia.

Si bien, al tiempo retomó sus estudios, -que posteriormente dejó inconclusos-, y pudo formarse de manera autodidacta trabajando en la oficina de un procurador y luego como taquígrafo en un diario, dando inicio a su exitosa carrera de cronista y escritor, nunca olvidó esas experiencias y en sus novelas no dejó de denunciar los abusos y miserias de su tiempo.  

Canción de navidad

Dickens es uno de los novelistas más conocidos de la literatura universal que, como pocos, pudo vivir del éxito de su obra, la que está integrada por populares títulos como Oliver Twist (1837-38), David Copperfield (1849-50); Dombey e hijo (1948), La casa desolada (1852-53), Historia de dos ciudades (1859) y Grandes esperanzas (1861).

En todas ellas critica la estratificación social de la época y las injustas condiciones en las que viven quienes se encuentran en los sectores más desfavorecidos, proponiendo una moral de la caridad, la cual se refleja no sólo en sus novelas ambientadas en la urbe londinense, sino también en crónicas como Notas americanas (1842), en la que reprueba la situación de esclavitud  que vio en uno de sus viajes a Norteamérica 

Apropiada a la fecha que acabamos de pasar, es Canción de navidad o A Christmas Carol, que escribió en 1843 y con la que inauguró su propio subgénero, los cuentos navideños.

Probablemente, una de las obras más adaptadas en teatro y cine. Es imposible que quien no leyó el libro no haya visto, al menos una vez, alguna de las versiones que cada año en diciembre exhiben sin falta por televisión.

Si bien, Ebenezer Scrooge, ese avaro y codicioso anciano que simboliza todo lo opuesto a lo que se entiende por espíritu navideño,  es un personaje que parece muy propio de esos oscuros y fríos ambientes victorianos de la Inglaterra decimonónica, y aparentemente no tiene relación con nuestra experiencia actual, la historia de su ajetreada noche con entes espectrales que lo llevan al pasado, al presente y al futuro, sí nos puede dar luces sobre lo que podría estar  pasando con nuestra actitud hacia los demás, en la cual quizás ni nos hemos detenido a pensar.



Y aunque la intención de Dickens al escribir esta novela pueda haber sido considerada ingenua por algunos, no deja de ser un espejo del egoísmo que muchos, -no todos, claro, siempre hay excepciones-,  reflejamos al estar sumidos en nuestro propio bienestar económico, sin darnos cuenta de que en algún lugar se puede estar desarrollando otro cuento, uno totalmente distinto.  

Seguramente, estamos lejos de ser como el sombrío Señor Scrooge, porque al contrario de él, sí disfrutamos de la época navideña. Pero, tal vez, nuestro punto en común con ese egoísta  personaje creado por Dickens, sea el ignorar por completo que hay un mundo de seres humanos que viven realidades impensadas por nosotros, y que en nuestro afán por obtener y regocijarnos sólo en lo material, lo cual se nota más que nunca en navidad,  solemos olvidar.



Si quiere comunicarse con Rúbila Araya puede hacerlo a: rubila@vtr.net

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